LA PROVIDENCIA DE
DIOS Y EL PROBLEMA
DEL MAL Y DEL
DOLOR.
608. Uno de
los problemas más angustiosos que puede plantearse la pobre inteligencia humana
en torno a la providencia y gobierno amorosísimo de Dios sobre todas sus
criaturas, es la existencia del mal en el mundo,
en su doble aspecto físico y moral Es un hecho
indiscutible que en el mundo existe, en proporciones aterradoras, el mal moral,
o sea, toda clase de crímenes y de desórdenes. Y en no menor proporción existe
también el mal físico, o sea, toda clase de dolores y sufrimientos. El mal
moral recibe en teología el nombre de mal de culpa (malum culpae); y al mal
físico se le denomina mal de pena o de castigo (malum poenae).
Ahora bien: ¿cómo se explica
la existencia de ambos males en el mundo, si todo él está regido y gobernado
por la providencia amorosísimo de Dios? ¿Cómo puede compaginarse la
bondad de Dios, que, según nos enseña la fe, es el más amoroso de los Padres,
con la cantidad inmensa de desórdenes y penalidades que afligen a la pobre
humanidad salida de sus manos creadoras? Escuchemos a uno de los teólogos
modernos que han estudiado más a fondo esta cuestión, planteando admirablemente
el problema angustioso del dolor 1:
«Ante esta terrible realidad del dolor, que responde de manera tan desconcertante
a nuestro ardiente deseo de felicidad, nos sentimos profundamente turbados y
nos preguntamos en medio de una angustia que va creciendo con los años y la
experiencia: El deseo de la felicidad que se agita y nos guía en cada una de
nuestras acciones, ¿tiene o no un fundamento real? La vida, ¿merece o no merece
ser vivida? Nuestras luchas, ¿son estériles o fecundas? ¿Podemos pedir la
fuerza y el coraje a la sonrisa de la esperanza, o debemos abandonamos,
desalentados, en brazos de la desesperación? y no solamente desde este punto de
vista psicológico-moral se impone a nuestra consideración el hecho del dolor humano. Su importancia es igualmente
grande desde el punto de vista religioso. En efecto, si, como afirman los
creyentes, existe un Ser sapientísimo que ha ordenado todas las cosas del modo
más perfecto, ¿cómo se explica el dolor, que lleva el desorden a la parte más
noble del mundo creado, esto es, al mundo humano? Si existe un Ser sumamente
bueno, que ama con el amor más tierno a todas sus criaturas, ¿cómo se explica el dolor que martiriza y
tortura sin descanso las almas y los cuerpos? Si existe un Ser santo y justo,
que ha prometido las más bellas recompensas a cuantos observen sus leyes y ha
amenazado con los más severos castigos a cuantos las infrinjan? ¿Cómo se explica que el dolor recaiga y
maltrate sin distinción a los buenos y a los malos, a los creyentes y a los impíos?
¿Por qué, incluso, parece escoger con preferencia sus víctimas entre las almas
más honestas y religiosas? El problema del dolor
crece todavía en importancia y se ilumina con una luz del todo nueva cuando se
le considera desde el punto de vista sobrenatural del cristianismo.
Cuando más se enaltecía al gozo, la voz pura de Jesús proclamaba con solemne
autoridad: Bienaventurados los que lloran (Mt 5,3).
Mientras los hombres buscaban con mayor avidez los placeres,
Jesús no se cansaba de repetir: El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome
su cruz y sígame (Mt 16,24). Y las enseñanzas de su palabra eran
confirmadas con su ejemplo, pues su vida, encerrada entre los confines de la
pobre gruta de Belén y la desolada cima del Gólgota, fue toda ella una apoteosis
de dolor.
Ahora bien, este misterio de un Dios crucificado,
que ya en tiempo de San Pablo constituía un «escándalo
para los judíos y una locura para los gentiles» (1 Cor 1,23), continúa
siendo todavía hoy, después de veinte siglos de vida cristiana, terriblemente
duro para los idólatras del placer y para los esclavos de la sensualidad, que,
llamando necios y locos a los discípulos de la Víctima voluntaria del Calvario,
maldicen a la religión del dolor e increpan al árbol de la cruz como al más
tétrico de los árboles 2.
Por todo ello, el problema del dolor, tanto desde el
punto de vista psicológico-moral, como desde el de la religión natural, como
desde el de la religión cristiana, aparece rodeado de una importancia vital
suma. Su relación estrechísima con nuestras más íntimas aspiraciones,
convicciones y creencias hacen que el problema del dolor sea el problema
central de la vida y del pensamiento».
Vamos, pues, a examinar con la mayor amplitud que
nos permite el marco de nuestra obra este pavoroso problema del mal y del dolor,
que ha torturado la inteligencia de los mayores pensadores de todas las épocas
y razas y que solamente tiene solución completa y adecuada a la luz de dos grandes
dogmas del cristianismo: la existencia del dolor y la eficacia redentora del dolor.
Dividiremos
nuestro estudio en tres artículos:
1.0 Filosofía del mal.
2. ° Mal de culpa y mal de pena.
3. ° El problema del dolor,
ARTICULO
FILOSOFÍA DEL MAL
Santo Tomás trató expresamente varias veces del
problema del mal, señalando su naturaleza y sus causas 1, En sus obras se encuentra
la más alta filosofía del mal que la razón humana, iluminada por la fe, ha
sabido presentar hasta hoy. Un resumen de sus principales conclusiones es lo
que vamos a ofrecer al lector en este primer apartado de nuestro estudio 2.
2 NIETZSCHE, Anticristo.
Véanse, principalmente, lo siguientes lugares: Comentario a las Sentencias 1.2
dist.34
y 35; Suma Teológico I 48-49; Suma contra gentiles
III C.4-I5, y, sobre todo, la cuestión disputada De malo, donde agota
exhaustivarnente la materia.
2 Cf. VACANT-MANGENOT, Dictionnaire de Théalogie Catholique
9, I697-I703, donde podrá ver el lector que lo desee la referencia tomista
de cada una de las afirmaciones que vamos
¡¡ hacer, y' que omitimos aquí para 110 interrumpir
la lectura con innumerables llamadas,
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