miércoles, 20 de febrero de 2019

AUDI, FILIA, ET VIDE, ETC. SAN JUAN DE AVILA



CAPITULO 6
De dos causas de las tentaciones sensuales; y que medios habernos de usar contra ellas cuando nacen de la impugnación del demonio.
Debemos mucho advertir que el remedió que habernos dicho de afligir la carne suele ser provechoso cuando la tentación nace de la misma carne, como suele acaecer a los mozos y a los que tienen buena salud y regalada su carne; y entonces aprovecha poner el remedio en ella, pues está en ella la raíz de la enfermedad.
Mas otras veces viene esta tentación de parte del demonio; y verse ha ser así, en que más combate con pensamientos y feas imaginaciones del alma, que con feos sentimientos del cuerpo; o si los hay, no es porque la tentación comience en ellos, mas comenzando por pensamientos, resulta el sentimiento en la carne; la cual algunas veces estando flaquísima y como muerta, están los malos pensamientos vivísimos, como a San Jerónimo acaecía, según él lo cuenta. Y tienen también otra señal, que es venir importunamente y cuando el hombre menos querría, y menos ocasión hay para ello. Y ni acatan reverencia a tiempos de oración, ni de misa, ni lugares sagrados, en los cuales un hombre, por malo que sea, suele tener acatamiento y abstenerse de pensar estas cosas. Y algunas veces son tantos y, tales estos pensamientos, que el hombre nunca oyó, ni supo, ni imaginó tales cosas como se le ofrecen. Y en la fuerza con que vienen, y cosas que oye interiormente, siente el hombre que no nacen de él, sino que otro las dice y las hace. Cuando estas y otras señales semejantes hubiere, tened por alerta que es persecución del demonio en la carne, y que no nace de ella, aunque se padece en ella.
La cual guerra es más peligrosa que la pasada, por querernos muy mal quien la hace, y por ser enemigo tan infatigable para guerrear, velando y durmiendo, y en todo tiempo y lugar.
Y el remedio de este mal es procurar alguna buena ocupación que ponga en cuidado y trabajo, con el cual pueda olvidar aquellas feas imaginaciones. Y a este intento procuró San Jerónimo, según él mismo lo cuenta, de estudiar la lengua hebrea con mucho trabajo, aunque no sin fruto, y dice: «Haz siempre alguna buena obra porque te halle el demonio bien ocupado.» Y también hablando en este propósito, de cuan provechosa es para esto la vida de los monasterios, le aconseja diciendo: «Y en ella cumplas cada día lo que te fuere encargado, y seas sujeto a quien no querrías, y vayas cansado a la cama, y andando te caigas dormido; y sin haber cumplido con el sueño seas constreñido te has de levantar, y digas tu Salmo cuando te viniere, y sirvas a los hermanos, y laves los pies a los huéspedes; y siendo injuriado, calles, y temas, como al señor al abad del monasterio, y le ames como a padre, y creas que todo lo que él te mandare es cosa que te conviene, y no juzgues a tus mayores, pues que tu oficio es obedecer y cumplir lo mandado, según dice Moisés (Deut., 6): Oye, Israel, y calla. Y estando ocupado en tantos negocios, no tendrás lugar para otros pensamientos; y pasando de una obra en otra, aquello solamente tendrás en la memoria, que de presente eres constreñido a hacer.» Esto dice San Jerónimo. Y conforme a esto, se usaba entonces en los monasterios ejercitar a los mozos en buenas ocupaciones, más que en soledad y larga oración, por el peligro que de parte de su carne y pasiones no mortificadas les puede y suele venir.
Aunque esta regla tiene excepciones, por haber en las personas disposiciones diversas y dones particulares de Dios; por lo cual con justa causa puede darse la oración larga al mozo y quitarse al viejo. Y dije que no ocupaban al mozo en larga oración: entiendo de aquella en la cual se gasta casi todo el tiempo, y se tiene como por oficio. Porque no tener algunos ratos de ella sería yerro muy grande, por los bienes que perdería; y porque aun para bien hacer la ocupación es menester ganar espíritu y fuerzas en la oración; que de otra manera suelen los ocupados quejarse y andar desabridos, como carro cargado y no untado con la blandura de la devoción.
Y estén advertidos los principiantes a que el demonio particularmente procura de traerles las tales imaginaciones al tiempo de la oración, por hacer que la dejen y descanse él. Porque aunque el demonio nos fatiga mucho con sus tentaciones, mucho más le fatigamos a él y le queman nuestras devotas oraciones; y por eso procura que no las hagamos, o que las hagamos mal hechas. Más nosotros debemos, como a porfía, trabajar todo lo que nos fuere posible por no dejar nuestro ejercicio, pues en la persecución que en él tenemos se demuestra bien cuan provechoso nos es. Y si tanto nos acosare la guerra haciendo la oración mentalmente, y sintiéremos mucho peligro por las tales imaginaciones, debemos a más no poder orar vocalmente, y herir nuestros pechos, lastimar nuestra carne, poner los brazos en cruz, alzar las manos y los ojos al cielo pidiendo socorro a nuestro Señor; de manera que, en fin, se gaste bien aquel rato que para orar teníamos diputado; o hacer algo que nos divierta (distraiga), especialmente hablar con alguna buena persona que nos esfuerce; aunque esto ha de ser a más no poder, porque no se vence nuestra flaqueza a querer vencer huyendo, y nos haga nuestro enemigo perder el lugar de nuestra pelea y las fuerzas de pelear; que, en fin, el Señor piadoso y poderoso mandará, cuando nos convenga, que nuestro adversario calle, y no nos impida nuestra secreta y amigable habla que solíamos tener con El.
CAPITULO 7
De la grande paz que Dios nuestro Señor da o los que varonilmente pelean contra este enemigo; y de lo mucho que conviene para vencerlo huir familiaridad de mujeres.

Todas estas escaramuzas se suelen pasar en esta guerra de la castidad, cuando el Señor lo permite para probar sus caballeros, si de verdad le aman a Él y a la castidad por quien pelean. Y después de hallados fieles, envía su omnipotente favor, y manda a nuestro adversario que no nos impida nuestra paz ni nuestra secreta habla con Él. Y goza el hombre entonces de lo trabajado, y sábele bien y le es de más meritorio.
Es también menester, y muy mucho, para guarda de la castidad, que se evite la conversación familiar de mujeres con hombres, por buenos o parientes que sean.
Porque las feas y no pensadas caídas que en el mundo han acaecido acerca de esto, nos deben ser un perpetuo amonestador de nuestra flaqueza, y un escarmiento en ajena cabeza, con el cual nos desengañemos de cualquiera falsa seguridad que nuestra soberbia nos quisiere prometer, diciendo que pasaremos sin herida nosotros flacos, en lo que tan fuertes, tan sabios y, lo que más es, tan grandes santos fueron muy gravemente heridos. ¿Quién se fiará de parentesco, leyendo la torpeza de Amnón con su hermana Thamar (2 Reg., 13, 8); con otras muchas tan feas, y más, que en el mundo han acaecido a personas que las ha cegado esta bestial pasión de la carne? ¿Y quién se fiará de santidad suya o ajena, viendo a Santo Rey y Profeta David, que fue varón conforme al corazón de Dios, ser tan ciegamente derribado en muchos y feos pecados por sólo mirar a una mujer? (2 Reg., 11, 2.)


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