I. — MADRE DE DIOS Y MADRE DE LOS HOMBRES
Por estas palabras aceptasteis el ser Madre de Dios; y en el mismo
instante concebisteis a Cristo,
Señor nuestro, ≪fuente
de toda vida celestial y revestido ya en vuestro seno virginal de la dignidad
de Cabeza de la Iglesia ≫. Al
pronunciar vuestro fiat, aceptasteis al mismo tiempo, en principio, el ser
Madre de todos los hombres. Y de hecho, Vos los daríais a luz, en medio de
dolores, treinta y tres años más tarde, al pie de la Cruz. Vos, en el Gólgota,
ofrecisteis a Jesús al Padre junto con el holocausto de vuestros derechos y de
vuestro amor de Madre, por todos los hijos de Adán, marcados con la mancha del
pecado original. De esta manera, Vos, que sois corporalmente la Madre de
nuestro Jefe, sois también, aunque espiritualmente, la Madre de todos sus
miembros, por un nuevo título de sufrimiento y de gloria≫ 10.
Dada
la intimidad en que la Stma. Virgen vivió con Jesús durante su vida mortal,
este no podía menos de descorrer el velo que la encubría estos misterios. En
los momentos en que ella concentraba sobre El todo el amor de que era capaz,
Cristo iniciaba a su Madre en el secreto de los más ardientes deseos de su
alma, asociándola poco a poco a su misión redentora y fortificando su Corazón,
con vistas a la hora para la cual había venido y en la cual salvaría a los
hombres muriendo sobre la Cruz. Los dos misterios de los dolores de la Virgen
Corredentora y los de su divino Hijo son casi tan insondables el uno como el
otro. Pero este abismo de sufrimientos, soportados para obtener a los hombres
la vida de la gracia, hace que vislumbremos un poco la intensidad del amor de
Maria a todos ellos. Su sacrificio nos demuestra que no retrocedió ante ningún
sacrificio, con tal de hacerse amante y caritativa.
Jesús,
después de partir al Cielo, debió dejar a su Madre en la tierra algunos años
para velar sobre los principios de la Iglesia naciente. Pero bien pronto la colocaría
por encima de toda criatura y, en medio de la admiración de multitud de
legiones celestiales, la asociaría íntimamente a su Reino. Reina, en adelante,
de los Cielos, podrá efectivamente ejercer con los hombres todos los deberes de
su maternidad, dejando libre curso a su misericordia y a su cariño para cada
uno de ellos en particular.
Cuando
Dios confía una determinada misión a los hombres, les concede siempre las
gracias que necesitan para cumplirla bien, sin inquietarse por la pobreza de
los instrumentos de que se sirve. Esta, que es una ley general, y se cumple de
un modo particular a propósito de los intermediarios que la Stma. Virgen elige
en sus apariciones, como por ejemplo en Lourdes, en Fátima..., debe aplicarse a
fortiori a la Stma. Virgen Maria misma, que posee en toda su plenitud todas las
cualidades que se requieren para darse cuenta de su oficio de Madre de los
hombres.
La
capacidad de amor que encierra el Corazón de Nuestra Señora es lo primero que
nos debe impresionar. Para formarnos una idea aproximada de ella, pongámosla en
parangón con todos los ejemplos de amor humano que se encuentran aquí abajo.
≪Yo creo, —dice
San Gabriel de la Dolorosa dirigiéndose a Maria, —yo creo que si se
reuniese el amor que todas las madres juntas tienen a sus hijos, el de los
esposos a sus esposas, el de todos los santos y santas a sus devotos, este amor
no igualaría al que Vos tenéis a una sola alma; y yo creo que todo el amor de
las madres a sus hijos no es más que una sombra, al lado del que Vos profesáis
a uno solo de nosotros≫.
De
hecho, somos impotentes para traducir el amor de la Virgen, si nos contentamos
con compararle, aun elevándole al máximum, con los que vemos entre los hombres.
Tenemos
que elevar humildemente nuestros ojos mucho más arriba, hasta el mismo Dios.
Maria no tiene, en efecto, dos maneras de amar: reservada una para Jesús y otra
para sus hijos de la tierra. Su Corazón es el mismo para todos. Siendo la
Virgen verdadera Madre de Cristo, el Todopoderoso le ha dado un corazón capaz
de amar al Dios hecho hombre Con un amor que no desdice del amor que el Padre
Eterno siente por su Único Hijo... Fijémonos en esta frase tan sencilla que
proyecta una claridad reveladora sobre el amor de la Virgen: !Este no desdice
del amor que el Verbo recibe eternamente de su Padre! Y este mismo amor se
inclina ahora sobre nosotros...
Por
otra parte, no permanece inactivo, sino que se apresura a emplear en su
servicio todas las demás perfecciones de la Reina del Cielo.
La
Omnipotencia de la Madre de Jesús es su primer auxiliar, en extremo útil. No es
por ventura Maria la ≪Omnipotencia
suplicante≫
—omnipotentia
supplex?— Ha
recibido tal plenitud de gracias para sí misma, —≪plena sibi≫— que se ha transformado en una ≪superplenitud≫ desbordante de gracias
para nosotros, —≪nobis
quoque superplena et supereffluens≫— 11.
Como
Madre de los hombres, está dispuesta a darles todo aquello que han menester. Y
como. Madre de Jesús, podrá Este rehusaría alguna cosa si lo puede conseguir
todo...? Falta saber si Maria conoce a todos los hombres, para que su amor y su
poder se puedan ejercitar verdaderamente sobre cada uno de ellos. Podremos dudar
de esto? El Evangelio no nos dice cual fue la ciencia de Maria en el Calvario,
pero podemos estar seguros de que conoce a todos los hombres por lo menos desde
el momento mismo en que fue admitida a gozar por toda una eternidad de la visión
beatifica. De la misma manera que los elegidos ven en Dios todo lo que les
interesa en la tierra, así para nuestra Señora no hay ningún hombre a quien
mire con indiferencia, puesto que todos son hijos suyos, los conoce
perfectamente y más íntimamente que ellos se conocen a sí mismos.
De
este modo, las diferentes perfecciones de la Sma. Virgen le permite inclinarse
sobre sus hijos de la tierra con una ternura verdaderamente maternal.
Su Corazón
la lleva instintivamente hacia su miseria, su sola gran miseria, la del pecado.
Van a ser inútiles los sufrimientos que, por arrancarles de ella, ha soportado
su divino Hijo? Maria no puede soportar este pensamiento y está dispuesta a
hacer todo lo que de Ella dependa para que no suceda así. Por otra parte, su Corazón
de Madre se conmueve a la sola idea del infierno que amenaza a muchos de
aquellos que le han sido confiados.
Así
que su primer cuidado es poner los medios para salvar a todos sus hijos.
Imposible
es, de todo punto, enumerar detalladamente las maravillas obradas por nuestra Señora
por la salvación de los hombres. Limitémonos a dos hechos vividos.
Es
impresionante poder comprobar cuántos individuos que hace muchos años no
practican la Religión piden, a veces espontáneamente, un sacerdote que les
encuentra muy bien dispuestos y les reconcilia con Dios. Tal es uno muy
conocido nuestro, que confidencialmente daba la razón de este cambio a uno de
sus amigos: Durante mi retiro de Primera Comunión, el Sr. Cura nos había dicho:
≪Hijos míos,
tomad la resolución de rezar todos los días, al despertar, tres Avemarias≫. Yo cumplí mi
palabra, siendo fiel en rezar a la Sma. Virgen, a pesar de que pronto caí en la
indiferencia para con Dios, y !Ella se ha compadecido de mi!
Se podían
multiplicar los ejemplos análogos que prueban que Maria tiene en cuenta las prácticas
piadosas más insignificantes hechas con buena voluntad, y se aprovecha de ellas
para guardar el camino de los corazones y obtenerles en tiempo oportuno la
gracia de la conversión. El Cura de Ars da de esto un testimonio que, aunque ya
muy conocido, no deja de ser impresionante: Salía un día de la iglesia, después
del catecismo de las once, para volver a la casa parroquial, cuando de repente
se para en medio de la gente, y dirigiéndose a una señora vestida de riguroso
luto, la dice al oído; ≪Se ha
salvado≫La
desconocida se sobresalto. M. Vianney repite: ≪Se ha salvado≫.
Un
gesto de incredulidad fue la única respuesta de la extranjera. Entonces el
santo, midiendo bien todas las palabras, añadió: ≪Os lo repito... que se ha salvado. Está en el purgatorio
y es preciso rogar por el... Entre la distancia que separa el pretil del
puente, del agua, ha tenido tiempo de hacer un acto de contrición. Es la Sma.
Virgen la que le ha obtenido esta gracia. Recordad el mes de Maria que se hacía
en vuestra habitación. Alguna que otra vez, vuestro esposo, aunque sin
religión, se unía a vuestra plegaria. Esto le ha merecido el arrepentimiento y
el perdón a última hora.
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