San Pío X
CARTA ENCÍCLICA PASCENDI SOBRE LAS DOCTRINAS DEL MODERNISMO
Muy a nuestro pesar y dada la gravedad de la situación de la Iglesia, callar seria colaborar con los que sin escrúpulo destruyen a la Iglesia castísima esposa de Nuestro Señor Jesucristo. Antes (de 1960 para atrás) los enemigos obraban atacaban desde afuera a la Iglesia, Luego durante el pontificado de S. S. San Pío X se introdujeron en el mismo seno de la misma Iglesia, hoy ya están dentro de ella ocupándose, con un odio inaudito, en destruir aquello que fue instituido por Nuestro Señor Jesucristo en la persona de San Pedro. Nos desgarra el corazón como, sin compasión de ninguna índole, difunden no solo su “doctrina” MODERNISTA sino también sus purulentos errores y novedades infeccionando a todo el cuerpo místico militante quien, sin darse cuenta aspiran y asimilan tales errores y novedades pensando que es lo que quiere la Verdadera Iglesia fundada por Nuestro divino Maestro. Nada más alejado de esta realidad pues como dice el apóstol san Juan: “Que comunión hay entre la verdad y el error, entre la luz y las tinieblas”. Pero tan diabólicamente lo han sabido inocular el error que aun las almas mas versadas están asombradas de la malicia del demonio que por medio de ellos obra y, si así están estas almas, como lo estarán aquellas almas no instruidas en la verdad? Solo el sentido común les queda a estas últimas para ver los horrores introducidos en la Iglesia que las confunde y desanima por el momento, pero luego piden a Dios que tal situación en la Iglesia llegue a su fin y ver realizada plenamente, si Dios se los permite aquella tan luminosa y consoladora frase de S. S. San Pío X: “Omnia instaurare in Christo”
Precisamente no hay nadie más
autorizado para explicar este tema de los modernistas que nuestro gran santo,
he aquí su encíclica Paccendi Gregis sobre esta herejía denominada la “cloaca
de todas las herejías” como lo es el MODERNISMO
INTRODUCCIÓN
Al oficio de apacentar la
grey del Señor que nos ha sido confiada de lo alto, Jesucristo señaló como
primer deber el de guardar con suma vigilancia el depósito tradicional de la
santa fe, tanto frente a las novedades profanas del lenguaje como a las contradicciones
de una falsa ciencia. No ha existido época alguna en la que no haya sido
necesaria a la grey cristiana esa vigilancia de su Pastor supremo; porque jamás
han faltado, suscitados por el enemigo del género humano, hombres de lenguaje perverso»(1), «decidores de novedades y seductores»(2),«sujetos
al error y que arrastran al error»(3).
S. S. PIO XII CELEBRANDO LA MISA
Gravedad de los errores modernistas
1. Pero es preciso
reconocer que en estos últimos tiempos ha crecido, en modo extraño, el número
de los enemigos de la cruz de Cristo, los cuales, con artes enteramente nuevas
y llenas de perfidia, se esfuerzan por aniquilar las energías vitales de la
Iglesia, y hasta por destruir totalmente, si les fuera posible, el reino de
Jesucristo. Guardar silencio no es ya decoroso, si no queremos aparecer
infieles al más sacrosanto de nuestros deberes, y si la bondad de que hasta
aquí hemos hecho uso, con esperanza de enmienda, no ha de ser censurada ya como
un olvido de nuestro ministerio. Lo que sobre todo exige de Nos que rompamos
sin dilación el silencio es que hoy no es menester ya ir a buscar los
fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan, y ello es objeto de grandísimo
dolor y angustia, en el seno y gremio mismo de la Iglesia, siendo enemigos
tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados.
Hablamos, venerables hermanos, de un gran número de católicos seglares
y, lo que es aún más deplorable, hasta de sacerdotes, los cuales, so pretexto
de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y
teología, e impregnados, por lo contrario, hasta la médula de los huesos, con
venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del catolicismo,
se presentan, con desprecio de toda modestia, como restauradores de la Iglesia,
y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la
obra de Jesucristo, sin respetar ni aun la propia persona del divino Redentor,
que con sacrílega temeridad rebajan a la categoría de puro y simple hombre.
2. Tales hombres se
extrañan de verse colocados por Nos entre los enemigos de la Iglesia. Pero no
se extrañará de ello nadie que, prescindiendo de las intenciones, reservadas al
juicio de Dios, conozca sus doctrinas y su manera de hablar y obrar. Son
seguramente enemigos de la Iglesia, y no se apartará de lo verdadero quien
dijere que ésta no los ha tenido peores. Porque, en efecto, como ya hemos dicho, ellos traman la
ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro: en nuestros días, el
peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y
el daño producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo
conocen a la Iglesia. Añádase que han aplicado la segur no a las
ramas, ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas. Mas una
vez herida esa raíz de vida inmortal, se empeñan en que circule el virus por
todo el árbol, y en tales proporciones que no hay parte alguna de la fe
católica donde no pongan su mano, ninguna que no se esfuercen por corromper. Y
mientras persiguen por mil caminos su nefasto designio, su táctica es la más insidiosa y pérfida. Amalgamando en sus personas al racionalista y al católico,
lo hacen con habilidad tan refinada, que fácilmente sorprenden a los incautos.
Por otra parte, por su gran temeridad, no hay linaje de consecuencias que les
haga retroceder o, más bien, que no sostengan con obstinación y audacia. Juntan
a esto, y es lo más a propósito para engañar, una vida llena de actividad,
constancia y ardor singulares hacia todo género de estudios, aspirando a
granjearse la estimación pública por sus costumbres, con frecuencia
intachables. Por
fin, y esto parece quitar toda esperanza de remedio, sus doctrinas les han
pervertido el alma de tal suerte, que desprecian toda autoridad y no soportan corrección alguna; y
atrincherándose en una conciencia mentirosa, nada omiten para que se atribuya a
celo sincero de la verdad lo que sólo es obra de la tenacidad y del orgullo.
A la verdad, Nos habíamos
esperado que algún día volverían sobre sí, y por esa razón habíamos empleado
con ellos, primero, la dulzura como con hijos, después la severidad y, por
último, aunque muy contra nuestra voluntad, las reprensiones públicas. Pero no
ignoráis, venerables hermanos, la esterilidad de nuestros esfuerzos: inclinaron
un momento la cabeza para erguirla en seguida con mayor orgullo. Ahora bien: si
sólo se tratara de ellos, podríamos Nos tal vez disimular; pero se trata de la religión católica y de su
seguridad. Basta, pues, de silencio; prolongarlo sería un crimen. Tiempo es de
arrancar la máscara a esos hombres y de mostrarlos a la Iglesia entera tales
cuales son en realidad.
3. Y como una táctica de los modernistas
(así se les llama vulgarmente, y con mucha razón), táctica, a la
verdad, la más insidiosa, consiste en no exponer jamás sus doctrinas de un modo
metódico y en su conjunto, sino dándolas en cierto modo por fragmentos y
esparcidas acá y allá, lo cual contribuye a que se les juzgue fluctuantes e
indecisos en sus ideas, cuando en realidad éstas son perfectamente fijas y
consistentes; ante todo, importa presentar en este lugar esas mismas doctrinas
en un conjunto, y hacer ver el enlace lógico que las une entre sí,
reservándonos indicar después las causas de los errores y prescribir los
remedios más adecuados para cortar el mal.
LA "MISA NUEVA" En algun lugar del mundo
I. EXPOSICIÓN DE LAS DOCTRINAS MODERNISTAS
Para mayor claridad en
materia tan compleja, preciso es advertir ante todo que cada modernista
presenta y reúne en sí mismo variedad de personajes, mezclando, por decirlo así,
al filósofo, al creyente, al apologista, al reformador;
personajes todos que conviene distinguir singularmente si se quiere conocer a
fondo su sistema y penetrar en los principios y consecuencias de sus doctrinas.
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