Por otra parte, ya tenía «una fuerte personalidad
con convicciones muy definidas y sólidas», que manifestaba cuando la sana
doctrina estaba en juego. En resumen, era un seminarista de «exquisita
amabilidad», que gozaba de un «aura indiscutible", generoso y servicial.
«Era un modelo para nosotros -afirmaba otro testigo-, siempre sonriente,
siempre afable; y así nos lo presentaba el buen Padre Berthet-". Si a ese
conjunto tan contrastado y bien equilibrado de rasgos y cualidades sumamos su
calma habitual y espíritu de organización; y si por
encima de todo observamos su buen juicio y su ciencia de los principios bien
asimilados, en suma su cabeza bien formada, hay que reconocer que estamos en
presencia de una personalidad de primer orden, capaz de prestar los mejores
servicios a la Iglesia.
La vocación
misionera
El Padre Marcel iba a entrar, pues, al servicio de
la diócesis. Sin embargo, su alma se encontraba en otra parte. Desde hacía
algunos años buscaba otra cosa. A inicios del curso de 1928 había vuelto su
incertidumbre sobre la dirección de su vocación. Hablando de su segundo hijo a
la tía Bernardina, la Sra. Lefebvre escribía: «Le ruego oraciones especiales
por él, mi querida tía, porque no me parece definitivamente orientado".
El ejemplo de sus cuatro hermanos y hermanas
religiosos lo impulsaba a desear un don más perfecto de sí mismo.
Además de esto, el Padre Berthet había emprendido en
el seminario una propaganda misionera, razón por la cual el Padre Pédron vino
el 21 de abril de 1929 para hablar de la obra misionera en África. Pasó revista
a todo: las lenguas, los catequistas, el pequeño número de misioneros, la
amenaza del islam; y concluyó: «Sean misioneros con la oración o con la limosna",
Monseñor Shanahan, el gran Obispo de Nigeria, llegó el 21 de enero de 1930 para
explicar el éxito misionero de sus escuelas católicas.
Por otra parte, las cartas que a Marcel le escribía
su hermano René se hacían cada vez más apremiantes: ¿Qué vas a hacer en Lille?
¡Vente conmigo a Gabón!», a un campo de apostolado más urgente y más exigente.
El 23 de marzo de 1930 Marcel Lefebvre expuso en la
conferencia de Santo Tomás el adagio «Fuera de la Iglesia no hay
salvación»?". A menudo, meditando sobre San Juan (1 San Juan, 5, 12) Y San
Pablo (Romanos, 10, 14-15), se preguntaba: «¿Cuántos tendrán la fe y por
consiguiente la vida eterna? ¿Quién se salvará entre los paganos?». Y más
adelante confiaría a sus seminaristas: «Esa pregunta explica en gran parte, seguramente,
nuestra vocación».
¿No nos estaba revelando aquí el origen de su propia
vocación misionera? Porque añadía: «El solo hecho de plantearnos esa pregunta
debe darnos el espíritu misionero».
No esperó a irse de Roma para tomar su gran
decisión, y después de rezar con fervor y de madura reflexión, le escribió a su
Obispo. Veamos lo que, sobre esto, le explicaba el Sr. René Lefebvre al Padre
René el 13 de julio: No quiero dejar pasar la decisión de Marcel sin comentarla
contigo. Nuestro querido Marcel se ha ido de Roma, y he sentido vivamente la
pena que ha experimentado por ello. Nos había avisado de la petición que le
había hecho a Monseñor Liénart de entrar en los Padres del Espíritu Santo.
Quedamos muy, pero muy sorprendidos por ello, porque no suponíamos en él la
vocación de misionero. Si tal es la voluntad de Dios, nos sentimos muy
dichosos. Deo gratias. De todas formas, yo no lo veía bien en el clero secular.
Doy gracias a Dios por esta gracia tan grande. Es para nosotros un
acontecimiento importante. Sabemos ahora lo que son las separaciones. Pero no
hemos de olvidar que todo lo que tenemos está en manos de Nuestra
Señora-".
Así pues, Marcel había escrito a Monseñor Liénart.
El Obispo no era un hombre que se opusiese a las vocaciones misioneras, muy por
el contrario.
No obstante, cuando un seminarista solicitaba ir a
las misiones, la costumbre general en Francia era retenerlo un año al servicio
de la diócesis. Ésa fue la respuesta que el Padre Marcel recibió del obispado;
y no le costó comprenderla, ya que su petición no había sido la única, Su madre
explicaba esto mismo al Padre René:
Marcel es el mismo de siempre, tranquilo, apacible,
da gusto verlo. Monseñor lo guardará un año en la diócesis, cerca de Lille ha
dicho, y no en el ministerio. Su partida, como la de otros dos que están en su
mismo caso, lo pondría en un gran aprieto... Marcel no ha querido insistir,
siguiendo el consejo que le habían dado
¿Pensaba el Obispo nombrarlo profesor en un
internado? ¿Le explicó Marcel el poco gusto que sentía por la docencia? El caso
es que al final del verano recibió su nombramiento como vicario en
Marais-de-Lomrne. Así pues, cumpliría en una parroquia su «año de penitencia»,
como lo llamaban los seminaristas un poco irrespetuosamente. Faltaba saber si
para él sería realmente una penitencia ..
Cap. 4: Coadjutor de
barrio obrero (1930-1931)
Durante largo tiempo la economía de Lomme, pequeña
aldea del oeste de Lille, estuvo dominada por las lavan derías emplazadas en su
marisma, «Le Marais»; en 1930 todavía quedaban treinta y ocho de ellas, las
cuales, situadas al borde de los canales, evacuaban sus aguas residuales hacia
el canal del río Deule. Sin embargo, el desarrollo del pueblo se debía al
establecimiento de la hilandería Verstraete en La Maladrerie en 1857, y luego a
la de las hilanderías Delesalle (1905) y Paul Leurent (1912) en Le Marais. Por
último, en 1921, con la estación ferroviaria de maniobras de La Délivrance,
Lomme se convirtió en una ciudad de obreros y de ferroviarios que atraía las
industrias metalúrgicas y cuya población pasó de 2.465 habitantes en 1856 a
9.000 en 1900 y 20.684 en 1931.
En esa época, Lomme incluía tres parroquias:
Lornrne- Bourg (con La Délivrance), Mont-a-Camp y Le Marais. Esta última era la
más poblada, con 7.700 habitantes", procedentes en su mayoría de la región
de Boulogne, castigada por el desempleo, y vivían en casas idénticas alineadas
a lo largo de calles interminables. Así pues, el Cardenal había asignado
acertadamente a Marcel Lefebvre a esta simple pero activa parroquia obrera,
pensando que un apostolado con los más humildes sería, para ese joven burgués,
hijo de empresario, una mejor iniciación apostólica que un ministerio de
docencia con la juventud de la élite social de la que procedía.
Al frente de la encantadora iglesia parroquial de Le
Marais, Nuestra Señora de Lourdes, de un sobrio estilo neorrománico, imitación
de la basílica mariana de Lourdes, estaba la rectoría, bonita casa aislada en
la plaza de la iglesia, con un gran jardín lindante al parque municipal. En
esta casa parroquial se presentó el Padre Lefebvre en agosto o septiembre de
1930.
-Aquí estoy -dijo con su vocecita tranquila. El
Párroco, llamado por una de sus dos sobrinas que atendían la casa, contempló al
joven sacerdote, que repitió tranquilamente:
-¡Aquí estoy! ¿Qué quiere usted hacer conmigo?
El Párroco estaba seguramente al corriente de la
llegada de ese segundo vicario que le enviaba Monseñor; empero, no pudo evitar
la siguiente reflexión, bastante chistosa porque la dijo amablemente, en tono
de broma:
-Bueno, mire usted, yo no pedí un segundo coadjutor,
no lo necesitaba. Creía que ya tenía bastante con uno.
-¡Ah, bueno!
-Sí, para una parroquia como la nuestra no veía la
necesidad de tener un segundo coadjutor.
-¡Oh! -dijo el recién llegado con una sencillez que
desarmaba-, de todas formas trataré de ayudar en algo.
Entonces el Párroco, vencido, sólo atinó a decir:
-Pero sea usted bienvenido, por supuesto; está usted
en su casa. Vamos a darle una habitación".
Eso de encontrar una habitación en aquella casita no
estaba tan claro, pero lo cierto es que Marcel Lefebvre diría más tarde: «El Párroco
consiguió alojarme al final", La colaboración fue buena desde el
principio. El Párroco, el Padre Émile Delahaye, era un buen sacerdote, fino,
paternal, un pastor a quien amaban sus fieles, de unos sesenta años y muy
activo. El primer coadjutor, el Padre Paul Deschamps, de la edad de Marcel, era
como él antiguo alumno del Sagrado Corazón de Tourcoing'' y un «ex alumno del Padre
Deco».
Actividades
parroquiales
La parroquia desbordaba realmente de actividades de
toda clase, y las ceremonias litúrgicas ocupaban el primer lugar. Se honraba al
Sagrado Corazón con un nutrido programa cada primer viernes de mes: a las seis
de la mañana, exposición del Santísimo Sacramento seguida de la Misa; a las
siete y cuarto, Misa de comunión de los niños; por la tarde, adoración del
Santísimo Sacramento de tres a cinco y de siete a ocho; y a las ocho, bendición
con el Santísimo y acto de desagravio al Sagrado Corazón. El domingo había Misa
rezada a las seis, ocho y nueve (la Misa de nueve estaba reservada para los
niños de catecismo); la Misa mayor era a las diez de la mañana; a primera hora
de la tarde, a las tres, tenían lugar las Vísperas y la exposición del
Santísimo, y luego el catecismo de perseverancia. Cada mes se dedicaba un
domingo a la «comunión general», ya fuera de los niños, de las jovencitas o de
los hombres y jóvenes.
Los ensayos litúrgicos para preparar las grandes
festividades estaban a cargo del Padre Lefebvre. El coro cantaba Misas
polifónicas (como la Misa de Gounod) en las grandes ocasiones. Había reuniones
de madres cristianas, reuniones de los Amigos de San Juan y reuniones de la
Federación Nacional Católica, fundada por el general de Castelnau. El patronato
tenía tres secciones: los hombres (plaza Ronde), los jóvenes y los niños, cuyas
actividades tenían lugar los jueves y domingos por la tarde en el patronato de
San José, en la calle Kuhlmann n. 236.
El Padre Lefebvre se encargó del patronato de los
jóvenes; y más tarde alabaría mucho esta institución: «El patronato, organizado
por un vicario, ha sido muy útil. Los patronatos han desaparecido... es una
lástima. Los contactos entre el vicario y los jóvenes permitían que esos chicos
se confiaran posteriormente a un sacerdote al que conocían". En Le Marais,
el patronato de los jóvenes organizaba sesiones recreativas durante las cuales
se representaban obras de teatro edificantes. El Padre Lefebvre tenía que
supervisar los ensayos. Organizó también para su patronato sesiones de cine,
presentando películas de Charles Chaplin. Reconocería más tarde «que tuvo en
los inicios de su sacerdocio un celo a veces demasiado natural», y que no
confió suficientemente en los medios plenamente sobrenaturales que, sin
«muletas» técnicas, hacen a las almas fervorosas y apostólicas.
En cuanto a los «Círculos», estaba el de jóvenes de
trece a veintiún años y también el de adultos, el domingo después de Misa hasta
la una de la tarde, en el que se jugaba a las cartas. El Padre Lefebvre no
dejaba de presentarse en esas reuniones: «Siempre tenía tiempo -decía un veterano-,
nunca venía con prisas", El primer coadjutor estaba al frente de laJOC
parroquial; Marcel no tuvo nada que ver en ella directamente.
Los catecismos (de primera comunión, comunión
solemne y de perseverancia) se repartían entre los tres sacerdotes; Marcel tuvo
que preparar a los niños de primera comunión para su «comunión privadas",
que tuvo lugar el día de Navidad, en la Misa de siete.
¡Con qué cuidado explicó a los niños las grandes
verdades de la salvación, para grabar en su corazón que Dios los amaba y que
debían amar a Dios! No era de esos sacerdotes que confiaban con demasiada
facilidad la catequesis a algún buen fiel, diciéndole: «¡El catecismo lo dará
usted igual de bien que yo!». No. A él le parecía importante que fuera un alma
sacerdotal la que formase por sí misma el alma maleable de esos pequeños en el
amor a Jesús, Víctima y Pan de Vida, por la estrecha afinidad que el sacerdote
tiene con esos misterios. Además, el recuerdo imborrable de la dedicación, de los
consejos y de la piedad de un buen sacerdote, ¿no sería para esas almas la
chispa de la que podía nacer la llama de la vocación o la luz que disipase las
dudas de la adolescencia? El Padre Lefebvre daba sus primeros pasos en la
predicación; predicaba con calma, sin texto, desde lo alto del púlpito,
comentando sobre todo el Evangelio. Era bastante largo en sus sermones!', y al
principio le costó adaptar su teología al auditorio de modo que sus feligreses
pudiesen comprenderlo". Le gustaba recurrir a Santo Tomás, a quien citaba
al predicar sobre el amor al prójimo: «Debemos amar al prójimo para que exista
en Dios o por lo que hay de Dios en él». Aplicando esa verdad a los sermones de
matrimonio, comentaba: «No hay que amar en el cónyuge lo que va contra Dios o
aleja de Él, y por eso no hay que fomentar tampoco sus defectos»!", En las
relaciones con los fieles, el Padre Lefebvre se mostraba bondadoso con los
niños, aunque sabía ser severo cuando hacía falta.
«Más bien expansivo y desenvuelto» con los hombres y
los jóvenes, nunca se mostraba distante, sino siempre sonriente. Procuraba no
desedificar a nadie, lo cual era incluso una de sus reglas de pastoral, porque
sabía que los feligreses juzgan la religión por el sacerdote. « ¡Anda! -dicen-,
mira a ese Padre que acaba de llegar». Muy pronto saben con quién están
tratando. ¿Qué es lo que prueba a la gente la verdad de la Iglesia? La
santidad: eso se ve. Es preciso que la gente sepa que su sacerdote es un hombre
de Dios y no un lugareño mediocre, aburguesado, que se va de vacaciones como
los demás, o un hombre «bien situado» sin más".