La muerte de un condenado
La redacción de este sitio les desea un feliz año nuevo en los corazones de Jesús y María.
"Que la
radiante blancura de los confesores te circunde.
"Que San José,
el dulce patrón de los moribundos, le haga levantar los ojos hacia la gran
esperanza.
"Que la santa
Madre de Dios, la Virgen María, vuelva hacia ti los ojos llenos de bondad.
"Que Cristo
Jesús le muestre su rostro misericordioso y feliz y le acuerde para siempre un lugar entre los que están en su
presencia... “ y de la otra pieza replicaban así:
"Ya tiemblan
las mitras y las coronas; y en el claustro se enciende la rebelión bajo la
estola de fray Jerónimo Savonarola. Martín Lutero arroja sus vestiduras
sacerdotales, el humano pensamiento rompe sus cadenas, se alza la materia y
vence Satanás... Y pasa benéfico de lugar en lugar sobre su carro de fuego. ¡Salud,
oh Satanás! Asciendan a ti el incienso y las plegarias. Has vencido al Jehová
de los sacerdotes."
De nuevo la Iglesia
imploraba a la cabecera del que moría con un crucifijo en las manos:
"Dad, Señor a
su alma, la alegría de contemplar vuestro rostro. No os acordéis de sus culpas
de otros tiempos... Aunque pecó, nunca renegó ni del Padre, ni del Hijo ni del Espíritu
Santo. De las culpas de su juventud no os acordéis. Señor... Que venga a
recibirlo San Miguel. Jefe de los espíritus celestiales. Que los ángeles vengan
a acompañarlo. Que la dulcísima Virgen María recomiende a su Hijo el alma de su
servidor... San José patrono de los moribundos, llegue a protegerte cerca de
ti.:"
Tras esta tierna
invocación a la Madre de toda esperanza y al abogado de los moribundos, se hizo
un lago de silencio.
¡DÁDME UN VASO DE
CICUTA! UN HORRIBLE ALARIDO.
En ese instante
llegó a la disparada uno de los discípulos del doctor negro, anoticiado tarde
de que el maestro se hallaba en agonía.
Traíale unas cuantas
bellísimas rosas y se las puso al lado de su lívida cabeza, arriba de la
almohada.
-Pienso que a
Sócrates le hubiese gustado que le llevasen estas rosas -dijo creyendo
introducir una nota alegre, mientras bebía el champaña que le ofrecieron y oyó
al maestro que le confesó entre estertores:
-Mejor me hubieses
traído un vaso de cicuta... Soy el hombre más desgraciado del mundo… El ateísmo
se traga bien cuando se está vivo y se tienen ilusiones. Pero esos retornelos
que mascullan aquí al lado amortiguan mejor el miedo del enfermo... ¡Denme un
sorbo fresco! ¡Será el último!
Fue efectivamente el
último. Ni siquiera pudo sostener la copa y la estrelló contra el suelo, para
disimular que le temblaban las manos. ¡Conservaba la vanidad de tener un sereno
pulso de cirujano!
Uno de los amigos,
temiendo que aflojase la fuerza diabólica de aquella alma, dijo
despectivamente:
-Mucho más vigoroso
que el himno de Carducci es la oración de Proudhon a Satanás. La conservo en mi
cartera, así como los frailes llevan estampas en el bolsillo, y la leo a
menudo. Casi es rezar al diablo, personaje mucho más templado que Dios y tal
vez más poderoso, si existen uno y otro. Me divertiría saber de cierto lo que
hay.
El moribundo agitó
los brazos con desesperación. El otro rebuscó en su cartera y comenzó a leer la
diabólica página.
"En cuanto a mí
yo digo: el primer deber del hombre lúcido es arrojar inmediatamente de su espíritu
y de su conciencia la idea de Dios. ¡Espíritu engañador, Dios insensato, tu
reino ha concluido! Busca otras víctimas entre, las bestias.
"Hete ahí
destronado y pulverizado... Ven, oh. Satanás ven tú, el calumniado de los
sacerdotes y de los reyes, ven que le estreche sobre mi pecho. Hace mucho
tiempo que tú me conoces y que yo también te conozco. Tus obras, ¡oh, bendito
de mi corazón!, no siempre son ni buenas ni hermosas, pero solamente ellas dan
un sentido al universo y le impiden ser absurdo. Dios es la hipocresía y la
mentira. Dios es tiranía)' miseria. Dios es el mal. Tú sólo, 011 Satanás,
ennobleces el trabajo y pones un sello a la virtud. .. "
Astaró meneó
aturdido la cabeza. Ya apenas le quedaba un hálito de vida y seguía empeñado en
tomarse el pulso.
-Esto se acaba...
-dijo, y un hipo lo atraganto.
Le respondió con
ronco acento el que había rezado al diablo. -¿Estás ronco? -le preguntaron.
-Sí, me he puesto
afónico y esforzó la voz para que el moribundo lo oyera.
-Dentro de poco usted
estará con el vencedor de Jehová. Él lo estrechará contra su pecho, como a un
viejo y esperado amigo. Dígale que yo también quiero abrazarlo... ¿Me lo
promete?
-¡Sí! -tartajeó el
doctor negro, con los vidriosos ojos fijos en la pared.
-Pues háganos una
seña, no bien se encuentre con él., Un grito sólo un grito…
-Hoy te gritaré ...
Pero estoy seguro de que ... no me oirás ... Y si me oyes... te... matará ..
y ésa fue su última
palabra en este mundo.
Su cara se descompuso...Mueca pavorosa en que se mezclaba la asfixia de
los pulmones, el dolor agudísimo de las arterias finas que estallaban, al miedo
insondable y tenebroso en que se hundía la mísera alma, sin otro salvavidas que
las blasfemias con que había implorado la protección del diablo y no el perdón del
Redentor, que por ella derramó en vano su sangre. Tan cierto es que Dios respeta
hasta el borde del infierno ese prodigio de la creación que es la libertad humana
y así quedó.
LA SAGRADA ESCRITURA dice que al lado que cae el árbol, así queda para
siempre.
En ese momento, cuando los amigos se amontonaban junto al muerto, negó hasta
los oídos de sólo uno de ellos un grito horroroso, el alarido del alma estrechada
por los brazos de fuego del príncipe de este mundo, que lo aguardaba en el
otro.
Pero ese alarido alcanzó a uno solo, pues los demás nada oyeron y
penetró como una flecha en su corazón.
Todavía con el pedazo de papel, que iba a guardar en su cartera, cayó
redondo sobre el duro suelo.
De la pieza contigua también partió un alma a la eternidad, pero a esa
alma la aguardaban la Santísima Virgen y San José, que la acompañaron hasta los
pies del Juez Supremo.
En un instante estuvimos en el lugar por donde iba a pasar el alma de
Astaró.
Sentimos un estrépito de cadenas, que parecía remontarse hasta las más
lejanas estrellas, y un hedor espantoso. Miles y miles fuimos los que,
asomados, como al borde de un abismo, vimos aquella tromba de llamas, que era
el doctor negro. Por permisión divina él nos vio y reconoció y fue el comienzo
de su espantosa gehena. No nos podíamos alegrar, pero que él nos viera y nos
reconociera y hasta pudiera contar el número del portentoso rebaño de ovejitas
inocentes sacrificadas por su sabia mano, formaba parte de su eterno castigo.
A mis hermanitos, por los secretos designios de Dios, no les alcanzó
aquella agua que a mí me dio la vida eterna.
Tuve miedo por mis padres y por mis hermanitos y pensé rogar al
arcángel que me llevara a los pies de la Santísima Virgen para suplicar en su
favor.
Esta larga visión pasó en la millonésima parte de un segundo, conforme
a los relojes de la tierra.
Cuando me disponía a interrogarlo, Gabriel me habló de Astaró:
-Tú no te imaginas la última horrorosa batalla que se libró entre la
gracia y la libertad de ese hombre, cuando todos los creían muerto. Dios
subordina el otorgamiento de su gracia y su perdón a la voluntad humana y la
respeta como a uno de los mayores prodigios de la Creación. Dios le concedió
algunos instantes de vida, que no advirtió ninguno de los que lo rodeaban. El
soberbio albedrio del sabio, robustecido por Satanás, padre de la mentira,
luchó contra la luz que lo inundaba. Y se negó a adorar a Dios y no consintió
en arrepentirse de la infamia de su vida y de sus horrendos pecados. Así, con entera lucidez, perdió el último segundo en que
todavía pudo asirse a esa ancla salvadora y renegó de la Sangre de Cristo que
lo bañaba y se entregó al demonio. Eso es lo que se llama impenitencia final.
XXIII
EL DIVINO PORDIOSERO.
Yo estaba despavorido. El arcángel me reanimó con estas palabras:
-Vas a ver ahora algo que te consolará de estos horrores. ¿Quieres
conocer a tu mamá viéndola por primera vez en la tierra? Cuando se ha visto a
Dios Nuestro Señor cara a cara, y así, lo veía yo, el alma se siente saciada y
puede en verdad responder que no desea nada más.
Pero las inspiraciones de la caridad son tan inmensas y variadas en la
gloria, que sin alejarse un átomo de la visión de Dios, el alma se deleita
dilatándose por todos los astros, conociendo y comunicándose con los santos y
aun descendiendo a la tierra para infundir sentimientos de adoración al Señor y
de amor al prójimo y gozarse en alentar los corazones que necesitan ser
consolados.
Por eso respondí al ángel:
-Nunca he visto a mi pobrecita mamá. Pienso que a ella le gustaría
saber que yo estoy en el cielo y que ruego por ella.
En un instante, con la rapidez vertiginosa del pensamiento, estuvimos
en la tierra.
No sé cuánto tiempo, en los calendarios de los hombres, había
transcurrido desde la hora de mi bautismo. Una semana, quizá un mes, tal vez
algo más.
-¡Ésa es tu madre! -me dijo el ángel, deteniéndose a la puerta de una iglesia.
Y me explicó que en ese lugar se adoraba al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
y que la iglesia estaba puesta bajo la advocación de la tercera persona de la
Santísima Trinidad.
Me aproximé todo trémulo a aquella hermosa mujer y la hallé todavía más
triste que en los tiempos en que yo viví en su seno y palpité con su corazón y hasta
conocí algunos de sus pensamientos.
Por indicación de Gabriel quédeme a la puerta, esperando su salida, que
tardó poco. Había ido a encargar unas misas en sufragio de las almas del
purgatorio.
Entre esas almas una era la de ella misma, otra la de su marido, mi
padre. Yo alcanzaba a escuchar su conversación con el sacristán.
Cuando apareció de nuevo, mírela en el rostro. ¡Quién le hubiera dicho
que su hijito, el último de sus hijitos, sacrificado por el egoísmo de los
hombres, estaba allí, invisible, a su lado, bendiciéndola porque le había dado
el ser!
CONTINUARA…
No hay comentarios:
Publicar un comentario