viernes, 24 de marzo de 2017

UT NOS CREDIDIMUS CARITATE



EN EL CORAZON DE LA CIUDAD ETERNA

Las reliquias de los Papas y de los mártires, que son las más elocuentes voces de la tradición, los invitaban con San Cipriano a amar cada vez más “esta Cátedra de San Pedro y esta Iglesia principal, origen de la unidad del sacerdocio”. Al regresar volvieron por las calles cercanas al seminario y se dieron cuenta que las grandes universidades eclesiásticas se encontraban cerca de Santa Chiara. ¡Qué barrio tan ideal para el Seminario Francés! Formar jóvenes en la romanidad doctrinal…tal fue su vocación por voluntad de Pio IX cuando este Papa propuso y luego aprobó, en 1853, que la naciente casa de estudios fuera confiada a la dirección de los espirítanos. Pero ¿Por qué a los espirítanos?

LA CONGREGACION DEL ESPIRITU SANTO
La Congregación del Espíritu Santo había sido fundada dos veces. En 1700 un joven bretón, Claude François Poullar des Places llego a Paris con el fin ingresar al sacerdocio, no en la Sorbona, infectada de jansenismo, sino en el colegio de los jesuitas. Impresionado de algunos compañeros, el joven clérigo de tan solo veinticuatro años estableció el 27 de mayo de 1703, fiesta de Pentecostés, la comunidad y seminario consagrado al Espíritu Santo bajo la invocación de la Santísima Virgen sin pecado concebida. Ordenado sacerdote en 1707, murió dos años después, en 1709, a la edad de treinta años, dejando sus hijos espirituales un conmovedor modelo de sacerdote humilde, pobre, piadoso y doctrinal. En efecto, Claude Poullart quiso que sus “pobres clérigos”  “se educasen en los principios de la más sana doctrina de la Iglesia católica y romana”. Al joven fundador le gustaba repetir como máxima favorita: “Un clérigo piadoso sin ciencia tiene una devoción ciega, y un clérigo sabio sin piedad se expone a convertirse en hereje y rebelde de la Iglesia”.
Los sacerdotes formados  en esa piedad doctrinal en el Seminario del Espíritu Santo se reincorporaban a sus diócesis o entraban en la Compañía de Luis María Grignion de Monfort, pero pronto muchos de ellos partieron a las misiones extranjeras en Canadá (1732) Conchinchina y Senegal (1770-1790).
Después de la revolución, la comunidad, fue reconocida por la Santa Sede como congregación, ofreciendo un clero excelente clero a nueve territorios coloniales, entre otros las Antillas y Senegal. El Seminario se convirtió en el hogar del pensamiento católico y romano, por el cual pasaron el historiador Rohrbacher, el canonista Bouix, el protologo Migne, el paleógrafo Dom Pitra, Dom Geranger, Monseñor Parisis y el Cardenal Gousset o Luis Veullot que acudieron a dicho Seminario para tratar los problemas de actualidad a la luz de las enseñanzas de Roma.
Sin embargo, en 1847 la Congregación se encontraba anémica. Fue entonces cuando la Divina Providencia infundio sangre nueva insertando en el viejo tronco de Poullart des Places al joven injerto de Liberman.

EL PADRE LIBERMAN, EL CORAZON DE MARIA Y LA CASA SANTA CHIARA

Nació el 11 de abril de 1802, Jacob Liberman, hijo del rabino de Severne, recibió la gracia del bautismo la noche buena de 1826, adoptando los nombres de François, Marie y Paul: “En el mismo instante, dijo, en el que el agua santa corrió sobre mi cabeza de judío, ame a María, a la que hasta entonces detestaba”. Tras ingresar al Seminario de San Sulpicio en Paris y luego en Issy, animo rápidamente con su ardor,  a todo un grupo de compañeros, concibiendo el proyecto de enviar a África todo un ejército de apóstoles “para los negros más desfavorecidos”.
Alentado por Roma y curado milagrosamente de su epilepsia fue ordenado sacerdote en 1841 y envió a sus “primeros misioneros del Corazón de María” a Senegal y Gabón. La presencia de los primeros en algunas de esas tierras de ultramar los dejo pensando. En 1848 su Instituto se fusiono con el del Espíritu Santo, que tomo el nombre de “Congregación del Espíritu Santo bajo la advocación del santo e Inmaculado Corazón de María”. Murió cuatro años después el 2 de febrero de 1852. Al año siguiente respondiendo al llamado  y a la decisión del Papa Pio IX, la Congregación fundaba en Roma el Seminario Francés traslada en 1854 al antiguo convento de Santa Chiara, la casa espiritual (pietas cum sciencia) a la cual León XIII concedió en 1902 el titulo, raro en esa época, de Seminario Pontificio, en 1904 el Padre Le Floch recibía, de las debilitadas manos del Padre Alphonse Eschbach, la antorcha de la romanidad doctrinal.

EN PADRE LE FLOCH, LOS PAPAS Y LA CRUZADA.

Henri le Lefloch.

El 26 de octubre de 1923 por la tarde, el Padre superior reunió a los seminaristas para la primera conferencia espiritual del curso. El Padre Henri Le Floch se hallaba en el ocaso, a los sesenta y un años, en el ocaso de su vida, pero no de su capacidad intelectual. Era, decía el Padre Berto, alumno suyo entre 1921 y 1926, un roble bretón, en la magnífica robustez de su madurez. De estatura elevada, el porte seguro, el rostro relleno y ligeramente colorado, en el que el vigor de la ceja realzaba la finura de la nariz y de los labios, la cabeza erguida y de sobrecogedora dignidad, los ojos gris azulados de mirada firme, de una gravedad natural mitigada por un aire de bondad y una sonrisa apenas dibujada, pero pronta a aparecer, infundía respeto sin ninguna afectación. Todo él era dignidad y afabilidad.
Apare de ello, era la combinación de una extrema seguridad en sí mismo y de un extremo olvido de si: no era más que un servidor de la Iglesia, un hombre de la verdad, el hombre de la doctrina católica, teólogo por lo tanto, pero intuitivo e impaciente, su espíritu llegaba a la cima sin obligarse a pasar por los escalones de la argumentación teológica. No es que despreciara la teología como ciencia racional, sino que no la usaba de esa manera: inmutable en la fe, se había establecido en los principios fundamentales de la teología.

El espíritu de Claude Poullart des Places. Doctrina romana y piedad doctrinal

En una memorable conferencia dada en Chevily en 1902 el Padre Le Floch, basándose en los documentos de la “fusión” de 1948, había demostrado que así como el venerable Liberman era el revivificador de la congregación y su iniciador en el espíritu misionero religioso, el siervo de Dios Polluart des places era su fundador. La comunidad del Espíritu Santo, aprobada como asociación Francesa por el real decreto de 1734, no había dejado de existir en 1848, como acababa de probarlo Monseñor Le Roy, superior general en el Consejo de Estado, salvando a la Congregación  de las “expulsiones” en agosto de 1901. Desde entonces, la intención primera de Claude Polluart seguía siendo firme y valida y el Seminario Francés de Roma era el heredero del glorioso Seminario del Espíritu Santo: simplemente había superado la pequeña escala del clero colonial.
El Padre Le Floch encontró en Santa Ciara la tradición espiritana de adhesión a la santa doctrina romana  y de una piedad profunda basada en esta doctrina, pero él la desarrollo, la estableció al estado puro y la gravo en el reglamento del seminario; incluso la destilo mediante la lectura en el comedor, una vez cada tres años, de la vida del Padre Jean Baptiste Aubry, un ex alumno del Seminario Francés que había adquirido allí el entusiasmo por el estudio de la teología y el gusto por una piedad teológica:
“Sigue siendo una pretensión de la escuela anti teológica, escribía, separar el sacerdocio, la piedad de la doctrina: escuela sentimental que con el pretexto, de la piedad, acaba con la piedad. A una doctrina sin espiritualidad corresponde una espiritualidad sin doctrina. Doctrina seca, espiritualidad insípida, poco consistente, malsana, totalmente sentimental y, por consiguiente sin duración. Escuela que niega la necesidad de una teología dogmatica tan profunda como sea posible para formar al verdadero sacerdote, al hombre interior, al hombre apostólico”.
Sin razón alguna, añadía el Padre Aubry, algunos se limitan a estudiar la teología moral y la separan del dogma por considerarlo inútil. Al obrar así, quitan de los estudios “todo lo que sirve para formar, en el joven teólogo, el alma sacerdotal, el sentido teológicos, el hombre de principios y de doctrina, la inteligencia solida, el espíritu elevado” (Este mal, ¿no se estará presentando actualmente en la formación de los seminaristas de la Fraternidad donde los principios, la doctrina y el espíritu elevado desde hace tiempo están brillando por su ausencia? Nota del trascriptor)

“Sentire cum Ecclesia”, sentir con la Iglesia.

La fe en los principios y en la eficacia practica de la verdad, de la verdad católica: esto es lo que el Padre Le Floch inculcaría a sus discípulos. En 1936, con motivo de sus bodas de oro sacerdotales, sus antiguos alumnos dejaron por escrito su gratitud por la formación que habían recibido de él. “Conservo el entusiasmo de mis dieciocho años, escribía el canónico Joseph Taillade, superior del Seminario de Perpiñan, a usted se lo debo, se lo debo a Santa Ciara, donde recibí los principios que han sido la dicha de mi vida.
Por su parte, el Padre Roger johan, profesor en el Seminario Menor de Sées y futuro Obispo, escribía: « ¡Qué alegría haber sido formado para vivir sólidamente de principios!». Y Dom Albert de Saint-Avid, monje de Solesmes, le recordaba: «Usted nos enseñó el culto de la verdad total y el horror de las verdades a medias... Me acuerdo de su paternidad tan perfecta, que inspiraba respeto y se ganaba los corazones».
El Padre Johan explicaba también «el sentido del valor de la caridad, la necesidad de teología y de filosofía divinamente perfeccionadas». « ¿Podría señalarse un espíritu? -se preguntaba a su vez el Padre Victorain Berto. En el fondo, ¡era el Sentire cum Ecclesia, entendido sin ninguna rigidez, sin ninguna geometría, sin ningún «integrismo»!", «Sentir con la Iglesia!». Juzgar como juzga la Iglesia, a la luz de las enseñanzas de los Concilios y de los Papas, y también a la luz de Santo Tomás de Aquino, despojándose de toda idea personal para abrazar el pensamiento de la Iglesia, ése fue el espíritu del Padre superior.



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