CAPITULO 10
De
muchos otros medios que debemos usar cuando este cruel enemigo nos acometiere
con los primeros golpes.
Los
avisos que para remedio de esta enfermedad habéis oído son cosas que
ordinariamente habéis de usar, aunque sea fuera del tiempo de la tentación.
Ahora
oíd lo que habéis de hacer cuando os acometiere y os diere el primer golpe.
Señalad luego la frente o el corazón con la señal de la cruz, llamando con devoción
el santo nombre de Jesucristo, y decid: ¡No vendo yo a Dios tan barato! ¡Señor,
más valéis Vos, y más quiero a Vos! Y si con esto no se quita, abajad al
infierno con el pensamiento, y mirad aquel fuego vivo cuan terriblemente quema,
y hace dar voces y aullar y blasfemar a los miserables que ardieron acá con
fuegos de deshonestidad, ejecutándose en ellos la sentencia de Dios, que dice
(Apoc, 18, 7): Cuanto se glorificó en los deleites, tanto le dad de tormento y
lloro. Y espantaos de tan grave castigo—aunque justísimo—, que deleite de un momento
se castigue con eternos tormentos; y decid entre vos lo que San Gregorio dice: «Momentáneo es lo que
deleita, y eterno lo que atormenta.» Y si esto no os aprovecha,
subíos al cielo con el pensamiento, y se os represente aquella limpieza de castidad
que en aquella bienaventurada ciudad hay; y cómo no puede entrar allí bestia
ninguna, quiero decir, hombre bestial, y estaos un rato allá, hasta que sintáis
alguna espiritual fuerza con que aborrezcáis vos aquí lo que allí se aborrece
por Dios.
También
aprovecha dar con el cuerpo en la sepultura, según vuestro pensamiento, y mirar
muy despacio cuan hediondos y cuáles están allí los cuerpos de hombres y
mujeres.
También
aprovecha ir luego a Jesucristo puesto en la cruz, y especialmente atado a la
columna y azotado, y bañado en sangre de pies a cabeza, y decirle con entrañable
gemido: Vuestro virginal y divino cuerpo, Señor, tan atormentado y lleno de
graves dolores, ¿y yo quiero deleites para el mío, digno de todo castigo? Pues Vos
pagáis con azotes, tan llenos de crueldad, los deleites que los hombres contra
vuestra ley toman, no quiero yo tomar placer tan a costa vuestra, Señor.
También
aprovecha representar súbitamente delante de vos a la limpísima Virgen María,
considerando la limpieza de su corazón y entereza de cuerpo, y aborrecer luego
aquella deshonestidad que os vino, como tinieblas que se deshacen en presencia
de la luz. Mas si sabéis cerrar la puerta del entendimiento muy bien cerrada,
como se suele hacer en el íntimo recogimiento de la oración, según adelante
diremos, hallaréis con facilidad el socorro más a la mano que en todos los remedios
pasados. Porque acaece muchas veces que, abriendo la puerta para el buen
pensamiento, se suele entrar el malo; mas cerrándola a uno y a otro, es un volver
las espaldas a los enemigos, y no abrirles la puerta hasta que ellos se hayan
ido, y así se quedarán burlados.
También
aprovecha tender los brazos en cruz, hincar las rodillas y herir los pechos. Y
lo que más, o tanto como todo junto, es recibir con el debido aparejo el santo cuerpo
de Jesucristo nuestro Señor, el cual fue formado por el Espíritu Santo, y está
muy lejos de toda impuridad.
Es
remedio admirable para los males que de nuestra carne concebida en pecados (en
pecado original) nos vienen. Y si bien supiésemos mirar la merced recibida en entrar
Jesucristo en nosotros, nos tendríamos por relicarios preciosos, y huiríamos de
toda suciedad, por honra de Aquel que en nosotros entró. ¿Con qué corazón puede
uno injuriar su cuerpo, habiendo sido honrado con juntarse con el santísimo
cuerpo de Dios humanado? ¿Qué mayor obligación se me pudo echar? ¿Qué mayor motivo
se me pudo dar para vivir en limpieza, que mirar con mis ojos, tocar con mis
manos, recibir con mi boca, meter en mi pecho al purísimo cuerpo de nuestro
Señor Jesucristo, dándome honra inefable para que no me abata a vileza, y
atándome consigo, y dedicándome a Él por su entrada? ¿Cómo o con qué cuerpo
ofenderé al Señor, pues en este que tengo ha entrado el Autor de la puridad?
¿He comido a Él, y con Él a una mesa, ¿y serle he traidor ahora, ni en toda mi
vida? Así es razón que se estime esta merced, para que recibamos corona en nuestra
flaqueza. Mas si mal lo recibimos, o mal de Él usamos, sucede el efecto
contrario, y se siente el tal hombre más poseído de la deshonestidad, que antes
de haber comulgado.
Y si
con todas estas consideraciones y remedios la carne bestial no se asosegare, la
debéis tratar como a bestia, con buenos dolores, pues no entiende razones tan justas.
Algunos sienten remedio con darse recios y largos pellizcos, acordándose del
excesivo dolor que los clavos causaron a nuestro Señor Jesucristo; otros con
azotarse fuertemente, acordándose de cómo el Señor fue azotado; otros con
tender las manos en cruz, alzar los ojos al cielo, herirse el rostro, y con
otras cosas semejantes a éstas, con que causan dolor a la carne; porque otro
lenguaje en aquel tiempo ella no entiende. Y este modo leemos haber tenido los
Santos pasados, uno de los cuales se desnudó y se revolcó por unas espinosas
zarzas, y con el cuerpo lastimado y ensangrentado cesó la guerra que contra el ánima
había. Otro se metió en tiempo de invierno en una laguna de agua muy fría, en
la cual estuvo hasta que el cuerpo salió medio muerto, más el ánima muy libre
de todo peligro. Otro puso los dedos de la mano en una lumbre, y con quemarse
algunos de ellos cesó el fuego que atormentaba a su ánima. Y un mártir, atado
de pies y manos, con el dolor de cortarse con sus propios dientes la lengua,
salió vencedor de acuesta pelea. Y aunque algunas de estas cosas no se han de
imitar, porque
fueron
hechas con particular instinto del Espíritu Santo, y no según ley ordinaria,
mas debemos aprender de aquí que en el tiempo de la guerra, en que nos va la
vida del ánima, no nos hemos de estar quietos ni flojos, esperando que nos den
lanzadas nuestros enemigos, mas resurtir del pecado como de la faz de la
serpiente, según dice la Escritura (Eccli., 21, 2), y tomar cada uno el remedio
con que mejor se hallare, y según su prudente confesor le encaminare.
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