El presidente Emmanuel Macron (aquí frente al príncipe heredero del trono saudita, Mohamed ben Salman), no es el único responsable de la humillación que le inflingió el rey de Arabia Saudita. Está pagando también por los crímenes que cometieron sus predecesores, además de su propia incapacidad para fijar una nueva política de París para el Medio Oriente.
En su
precipitado viaje a Riad, para “rescatar” al primer ministro del Líbano,
retenido allí con su familia, el presidente francés Emmanuel Macron sufrió una
afrenta pública sin precedente. La prensa de Francia y de Occidente ha hecho
todo lo posible por ocultar parte de lo sucedido, pero la opinión pública árabe
ha podido comprobar la pérdida vertiginosa de prestigio y de influencia de
Francia en el Medio Oriente.
Nota del autor del articulo: Este artículo es
continuación del trabajo titulado «Golpe palaciego en Riad»
La
renuncia del primer ministro libanés Saad Hariri, desde Riad, y
su discurso televisivo anti-persa no han logrado provocar
en Líbano el enfrentamiento esperado. Peor aún, su eterno
adversario, el dirigente chiita Hassan Nasrallah, secretario general del
Hezbollah, se dio el lujo de defenderlo, revelando que Hariri estaba
preso en Riad y denunciando la injerencia de Arabia Saudita en la
vida política libanesa. En pocas horas, la comunidad religiosa
(sunnita) a la que pertenece Hariri comenzó a preocuparse por su jefe.
Por su
parte, el presidente del Líbano, Michel Aoun, que es cristiano, denunció un «secuestro»
y rechazó la renuncia, evidentemente forzada, hasta que Hariri venga a Beirut a
entregársela personalmente. Mientras que algunos líderes de la Corriente
del Futuro, el partido de Hariri, afirmaban que su jefe estaba libre
y saludable, el conjunto de los libaneses reclamaban en bloque
su liberación. Todos comprendieron que el breve viaje de Saad Hariri a los
Emiratos Árabes Unidos y sus fugaces apariciones no eran más que una
cuestión de imagen ya que su familia se halla retenida en el
hotel Ritz-Carlton de Riad, junto a cientos de personalidades sauditas
arrestadas. Todos se dieron cuenta también de que al rechazar la dimisión
del primer ministro, el presidente Michel Aoun actuaba como un estadista y
conservaba el único medio que pudiera permitir la liberación de Saad Hariri.
Francia
es la ex potencia colonial que ocupó el Líbano hasta la Segunda Guerra Mundial
y por mucho tiempo ha impuesto su voluntad en ese país, al que actualmente
utiliza como una especie de sucursal en el Levante y como paraíso fiscal.
Personalidades libanesas han estado implicadas en todos los escándalos
político-financieros que han sacudido Francia en los 30 últimos años.
Actuando
como protector del Líbano, el presidente francés Emmanuel Macron repetía en
estos días que era necesario que el primer ministro Saad Hariri regresara a
Beirut.
Por un
azar de la agenda, el presidente Macron tenía que viajar a Abu Dabi el 9
de noviembre para inaugurar allí el llamado «Louvre de las Arenas»,
así que no podía dejar pasar la oportunidad de tomar la iniciativa.
Durante su campaña electoral, este sucesor de «Chirac el Árabe»,
«Sarkozy el Qatarí» y «Hollande el Saudita»
no se cohibió para decir todo lo malo que pensaba de Doha y Riad
y, a pesar de no sentir simpatía por ninguna de las monarquías del Golfo,
acabó acercándose, por defecto, a los emiratíes. Ante lo sucedido con
Saad Hariri, el equipo de trabajo del presidente de Francia trataba de
organizar una escala de Macron en Riad para traer de allí al primer
ministro libanés. Pero el rey Salman de Arabia Saudita se negaba a recibir
al francesito.
Desde
el punto de vista del Consejo de Cooperación del Golfo (o sea, de
todos los países árabes de esa región), Francia fue durante los 7 últimos
años un aliado seguro contra Libia y contra Siria. Participó
militarmente –tanto de manera pública como en secreto– en todos los golpes
bajos contra esos dos países y proporcionó el paraguas diplomático
así como el discurso justificativo para esas agresiones. Pero ahora, ante
una Libia donde reina el caos y una Siria que –contradiciendo todos
los planes– está ganando la guerra, Francia permanece totalmente
confundida e inerte. El nuevo inquilino del palacio del Elíseo, Emmanuel
Macron, no sabe absolutamente nada sobre esta región del mundo, al extremo
que un día expresa reconocimiento a la República Árabe Siria y al día
siguiente profiere insultos contra su presidente electo. Por otra
parte, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos recibieron con extremo
desagrado las declaraciones del presidente Macron llamando a la desescalada
frente a Qatar. Para Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, conociendo
los esfuerzos que han iniciado para romper con los yihadistas, resulta
inaceptable tolerar el apoyo que Qatar sigue aportándo a los terroristas.
La
inauguración del «Louvre de las Arenas» era una buena ocasión para
pronunciar un bonito discurso sobre la cultura que nos une, un show que ya
venía incluido en el paquete de 1 000 millones de dólares pactado
desde hace tiempo entre Francia y los Emiratos. Después de haber llenado esa
formalidad, el presidente Macron trató de averiguar con el jeque Mohamed
ben Zayed lo que estaba sucediendo en la vecina Arabia Saudita y de
informarse sobre la suerte de Saad Hariri.
Los
emiratíes, se diferencian de los beduinos de Arabia Saudita en que son un
pueblo de pescadores. Los beduinos vivieron siglos moviéndose por el
desierto mientras que los ancestros de los emiratíes recorrían los mares.
Debido a esa particularidad, los colonizadores británicos pusieron a
los emiratíes bajo la autoridad del llamado Imperio de las Indias o «Raj
británico», lo cual implica que no dependían de Londres sino
de Delhi. Hoy en día, los Emiratos Árabes Unidos han invertido
los ingresos provenientes de la venta de su petróleo en la compra de
unos 60 puertos en 25 países, entre ellos el puerto
de Marsella en Francia, el de Rotterdam en los Países Bajos,
así como los de Londres y Southampton en el Reino Unido. Eso permite
a los servicios secretos emiratíes meter y sacar lo que quieran de esos
países, a pesar de los controles de las aduanas locales, servicio que
saben vender muy bien a otros Estados. Gracias a las sanciones de
Estados Unidos contra Irán, el puerto de Dubai se ha
convertido de hecho en la puerta de Irán, y los emiratíes perciben
dividendos enormes por permitir violar el “embargo” estadounidense.
Es por eso que Abu Dabi tiene un interés económico vital en
estimular la querella arabo-persa, mientras que los propios Emiratos reclaman
las islas de Tonb y de Bu-Mussa, que para ellos se hallan «ocupadas»
por Irán.
Para
nadie es un secreto que el jeque emiratí Mohamed ben Zayed ejerce gran
influencia sobre el príncipe heredero del trono saudita, Mohamed
ben Salman, lo cual le permitió comunicarse telefónicamente
con él, en presencia del presidente Macron, para gestionarle un
encuentro en Riad.
En su
viaje de regreso a Francia, el presidente Macron, de 39 años, hizo
entonces una escala en Riad, donde el príncipe heredero, de 32 años,
lo recibió en el aeropuerto y cenó con él en la propia terminal
aérea.
En la
noche del 4 al 5 de noviembre, el príncipe heredero Mohamed
ben Salman ponía fin al gobierno colegial de la dinastía Saud e instauraba
en el reino el poder personal de su padre, el rey Salman.
Para lograrlo, hizo arrestar o asesinar a todos los líderes de los demás
clanes que componen la familia real. Lo mismo hizo con los predicadores e
imams vinculados a esos clanes. Estamos hablando, en total, de unas
2 400 personalidades. Varios “comunicadores” israelíes presentan ese
golpe palaciego como una operación anticorrupción.
En
definitiva, el presidente francés viajó a Riad inútilmente. No pudo traer
de regreso a Saad Hariri, quien –a pesar de su dimisión– sigue siendo el
primer ministro libanés en funciones. De hecho, ni siquiera pudo
verlo. Más grave aún, el príncipe heredero Mohamed ben Salman,
diciendo estar consciente de las numerosas y complicadas obligaciones que
esperaban al presidente Macron en París, le mostró el camino de
regreso a su avión.
El
comportamiento saudita parece tan increíblemente grosero que es posible
que algunos lectores no perciban la envergadura de la humillación que
sufrió Emmanuel Macron. Digámoslo de otra manera: el presidente
francés no pudo entrevistarse con el rey de Arabia Saudita, quien en estos
días concede audiencias incluso a personalidades de segundo plano.
Esta
forma de grosería, característica de la diplomacia árabe [1], no es sólo
imputable al príncipe heredero saudita sino también al jeque Mohamed
ben Zayed, quien sabía perfectamente lo que iba suceder cuando envió
al joven presidente de Francia a Riad.
Conclusión:
por no haber sabido adaptarse rápidamente al viraje de Arabia Saudita,
iniciado después del discurso antiterrorista que el presidente estadounidense
Donald Trump pronunció en mayo durante su visita en Riad, y
también por tratar de apostar simultáneamente a dos caballos, Francia se ha
excluido a sí misma de la región. A los emiratíes les agradan
el museo del Louvre y las corbetas de la marina de guerra francesa… pero
ya no toman en serio a los franceses. Los sauditas
no han olvidado lo que el candidato Macron dijo
de ellos… ni tampoco lo que dijo el presidente Macron
a favor de Qatar, el actual padrino de la Hermandad Musulmana.
Así que le dieron a entender no debe meterse en los asuntos del
Golfo, ni en las disputas de sucesión de los Saud y menos aún en la
querella contra Irán o en los conflictos alrededor del Líbano.
Francia
ha perdido su influencia en el Medio Oriente.
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