sábado, 18 de agosto de 2018

Qui pluribus Carta Encíclica Qui pluribus del Sumo Pontífice Pío IX sobre la Fe y la Religión

PIOIX

¿Quién puede ignorar que hay que prestar a Dios, cuando habla, una fe plena, y que no hay nada tan conforme a la razón como asentir y adherirse firmemente a lo que conste que Dios que no puede engañarse ni engañar, ha revelado? Pero hay, además, muchos argumentos maravillosos y esplendidos en que puede descansar tranquila la razón humana, argumentos con que se prueba la divinidad de la Religión de Cristo, y que todo el principio de nuestros dogmas tiene su origen en el mismo Señor de los cielos 4 , y que, por lo mismo, nada hay más cierto, nada más seguro, nada más santo, nada que se apoye en principios más sólidos. Nuestra fe, maestra de la vida, norma de la salud, enemiga de todos los vicios y madre fecunda de las virtudes, confirmada con el nacimiento de su divino autor y consumador, Cristo Jesús; con su vida, muerte, resurrección, sabiduría, prodigios, vaticinios, refulgiendo por todas partes con la luz de eterna doctrina, y adornado con tesoros de celestiales riquezas, con los vaticinios de los profetas, con el esplendor de los milagros, con la constancia de los mártires, con la gloria de los santos, extraordinaria por dar a conocer las leyes de salvación en Cristo Nuestro Señor, tomando nuevas fuerzas cada día con la crueldad de las persecuciones, invadió el mundo entero, recorriéndolo por mar y tierra, desde el nacimiento del sol hasta su ocaso, enarbolando, como única bandera la Cruz, echando por tierra los engañosos ídolos y rompiendo la espesura de las tinieblas; y, derrotados por doquier los enemigos que le salieron al paso, ilustró con la luz del conocimiento divino a los pueblos todos, a los gentiles, a las naciones de costumbres bárbaras en índole, leyes, instituciones diversas, y las sujeto al yugo de Cristo, anunciando a todos la paz y prometiéndoles el bien verdadero.
Y en todo esto brilla tan profusamente el fulgor del poder y sabiduría divinos, que la mente humana fácilmente comprende que la fe cristiana es obra de Dios. Y así la razón humana, sacando en conclusión de estos espléndidos y firmísimos argumentos, que Dios es el autor de la misma fe, no puede llegar más adentro; pero desechada cualquier dificultad y duda, aun remota, debe rendir plenamente el entendimiento, sabiendo con certeza que ha sido revelado por Dios todo cuanto la fe propone a los hombres para creer o hacer.
De aquí aparece claramente cuán errados están los que, abusando de la razón y tomando como obra humana lo que Dios ha comunicado, se atreven a explicarlo según su arbitrio y a interpretarlo temerariamente, siendo así que Dios mismo ha constituido una autoridad viva para enseñar el verdadero y legítimo sentido de su celestial revelación, para establecerlo sólidamente, y para dirimir toda controversia en cosas de fe y costumbres con juicio infalible, para que los hombres no sean empujados hacia el error por cualquier viento de doctrina. Esta viva e infalible autoridad solamente existe en la Iglesia fundada por Cristo Nuestro Señor sobre Pedro, como cabeza de toda la Iglesia, Príncipe y Pastor; prometió que su fe nunca había de faltar, y que tiene y ha tenido siempre legítimos sucesores en los Pontífices, que traen su origen del mismo Pedro sin interrupción, sentados en su misma Cátedra, y herederos también de su doctrina, dignidad, honor y potestad. Y como donde Crisóstomo Interpretatio in Isaiam cap. 1, 1 (Migne PG. 56, col. 14) está Pedro allí está la Iglesia 5 , y Pedro habla por el Romano Pontífice 6 , y vive siempre en sus sucesores, y ejerce su jurisdicción 7 y da, a los que la buscan, la verdad de la fe 8 , por esto, las palabras divinas han de ser recibidas en aquel sentido en que las tuvo y tiene esta Cátedra de San Pedro, la cual, siendo madre y maestra de las Iglesias 9  siempre ha conservado la fe de Cristo Nuestro Señor, íntegra, intacta. La misma se la ensenó a los fieles mostrándoles a todos la senda de la salvación y la doctrina de la verdad incorruptible.
Y puesto que ésta es la principal Iglesia de la que nace la unidad sacerdotal 10 , ésta la metrópoli de la piedad en la cual radica la solidez íntegra y perfecta, de la Religión cristiana 11 , en la que siempre floreció el principado de la Cátedra apostólica 12 , a la cual es necesario que por su eminente primacía acuda toda la Iglesia, es decir, los fieles que están diseminados por todo el mundo 13 , con la cual el que no recoge, desparrama 14 , Nos, que por inescrutable juicio de Dios hemos sido colocados en esta Cátedra de la verdad, excitamos con vehemencia en el Señor, vuestro celo, Venerables Hermanos, para que exhortéis con solícita asiduidad a los fieles encomendados a vuestro cuidado, de tal manera que, adhiriéndose con firmeza a estos principios, no se dejen inducir al error por aquellos que, hechos abominables en sus enseñanzas, pretenden destruir la fe con el resultado de sus progresos, y quieren someter impíamente esa misma fe a la razón, falsear la palabra divina, y de esa manera injuriar gravemente a Dios, que se ha dignado atender clementemente al bien y salvación de los hombres con su Religión celestial.
Conocéis también, Venerables Hermanos, otra clase de errores y engaños monstruosos, con los cuales los hijos de este siglo atacan a la Religión cristiana y a la autoridad divina de la Iglesia con sus leyes, y se esfuerzan en pisotear los derechos del poder sagrado y el civil. Tales son los nefandos conatos contra esta Cátedra Romana de San Pedro, en la que Cristo puso el fundamento inexpugnable de su Iglesia. Tales son las sectas clandestinas salidas de las tinieblas para ruina y destrucción de la Iglesia y del Estado, condenadas por Nuestros antecesores, los Romanos Pontífices, con repetidos anatemas en sus letras apostólicas 15 , las cuales Nos, con toda potestad, confirmamos, y mandamos que se observen con toda diligencia 16 . Tales son las astutas Sociedades Bíblicas, que, renovando los modos viejos de los herejes, no cesan de adulterar el significado de los libros sagrados, y, traducidos a cualquier lengua vulgar contra las reglas santísimas de la Iglesia, e interpretados con frecuencia con falsas explicaciones, los reparten gratuitamente, en gran número de ejemplares y con enormes gastos, a los hombres de cualquier condición, aun a los más rudos, para que, dejando a un lado la divina tradición, la doctrina de los Padres y la autoridad de la Iglesia Católica, cada cual interprete a su gusto lo que Dios ha revelado, pervirtiendo su genuino sentido y cayendo en gravísimos errores. A tales Sociedades, Gregorio XVI, a quien, sin merecerlo, hemos sucedido en el cargo, siguiendo el ejemplo de los predecesores, reprobó con sus letras apostólica 17, y Nos asimismo las reprobamos.
Tal es el sistema perverso y opuesto a la luz natural de la razón que propugna la indiferencia en materia de religión, con el cual estos inveterados enemigos de la Religión, quitando todo discrimen entre la virtud y el vicio, entre la verdad y el error, entre la honestidad y vileza, aseguran que en cualquier religión se puede conseguir la salvación eterna, como si alguna vez pudieran entrar en consorcio la justicia con la iniquidad, la luz con las tinieblas, Cristo con Belial 18. Tal es la vil conspiración contra el sagrado celibato clerical, que, ¡oh dolor! algunas personas eclesiásticas apoyan; quienes, olvidadas lamentablemente de su propia dignidad, dejan vencerse y seducirse por los halagos de la sensualidad; tal la enseñanza perversa, sobre todo en materias filosóficas, que a la incauta juventud engaña y corrompe lamentablemente, y le da a beber hiel de dragón 19 en cáliz de Babilonia 20 , tal la nefanda doctrina del comunismo 21 , contraria al derecho natural, que, una vez admitida, echa por tierra los derechos de todos, la propiedad, la misma
2. Tertuliano, De praescript. contra haer., cap. 8.
5. S. Ambrosio, in Ps. 40, 30 (Migne PL. 14, Colec. Conc. 6, col. 971-A 1134-B).
6. Concilio de Calcedonia.. Actio 2 (Mansi Collec. Gonc. 6, col. 971-A).
7. Concilio de Efeso Actio 3 (Mans. Collec. Canco 4, col. 1295-C).
8.  S. Pedro Crisólogo Epist. ad Eutychen (Migne PL. 52, col. 71-D).
9. Concilio de Trento sesi´on 7, De baptismo. canon III (Mansi. Callo Canco 33, col. 53).
10. S. Cipriano Epist. 55 al Pont´ıfice Cornelio (Migne PL. 3, Epist. 12 Corn., col. 844-845).
11. Cartas sinod. de Juan de Constantinopla al Pont´ıfice Hormisdas y Sozom. Historia lib. 3, cap. 8.
12. San Agustn. Epist. 162 (Migne PL. [Epist. 43, 7] 33, col. 163).
13. San Ireneo. lib. 3, Contra herejes, cap. 3 (Migne PG. 7-A, col. 849-A).
14. S. Jer´onimo, Epist. 15, 2, al Papa D´amaso (Migne PL. 22, col. 356).
3Rom. 13, 2.
15. Clemenle XII, Const. In eminenti, 28-IV- 1738. (Gasparri, Fontes 1, 656); Benedicto XIV, Const. Providas, 18-V-1751 (Gasparri, Fontes II, 315); P´ıo VII, Const. Ecclesiam a Jesu Christo, 13-IX-1821 (Fontes, II, 721); Le´on XII, Const. Quo graviora 13-III-1825 (Fontes, II, 727).
16. Ver Le´on XIII, Encicl. Humanum Genus, 20-IV-1884, contra las sectas, espec. La masónica.
17. Gregorio XVI, Encicl. a todos los Obispos Inter Praecipuas, 6-V-1844
18II Corint. 6, 15.
19. Deut. 32, 33.
20. Jerem. 51, 7.
21. Ver a prop´osito de este tema a Le´on XIII,, Encicl. Quod apostolici, 28-XII-1878; ASS. 11, 369. Rerum Novarum, 15-V-1891; ASS. 23 (1890-91) I641; P´ıo XI, Encicl. Quadragesimo Anno, 15-V-1931 y Divini Redemptoris, 19-III-1937.


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