3 DE FEBRERO
SAN BLAS,
OBISPO Y MARTIR.
Epístola – II Cor; I, 3-7.
Evangelio – San Mateo; XVI, 24-27.
LA ENSEÑANZA DE
LOS SANTOS. — Pasados
cuarenta días después del Nacimiento del Salvador, nos abre la Iglesia la
fuente de robustas y serias meditaciones destinadas a prepararnos a la
penitencia. Cada fiesta de los Santos debe causarnos la impresión propia para
vivir este santo Tiempo. En el período del que acabamos de salir, todos los
amigos de Dios que debíamos celebrar, nos parecían radiantes con las alegrías
del Nacimiento del Emmanuel; formaban su corte esplendorosa y triunfante. Desde
ahora a la Resurrección del Hijo de Dios le consideraremos, sobre todo, en los
trabajos de su peregrinación por esta tierra. Lo que nos interesa hoy es ver y estudiar
cómo han vencido al mundo y la carne. "Van, dice el Salmista, y arrojan la
semilla en el surco regándola con sus lágrimas; pero volverán alegres, cargados
con las gavillas que habrán producido sus sudores. Esperemos que sea así con nosotros al fin de estos
días de trabajos, y que Cristo resucitado nos acoja como a sus miembros vivos y
renovados. En este tiempo que vamos a recorrer, abundan los mártires, y hoy comenzamos
por uno de los más célebres.
VIDA— De las Actas
de San Blas no se puede saber sino que fue Obispo de Sebaste y mártir al
principio del siglo IV. En Oriente, y sobre todo en Armenia, se tiene gran
devoción a San Blas, y su culto, introducido muy pronto en Occidente, ha sido
siempre muy popular. Por su poder en curar a personas y animales se considera como
uno de los Santos Auxiliares. Se le invoca especialmente contra los males de
garganta y de muelas. Como se han llamado muchos santos con el nombre de Blas
es difícil saber con certeza cuáles son sus reliquias.
¡Oh San Blas! unimos nuestras voces a las alabanzas
de todas las Iglesias. En pago de nuestros homenajes dirige tu mirada sobre
nosotros, desde el culmen de la gloria en que reinas y miras a los fieles de
toda la cristiandad, que se preparan para las santas expiaciones de la
penitencia, y desean convertirse al Señor, su Dios, por las lágrimas y el
arrepentimiento. Acuérdate de tus propios combates y ayúdanos en la renovación
que vamos a emprender. Tú no temiste los tormentos de la muerte, y por ruda que
fuese la prueba, la soportaste con valor. Ayúdanos en una situación no menos
peligrosa. Nuestros enemigos no son nada en comparación de los que fuiste
vencedor; pero son pérfidos; y si no tenemos cuidado pueden derribarnos.
Obtenednos el socorro divino, causa de tus triunfos; somos hijos de mártires;
que su sangre no degenere en nosotros. Acuérdate también del país regado con tu
sangre. La fe estaba vacilante; al fin parece que brillan días mejores. Por tus
oraciones, haz volver a Armenia a la Iglesia Católica, y consuela, por la
vuelta de sus hermanos, a los fieles que, en medio de tantos peligros, han
permanecido ortodoxos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario