Es un
grave error juzgar al presidente Trump según los criterios de la clase
dirigente de Washington y sin tener en cuenta la Historia y la cultura de
Estados Unidos. También lo es interpretar sus actos según las normas del
pensamiento europeo. Su defensa de la posesión de armas o de los manifestantes
racistas de Charlottesville no tiene nada que ver con un apoyo a los
extremismos sino sólo con la promoción de la Bill of Rights. Thierry Meyssan
explica la corriente de pensamiento que Donald Trump representa y hace un
balance de sus importantes realizaciones económicas, políticas y militares. El
autor plantea también la cuestión de los límites del pensamiento político
estadounidense y de los riesgos que implica el desmantelamiento del «Imperio
americano».
Durante
la campaña previa a la elección presidencial estadounidense de 2016, Donald
Trump se comprometió a respetar las reglas del Partido Republicano. Nadie creía
entonces en su capacidad para lograr la victoria. Pero Trump basó su campaña en
los fundamentos históricos de ese partido, olvidados desde hace tiempo por sus
políticos, y eliminó así a todos sus rivales. Hasta el momento mismo del
anuncio de su victoria, los sondeos lo daban como perdedor. De la misma manera,
ahora afirman que no podría lograr la reelección.
a hace
casi un año que el presidente Trump llegó a la Casa Blanca. Se hace ahora posible
discernir sus ambiciones políticas, a pesar del destructivo enfrentamiento que
se desarrolla en Estados Unidos entre sus partidarios y sus adversarios, en
detrimento de todos.
Comprobar
los hechos resulta muy difícil, tanto más cuanto que el mismo Trump se encarga
de disimular sus principales realizaciones tras un cúmulo de declaraciones y
tweets contradictorios y porque su oposición, a través de sus propios medios de
difusión, lo presenta como un loco.
Ante
todo, desde los tiempos de la Guerra de Secesión, Estados Unidos nunca había
estado tan dividido como ahora. Ambos bandos se muestran muy violentos y
algunos de los protagonistas dan prueba de una tremenda mala fe. Para entender
lo que sucede tenemos primero que hacer abstracción de los intercambios más
rudos y determinar lo que representa cada uno de esos protagonistas.
Estados
Unidos es un país creado a la vez por los «Padres Peregrinos» («Pilgrim
fathers»), o sea los puritanos que llegaron a América a bordo del Mayflower,
cuya llegada se festeja con el «Thanksgivin» o «Día de Acción de Gracias», y
por una multitud de migrantes provenientes del norte de Europa.
Los
«Padres Peregrinos» eran sólo un grupúsculo pero tenían un proyecto religioso y
político: crear una «Nueva Jerusalén», organizada según la Ley de Moisés, y
alcanzar la pureza. Al mismo tiempo, pretendían continuar en América el
enfrentamiento entre el Imperio Británico y el Imperio Español. Los
inmigrantes, por su parte, querían hacer fortuna en un país que creían vacío,
sin habitantes, sin trabas, sin gobierno, exceptuando las autoridades locales.
Ambos grupos forman un conjunto que los sociólogos designan con las siglas WASP
por White Anglo-Saxon Protestant, o sea “Blancos Anglosajones Protestantes”.
Al
redactarse la Constitución estadounidense, los «Padres Fundadores»
representaban mayoritariamente a los puritanos. Bajo el impulso de Alexander
Hamilton, concibieron un texto antidemocrático, que reproducía el
funcionamiento de la monarquía británica pero transfiriendo el poder de la gentry
a las élites locales, representadas por los gobernadores. Aquel texto provocó
la cólera de los inmigrantes llegados del norte de Europa, que habían luchado y
derramado su sangre durante la Guerra de Independencia.
Pero
en lugar de reescribir la Constitución y reconocer la soberanía popular, se le
agregó –por iniciativa de James Madison– la decena de Enmiendas que conforman
la «Bill of Rights» o «Carta de Derechos». Agregado a la Constitución, este
documento garantizaba a los ciudadanos la posibilidad de defenderse de la
«Razón de Estado» recurriendo a los tribunales. El conjunto conformado por
ambos textos estuvo en vigor durante dos siglos, satisfaciendo a ambos grupos.
El 13
de septiembre de 2011, el Congreso de Estados Unidos adoptó precipitadamente la
USA Patriot Act, conocida en español como «Ley Patriótica» o «Acta Patriótica»,
un código antiterrorista muy voluminoso. Este documento, que había sido
preparado en secreto en años anteriores a los atentados del 11 de septiembre de
2001, suspende la Bill of Rights ante toda circunstancia vinculada al
terrorismo. Desde entonces, los Estados Unidos del presidente republicano
George Bush Jr. –descendiente directo de uno de los puritanos del Mayflower– y
de su sucesor demócrata Barack Obama han sido gobernados única y exclusivamente
según los principios puritanos modernos –que ahora incluyen el
multiculturalismo, derechos diferentes para cada comunidad y una jerarquía
implícita entre esas comunidades.
Donald
Trump se presentó a la elección presidencial como candidato de los inmigrantes
llegados del norte de Europa, o sea de los WASP no puritanos. Basó su campaña
electoral en la promesa de devolverles el país confiscado por los puritanos e
invadido por hispanos que rechazan integrarse a su cultura. Su divisa «America
First» debe interpretarse como la restauración del «American Dream», el sueño
estadounidense de hacer fortuna, frente al proyecto imperialista puritano y la
ilusión del multiculturalismo.
La
defensa de la Bill of Rights comprende el derecho a manifestar, incluso para
los grupos extremistas, estipulado en la 1ª Enmienda, y el derecho de los
ciudadanos a portar armas para resistir a los posibles excesos del Estado
federal, derecho estipulado en la 2ª Enmienda. Es por tanto perfectamente
legítimo que el presidente Trump haya respaldado el derecho de los grupos
racistas de Charlottesville a manifestar y que haya expresado apoyo a la
National Rifle Association (NRA), defensora de la posesión de armas. Esta
filosofía política puede parecer absurda a los no estadounidenses, pero
corresponde a la Historia y la cultura de Estados Unidos.
Los
dos poderes más importantes de un presidente estadounidense son:
- el
poder de nombrar a miles de altos funcionarios,
- la
posibilidad de determinar objetivos militares.
Pero
resulta que Donald Trump dispone sólo de algunas decenas de seguidores fieles
para cubrir miles de plazas de funcionarios y que el Pentágono ya cuenta con su
propia doctrina estratégica. Trump está por tanto obligado a determinar cuáles
son las decisiones capaces de modificar el sistema y reservarse para ellas.
Desde
su llegada a la Casa Blanca, Trump ha venido actuando efectivamente para:
-
desarrollar la economía y limitar el control que ejerce sobre ella el mundo de
la finanza;
-
desmantelar el «Imperio Americano» y restaurar la República, o sea el Interés
General;
-
defender la identidad WASP y expulsar a aquellos que, entre los hispanos, se
niegan a integrarse a la cultura estadounidense.
Trump
acaba de poner a Jerome Powell a la cabeza de la Reserva Federal. Es la primera
vez que esa institución tiene un presidente que no es economista sino jurista.
Su misión será poner fin a la política monetarista y a las reglas en vigor
desde la derrota de Estados Unidos en Vietnam y el fin de la convertibilidad
del dólar en oro. Jerome Powel tendrá que concebir nuevos reglamentos que
pongan el capital al servicio de la producción y no de la especulación, como
hasta ahora sucede.
La
reforma fiscal de Donald Trump debería suprimir todo tipo de exoneraciones y
reducir las tasas sobre las empresas de 35 a 22%, o incluso a 20%. Los expertos
están divididos en cuanto a saber qué clases sociales van a beneficiarse con
esas medidas. Lo único seguro es que, vinculada con la reforma aduanera, hará menos
rentables los numerosos puestos de trabajo que las transnacionales han
transferido al extranjero y llevará a que diversas industrias regresen a suelo
estadounidense.
En el
plano internacional, Trump ha puesto fin al reclutamiento de nuevos yihadistas
y al apoyo que ciertos Estados aportaban a esos elementos, exceptuando el
respaldo del Reino Unido, Qatar y Malasia, que siguen aplicando esa política.
Sin embargo, no ha detenido la implicación de empresas transnacionales y de
altos funcionarios internacionales en la organización y financiamiento del
yihadismo.
En vez
de disolver la OTAN, como había pensado hacerlo inicialmente, la transformó
obligándola a abandonar el uso del terrorismo como método de guerra y la ha
llevado a convertirse en una alianza antiterrorista.
Trump
sacó además a Estados Unidos del Tratado Transpacífico de Cooperación
Económica, concebido contra China. En agradecimiento, Pekín redujo
considerablemente sus derechos de aduana, demostrando así que es posible
instaurar la cooperación entre Estados en lugar de la anterior situación de
enfrentamiento.
En el
plano interno, el presidente Trump puso al juez Neil Gorsuch en la plaza que
estaba vacante en la Corte Suprema, instancia encargada de hacer evolucionar la
interpretación de la Constitución, lo cual incluye la Bill of Rights. El juez
Gorsuch es un magistrado célebre por sus estudios sobre el sentido original de
esos textos y parece, por tanto, capaz de restablecer el compromiso básico de
la creación de Estados Unidos.
Aunque
ese balance resulta muy satisfactorio para los electores del presidente Trump,
es aún demasiado pronto para saber si facilitará la integración de los no WASP
o si provocará, por el contrario, que sean expulsados de la comunidad nacional.
Según el especialista en geopolítica mexicano Alfredo Jalife, dos terceras
partes de los hispanos que no hablan inglés en Estados Unidos viven en
California, territorio robado a México. Donald Trump pudiera verse tentado a
resolver el problema cultural y demográfico de Estados Unidos favoreciendo la
secesión de ese Estado, o sea el llamado «Calexit», expresión inspirada en el
ya célebre «Brexit». En ese caso, la Casa Blanca tendría que enfrentar los
problemas que plantearía la pérdida de la industria del espectáculo con sede en
Hollywood, de la industria del software asentada en Silicon Valley y, sobre
todo, perder la base militar de San Diego. La operación que la Casa Blanca y
sus enlaces han iniciado en Hollywood, al calor del caso Weinstein, parece
indicar que ese proceso ya está en marcha.
La
secesión de California podría iniciar un desmantelamiento étnico de Estados
Unidos hasta reducir ese país al territorio inicial de los 13 Estados que
adoptaron la Constitución, incluyendo la Bill of Rights. Esa es, en todo caso,
la hipótesis formulada hace tiempo por el especialista ruso en geopolítica Igor
Panarin.
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