viernes, 14 de julio de 2017

“¿Pude la Santa Iglesia Católica excomulgar a un Papa por su negligencia en combatir la herejía?”


El Patriarca Sergio, que demostró con hechos su gran celo por defender la Cristiandad, pensó que podría lograr la adhesión de los herejes monofisitas, a la Iglesia Católica, mediante diálogo y concesiones mutuas que hicieran ambas partes y la adopción de la fórmula de compromiso, que aceptando que en Cristo Nuestro Señor hubiera una sola persona, tuviera dos naturalezas, la Divina y la Humana, pero una sola energía, UNA SOLA VOLUNTAD. Creyó que en esta forma se lograría, que los Monofisitas, que sostenían la existencia en Cristo de UNA SOLA NATURALEZA, podrían unirse a la ortodoxia, pero incurrió en una nueva herejía, que en el fondo era el mismo Monofisismo con otro aspecto. Y ocurrió que la famosa fórmula de transacción, si bien logró atraer a la mayoría de los monofisitas, fue insuficiente e inaceptable para otros.

CAPITULO CUARTO.

PATRIARCAS Y OBISPOS SE ADHIEREN A LA
HEREJIA MONOTELlTA QUE AVANZA SIN
RESISTENCIA ENTRE EL EPISCOPADO.

Lo más grave de todo, fue que el Emperador Heraclio, sobre quien el Patriarca de Constantinopla tenía influencia decisiva, aceptó con gusto la llamada fórmula de conciliación y haciéndola suya, puso en su apoyo toda la fuerza del Imperio, siendo atraídos a la nueva herejía, (plegándose a las presiones del Emperador y del Patriarca) un número cada día mayor de Obispos, entre ellos el Metropolitano de Lásica, Atanasio de Antioquía, Farán en Arabia, y otros, logrando Sergio, que el Emperador nombrara a Ciro de Fasis, para ocupar el Patriarcado de Alejandría, al quedar vacante éste, con lo que los partidarios de la nueva herejía controlaban las Sedes más importantes de oriente, tomando así ésta proporciones gigantescas, sin haber obtenido la anhelada unidad de los cristianos, sino antes bien, acrecentando la discordia y la división, en forma más aguada y peligrosa.
Desgraciadamente, como en el caso de la herejía arriana, fueron los Obispos los primeros en claudicar y abrazar la nueva herejía, arrastrando en su traición a Cristo, al clero de sus diócesis. Además: como en otras crisis de la Iglesia, lo primero que hicieron los jerarcas herejes, fue promover que ocuparan los Obispados vacantes y demás puestos claves, clérigos herejes que contribuyeran luego a propagar la herejía; sin que ningún Obispo hiciera algo para impedirlo, faltando con ello, gravemente a sus deberes para con Dios.
En medio de esta tormenta, el Papa Honorio 1, convencido igualmente de la necesidad de lograr la Unidad de los cristianos, había sufrido el impacto de los argumentos del Patriarca de Constantinopla y se encontraba en actitud vacilante, sin condenar la nueva herejía, que por la gran actividad de la jerarquía que la apoyaba y el silencio del Papa, iba controlando cada vez más a la Cristiandad.
En realidad, lo que provocaba las vacilaciones del Papa, eran motivos de alta política, pero relacionados íntimamente con la salvación de la Cristiandad. Los mismos motivos que habían inspirado la conducta del Patriarca Sergio y del Emperador Heraclio, o sea, lograr a toda costa la unidad de los cristianos, para impedir que una división interna, facilitara la conquista de la Cristiandad, primero por los Persas y luego por los MUSULMANES; conquista que de realizarse, podría ocasionar un desastre a la Santa Iglesia de Cristo.
No tratamos con esto de justificar a un Papa sobre quien recayó tremenda excomunión de un Santo Concilio Ecuménico, ratificada por un Papa Santo; sino simplemente, hacer honor a la verdad histórica, que demuestra que los móviles de ese Vicario de Cristo en la Tierra fueron bien intencionados, aunque se hayan traducido en una actuación equivocada, que dio motivos justificados al terrible Anatema.
Cuando se leen estas páginas y se reflexiona en su contenido llegamos a la conclusión a la actual crisis de la Iglesia, parece una calca de la herejía que ocupa actualmente a la Iglesia Católica. Porque en esta herejía modernista también se quiso lograr esa famosa unión de las “religiones” protestantes que ocupar el orbe terráqueo, pero aquí los mismos jerarcas sabían lo que estaban haciendo, en ningún momento los dirigió un verdadero celo por la salvación de las almas como podemos ver en Honorio I.
Quien esto lee saque sus propias conclusiones y encontrara, por otro lado un “acuerdo doctrinal” como medio para lograr integrar a las otras “religiones” que nada tiene en común con la verdadera religión Católica fundada por Nuestro Señor Jesucristo. Es triste y lamentable mirar como algunos “católicos” sigan este lamentable y deplorable ejemplo traicionando, con ello a Nuestro Señor Jesucristo y pactando con el enemigo la traición a la Iglesia de siempre, confundiendo y dividiendo a la grey encomendada por Dios.
        CAPITULO QUINTO.

UNOS CUANTOS SACERDOTES, SE ENFRENTAN A SUS
OBISPOS, EN DEFENSA DE LA ORTODOXIA CATOLICA.

En tan grave situación, Dios Nuestro Señor se valió, para iniciar la defensa de la verdadera doctrina, de un humilde monje de Palestina llamado Antíoco, que dejando la paz de su Convento y rebelándose en contra de los Obispos y Patriarcas que sostenían la herejía, acusó públicamente al de Antioquía, de ser el Anti-Cristo y de renovar las herejías de Eutiques y de Apolinar. La rebelión del fraile Antíoc() contra la jerarquía eclesiástica herética, encontró eco en Egipto, donde algunos simples sacerdotes y frailes, se rebelaron contra sus Obispos herejes y contra el nuevo Patriarca Ciro de Alejandría, que venía siendo como diríamos ahora, el Primado de la Iglesia Egipcia, y después del Papa y del Patriarca de Constantinopla, el Jerarca de mayor categoría en la Iglesia de esos tiempos. El poderoso Patriarca condenó, excomulgó y hasta empleó la violencia contra esos infelices sacerdotes y monjes que lo sacrificaron todo, por defender la verdadera doctrina de Cristo.

Poco a poco fue cundiendo en Oriente la llama de la defensa de la Fe verdadera y de la rebelión contra un episcopado que se había sumado. a la herejía, convirtiendo algunos modestos presbíteros, los templos que tenían a su cargo, en baluarte de la verdadera doctrina cristiana y sosteniéndose en el control de sus iglesias, con el apoyo moral y físico de sus feligreses; en contra de las excomuniones y destituciones, que fulminaban contra ellos sus Obispos, entregados ya de lleno, a la propagación de la herejía. Los sacerdotes que lograron, convencer a sus feligreses de la obligación que tenían de defender la Ortodoxia contra la herejía, incluso de los Obispos y altos Jerarcas herejes, consiguieron que dichos feligreses, por medio de la fuerza, hicieran fracasar todo intento del Obispo hereje para arrojar de su templo al sacerdote ortodoxo y substituirlo por un hereje. Estos éxitos fueron posibles mientras las autoridades civiles locales se abstuvieron de apoyar militarmente a los jerarcas eclesiásticos Monotelitanos. Pero siempre que dichas autoridades por orden del Emperador intervinieron militarmente en favor de los clérigos herejes entregándoles los templos atendidos por los ortodoxos, la victoria de losherejes era inminente.

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