lunes, 15 de abril de 2019

LA PASION DE JESUCRISTO SEGÚN SANTO TOMAS DE AQUINO

CRISTO ANTE PILATOS

DE LA MODALIDAD DE LA PASION DE CRISTO

En las dos cuestiones precedentes trató Santo Tomás de la pasión, la cual, como resulta claro de los testimonios escriturarios, largamente aducidos, se ordena a nuestra salud En la cuestión presente se propone tratar de los modos como esa misma pasión alcanza los efectos a que en los planes divinos se ordena. Son estos modos cuatro: el mérito, la satisfacción, el sacrificio y la redención, El Angélico declara la diferencia de estos modos al fin de la cuestión, por estas palabras «La pasión de Cristo, considerada en cuanto a la voluntad de Cristo, fue causa de la salvación por vía de merecimiento en que si se considera la carne de Cristo que sufre, por vía de satisfacción; que nos libra del reato de la pena; por vía de redención en cuanto nos libra de la servidumbre, de la culpa , y por vía, de sacrificio, en cuanto nos reconcilia con Dios». Y completa estos cuatro puntos, expuestos en otros tantos artículos, con dos más que vienen a explicar otras modalidades más generales que alcanzan a los cuatro precedentes.
Como fundamento de todo esto es preciso asentar la doctrina que San Pablo nos propone en la Epístola a los Romanos, donde compara la obra de Adán y la de Jesucristo: Pues, como por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, y así la malicia pasó a todos los nombres, por cuanto todos habían pecado... Las palabras que preceden nos declaran cómo en Adán, cabeza del género humano, todos sus hijos pecaron; es decir, fueron constituidos pecadores y, en consecuencia, fueron privados de los privilegios que Adán había recibido al ser creado, Las palabras del Apóstol quedan en suspenso. Orígenes las completa de este modo: Así también por un hombre entró la justicia en este mundo, y por la justicia la vida, y así pasó a los hombres todos la vida, por la cual todos son vivificados», El Apóstol declara ampliamente, su pensamiento en lo que sigue del capítulo: Porque hasta la ley (de Moisés) había pecados en el mundo; pero como no existía la ley (positiva), el pecado, no existiendo la ley, no era imputado. Pero reino la muerte desde Adán hasta Moisés, aun sobre los que no habían pecado como peco Adán (quebrantando un precepto positivo), que es el tipo del que había de venir. Mas no es el don (de la gracia) como fue la transgresión, Pues, si por la transgresión de uno solo mueren muchos. Mucho más la gracia de Dios y el don gratuito de uno solo, Jesucristo, se difundirá copiosamente sobre muchos: Y no fue el don (de Cristo) lo que fue la obra de un solo pecador, pues por el pecado de uno solo vino el juicio para condenación, más el don, después de muchas transgresiones, acabo en la justificación.
Si, pues, por la trasgresión de uno soto reino la muerte, mucho más los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia reinan en la vida por obra de uno solo, Jesucristo. Por consiguiente, también por la justicia de uno solo llega a todos la justificación de la vida. Pues como por "la desobediencia de uno muchas fueron hechos pecadores, así también por la obediencia de uno muchos serán hechos justos. Se introdujo la ley para que abundase el pecado; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la, gracia, para que, como reinó el pecado por la muerte, así también reine la grada por la justicia para la vida eterna, por Jesucristo nuestro Señor (5,12-21).
Se, nos dispensará lo largo de la cita en atención a la importancia de la misma. Aquí asienta el Apóstol los principios que luego desarrolla, cuando trata de Cristo como cabeza de, su cuerpo místico (1 Coro 12; d. 1,22; 5,22-33).  

l. Los merecimientos de Cristo (a.1)

Esto asentado, el Angélico establece en su primer artículo que Cristo fue cause de nuestra salud por vía de merecimiento, pues con las grandes obras ejecutadas en honor de su Padre, no solo mereció para sí la exaltaci6n suprema, sino también para nosotros, con todas las gracia que para llegar allí, eran necesarias, pero, aquí se plantea una cuestión. Es cosa evidente que Cristo, en atención a la, dignidad infinita de su persona divina, mereció todo esto para sí y para los hombres con sola la humillación de la encarnación y luego, de nuevo con la más pequeña de sus obras o sufrimientos.
¿Cómo, pues, se atribuye a la pasión sola esta obra de salud? Porque el Padre, en sus planes sobre el remedio de los hombres, había puesto esta salvación en la vida penosa de Cristo, consumada en la cruz. Las cosas se suelen denominar por lo que en ellas hay de más principal, y por esto la obra redentora se atribuye a la pasión y a la cruz. Por otra parte, como todo en esta materia depende de la disposición divina, a ella nos hemos de atener. Dice Santo Tomás que «desde el principio, de su concepción nos mereció Cristo la salud eterna, pero que de nuestra parte existían ciertos impedimentos, que dificultaban la consecución del efecto de los precedentes méritos» (ad 2). Cuáles son esos impedimentos y qué ventajas tiene la pasi6n sobre las otras obras meritorias de Cristo, nos lo declara el Angélico en la cuestión 46 (a.4), donde prueba que la pasión fue el modo más conveniente para realizar la salvación humana. Y el lector podrá hallar en el P. Granada (Los frutos ¡le la santa cruz) la más completa declaración de este artículo de Santo Tomás.
       
 La satisfacción de Cristo (a.2)


'Uno de' los efectos del pecado es el ser ofensa le Dios como supremo legislador. Con el pecado el hombre ultraja el honor de Dios, al condescender con sus propios gustos y pasiones. En el derecho humano al que así obra se le impone una pena: de muerte, de trabajos forzados, de cárcel, de multa, etc., para satisfacer a la ley y a la sociedad ultrajada por el delincuente. Ni más ni menos la justicia divina exige también una satisfacción, impone alguna pena. Pues la pasión de Cristo fue la satisfacción plenísima de los pecados... no propios, que no tenía, sino la aquellos por quienes había sido constituido fiador.
111 .. El sacrificio de Cristo (a.3)
 La tercera manera de realizar nuestra salud es la del sacrificio. Es  éste el acto principal de la religión. Si miramos a la obra material, el sacrificio propiamente tal es la inmolación de una víctima, cuya sangre, recogida por el sacerdote, se derrama sobre el altar. En la sangre está la vida del animal sacrificado, y esa vida se ofrece por la vida del oferente. Pero, si penetramos en el hondo sentido de este acto, la víctima representa al mismo oferente; la sangre y la vida de aquélla, la vida y la sangre de éste, la expresión de su plena devoción a Dios. Por esto, Dios dice por su profeta que rechaza los sacrificios donde falta esa devoción sincera (ls. I,11ss) y, en cambio, acepta como verdadero sacrificio el de la alabanza cuando va acompañado de esa devoción (Ps. 50,14).
El sacrificio, sólo intentado, de Isaac, sustituido luego por un carnero, es la mejor declaración de la naturaleza del sacrificio, tal como nos lo declara la Sagrada Escritura, El sacrificio se ofrece para aplacar a Dios ofendido, para expiar los pecados del oferente, para dar gracias a Dios por las gracias recibidas, para alcanzar nuevos favores y, sobre todo, para reconocer el soberano dominio del Señor sobre el oferente.


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