[ ... ] El que sigue
a Cristo, hombre perfecto, se hace también más hombre [et ipse magis homo fit]» (GS § 41 cit.) (Pero ¿no fue revelado que los que siguen a Nuestro Señor,
en fe y obras, reciben la potestatem filios Dei fieri [potestad de convertirse
en hijos de Dios] (Jn 1, 12)? ¡Ahora se nos dice, en cambio, que se
hacen "más hombres"! Si esto no es
signo de inversión doctrinal, ¿qué puede serlo?).
Nótese bien: el concilio, en lugar de
combatir la idea errónea de una dignidad superior
del hombre en cuanto hombre (que deriva de aquella otra, igual de errada, que postula su perfección y autosuficiencia intrínsecas), la
refuerza atribuyendo al hombre en cuanto tal, a todo hombre (cierto Nuestro
Señor derramo su sangre por todos, pero no “todos” la aprovechan sino mas bien muchos y “muchos” no es lo mismo que “todos”), una
redención objetiva y anónima por obra de Cristo. De suerte que no es el
movimiento en pro de los "derechos humanos"
el que se "imbuye" del espíritu
evangélico: este último, tal y como lo interpreta el ala progresista del
concilio, es el que se imbuye del espíritu destructivo e impugnador del
movimiento pro "derechos humanos", (es
decir, no es el Espíritu Santo quien informa estos “derechos humanos” sino que
es el espíritu de estos quienes informan al Espíritu Santo, esto es lo que
entiendo)
12.5 La estimación y aprecio que se hace de
la cultura identificada, sin más, con la noción neoiluminista
y cientificista de la corriente que en aquel tiempo incluía la
exaltación de la "conquista del cosmos"
léase universo; una estimación que conduce al concilio a elogiar sin rodeos la
cultura de masas, entonces en sus comienzos, en tanto que "humanismo" nuevo: «Con la expresión 'cultura', en general, se indica todo
aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades
espirituales y corporales; procura someter al mismo orbe terrestre con su
conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, etc.», y se propone
como fin último servir «de provecho a muchos; más aún: a todo el género humano»
(GS § 53). El concilio ve con satisfacción la emergencia de «una forma de cultura más universal», que, con la
contribución de la "cultura de masas" que «promueve y
manifiesta la unidad del género humano» (GS § 54): de suerte que se
puede decir que está naciendo un "nuevo
humanismo", proclive a la "unificación
del mundo", un humanismo a la altura de «la tarea que se nos ha impuesto de edificar un mundo mejor
en la verdad y en la justicia» (GS § 55).
Parecen frases sacadas de las actas o de
los carteles de cualquier sociedad mazziniana del
pasado. No cabe imaginar una valoración más errónea, más alejada de la realidad,
que ésta: ¡considerar la "cultura de
masas" nada menos que como artífice de un nuevo humanismo! (¡ella, que ha sido y sigue siendo uno de los rasgos
característicos de la barbarización de nuestras costumbres porque ha destruido
toda cultura verdadera, conduciéndonos al triste predominio de lo "políticamente
correcto"!) y llegamos a la mala pastoral. ¿Qué deben oponer
los católicos a esta "cultura" laicista (el
peor de cuyos aspectos, todo sea dicho, es el único encarado por el Vaticano
II), una "cultura"
cuyo desarrollo el concilio juzgaba pleno y positivo? ¿Acaso su visión del
mundo, fundada en lo sobrenatural? De ninguna manera, porque «se ha de desarrollar hoy la cultura humana de tal manera,
que cultive equilibradamente a la persona humana íntegra... » (GS §
56). La "cultura" es
antropocéntrica. Y los católicos deberán abrirse a esa cultura, cooperar con
ella, habida cuenta de «la importancia de la
obligación que les incumbe de trabajar con todos los hombres en la construcción
de un mundo más humano» (GS § 57). Deberán batirse por una cultura «de conformidad con la dignidad de la persona, sin distinción
de origen, sexo, nacionalidad, religión o situación social» (GS § 60). Se trata del tipo de cultura programado
por la ONU y sus instituciones, en la cual no
pueden por menos de desaparecer los rasgos característicos de la noción
católica de cultura.
En relación con lo anterior, el concilio
asegura que se debe aspirar a construir "el
hombre universal", educado mediante la "cultura universal"; por eso, los
cristianos deben "imbuir de espíritu humano y
cristiano" «las actividades
culturales colectivas propias de nuestro tiempo» (GS § 61). Esta
idea se repite en los textos del concilio: Lumen Gentium § 36 afirma, como se
ha visto, que los fieles seglares deben cooperar «al
progreso universal en la libertad humana y cristiana». A lo humano,
pues, se lo pone en el mismo plano que a lo cristiano, y hasta por encima,
porque la colaboración en el diálogo con el mundo -que constituye ahora la
misión especial- se fundamenta obviamente en los
valores humanos, a los cuales deben adaptarse los valores cristianos. El
decreto sobre el apostolado de los seglares (AA § 27) asevera que los valores
comunes humanos exigen también no rara vez la cooperación «con quienes no llevan el nombre cristiano, pero reconocen
estos valores», los cuales, pues, han de unir a los hombres por encima
de las religiones, tal y como lo quiere la religión de la Humanidad.
12.6 El aprecio que se profesa al
denominado "derecho a la información",
es decir, «a la obtención y divulgación de noticias» con base en una valoración
utópica de sus ventajas: «El intercambio público y
puntual de noticias sobre acontecimientos y cosas facilita a los hombres un
conocimiento más amplio y continuo de la actualidad, de modo que puedan
contribuir eficazmente al bien común y al mayor progreso de toda la sociedad
humana» (1M § 5).
La experiencia se ha encargado de demostrar
que nada de eso corresponde a la verdad: el bombardeo cotidiano de noticias de
todo tipo por parte de los medios de comunicación de masas no ha producido en
absoluto, en el grueso de los individuos "un
conocimiento más amplio y continuo de la actualidad", capaz de "contribuir eficazmente al bien común y al mayor
progreso de toda la sociedad humana"; ha producido, por el
contrario, una especie de saturación mental y la consiguiente tendencia
generalizada al embotamiento de la capacidad de discernir, de comprender
efectivamente el significado de los hechos, los cuales, entre otras cosas, se
olvidan con la misma rapidez con que se conocieron. Ya en tiempos del concilio
se comprendía que el circo planetario de la información es, en resumidas
cuentas, una gran fábrica de nada.
12.7 La valoración optimista del hombre
(como si su inteligencia y su voluntad no estuviesen heridas por el pecado
original), que se muestra casi en cada artículo de la Gaudium et Spes, carece
de cualquier conexión con la realidad, porque vuelve a proponer de hecho la idea
acristiana y utópica de un hombre bueno por naturaleza, de un género humano
naturaliter lleno hasta rebosar de los mejores sentimientos.
El hombre de la Gaudium el Spes (§§ 4-11)
aparece ocupado en ejercer su inteligencia y voluntad con solas sus fuerzas, en
investigar los signos de los tiempos y escrutarse a sí mismo, en comprender y
conquistar la naturaleza, en tomar conciencia positiva de su "dignidad de
sus derechos, limitado como mucho por las "contradicción" provocadas
por el desarrollo social. Nunca se dice que hay también, en él una tendencia
radical al mal, que entenebrece su juicio y desvía su voluntad, razón por la
cual no puede darse un juicio claro ni una voluntad recta sin ayuda de la
gracia (Jn 15, 5: «Sin mí no podéis hacer nada”.
Y no se dice tal verdad porque lo sobrenatural está excluido de hecho del "humanismo"
propugnado por el Vaticano II, cuyo optimismo nos brinda una imagen azucarada,
retórica y falsa del hombre y de sus aspiraciones. Párese mientes en este
pasaje: «Las personas
y los grupos sociales están sedientos de una vida plena y de una vida libre,
digna del hombre, poniendo a su servicio las inmensas posibilidades que les
ofrece el mundo actual» (GS § 9).
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