LA COBARDÍA DE LOS PADRES
Los padres de familia de hoy, educados casi en sus
totalidad en la escuela laica, que, como lo hechos dicen, es la escuela del miedo a confesar abierta y
públicamente a Dios, son grandemente responsables de los estragos que está
causando la enseñanza de los establecimientos de instrucción laica.
Porque hasta ahora, en cuestión tan importante y de
alcance inmenso para el porvenir de la Patria, de la familia y de los
individuos, los padres de familia no han hecho, ni
hacen otra cosa que encogerse de hombros y renunciar prácticamente a sus
derechos.
Porque renunciar a sus derechos es no tomarse el
trabajo de hacer algo serio, constante, tenaz, para defender el alma de sus
hijos, de la obra de extravío y de corrupción del maestro laico.
De tal manera que la intromisión del gobierno en
materia de enseñanza, aunque no se justifica, ni se justificará jamás, ni ante
la ley, ni ante los derechos esenciales de la personalidad humana, sin embargo,
se explica al darse cuenta de que los padres de familia, en lo que toca a la
conciencia de sus hijos, de su porvenir, de su vida y de su formación no hacen más que echarse en la corriente y profesar la
doctrina del miedo a los poderes públicos, hoy tan en boga entre nosotros.
Más aún; todos los días no
hacen más que transigir.
Saben –se necesita ser ciego o idiota para no saberlo
y para no verlo– que el contacto con la escuela laica, con los textos, con los
alumnos, con los profesores, en fin, con la atmósfera envenenada de los establecimientos
oficiales de instrucción, contrarresta todos los esfuerzos que se hacen en el
templo, en el hogar y en cualquier otra parte para orientar a la niñez y a la
juventud hacia Dios; y que a la vuelta de unos cuantos años, quizá de unos
cuantos meses, sus hijos han empezado a andar por la
ruta del mal y de la guerra a la Iglesia. Y a pesar de esto, tranquilamente
envían a sus hijos a las escuelas laicas.
Por tanto, los padres de familia saben perfectamente
que en estos momentos de propaganda intensa y fuerte por el laicismo, se hallan
en esta situación: o se abstienen de mandar a sus hijos
a las escuelas sin Dios, o los mandan para que en ellas les enciendan el
corazón y el alma en el odio a la Iglesia.
Y no vale que aleguen que no se les enseña a maldecir
a Dios ni a perseguir a la Iglesia, porque esto es enteramente falso: por una
parte, y por la otra, la sola indiferencia es ya un
peligro terrible que equivale a una catástrofe para la vida de los que se
educan en la escuela laica.
Los padres de familia
deben pensar en que, o están a la altura de su deber y afirman enérgicamente
sus derechos delante de la tiranía oficial; o ceden, flaquean, capitulan y
entonces dejarán de ser respetables no solamente para el mismo gobierno, sino
aun para sus mismos hijos, pues la familia será y es de
hecho la primera en aprender y entender la lección de cobardía y de deserción,
ya que los padres no saben, ni quieren afrontar sus responsabilidades.
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