viernes, 9 de junio de 2017

LA VIDA DE MONS. MARCEL LEFEBVRE




Al parecer, Marcel quedó encargado del apostolado de la casa «En Famille», que albergaba, bajo la dirección de las Siervas del Sagrado Corazón, a las jóvenes obreras de la hilandería Delesalle. Las mujeres y chicas de Lomme guardaban el recuerdo de un sacerdote «bastante amable, que sabía conversar», pero un poco reservado: «Era serio, y había algo que lo distinguía de los demás sacerdotes: su altivez, era un poco distante»!", comentaba Marie-Catherine Gomber, que tenía la edad del coadjutor.

 

Visitas apostólicas y conversiones

 

«Altivo» no era, pero más allá del asomo de timidez que le quedaba, procuraba no caer en la familiaridad con las personas del sexo femenino. El otro coadjutor, el Padre Deschamps, no tenía esa precaución y (lo que ofuscaba al Párroco) tenía el don de atraer a las chicas a su confesionario; pero lo cierto es que envió bastantes al convento". El Padre Lefebvre prefería una prudente discreción.

Mantenía, en suma, el justo medio de la virtud de la modestia.

Eso permitía que su celo se desarrollara más sobrenaturalmente.

En la casa parroquial, el Padre Lefebvre era muy afable, sabiendo que «si el sacerdote cerrase la puerta en las narices de la gente y les dijese: "No tengo tiempo, venga más tarde", esa gente ya no volvería»!". Pero su infancia y Santa Chiara habían formado a Marcel en la disponibilidad, de la que hoy podía depender la salvación de un alma.

Además del núcleo fervoroso de dos mil fieles habituales, la parroquia contaba con otras 5.000 «ovejas perdidas». Había que conocerlas y visitarlas. El Párroco, celoso y práctico, había dividido la parroquia por barrios, repartiéndosela entre él y sus coadjutor. Y ahí tenemos, pues, al Padre Lefebvre de visita, llamando a las puertas a la hora en que el hombre de casa había vuelto ya del trabajo. Por lo general era bien recibido, pero a veces le cerraban la puerta en las narices. Entonces llamaba a la puerta vecina:

-¿Qué le pasa a ese hombre? ¿Quién es? ¿Por qué se porta así?

-Mire usted, es un comunista, por eso no ha querido recibirlo; pero no es mala persona, intentaré hablar con él, y acabará por abrirle'", y de hecho, cuando volvía a pasar por segunda vez, lograba franquear la puerta. A este respecto, el Padre Delahaye contaba un día al Sr. René Lefebvre cómo «un enfermo, tras varios intentos [de su entorno] para llevarle un sacerdote, había solicitado "al nuevo Padre"; éste lo había visitado, confesado y administrado los últimos sacramentos; y había muerto al día siguiente con muy buenas disposiciones-".

"Esas visitas hacían mucho bien; permitían normalizar situaciones matrimoniales irregulares y atraer a los niños al catecismo; y así se daba a la gente, que en el fondo no era mala, la posibilidad de conocer un poco más la parroquia y los sacerdotes, y de conducidos a la práctica religiosa.

Marcel Lefebvre tuvo, pues, la alegría de bautizar a muchos niños, como lo atestigua el registro de bautismos. Se esforzaba por explicar bien el milagro de la gracia que es el nacimiento de un alma a la vida divina, insistiendo también a los padres para que bautizaran a los recién nacidos lo antes posible: «¡No se puede privar a un niño de la vida sobrenatural, lo mismo que una madre no puede privar a su hijo de la leche maternal» Más tarde diría lo mismo sobre los sacerdotes que pretenden retrasar el bautismo hasta la edad en que el interesado tenga la capacidad de «decidir por sí mismo»: «¡Decidir por sí mismo si quiere la vida o la muerte espiritual! »22 .

Para devolver esta vida divina a las almas muertas espiritualmente por el pecado y para curar sus heridas, el Padre Lefebvre se sentaba en el confesionario a las horas previstas. Allí aprendió a discernir y a dirigir a las almas fervorosas:

En la parroquia --explicaría más tarde- hay almas destinadas a una vida espiritual más intensa. Se las descubre con motivo de un retiro o en la confesión; entonces se las puede reunir en una élite de la parroquia; y de ahí saldrán vocaciones".

El ministerio de la dirección de las almas -diría también es uno de los mejores medios de que disponen los sacerdotes para santificarse. [ ... ] De golpe nos damos cuenta de que hay almas que nos superan considerablemente. Nos asombramos de ver almas muy simples, que no han hecho estudios extraordinarios, pero que pueden llegar a un grado de santidad, en la humildad y en la sencillez, que nadie se imagina".

Procesiones y manifestaciones llenas de vigor El año litúrgico en Lomme era rico en manifestaciones y procesiones diversas. La fiesta nacional de Santa Juana de Arco se celebraba con un desfile solemne con antorchas e iluminación de las casas. Cada primer domingo de mes, tras la Misa mayor, tenía lugar una exposición del Santísimo seguida de una procesión alrededor de la plaza de la iglesia o en la iglesia, durante la cual se invitaba a los hombres y jóvenes a llevar una vela. Por la tarde, tras las vísperas y el rosario, tenía lugar la procesión de Nuestra Señora de Lourdes, igualmente en la iglesia. Se evitaba salir a la ciudad para las procesiones específicamente religiosas. En 1926, cinco años antes, el alcalde socialista había prohibido las procesiones de Corpus Christi.

No obstante, bajo la amenaza de los jóvenes de la Acción Católica y de la Acción Francesa", retiró su prohibición al último momento, y las procesiones previstas pudieron celebrarse en las parroquias de Mont-a-Camp y de Bourg el domingo 13 de junio. En Le Marais, sin embargo, los socialistas y comunistas amotinados bloquearon la entrada de la iglesia, donde se encontraban los fieles, protegidos en    el atrio por un cordón policial.       Para acabar con eso se avisó a los militantes de la Acción Francesa, los «comisarios», que liberaron a los fieles a través de la brecha que lograron abrir prontamente en el cerco, adelantándose en columna cerrada. Si bien los asediados salieron con aclamaciones al encuentro de sus liberadores, ya era demasiado tarde para comenzar la procesión. El Párroco dio al menos la bendición con el Santísimo Sacramento en el exterior de la iglesia. Luego continuaron las aclamaciones. Era una manifestación de alegría y de unión de todos los católicos, conscientes de sus derechos y de que tenían fuerza para hacerlos respetar".

Pero en los años siguientes, por prudencia, el Padre Delahaye acortó el trayecto de las dos procesiones de Corpus. Por eso, el Padre Lefebvre, celoso del honor de Jesús Sacramentado, se propuso, junto con el Primer Coadjutor, convencer al Párroco de que hiciera ese año grandes procesiones". El domingo de la solemnidad de Corpus, apareció triunfalmente en la ciudad Cristo Rey en la Sagrada Hostia, llevado por el párroco o más bien llevando al párroco. Sin embargo, en cierto momento se oyó un disparo. El Párroco se sobresaltó y le susurró al Padre Marcel, a su izquierda: «¿Lo ve? ¡Se lo dije!». El cortejo, no obstante, parecía proseguir sin tropiezos por las calles: calle de la Iglesia, calle Kuhlmann, calles jean- Baptiste- Dumas y Victor-Hugo, y se detuvo al llegar al altar dispuesto en el castillo de l'Ermitage, donde el Párroco supo con alivio que el disparo sólo había sido el ruido de un petardo lanzado por un alegre pero ruidoso feligrés. Al domingo siguiente, un recorrido apenas menos glorioso llevó al Párroco y a su Divino Rey al altar levantado cerca de la cervecería de l'Étoile. Christus vincit! Christus regnat! Christus imperat!

 

Vocación misionera: segundo acto

 

Totalmente entregado a su cargo de pastor de almas, el Padre Lefebvre no descuidaba su propia alma: encontró así la forma de pasar unos días de retiro a finales de noviembre de 1930 en la abadía de Wisques. No olvidaba tampoco a su familia, y todos los lunes iba a almorzar a casa. Su buen humor y los relatos de su apostolado ayudaban a sus padres a sobrellevar su dura situación económica; sus consejos los guiaban en la educación de sus hermanos y hermanas menores; y sus observaciones pacificadoras incluso lograban calmar la severidad excesiva de René Lefebvre, ejerciendo sobre él una influencia casi física.

A través de sus padres, Marcel leía cada mes «la carta» del misionero gabonés. En julio de 1930, y luego en febrero de 1931, el Padre Paul Defranould, compañero del Padre René en Gabón, vino de visita a la calle Doctor Dewyn'", con noticias recientes o al menos llenas de vida de la misión. Marcel era todo oídos. Hacían falta seguramente esos llamamientos de África para impedir que el joven coadjutor, en «año de penitencia», se apegara demasiado a su ministerio. La Sra. Lefebvre se daba cuenta de ese obstáculo: «Tendrá que imponerse desde luego -escribía- un pequeño desprendimiento, supongo que a fines de año... En fin, que Dios lo guíe; por mi parte, me limito a rezar»?'. A René le confiaba: «Marcel se entrega tanto como puede, y a pesar de que sabe que tendrá que irse pronto, pone en sus obras todo su corazón", Él se sentía realmente a gusto, plenamente satisfecho con sus fieles: Me veía como un pequeño párroco -diría retrospectivamente-O , ocupándome con esmero y celo del que era mi pequeño mundo. Las misiones no me decían nada: recorrer la selva y los desiertos para encontrar... ¿a cuántas personas? Antes prefiero mantener la fe en una aldea".

Así pues, le tomaba gusto a su apostolado, pero por encima de todo quería cumplir la voluntad de Dios. Se sentía impulsado a una vida sacerdotal, si no más elevada, sí al menos más exigente, probablemente más útil, y ciertamente más abnegada.

En la primavera del año 1931 su madre describía así lo que percibía sobre el estado de alma de su hijo: «Marcel se ve muy solicitado (aunque no nos lo dice) para quedarse, y por otra parte está excesivamente apegado a su ministerio. Si se va tendrá mucho mérito; y creo que la vida religiosa será su principal razón». Ahí la Sra. Lefebvre se equivocaba, ya que Marcel abrazaría la vida religiosa sólo para ser misionero. Sin embargo, ella acertaba en lo que añadía inmediatamente: «Busca lo mejor, su parroquia es un sueño, ser párroco sin las responsabilidades; dice que nunca podría ser tan feliz»34. El Padre Lefebvre buscaba «lo mejor»; había dado un primer paso en aquella dirección el año anterior cuando le escribió a su obispo, pero aquel «lo mejor» no era «evidente». Su madre le escribía también a René: «¡La voluntad de Dios es más clara en tu caso! Cada día le pido que se la haga a Marcel tan evidente como si estuviera escrita ... o hablada, es lo mismos".

Sin embargo, esa voluntad de Dios se hizo cada vez más tangible cuando intervino el Padre René. Ya había solicitado a su hermano con frecuencia, pero en 1930-1931 sus cartas se hicieron más apremiantes:

Mi hermano -decía Marcel- me bombardeaba con cartas: «Ven a ayudarnos, aquí estamos desbordados de trabajo; ustedes ya son demasiados en la Diócesis». En parte era cierto, porque el párroco había considerado que yo estaba de más, así lo había sentido. La razón hizo que me decidiera a irme".

La razón y la fe se expresaban a través de la pluma de un hermano mayor, así que no había más que someterse y consumar el sacrificio, porque eso mismo era. Nunca lo lamentaría. Monseñor Lefebvre confiaría más tarde en Dakar a sus queridas carmelitas el intríngulis de su vocación misionera. Citamos el diario del Carmelo: 15 de septiembre de 1952. Visita de Monseñor Lefebvre.

Nos habla de su alegría de ser misionero, porque en Francia uno no se entrega tanto. Confiesa no haberlo comprendido en su juventud, pensando entonces que Francia valía tanto como un país de misión. Fue su hermano quien lo convenció.

Darse más, tal fue el movimiento de caridad divina que impulsaba, más que atraía, a Marcel Lefebvre a la vida misionera. Por eso, no bien transcurrió el año apostólico, el Padre Lefebvre tomó la pluma para recordarle a su obispo su deseo de entrar en los espiritanos. La respuesta, con fecha 13 de julio, firmada por el Padre Duthoit, le llegó sin tardanza.

 

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