lunes, 26 de junio de 2017

VIDA DE MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE

Su Excelencia el Cardenal Obispo de Lille me encarga que le avise que lo autoriza a dejar la parroquia de Marais-de-Lomme a partir del 20 de julio. Se proveerá a su reemplazo en el próximo Consejo episcopal.
Ya que se le había confirmado la voluntad divina, el Padre Lefebvre escribió a la calle Lhomond, de París, a la Casa Madre de la Congregación, para solicitar su admisión en el noviciado de los Padres del Espíritu Santo.

CAPITULO 5

Sacerdote y novicio (1931-1932)

Si de veras busca a Dios...

La feliz afluencia de vocaciones misioneras en los Padres del Espíritu Santo (120 candidatos nada más que para el noviciado de futuros sacerdotes al inicio de curso de 1929) había obligado a los espirítanos franceses a dividir en dos su noviciado, repartiendo Ody con Neufgrange, en Lorena.
En Ody se presentó el Padre Marcel Lefebvre el 10 de septiembre de 1931. Situada en la calle Grignon n° 126, en Ody, al sur de París, la propiedad se componía de dos edificios dispuestos en escuadra, de los cuales el principal tenía una planta baja, un primer piso y un segundo piso con habitaciones abuhardilladas. Se le sumaban diversas dependencias y una hermosa y amplia capilla separada, de estilo ojival. Toda la nave de este edificio estaba ocupada por las cuatro filas de asientos de coro enfrentados, y su tribuna elevada contaba con un órgano".
El patio interior, un pequeño jardín y los huertos no dejaban mucho espacio para pasear ni para dejar correr la fantasía, y los campos vecinos sólo se ofrecían para el recreo en los días de paseo. Ése era el entorno austero que acogía al aprendiz de novicio. Orly nos hace pensar en el aeropuerto; pero «entonces no existía todavía el actual aeropuerto -recordaba un novicio del curso 1934-1935-sino sólo una base aérea; sobre nuestras cabezas daban vueltas los "autogiros", antecesores de los helicópteros.
En aquel primer día de septiembre de 1931 el Padre Marcel Lefebvre, acompañado de su joven hermano Joseph, que quería probar la vocación espiritano (pero que no perseveraría en ese camino) llegaba por la tarde a la puerta de «Grignon». Atrajo su atención un grupo de jóvenes sentados sobre el talud de enfrente, que le miraban con ojos burlones. Marcel se dirigió a ellos:
-Buenas tardes... ¿Qué hacen aquí? ¿Hay que llamar?
-¡No vale la pena! No responden.
-¿Y se quedan ahí esperando?
-Sí, estamos esperando.
-¿Y qué esperan?
-¡Anda! Que nos abran.
-y ¿por qué no abren?
-Lo hacen para probamos: ¡puerta cerrada!,
-¡Ah! -dijo Marcel-. Ya veo: es como en la regla de San Benito: «Cuando alguien llega por primera vez para abrazar la vida monástica, no debe ser admitido fácilmente»5.
Solamente que San Benito dice que hay que «perseverar llamando». Y el Padre Marcel siguió llamando con prolongados golpes insistentes; pero todo fue en balde.
-¡Mientras no nos hagan esperar «cuatro o cinco días», como sugiere San Benito! Finalmente, a fuerza de esperar (aunque antes de hacerse de noche) los postulantes vieron que se abría la pequeña puerta. Ahora bien, esa pequeña ducha fría a su llegada les había abierto el apetito; así que, aun tomada en silencio, la sopa caliente reanimó sus corazones y los dispuso a soportar otras pruebas. ¿No es el noviciado, según la expresión consagrada, «el tiempo en que el candidato a la vida religiosa prueba sus fuerzas y su carácter para ver si la comunidad le conviene, y a su vez el maestro de novicios lo estudia y lo prueba para ver si él conviene a la comunidad.
Marcel había leído y releído el capítulo de San Benito que acababa de evocar:
Se les asignará [a los neófitos] -decía el santo Patriarca- un presbítero apto para ganar las almas, que velará por ellos con la máxima atención. Se observará cuidadosamente si de veras buscan a Dios, si ponen todo su celo en la obra de Dios, en la obediencia y en las humillaciones.
Sí, Marcel sólo fue allí para «buscar a Dios». En cuanto a la obediencia y humillaciones, deseaba practicarlas: estaban incluidas en el programa.
Entre los sesenta novicios de todas las procedencias, desde Canadá hasta Polonia y desde Trinidad hasta la isla de Mauricio, había una buena proporción de seminaristas que habían escuchado los llamamientos del Papa a favor de las misiones. Este llamamiento a «lo más perfecto» atrajo igualmente a tres compañeros de Marcel en Santa Chiara", dos de ellos sacerdotes. El primero, Jean Wolff, acababa de pasar dos años como Vicario en Saint-Maixent, y más tarde sería Obispo de Diego-Suárez, en Madagascar. El segundo era Émile Laurent, que entró con Marcel en Santa Chiara en 1923, donde era el estudiante más joven; prolongó un año más sus estudios romanos. Con él, el Padre Lefebvre «reanudó una amistad más estrechas". Otros novicios eran Jean Mouquet, sobrino del decano de Notre-Dame de Tourcoing, futuro «gabonés», y Joseph Michel, noveno hijo de una buena familia bretona de doce hijos que dio a la Iglesia siete consagrados. En diciembre, Gilles Sillard, otro futuro «gabonés», y Gérard de Milleville, futuro Arzobispo de Conakry, se unieron al pequeño grupo, mientras que Robert Dugon, cuyo agitado itinerario ya hemos relatado, terminó su noviciado el 8 de diciembre lo Bendita enseñanza de la vida espiritual El Superior de la casa, el Padre joseph Oster, decano de la Congregación por su edad, había sido Prefecto Apostólico de Saint-Pierre-et-Miquelon. Pero el religioso que estaba en constante relación con los jóvenes candidatos era el Padre Noél Faure, Maestro de novicios, a quien llamaron de Guadalupe en 1929 para que sucediera en el cargo al Padre Henri Nique. Mezcla de austeridad y de bondad, era un fino psicólogo e invitaba a sus novicios a la apertura total del alma. Buen pedagogo, daba un curso apasionante de vida espiritual y religiosa, en el que también trataba las constituciones.
El Padre Gaston Cossé, vicemaestro, había llegado de Loango (Congo) e intentaba curarse de la enfermedad del sueño; daba el curso sobre misiones. En cuanto al Padre Charles Desmats, era el confesor de todo ese pequeño mundo. Aunque enfermo de los ojos, impartía el curso sobre derecho regular!", exposición detallada del estado religioso, insistiendo en el voto de obediencia, «holocausto de la voluntad y fuerza del cuerpo religioso».
Para aliviar al Padre Desmats encargaron a Marcel que diera un curso 14. El cuaderno de apuntes de Sagrada Escritura que tan cuidadosamente había confeccionado fue el texto que empleó como novicio-profesor. En él trataba del Evangelio, de los Hechos de los Apóstoles y de las Epístolas, coronándolo todo con las Bienaventuranzas, que resumen el espíritu de Jesucristo.
El curso de vida espiritual del Padre Faure hizo la dicha de nuestro novicio. Había sentido en Roma la falta de un verdadero curso sobre ese tema, lamentando que la sobrecarga de estudios no le permitiese seguir asiduamente las lecciones de teología espiritual del Padre Joseph de Guibert, S.J., en la Gregoriana: «Nos faltaba -diría luego- este año de reflexión, de oración y de estudio sobre lo que es realmente la vida interior, la vida de perfección», además de que somos «corazones hechos para vivir una vida interior intensa en unión con Nuestro Señor, en la que procuramos adquirir las virtudes necesarias para identificarnos con Nuestro Señor». Esa misma carencia de un curso de doctrina espiritual la había experimentado el Padre Lefebvre mientras fue Vicario en Lomme, cuando quiso «comunicar su ciencia y ponerla verdaderamente al nivel de los fieles que aspiran a la vida interior '".
El Padre Faure se inspiraba en el clásico Compendio de teología ascética y mística de Tanquerey, completado muy armoniosamente con tres retiros predicados por él: retiro de conversión, retiro de oración y retiro de profesión.
El espíritu del venerable Libermann El «retiro de conversión» o retiro mayor tuvo lugar del 25 de noviembre al4 de diciembre de 1931, siguiendo el plan de la «primera semana» de los Ejercicios espirituales de San Ignacio, que pone al alma ante el pecado, «el gran y (puede decirse) único mal», para extirpar sus raíces y realizar en ella «una progresión verdadera y profunda», a condición de que no se quede en el temor servil, sino que se ensanche en el temor filial".
Fue lo que seguramente logró el «retiro de oración», predicado en la siguiente primavera según la doctrina espiritual del Venerable Libermann. Nuestro novicio descubrió los tres movimientos de esa espiritualidad exigente y pacificadora: «Renuncia, paz, unión con Dios». Poco a poco la gracia divina lo estableció en esa unión de manera casi habitual, por medio de una mirada simple y sintética sobre el misterio que, desde Roma, cautivaba su alma: el misterio de Nuestro Señor y de su Cruz, «misterio insondable de la caridad de Dios con nosotros». ¿Cómo no responder a ese don con una caridad recíproca hacia Dios: «Sic nos amantem, quis non redamaret»?.
Marcel Lefebvre no experimentó ese hiato que sienten algunos entre la oración y la acción: «La vida del espiritano -escribía-debe ser la contemplación que se entrega en la acción. En la medida de lo posible hay que eliminar la separación entre la oración y el trabajo. No dejemos a Dios al dado a nuestros hermanos».
Ascesis y purificaciones
En la base de la vida de unión con Dios, Libermann ponía el desprendimiento perfecto y universal de todo y de sí mismo'", que era precisamente el objeto de la ascesis del noviciado. La distribución del tiempo, que no dejaba pasar tres cuartos de hora sin cambiar de ejercicio, y los trabajos imprevistos obligaban a practicar la disponibilidad y la renuncia del propio juicio. Cada semana, en el capítulo de las culpas, cada uno se veía señalar tal o cual falta por algún compañero vigilante. «Por una falta de nada, había que ponerse de rodillas y besar el suelo. Con un poco de sentido común, no nos lo tomábamos a la tremenda». Marcel cumplía con seriedad esos gestos humillantes: siendo sacerdote, tenía que dar ejemplo.
Del mismo modo, no refunfuñaba por tener que darse la disciplina. Esa forma de penitencia, usual en Orly, figuraba entre sus propósitos de fin de noviciado; pero luego no se atuvo a ella. Por lo demás, el Padre Libermann juzgaba que un misionero tenía otras muchas mortificaciones, aunque no fuera más que el calor.
Fue el frío, empero, lo que más puso a prueba a nuestro novicio:
Fue un año frío --contaba-, ¡Dios mío, Dios mío! ¿Cómo se podía hacer sufrir a los novicios de esa manera? ¡Increíble!La sala de comunidad era la única con calefacción; el agua sacada del grifo del pasillo se helaba en las palanganas de aseo; por la noche nos poníamos cuatro, cinco o seis mantas, que pesaban pero no calentaban. ¡Oh, era terrible! No sé cómo no me morí de frío. Y para colmo nos hacían leer a Rodríguez (La perfección cristiana) unos detrás de otros en el patio, afuera. ¡Con el frío terrible que hacía! Ya no sentíamos los dedos que sostenían el libro".
A la ascesis del frío le siguió la prueba de la enfermedad. Desde finales del año 1931 empezó a padecer fuertes dolores de cabeza; luego, tras un momento de calma, se le declaró una fatiga cerebral aguda en junio de 1932.
 Su noviciado --contaba su hermana carmelita- transcurría con la mayor fidelidad para no ser más que una ascensión hacia Dios; todas sus cartas respiraban ese perfume, su experiencia iba profundizándose; sin embargo, su salud declinaba hasta tener que pasar horas en el jardín recostado en una hamaca ... ¡Qué humillación!
Él lo aceptó «con toda sencillez» -añadía-, porque «sabía transformar las pruebas en acción de gracias»22.
La lectura de El Santo Abandono de Dom Vital Lehodey lo ayudó a aceptar la voluntad del beneplácito divino, pero 'como las horas de hamaca no bastaban para «airear su cerebro», enviaron al novicio a respirar el aire de su región natal, o al menos el de una casa de campo donde pudo reunirse con su madre:
Marcel-escribía ella- ha pasado con nosotros quince días de reposo, límite permitido fuera del postulantado [noviciado].
[ ... ] Agradezco a Dios esos momentos, casi de paraíso, que he pasado con él, [ ... ] 




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