martes, 22 de octubre de 2019

CARTA A LOS CATOLICOSPERPLEJOS.

UN SACERDOTE, ESPOSA Y HIJOS

EL SACERDOCIO (continuación)
La doctrina constante de la Iglesia sostiene que el sacerdote está revestido de un carácter sagrado indeleble: Tu es sacerdos in aeternum. Y ante los ángeles y ante Dios continuará siendo sacerdote por toda la eternidad. Esa condición no se alterará nunca por más que el sacerdote cuelgue la sotana, que lleve un pulóver (sueter) rojo o de cualquier otro color o que cometa los peores crímenes. El sacramento del orden sagrado lo modificó en su naturaleza. Bien lejos estamos así del sacerdote "elegido por la asamblea para asumir una función en la Iglesia" y más aún del sacerdocio de tiempo limitado propuesto por algunos, según el cual el encargado del culto -pues no veo otra manera de designarlo- vuelve a ocupar su lugar entre los fieles. Esta visión desacralizada del ministerio sacerdotal lleva naturalmente a interrogarse sobre el celibato de los sacerdotes. Ruidosos grupos de presión reclaman su abolición, a pesar de las repetidas advertencias del magisterio romano. En los Países Bajos se registraron huelgas de ordenaciones por parte de seminaristas que querían obtener "garantías" sobre este asunto. No citaré las voces episcopales que se hicieron oír para urgir a la Santa Sede a considerar esta cuestión. Pero la cuestión ni siquiera se plantearía si el clero hubiera conservado el sentido de la misa y el sentido del sacerdocio. Pues la razón profunda se presenta ella misma cuando se comprenden bien estas dos realidades. Es la misma razón que hace que la Santa Virgen haya permanecido virgen: habiendo llevado en su seno a Nuestro Señor era justo y era conveniente que ella lo fuera. Asimismo el sacerdote, por las palabras que pronuncia en la Consagración, hace descender a Dios a la tierra. El sacerdote tiene una proximidad tal con Dios, ser espiritual, espíritu ante todo, que es bueno, justo y eminentemente conveniente que también él sea virgen y permanezca célibe. Se objetará que en el Oriente hay sacerdotes casados. Pero aquí no hay que engañarse, pues se trata sólo de una tolerancia. Los obispos orientales no pueden estar casados, ni tampoco aquellos que cumplen funciones de alguna importancia. Ese clero venera el celibato sacerdotal, que forma parte de la tradición más antigua de la Iglesia y que los apóstoles observaron desde el momento de Pentecostés; y aquellos que, como san Pedro, ya estaban casados continuaron viviendo con sus esposas, pero ya sin "conocerlas". Es notable el hecho de que los sacerdotes que sucumben a los espejismos de una presunta misión social o política contraigan casi automáticamente matrimonio. Ambas cosas van juntas. Quieren hacernos creer que los tiempos actuales justifican cualquier clase de abandono, que en las actuales condiciones de vida es imposible ser casto, que el voto de virginidad de los religiosos y las religiosas es un anacronismo. La experiencia de estos veinte años muestra que los ataques librados contra el sacerdocio con el pretexto de adaptarlo a la época actual son mortales para el sacerdocio. Ahora bien, no es posible siquiera imaginar una Iglesia sin sacerdotes, pues la Iglesia es esencialmente sacerdotal. ¡Triste época ésta que quiere la unión libre para los laicos y el matrimonio para los clérigos! Si el lector percibe en esta aparente falta de lógica una lógica implacable que tiene como objeto la ruina de la sociedad cristiana, cobra una buena visión de las cosas y formula un juicio exacto.
OTRO SACERDOTE FELIZ CON SU ESPOSA

VIII
"Se nos quiere imponer una religión nueva"
Entre los católicos a menudo he oído y continúo oyendo esta observación: "Se nos quiere imponer una religión nueva". ¿Es exagerada esta expresión? Los modernistas, que se han infiltrado abundantemente en la Iglesia y que llevan la voz cantante, trataron primero de tranquilizar a los católicos diciéndoles: "Pero no, ustedes tienen esa impresión porque las formas caducas fueron reemplazadas por otras, por razones que se imponían: ya no se puede rezar exactamente como se hacía antes, había que quitar el polvo, adoptar una lengua comprensible para los hombres de nuestro tiempo, practicar la apertura en dirección de nuestros hermanos separados... Pero, desde luego, nada ha cambiado". Luego esos modernistas tomaron menos precauciones y los más audaces hicieron declaraciones ya en pequeños grupos frente a gente convertida a su causa, ya públicamente. Un padre Cardonnel se ufanaba mucho al anunciar un nuevo cristianismo en el que estaría controvertida "la famosa trascendencia que hace de Dios el monarca universal" y se remitía abiertamente al modernismo de Loisy: "Si usted nació en una familia cristiana, los catecismos que aprendió son esqueletos de la fe". Y luego proclamaba: "Nuestro cristianismo se manifiesta mejor en la forma neocapitalista". El cardonal Suénens, después de haber reconstruido la iglesia a su manera, exhortaba a “abrirse al pluralismo teológico más amplio” y reclamaba el establecimiento de una "jerarquía de las verdades para establecer aquello que había que creer mucho, aquello que había que creer un poco y aquello que no tenía importancia.” En 1973 en locales del arzobispado de París, el padre Bernard Feillet daba un curso de manera oficial dentro del marco de la "Formación cristiana de los adultos" en el cual afirmaba una y otra vez: "Cristo no venció la muerte. Sucumbió a la muerte por la muerte... En el plano de la vida, Cristo fue vencido y todos nosotros seremos vencidos. Y la fe no está justificada por nada, la fe va a ser ese grito de protesta contra este universo que termina, como lo decíamos hace un instante, con la percepción de lo absurdo, con la conciencia de la condenación y con la realidad de la nada". Podría citar un número importante de este género de declaraciones que levantaron más o menos escándalo, que fueron más o menos desaprobadas y que a veces no lo fueron en modo alguno. Pero el pueblo cristiano en su gran mayoría huía de estas manifestaciones; si se enteraba de ellas por los diarios pensaba que se trataba de abusos sin ningún carácter general y no ponía en tela de juicio su propia fe. Ahora el pueblo cristiano ha comenzado a interrogarse al encontrar en manos de sus hijos libros de catecismo que ya no exponen la doctrina católica tal como era enseñada de manera inmemorial. Todos los nuevos catecismos están inspirados en mayor o menor grado en el Catecismo holandés, publicado por primera vez en 1966. Las proposiciones contenidas en esta obra parecían tan fraguadas y controvertidas, que el Papa encargo a una comisión de cardenales que la examinara; ésta se verificó en Gazzada, Lombardía, en abril de 1967.
Ahora bien, esta comisión señaló diez puntos sobre los cuales aconsejaba que la Santa Sede reclamara modificaciones. Era una manera de decir, de conformidad con los usos posconciliares, que esos puntos estaban en desacuerdo con la doctrina de la Iglesia-, unos años antes los habrían condenado rotundamente y el Catecismo holandés habría sido puesto en el Index. En efecto, los errores u omisiones señalados tocan a lo esencial de la fe. ¿Qué encontramos en este catecismo?
El Catecismo holandés
 ignora a los ángeles y no define a las almas humanas como creadas inmediatamente por Dios.
 Da a entender que el pecado original no fue transmitido por nuestros primeros padres a todos sus descendientes, sino que es algo que contraen los hombres por el hecho de vivir en la comunidad humana, en la que reina el mal; el pecado original tendría en cierto modo carácter epidémico.
 En ese catecismo no se afirma la virginidad de María-, no se dice que Nuestro Señor murió por nuestros pecados y fue enviado con ese fin por su Padre, ni que la gracia divina nos fue restituida a ese precio. En consecuencia, se presenta la misa como un banquete y no como un sacrificio.
 No se afirma de manera clara ni la Presencia real de Cristo, ni la realidad de la transubstanciación.
 La infalibilidad de la Iglesia y el hecho de que ésta posee la verdad desaparecieron de esta enseñanza, lo mismo que la posibilidad del intelecto humano de "tener acceso a los misterios revelados".
 Se llega así al agnosticismo y al relativismo. El ministerio sacerdotal queda rebajado. La dignidad de los obispos es considerada como un mandato que le habría confiado el "pueblo de Dios", y el magisterio de los obispos sería como una sanción de lo que cree la comunidad de los fieles. El Sumo Pontífice pierde su poder pleno, supremo y universal.
 La Santísima Trinidad, el misterio de las tres Personas divinas, no es presentado de una manera satisfactoria.


 la exposición que se hace en el catecismo de la eficacia de los sacramentos, de la definición del milagro, de la suerte reservada a las almas justas después de la muerte.
 La comisión señala las oscuridades en la explicación de las leyes morales y de las "soluciones de casos de conciencia" en las que se hace poco caso de la indisolubilidad del matrimonio.





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