EL BOICOT- 1926
(Continuación)
Duramente afectada, la Cámara de Comercio, Industria
y Minas de Guadalajara, dirigió al Congreso un memorándum señalando la
situación angustiosa de sus miembros, lo que le valió ser expulsada por orden
presidencial de la Confederación Nacional.
"En Guadalajara los militantes de la UP, de la
U.P. de la A.C.J.M. de la A.C.F.M. de las Empleadas Católicas de Comercio, se
dividían el trabajo en cuatro comisiones: fiestas, comercio, transportes y
escuelas, y Guadalajara se convirtió en una ciudad de peatones, una ciudad
enlutada, una ciudad paralizada económica y socialmente. 800 maestros de
enseñanza primaria dimitieron para no servir al gobierno, y 22,000 niños, de
25,000 en edad escolar, dejaron de ir a la escuela. La U.P. se encargaba de
alojar y alimentar a los maestros dimisionarios, en tanto que el ejército tenía
que proteger la Ciudad de Méjico, gran almacén propiedad de un francés, que se
negó a obedecer las órdenes de cierre y que fue salvado de la ruina por la
intervención del Caballero de Colón Efraín González Luna.
LOS LEVANTAMIENTOS
Julio 1926
"En los pueblos, guardando las proporciones, el
espectáculo era el mismo. En Pénjamo, organizado dentro del marco de la U.P.
por Luis Navarro Origel, se alumbraban con velas, a tal punto que la planta de
electricidad se vio obligada a parar. El matadero se limitaba a sacrificar dos
vacas cada tres días (para los enfermos), en lugar de doce vacas diarias como
antes. Ninguna mercancía entraba en el territorio del municipio, y éste,
privado de sus recursos fiscales tuvo que dimitir, así como la policía.
Los reemplazaban un zapatero y un sastre pagados por
el pueblo. "El boicot, a pesar de algunas debilidades y condescendencias
en la estricta aplicación del mismo por parte de los dirigentes, no fue un
fracaso. Fue insuficiente para doblegar la voluntad de la tiranía.
Continuando y combinando con una posible lucha
armada urbana, hubiera sido un magnifico y eficaz complemento de la resistencia
armada que ya había iniciado el pueblo.
El
Episcopado había previsto y dispuesto: "No
se cerrarán los templos, para que los fieles prosigan haciendo oración en
ellos. Dejamos los templos al cuidado de los fieles y estamos seguros de que
ellos conservarán con toda solicitud los santuarios que heredaron de sus
mayores, o los que, a costa de sacrificios, construyeron y consagraron ellos
mismos para adorar a Dios." Pero la tiranía ordenó que en cuanto un
sacerdote abandonara un templo, las autoridades municipales se hicieran cargo
de él, y junto con un inventario se lo entregaran a una comisión de diez
vecinos nombrados por el Presidente Municipal, mientras se determinaba el uso
al cual debía destinársele "en
beneficio de los intereses públicos".
"Y por ningún motivo se hará la entrega a la Junta de vecinos o a
los individuos que señalen o nombren los sacerdotes o los obispos
católicos." El episcopado prohibió a los católicos formar parte
de esas comisiones formadas por los presidentes municipales.
La popular oposición enérgica a los inventarios y a
la ocupación o cierre de los templos, la aprehensión y asesinato de sacerdotes,
y otros desmanes, dieron lugar en ciudades y pueblos a motines, resistencia y
ataque a la fuerza pública, a los primeros levantamientos armados y al
principio de la espontánea insurrección armada.
El 31 de Julio hubo un motín en Oaxaca. El dos de
agosto una multitud amotinada en Acámbaro linchó a dos ingenieros a quienes
confundió con militares. En represalia, tres hombres fueron fusilados sin
formación de causa.
El mismo día treinta y uno de julio (1926) corrieron
rumores de que se iba a ocupar el Santuario de Guadalupe de la ciudad de
Guadalajara, y la población se aprestó a su defensa ocupando el templo y sus
alrededores. Se establecieron vigilantes y nadie podía pasar sin contestar el
¿Quién vive? con el grito de ¡Viva Cristo Rey! La campana avisaba a los vecinos
de los otros barrios en caso de alarma, y" acudían con las armas de que
disponían: pistolas, cuchillos, garrotes o piedras. El día tres de agosto se
supo que el ejército iba a intervenir, ya las nueve de la noche, los ocupantes
de un coche, entre quienes se encontraba el comandante militar de la plaza
vestido de paisano, se negaron a contestar el ¿Quién vive? El coche continuó su
marcha y un niño le arrojó una piedra. Entonces el Comandante ordenó al chofer
detenerse. Descendió e hizo un disparo que fue contestado por algunos hombres
de entre la multitud. Acudió más gente y llegaron cincuenta soldados que
ordenaron a la multitud dispersarse, y abrieron fuego. Los hombres abandonaron
el atrio y se replegaron dentro del templo. De entre la muchedumbre que quedó
fuera, una muchacha se acercó a un oficial y le hundió
un puñal por la espalda, le quitó la pistola y la espada, y se las entregó a
los hombres que estaban dentro del templo, diciéndoles: "Tengan esto para que se
defiendan." Atacan los soldados el templo siendo recibidos con una
descarga cerrada que los obligó a replegarse, fueron reforzados con 200
hombres. Entonces se entabló un combate cuerpo a cuerpo entre la multitud que
se encontraba fuera y los soldados a quienes arrebataban los fusiles.
A las diez de la noche el pueblo seguía ocupando el
templo y el atrio. El ejército ocupó el jardín alrededor del templo y las
manzanas adyacentes, cerrando las bocacalles para impedir la afluencia de
gente. A las seis de la mañana se negoció la rendición de los defensores del
Santuario. Las mujeres y los hombres menores de quince años quedaron libres.
Trescientos noventa hombres se entregaron como prisioneros, después de ocultar
sus armas en la caja del órgano que después fueron recuperadas. Los prisioneros
fueron conducidos al cuartel entre las aclamaciones del pueblo que gritaba
¡Viva Cristo Rey!
Por una circunstancia providencial y extraña en esas
circunstancias, el gobernador provisional, amigo del vicario de la parroquia
del Santuario, a los tres días dejó en libertad a los prisioneros, cuyo jefe
era el poco después general cristero don Lauro Rocha.
El dos de agosto, con motivo del inventario del templo,
hubo un tumulto en Cocula. El juez encargado de efectuarlo fue atacado
furiosamente y las autoridades municipales sólo se salvaron por la intervención
del sacerdote. El día cinco se presentaron 35 soldados.
Las campanas tocaron a rebato y acudieron miles de
gentes que se impusieron obligando a los soldados a retirarse.
"En Cocula (Jalisco), desde ello de agosto la
iglesia estaba custodiada permanentemente por 100 mujeres en el interior y 150
hombres en el atrio y en el campanario, de noche y de día. Los cinco barrios de
Cocula se relevaban por turno y a cada alarma se tocaba el bordón. Entonces,
todo el mundo acudía al instante, como refiere Porfiria Morales. El 5 de agosto
tocó la campana cuando ella estaba en su cocina. Su criada, María exclamó: ¡Ave
María Purísima! Se quitó el delantal, tomó su rebozo y un garrote, y cuando
aquella le preguntó a dónde iba, le contestó: ¡Qué pregunta de mi ama! ¿Qué no
oye la campana que nos llama a todos católicos de la Unión Popular? ¡Primero
son las cosas de Dios! Y salió dejando las cacerolas al fuego."
El mismo dos de agosto, también por el inventario,
hubo un levantamiento armado en Ciudad Hidalgo, encabezado por José María
Orozco quien heroicamente murió durante el primer combate.
El cuatro de agosto se quiso cerrar el templo
parroquial de Sahuayo, entonces una población de absoluta unidad católica y de
ejemplar moralidad familiar y social. Habiendo sido sus habitantes acérrimos
enemigos del liberalismo y de las hordas juaristas, eran también acérrimos
enemigos de las hordas constitucionalistas llamadas "autoridades
constituidas".
Incapaces por sí solas las autoridades municipales y
la corta guarnición federal, de hacer el cierre, las milicias
"acordadas" del Cerrito y de Huaracha recibieron la orden de
reforzarlas. Estas se unieron a la popular reacción católica expulsando a las
autoridades municipales y a la guarnición federal, las cuales se hicieron
fuertes en el Cerrito Blanco, donde se libró un reñido combate, siendo
derrotadas. Varios batallones fueron mandados a reconquistar la plaza que fue
tomada a sangre y fuego. Varias personas fueron fusiladas, entre ellas don José
Sánchez Ramírez, hermano de don Ignacio Sánchez Ramírez, quien llegó a ser
general cristero. Estos combates de Sahuayo pueden ser ya considerados como el
principio de la insurrección armada cristera.
Dos semanas después de la suspensión del culto
público, el jefe de operaciones de Zacatecas, temiendo un levantamiento
popular, ordenó la aprehensión del señor cura párroco de Chalchihuites, don
Luis G. Bátíz, junto con los acejotaemeros Manuel Morales, Salvador Lara y
David Roldán. El pueblo comenzó a reunirse para liberar a su párroco. Pero este
les pidió calma y siguió humilde mente a sus
aprehensores. Como los vehículos que conducían a los prisioneros eran seguidos
por la multitud, el jefe de la escolta ordenó hacer fuego sobre ella, hiriendo
a siete personas. Al llegar a un lugar llamado E! Baluarte, los prisioneros
fueron obligados a descender de los vehículos y se les comunicó que serían
fusilados en el acto.
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