No
sólo entre los que aman a Dios de todo corazón, hay quienes le aman más y
quienes le aman menos, sino que una misma persona se excede, a veces, a sí
misma, en este soberano ejercicio del amor de Dios sobre todas las cosas.
¿Quién
no sabe que hay progresos en este santo amor, y que el fin de los santos está
colmado de un más perfecto amor que los comienzos? Según la manera de hablar de
las Escrituras, hacer alguna cosa de todo corazón no quiere decir sino hacerla
de buen grado y sin reserva.
Todos
los verdaderos amantes son iguales en dar todos su corazón, con todas sus
fuerzas; pero son desiguales en darlo todos diversamente y de diferentes
maneras, pues algunos dan todo su corazón con todas sus fuerzas, pero menos
perfectamente que otros. Unos lo dan todo por el martirio, otros por la
virginidad, otros por la pobreza, otros por la acción, otros por la
contemplación, otros Dar el ministerio pastoral, y, dándolo todos todo, por la
observancia de los mandarinatos, unos empero, lo dan más imperfectamente que
otros.
El
precio de este amor que tenemos a Dios donde de la eminencia y excelencia del
motivo dar el cual y según el cual le amamos. Cuando le amamos por su infinita
y suma bondad, como Dios y porque es Dios, una sola gota de este amor vale
mucho más, tiene más fuerza y merece más estima que todos los otros amores Que
jamás puedan existir en los corazones de los hombres y entre los coros de los
ángeles, porque mientras este amor vive, es él el que reina y empuña el cetro sobre
todos los demás afectos, haciendo que Dios sea en la voluntad preferido a todas
las cosas, universalmente y sin reservas.
De dos
grados de perfección con los cuales este mandamiento puede ser observado en
esta vida mortal
Hay
algunas almas que, habiendo hecho ya algunos progresos en el amor divino, han
cortado todo otro amor a las cosas peligrosas; mas, a pesar de esto, no dejan
de tener algunos afectos perniciosos y superfluos, porque se aficionan con
exceso Y con un amor demasiado tierno y más apasionada de lo que Dios quiere.
Dios quería que Adán amase tiernamente a Eva, pero no tanto que, por
complacerla quebrantase la orden que la divina Majestad le había dado. No amó,
pues, una cosa superflua y de suyo peligrosa, pero la amó con superfluidad y peligro.
El amor a nuestros padres, amigos y bienhechores es, de suyo, un amor según
Dios, pero no es lícito amarlos con exceso; las mismas vocaciones, por
espirituales que sean, y nuestros ejercicios de piedad (a los cuales debemos
aficionarnos) pueden ser amados desordenadamente, cuando son preferidos a la
obediencia o a un bien más universal, o cuando se pone en ellos el afecto como
en el último fin, siendo así que no son sino medios y preparativos para la
realización de nuestro anhelo final, que es el divino amor. y estas almas, que
no aman sino lo que Dios quiere que amen, pero que se exceden en la manera de
amar, aman verdaderamente a la divina bondad sobre todas las cosas… pero no en
todas las cosas, porque a las mismas cosas cuyo amor les está permitido, aunque
con la obligación de amarlas según Dios, no las aman solamente según Dios, sino
por causas y motivos Que no son contrarios a Dios, pero que están fuera de Él.
Tal fue el caso de aquel pobre joven que, habiendo guardado los mandamientos
desde sus primeros años, no deseaba los bienes ajenos, pero amaba con demasiada
ternura los propios. Por esto, cuando nuestro Señor le aconsejó que los diese a
los pobres, se puso triste y melancólico. No amaba nada que no le fuese lícito
amar, pero lo amaba con un amor superfluo y demasiado cerrado.
Estas
almas, oh Teótimo, aman de una manera demasiado ardorosa y superflua, pero no
aman las superfluidades, sino lo que deben amar. Y, por esta causa, gozan del
tálamo nupcial de la unión, de la quietud y del reposo amoroso de que nos
hablan los libros quinto y sexto de los Cantares; pero no gozan en calidad de
esposas, porque la superfluidad con que se aficionan a las cosas buenas hace
que no penetren con mucha frecuencia en las divinas intimidades del Esposo, por
estar ocupadas y distraídas en amar, fuera de Él y sin él, lo que deberían amar
únicamente en Él y por Él.
De otros dos grados de mayo perfección por
los cuales podemos amar a Dios sobre todas las cosas.
Hay
almas que aman tan sólo lo que Dios quiere. Almas felices, pues aman a Dios, a,
sus amigos en Dios y a sus enemigos por Dios, pero no aman ni una sola sino en
Dios y por Dios; Refiere San Lucas que nuestro Señor invitó a que le siguiese a
un joven que le amaba mucho, pero que también amaba mucho a su padre, por lo
cual deseaba volver a él y el Señor le corta esta superfluidad de su amor y le
da un amor más puro, no sólo para que ame a Dios más que a su padre, sino
también para que ame a su padre únicamente en Dios. Deja a los muertos el
cuidado de enterrar a sus muertos; mas tú, ve y anuncia el reino de Dios".
y estas almas, Teótimo, como ves, gozando de una tan grande unión con el
Esposo, merecen participar de su calidad y de ser reinas, como Él es rey, pues
le están todas dedicadas, sin división ni separación alguna, no amando nada
fuera de Él y sin Él, sino tan sólo en Él y por Él.
Finalmente,
por encima de todas estas almas hay una absolutamente única, que es la reina de
las reinas, la más amable, la más amante y la más amada de todas las amigas del
divino Esposo, la cual no sólo ama a Dios sobre todas las cosas y en todas las
cosas, sino únicamente a Dios en todas las cosas; de suerte que no ama muchas
cosas, sino una sola cosa, que es Dios. Y, porque solamente ama a Dios en todo
lo que ama, le ama igualmente en todas partes, fuera de todas las cosas y sin
todas las cosas, según lo exige el divino beneplácito. Si es tan sólo Ester a
quien ama Asuero, ¿por qué le amará más cuando anda perfumada y adornada que
cuando viste en traje ordinario? Si sólo amo a mi Salvador, ¿por qué no he de
amarle tanto en el Calvario como en el Tabor, pues es el mismo, en uno y otro
monte? ¿Por qué no he de decir con el mismo afecto, en uno y otro lugar: Señor,
bueno es estarnos aquí? La verdadera señal de que amamos a Dios sobre todas las
cosas es amarle igualmente en todo, pues, siendo Él siempre igual a Sí mismo,
la desigualdad de nuestro amor para con Él no puede tener su origen sino en la
consideración de alguna cosa que no es Él.
Esta
sagrada amante no ama más a su Rey con todo el universo, que si estuviese solo
sin el universo; porque todo lo que está fuera de Dios y no es Dios, es nada
para ella. Alma toda pura, que no ama, ni aun el mismo cielo, sino porque el
Esposo es amado en él; Esposo tan soberanamente amado en el paraíso, que aunque
no lo tuviera para darlo, no por esto sería menos amable ni menos amado por
esta animosa amante, que no sabe amar el paraíso de su Esposo, sino a su Esposo
del paraíso, y que no tiene en menos estima el calvario, mientras su Esposo está
sacrificado en él, que el cielo, donde está glorificado. El que pesa las
pequeñas bolas encontradas en las entrañas de Santa Clara de Montefalca, el
mismo peso encuentra en cada una en particular que en todas ellas juntas. Así
el gran amor encuentra a Dios solo tan amable, como a Él junto con todas las
criaturas, cuando no ama a éstas sino en Dios y por Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario