De manera, que no es esta imaginación ni consideración inventada de nuestra cabeza, sino que pasa así en
realidad de verdad, que el demonio es el que nos acomete con la tentación. Y
así nos lo avisa también el Apóstol San Pedro como buen pastor, y nos lo trae
cada día a la memoria nuestra Madre la Iglesia como cosa de mucha importancia.
Hermanos míos, estad siempre a punto y sobre aviso, porque vuestro adversario
el demonio anda como un león bramando, buscando y rodeando a ver si halla a
quien tragar. Resistidle varonilmente, y no os dejéis llevar de sus engaños y
persuasiones.
CAPÍTULO XX
Cómo nos debemos de portar en las tentaciones
de pensamientos malos y feos, y de los remedios contra ellas.
Cerca
de esto se ha de advertir: lo primero, que hay algunos que se entristecen y
afligen mucho cuando se ven combatidos de pensamientos malos, de blasfemias, o
contra la fe, o con pensamientos torpes y deshonestos; tanto, que algunas veces
les parece que el Señor los ha desamparado y olvidado, y que deben de estar en
su desgracia, pues tales cosas pasan por ellos. Este es un engaño grande.
Cuenta Gerson (1) de un monje que hacia vida solitaria en el Yermo, que era muy
tentado y afligido de pensamientos de blasfemias y de otros muy feos y torpes,
y había veinte años que padecía esta tentación, y nos e atrevía a descubrirla
á nadie, pareciéndole ser aquella una cosa nunca oída, ni vista, y que se
escandalizaría el que la oyese. Finalmente, a cabo de veinte años, fue á un
Padre muy antiguo y experimentado, y aun no se atrevió a decírselo de palabra,
sino escríbelo en un papel, y dáselo: el viejo leyó su papel, y comenzóse a reír, y dice al monje: Pon tu mano sobre mi cabeza. Y como la pusiese, dijo el
viejo: yo tomo todo este tu pecado sobre mí, no hagas más conciencia de él de
aquí adelante. El monje quedó espantado. Pues ¿cómo? parecíame mí que estaba ya
en el infierno, y me dices que no haga caso de ello? Dicele el viejo: ¿recibías
tú por ventura contento en esos pensamientos malos y torpes? ¡JESÚS! dice, no,
sino muy grande pena y tormento. Pues de esa manera, dice el santo viejo, claro
está que no hacías tú eso, sino lo padecías contra tu voluntad, procurándolo el
demonio para traerte con eso a desesperación. Y así, toma, hijo mío, mi consejo
y si de aquí adelante te tornaren a venir esos pensamientos malos, di: sobre tí
sea esa blasfemia, espíritu maligno, y ese pensamiento sucio: yo no quiero
tener parte en eso, sino creo y tengo todo lo que tiene y cree la santa Madre
Iglesia, y daré la vida antes que ofender a mi Dios. Con esto quedó remediado
el monje y de allí adelante nunca más le vino aquella tentación. Y nótese aquí
de camino, para los que por la dificultad que sienten, dejan de manifestar sus
tentaciones, cómo es mayor pena y tormento el no declararse uno, que el
declararse, como diremos en su lugar (1). Veinte años estuvo este monje en
grande aflicción y tormento por no manifestar su tentación, y en
manifestándola, quedó quieto y asosegado.
¡Cuánto
trabajo hubiera ahorrado, si lo que hizo a cabo de veinte años, lo hiciera al
principio! De manera, que no es nueva esta tentación, ni nos habernos de
espantar de ella.
Resta
decir cómo nos habernos de haber en semejantes tentaciones de pensamientos
malos y feos. Algunos no se saben valer en ellas, porque hacen mucha fuerza y
ponen mucho ahínco para desechar y resistir a estos pensamientos, apretando las
sienes, arrugando la frente, meneando la cabeza, cerrando los ojos, como quien
dice: no habéis de entrar acá. Y algunas veces, si no hablan y responden «no
quiero,» les parece que consienten. Mayor es el daño que se hace uno con esto a
sí mismo, que el que le hace la tentación. Estaba el otro criado del rey Saúl
dando voces de cerca, y reprehendía al que las daba de lejos, porque despertaba
e inquietaba al rey (2). Estáis vos inquietando y turbando a vos mismo de
cerca, ¿y os quejáis de la tentación que viene de fuera? Adviértase mucho esto,
porque es una cosa que suele destruir mucho las cabezas, especialmente a gente
escrupulosa.
No es
la oración, ni los ejercicios espirituales, lo que les tiene cascadas y
quebradas las cabezas y gastada la salud; sino sus escrúpulos e indiscreciones.
Y eso es lo que pretende el demonio, que bien sabe él que estáis muy lejos de
consentir. Y no es pequeña, sino grande ganancia para él, cuando esto saca. No
es negocio este que se ha de hacer a cabezadas.
Pues
¿cómo se han de resistir y desechar estas tentaciones? Dicen los Santos y
maestros de la vida espiritual que el modo de resistir no ha de ser pelear por
desecharlas, fatigándose y cansándose, y haciendo fuerza con la imaginación;
sino no haciendo caso de ellas. Declaran esto con algunas comparaciones que
aunque bajas, lo declaran bien. Así como cuando salen algunos bosquejos a
ladrar a uno, si no hace caso de ellos, luego se van; y si hace caso, y vuelve
a ellos, vuelve a ladrar; así acontece en estos pensamientos: y así, el remedio
es no hacer caso de ellos, y de esa manera nos dejarán más presto. O habemos de
hacer, dicen, como el que va por alguna calle, y el aire trae contra él
muchedumbre de polvo, y él no hace caso de eso, sino cierra los ojos y pasa
adelante. Y para mayor consuelo de los que son molestados de esta tentación, y
para que se acaben de persuadir a usar de este remedio, advierten los Santos
que, por muy malos que sean los pensamientos, no hay que hacer caso de ellos;
antes, mientras más malos son, menos caso habernos de hacer de ellos, por ser
menos peligrosos.
¿Pueden
ser peores que contra Dios y sus Santos, contra la fe y Religión? Pues esos son
los menos peligrosos, porque cuanto peores, tanto, por la gracia del Señor,
están más lejos de vuestra voluntad y consentimiento.
Y así
no hay que tener pena de que os vengan, porque eso no es culpa ninguna, ni está
en vuestra mano, ni sois vos el que hacéis eso; sino lo padecéis contra vuestra
voluntad, procurándolo el demonio para haceros desmayar y caer en desesperación
o en tristeza y aflicción grande.
Cuéntase
de Santa Catalina de Sena que, estando una vez muy fatigada y afligida de estos
pensamientos, se le apareció Cristo nuestro Redentor, y desaparecieron luego
todos aquellos nublados. Ella quejóse" dulcemente a su Esposo: ¡Ay! Señor
¿y dónde estabas Vos, cuando tales cosas pasaban por mi corazón? Dicele: hija,
ahí estaba yo dentro de tu corazón.
¡JESÚS
mío! ¿Entre pensamientos tan torpes y malos estabas Vos? Dicele: dime, hija,
¿te olgabas tú por ventura de tener aquellos pensamientos? ¡Oh Señor, que me
llegaba al alma, y no sé qué me escogiera antes que tenerlos! Pues, ¿quién,
dice, hacía que te pesase, sino yo que estaba allí? De manera, que por malos y
feos pensamientos que tengáis, si vos no os holgáis con ellos, antes recibís
pena y pesar, no solo no os ha desamparado Dios, sino podéis tomar esa por
señal de que mora en vos, porque él es el que os da ese aborrecimiento del
pecado y ese temor de perder a Dios. Con él estoy en la tribulación, dice el
Señor (1).
En
medio de la zarza y de las espinas y del fuego está Dios (2). Dice San
Bernardo: Penosa y molesta es esta pelea, pero fructuosa; porque todo lo que se
le añade de pena y de trabajo, se le acrecienta de premio y de corona. No está
el pecado en el sentimiento, sino en el consentimiento (1). Blosio en
confirmación de esto dice: Cualquiera que gusta de complacerse a sí mismo,
aunque sea una sola vez, parece más mal en los ojos de Dios, que si muchos años
padeciese semejantes movimientos, por muy malos que sean, como no les de
consentimiento (2). Y así, no hay que congojarse, ni hacer mucho caso de
estos sentimientos y pensamientos; sino como si pasasen por otro, y no por vos,
así os habéis de haber en ellos, y muy bien podéis hacer cuenta que pasan fuera
de vos, dice un Santo, porque en tanto los pensamientos malos están dentro de
Vos, en cuanto la voluntad consiente, y no más; y no consintiendo, aún no han
entrado en vuestra casa, sino llaman y dan golpes a la puerta de fuera.
Y
advierten aquí los maestros de la vida espiritual, que el temer mucho estas
cosas, y hacer mucho caso de ellas, no sólo no es bueno, sino malo y dañoso;
porque hace crecer la tentación; y esta es experiencia, y la razón de ello es
natural, y los mismos filósofos la enseñan; porque el miedo despierta la
imaginación , el pensar y dar y tomar mucho en una cosa, hace que se imprima
más profundamente en la memoria, con la cual crece y se aviva más la tentación.
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