Jesús con María y Martha
¿Quién podrá decimos lo que fue el
dolor de Cristo, y cual su intensidad? Teniendo en cuenta su ciencia, su amor y
su santidad incomparables, Jesús sufrió como puede sufrir un Hombre-Dios: ≪Un
Hombre-Dios vale más que millones de mundos≫.
Desde el momento, pues, en que ha querido sufrir, no es muy natural y sencillo
que haya sufrido... mas que todas las criaturas juntas? Sera exageración decir
que sus dolores son como un océano sin fondo y que todos los dolores de las
criaturas al lado de los suyos son como gotitas? El Verbo encamado, por el mero
hecho de haber querido sufrir, se constituyo como una parte de Dios en el
sufrimiento: se hizo una parte infinita, lo cual es imposible en absoluto, sino
que se hizo una parte infinitamente superior a la de sus criaturas. Cuando
reflexionamos sobre esto, se apodera de nosotros una especie de estupor. ! Que estúpidos
somos cuando nos parece que sufrimos mucho! Que son nuestras pobres e
insignificantes miserias en comparación de los dolores de Jesús? Queremos
tener una idea de la intensidad con que su alma fue torturada? Sondeemos cuanto
sufrieron los santos viendo a Dios ofendido. De uno de ellos se dice que se desvaneció
en el confesionario, creyendo haber cometido un pecado venial. Y, sin embargo,
los santos no tenían más que una idea muy débil de la santidad de Dios; pero
Cristo sabía bien lo que era.
Los sufrimientos morales de Jesús no
deben hacernos olvidar los horrores que sufrió su cuerpo, mientras duro la agonía.
Cuando llego la hora de las
tinieblas, ≪su hora≫
con tanto ardor deseada por amor nuestro, la Pasión con todas sus ignominias le
trituro y exprimió como al racimo en el lagar: Es el Justo, entregado a sus
enemigos, abandonado de los suyos, condenado inicuamente contra toda justicia y
contra toda ley, azotado, coronado de espinas, maldecido por el pueblo y
clavado en un infame patíbulo. Y mientras la tierra blasfema, y el Cielo parece
sordo, la divina e inocente victima expira entre dos criminales: ≪Nos
amo hasta el fin≫75.
II. Jesús nos amo
durante su vida terrenal
Todo lo que acabamos de recordar
prueba, hasta la saciedad, cuales fueron la delicadeza y la generosidad del
amor de Jesús al mundo. Sin embargo, partiendo de estos antecedentes, todavía nos
resta hacer un descubrimiento mucho más importante. Estamos convencidos de que
nuestro Señor amo a todos los hombres con un amor genérico, pero comprendemos que
los ama también con un amor particular, que tiene por objeto
a cada uno de ellos en particular? Hemos descubierto,
por cuenta propia, la amistad que tiene con nosotros? Como Dios —ya lo hemos
dicho— Jesús nos ama desde toda la eternidad.
Pero como hombre puede realmente
pensar en mi, perdido entre miles de millones de hombres? Y, si verdaderamente
lo puede, le puedo-yo interesar algo? Ya hemos recordado en otra parte la
maravillosa realidad de todo esto.
Desde el primer instante de su Encarnación
en el seno de la Virgen Maria, Jesús conoció a todos los hombres, pasados,
presentes y futuros, tanto por la visión beatifica, de la que su alma gozaba
ininterrumpidamente, como por su ciencia infusa. Como consecuencia, desde este
primer instante, Jesús nos amo a todos- Pero su pensamiento no es limitado ni
se divide como el nuestro; y así es cierto que Jesús me amo, a mí, personalmente con
todos los recursos de su Corazón que late por mí.
Nosotros no podemos ni suponer
siquiera la profundidad y la riqueza de su amor, porque nuestro Señor nos ama
tan perfectamente como el Padre le ama a El mismo: ≪Sicut
dilexit me Pater, et ego dilexi vos≫. ≪Yo os amo de la misma manera que el Padre me
ama a Mi≫ 77. .Comprendemos el alcance de esta afirmación?!El
amor de Jesús a nosotros es tan fuerte como el amor del Padre a su Hijo! Y yo
soy el objeto de ese amor, hasta tal punto, que se puede decir que Jesús se
encamo, como si yo fuese la única criatura que había de rescatar.
Del mismo modo que su pensamiento
humano me sigue a todas partes, así su amor no cesa jamás de ejercitarse
conmigo. Todos los actos de Cristo son una señal de amor por mí. El me ama en
el seno de su Madre, El me ama cuando nace en la cueva de Belén, El me ama
personalmente durante los treinta años que vive en Nazaret, dándome ejemplo y
mereciendo para mí las gracias necesarias para que algún día le pudiese seguir
por el mismo camino. Todos los actos y todas las palabras de su vida pública están
saturados del amor que me profesa. Lo mismo puede decirse de todos los detalles
de su Pasión, que El ofrecía por mí, mientras mis faltas le herían profundamente
en su amor. Por mi sufrió Jesús la agonía en el Huerto de las Olivas, se dejo
maniatar como un malhechor, arrastrar ante los jueces, escarnecer por la
chusma, azotar, coronar de espinas. Por mi llevo Jesús su Cruz y vivió las
horas terribles de la agonía física en el más completo abandono moral, y,
finalmente, murió, derramando hasta la última gota de su Sangre.
Pero no termino en el Calvario el
amor de Jesús. Desde mi nacimiento, me rodea de atenciones y cuidados
exquisitos. ! Cuantas pruebas personales de amor no ha dado a los que estamos aquí!
Y los que leyeren estas líneas evocaran con agradecimiento aquellas de que
ellos mismos han sido objeto.
El hizo que naciésemos, la mayor
parte, de familias cristianas. El nos ha preservado de los peligros del mundo;
y, si alguna vez hemos resbalado, nos ha venido a buscar. Nos ha llamado, nos
ha levantado, nos ha tomado dulcemente en sus brazos para volvernos al redil.
Luego, ha querido ganar completamente nuestro corazón introduciéndonos en su
intimidad. Resistimos, quizás; pero ha sabido vencernos con su amor. Como dice
San Benito, nos has escogido entre la multitud del pueblo78. Y si le
preguntamos: ≪Pero porque a mí, Señor?≫
nos responde: ≪No indagues, hijo mío, el por qué es un misterio: Yo te amo y basta≫.
III. El Maestro esta
aquí y te llama
Si reflexionásemos un poco sobre el
amor que Jesús nos tiene, quedaríamos atónitos. Acabamos de ver que esto no es
simplemente un hecho histórico, una cosa cuya realidad ya paso. No. Es una
realidad de todos los instantes.
Jesús está continuamente a nuestro
lado, siguiéndonos con su afecto, e invitándonos a hacer personalmente el
descubrimiento que nos dará la vida de amor. Porque, el amor llama al amor. Si
verdaderamente Jesús nos ama sin interrupción, no podemos permanecer
indiferentes; debemos amarle con todas nuestras fuerzas y entregarnos a El sin
reserva.
Pero El tiene bien conocida nuestra
impotencia; sabe que sin El nada podemos, y por eso viene El mismo a ensenarnos
a amarle. Sepamos escuchar su voz y comprender sus enseñanzas, —≪comprehenderé≫—.
Comprender vale tanto como tener un conocimiento personal de alguna cosa, y en
este caso, del amor de Cristo a nosotros. .No podría Jesús también hacemos este
reproche que San Juan Bautista dirigía a sus compatriotas: ≪En
medio de vosotros esta uno a quien no conocéis? ≫ 79.
Como podremos, pues, hacer
verdaderamente el descubrimiento de su amor, y saber la forma como debemos
responder a Él? Ciertamente que tenemos a la mano el Evangelio para ayudarnos
en esta tarea, pero con una condición al menos, y es, que lo leamos, o mejor,
lo meditemos, más con el corazón que con la inteligencia, y teniendo en cuenta que,
además de lo que aquí aprendamos, tenemos todavía mucho que hacer: ≪descubrir
a Jesús en el Tabernáculo≫. Porque Cristo no
se contento con dejamos un testimonio escrito de su vida, sino que quiso —nueva
prueba, y bien emocionante, de su amor— quedarse El mismo, realmente presente
en medio de nosotros. Deciduo seguir viviendo aquí abajo en la Hostia, para lo cual,
instituyo la Eucaristía y el sacerdocio, a fin de continuar amándonos, no solamente
desde lo alto del cielo, sino también muy cerquita de nosotros, sobre la
tierra, poniendo así a nuestra disposición un poderoso medio de conocerle más y
mejor, amarle con mas delicadeza y sacar de El la fuerza de que continuamente
necesitamos.
Jesús reside, pues, en el Tabernáculo.
! Allí esta! Lo que el Verbo, la Sabiduría increada, nos decía ya en la
Escritura, este mismo Verbo, Sabiduría increada, nos repite ahora: ≪Mis
delicias son el estar con los hijos de los hombres≫80.
Hay para quedarse estupefacto, y no creeríamos en ello si El mismo no lo
hubiera dicho y nos lo probara quedándose en la Hostia.
Corramos a postrarnos a sus pies, y allí
Jesús nos revelara su corazón, según su más ardiente deseo. Acercándonos a Él,
frecuentando su compañía, recibiremos sus gracias y sus luces, entraremos en su
intimidad, y de esa manera comprenderemos más fácilmente hasta que punto nos ha
amado y nos ama personalmente, conforme a un principio muy del agrado de San
Bernardo.
Es una experiencia que tenemos que
hacer con todo interés, sin la cual, nuestra fe en la divina presencia corre el
riesgo de quedar abstracta y fría.
Pero si frecuentamos la compañía de Jesús,
algún día, de la manera que El sabe hacerlo, se descubrirá y se nos
manifestara: ≪Qui autem diligit me... et Ego
diligan eum et manifestabo ei meipsum≫. ≪A quien me ama, yo también le amare y me
manifestare a el≫81. Entonces nuestra fe será ardiente, amorosa.
Nos convenceremos de que
verdaderamente Cristo nos ama: habremos comprendido,
y
este será un descubrimiento, que sentiremos no haberlo hecho antes.
Si !Jesús mío!, esta será para mí una
fecha importante, el comienzo de una nueva fase para mi vida interior; porque,
a partir de este momento, experimentare que Vos estáis verdaderamente en el Tabernáculo,
y que estáis allí con las mismas disposiciones con que os habéis manifestado en
el curso de vuestra vida mortal, con vuestra bondad, con vuestro amor, en una
palabra, con todas vuestras perfecciones. Sabré que estáis por mí,
personalmente.
Parece que oigo salir del Tabernáculo
vuestra voz que me dice lo que Marta decía a Maria: ≪El
Maestro está ahí y te llama≫82. Realmente así
es: Jesús esta allí y me llama. Cuanto más convencido este de esto, con más
gusto vendré a sus pies, para que me enseñe, como a Maria en Betania.
Comprenderé que El tiene deseos de comunicarse conmigo, Percibiré la voz que me
vuelve a decir: ≪Yo soy la luz del mundo≫83.
≪Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida≫
M. ≪Yo he venido para que tengan vida, y
que la tengan exuberante≫85. ≪El
que tenga sed, que venga a Mi y beba≫ 86.
En el Tabernáculo, cada uno de
nosotros descubrirá un Amigo verdadero, deseara vivir en continua unión con El,
irá a visitarle con frecuencia, y, poco a poco, comprenderemos la santa
impaciencia de Jesús por recibir nuestra visita, aunque solo dure algunos
minutos.
Si tuviésemos un hermano prisionero
en una celda, y nos concediesen autorización para hablarle siempre que
quisiésemos, no perderíamos ocasión de estar a su lado, aunque solo fuese unos
instantes, y con gusto nos apartaríamos un poco del camino para ir a saludarle.
.No deberíamos hacer esto mismo y con más razón tratándose de Jesús? No
tendríamos valor de pasar por delante de la puerta de una iglesia sin
detenernos; y cada vez que hiciésemos esta parada llena de amor, al instante se
nos concedería una gracia.
Si, a Jesús le complace ver cómo
vamos a Él, y !que prodiga en favores se muestra con aquellos que acuden con
confianza! Así, como en otro tiempo, las masas deseaban tocar aunque no fuese
más que el ruedo de su vestido, porque salía de Él una virtud que curaba todos
los enfermos87, del mismo modo, hoy, acerquémonos al Tabernáculo, toquemos al
Señor, no tanto con la mano o con el dedo, como con impulso inflamado del
corazón, con un acto de fe ardiente, humilde y confiada. Si establecemos este contacto
frecuente entre Cristo y nosotros, la gracia se deslizara insensiblemente, y
cuanto más dure este contacto, más intensa será la acción divina, ≪virtus
de illo exibat≫. No podemos estar el menor instante
al lado de Jesús, sin ser enriquecidos; si no fuera así, Dios dejaría de ser
Dios.
Vayamos, pues, a estar con Él, en la
medida y con toda la frecuencia que nuestras ocupaciones nos lo permitan.
Pero, por favor, no vayamos a la
Iglesia a ≪pasar el tiempo≫,
o por costumbre, porque han tocado la campana. Vayamos allá para encontrarnos
con Alguien. Y como este Alguien es la riqueza infinita, y tiene sed de dar, de
darse, sed de ser deseado —≪sitit sitiri Deus≫,
dice San Gregorio Nacianceno 88—-!Cuanto sufre de no poder dar todo lo que
quisiera porque no se le pide bastante; y sobre todo, porque se le demuestra
muy poca confianza! Pidamos, pues, deseemos, y mejor todavía, bebamos en esta
fuente, persuadidos de que nunca nos acercaremos a ella en vano.
Es verdad que, en ciertos momentos de
sequedad, nos parecerá que Jesús ya no está allí, que perdemos miserablemente
un tiempo precioso que pudiéramos emplear con más provecho en otras cosas. No
hagamos caso de nuestras impresiones. Tengamos valor para avivar nuestra fe en
su acción.
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