domingo, 26 de febrero de 2017

ET NOS CREDIDIMUS CARITATI




CONTINUACIÓN VIDA DE MONS. LEFEBVRE

Si es cierto que «el alma de un sacerdote se forja en las rodillas de su madre», entonces conocer el alma de Gabrielle Watine nos permitirá adivinar la de Monseñor Lefebvre.
Gabrielle Watine nació en Roubaix el 4 de julio de 1880, siendo la cuarta de siete hijos.
Desde que era una joven escolar se sintió llevada a la piedad de manera inequívoca, uniendo los hechos a la oración y arrastrando a sus compañeros. Se la puede retratar con una sola palabra: era hija del deber.
La vida familiar estaba impregnada de fe, oración, espíritu de sacrificio y celo por aliviar las miserias del prójimo. Gabrielle Watine respondía generosamente a la energía de su madre y daba el buen ejemplo.
Visitaba con su madre a las familias obreras de la industria textil y a los pobres de la Conferencia de San Vicente de Paúl: no hay conocimiento más precioso que el de las viviendas ruinosas y los rostros pálidos de los pequeños anémicos".
A los dieciséis años Gabrielle fue enviada al internado de las Hermanas Bernardinas de Esquermes, en Lille, donde era religiosa su tía, Sor Marie-Clotilde (Clara Lorthiois). Allí manifestó «humor estable, energía sonriente, simpatía, modestia y delicadezas". Su personalidad se afirmaba en las discusiones de ideas, que mantenía con animación sin querer ceder por debilidad.
Terminados sus estudios, Gabrielle Watine dudaba sobre su futuro. ¿Sería religiosa? Tras reflexionar, orar y consultar a Monseñor Fichaux, su director espiritual, se decidió por el matrimonio!".

2. El hogar familiar

Matrimonio. Viaje de novios. Instalación.

¿Con qué criterio se decidiría la elección de la joven y de sus padres? Los complejos industriales, en el norte, eran tributarios delas relaciones y alianzas familiares, pero sin que pudiera decirse que el interés dictara aquí relaciones carentes de espontaneidad, ya 'que la vida cotidiana del patronazgo textil estaba tejida de una correlaión permanente entre los negocios y la familia.
Ahora bien, el criterio moral y religioso no era menos imporcante!'. Un Vicario de Notre-Darne de Tourcoing dio fe de las cua. dades morales de René Lefebvre y lo presentó a la familia. El joven era un año y medio mayor que Gabrielle. Esbelto y más bien alto, e cabellos castaños pero ojos azulados muy dulces, de nariz recta y o bigote, fue rápidamente aceptado por los señores Watine y por
Gabrielle.
René Lefebvre y Gabrielle Watine se dieron el consentimiento trimonial el 16 de abril de 1902 en la iglesia de San Martín de ubaix, ante el Párroco Bertaux.

El viaje de novios llevó a los esposos a Lourdes, ante la Virgen
La Gruta (dado que René era camillero voluntario desde 1897) y o a Roma, donde recibieron la bendición del Papa León XIII.
De vuelta a Tourcoing, el joven matrimonio se estableció en modesta casa de la calle Leverrier, una calle discreta con sobrias das de ladrillo rojo y ventanas impecablemente alineadas: exacente el tipo de urbanismo racional y ordenado de la región.
El santuario familiar

El primogénito nació el 22 de Enero de 1903 y recibió el nombre de su padre: René. Luego vino Janne, nacida en 1904. Marcel llego al hogar el 29 de noviembre 1905, demasiado tarde para ser bautizado el mismo día. Fue al día siguiente, en la fiesta de San Andrés, el apóstol crucificado amante de la cruz del Salvador, cuando el niño fue llevado a la fuente del bautismo de la Iglesia de Notre-Dame por su tío, Luis Watine-Duthoit, y su tía Marguerite Lamaire-Lefebvre se le dio por nombre Marcel François Marie Joseph, como en toda familia católica del norte; François, naturalmente, por estar terciarios de la orden seráfica y Marcel para vengar el ultraje de la reclusión ignominiosa del Papa San Marcelo en Roma, cuya caballeriza-prisión había impresionado a la Sra. Lefebvre'".
La madre nunca esperaba a estar recuperada del todo para hacer bautizar a sus hijos. La familia acudía sin ella a la iglesia, y solamente a su regreso aceptaba tomar en brazos al bebé, renacido a la vida divina y adornado con la gracia santifican te. Cuando abrazó a Marcel, que la sirvienta Louise le presentaba, se sintió iluminada por una de esas intuiciones habituales en ella, y dijo: «Éste desempeñará un gran papel en la Iglesia junto al Santo Padre».
Persuadidos de que el futuro de una patria católica dependía del matrimonio cristiano fecundo, los esposos Lefebvre- Watine quisieron rodearse de una hermosa corona de niños. Así nacieron después: Bernadette en 1907, de quien su madre predijo que «será un signo de contradicción», y eso fue de hecho la futura madre Marie-Gabriel al fundar junto con su hermano la Congregación de las Hermanas de la Fraternidad San Pío X; luego Christiane, la última de los «cinco mayores», en 1908, de quien predijo su madre que sería carmelita: y lo fue efectivamente, e incluso refundadora del Carmelo tradicional. Finalmente vinieron al hogar Joseph en 1914, Michel en 1920 y Marie-Thérese en 1925.
La madre de familia era un alma profundamente espiritual y extremadamente apostólica: recordemos dos rasgos de su fisonomía moral, que heredaría Marcel. Enfermera diplomada de la Cruz Roja, dedicaba un día y medio a la semana al cuidado de los enfermos del dispensario, realizando el trabajo que desagradaba a los demás.
Su marido y ella formaban parte de la Conferencia de San Vicente de Paúl, pero su mayor apostolado era el de la tercera orden franciscana: por impulso de la Sra. Lefebvre, convertida en presidenta del discretorio de Tourcoing, la fraternidad de las «hermanas» de la tercera orden reclutó hasta ochocientos miembros, con maestras de novicias escogidas por ella y retiros cerrados.
Dirigida espiritualmente por el Padre Huré, montfortiano, su alma se elevó a una vida de unión constante con Jesucristo; practicaba la oración y la lectura espiritual; viril y magnánima, se ejercitaba en la mortificación y la renuncia, y en 1917 hizo el voto de lo más perfecto (renovado de confesión en confesión). Vivía de la fe, refiriendo todos los acontecimientos a Dios y a su voluntad. La característica más constante de su alma y de su ánimo era la acción de gracias a la Divina Providencia.
Era además una excelente educadora. Su marido imponía a sus hijos un ideal elevado, pero les hacía practicar sus exigencias con excesiva severidad; ella, por el contrario, muy equilibrada, prefería gobernar estableciendo un régimen de confianza que no aplastase la espontaneidad del niño, sino que estimulase su generosidad mediante la virtud del ejemplo"; El hogar familiar de los Lefebvre era un santuario con su propio ritual. Mientras el padre, acompañado de Louise, asistía a Misa de seis y cuarto, en la que acolitaba al Párroco, la madre despertaba a los niños trazándoles la señal de la cruz sobre la frente y haciéndoles ofrecer las obras del día; luego iba a Misa de siete con sus hijos en edad de caminar, a menos que, siendo ya más grandes, asistieran a Misa en el pensionado? Todas las tardes la oración en común aliviaba las contrariedades de la jornada y unía los corazones en la misma caridad de Dios. Los niños no se iban' a dormir sin haber recibido la bendición de sus padres.

LA PRIMERA COMUNION

En enero de 1908 la familia se instalo en una casa mas grande, en la calle Nacional 131.  Los hijos mayores fueron matriculados pagando media pensión: René en el Sagrado Corazón y Jeanne en la Inmaculada Concepción, situada en la plaza Notre Dame 7, esta última institución fue construida y fundada por las hermanas de la Santa Unión, a las que sucedieron en 1905 las Ursulinas secularizadas. La inmaculada Concepción admitiría varones en los primeros años de primaria y de ellos formo parte Marcel Lefebvre: una foto de 1911 muestra a una parte de los niños sentados en la hierba del jardín, ante la estatua de la Inmaculada y entre ellos se reconoce al niño Marcel. En este mismo colegio hizo su primera comunión el 25 de diciembre de 1911, después de un retiro preparatorio y la confesión, no le hizo falta ningún permiso especial para comulgar con tan poca edad, porque el Padre Varrasse aplico de buen grado el decreto de San Pio X justo del año anterior. Pero el decreto del Papa encontró resistencias aquí y allá, de las que se quejo Sn Pio X EN UNA OCACION A Monseñor Chesnelong, obispo de Valence: “En Francia se critica duramente la comunión precoz que hemos decretado. Pues bien, aseguremos que entre los niños habrá santos, y ya lo verá Ud”. Y así se fue.
Durante la Misa de gallo, celebrada por el Padre Varrasse, Marcel tuvo su primer coloquio intimo con Jesus Sacramentado, era el menor de los quince niños que comulgaron con él ese dia. Ya en casa, tomo su mejor pluma y escribió al Papa para darle las gracias por haber podido comulgar a los seis años, gracias a su decreto. En adelante podrá comulgar cada día, “Su alma se elevaba directamente a Dios con la mayor sencillez, observaba su hermana Christiane, sin darse cuenta irradiaba a Dios, la paz y el sentido del deber. Pero el niño no era ajeno a los acontecimientos que afectaban a la familia, la empresa de su padre y pronto la guerra.

UN PATRÓN CRISTIANO DEL NORTE EN ACCIÓN (La empresa)

El ambiente que reinaba en el norte dejo marcado a Marcel Lefevbre, era una región donde se trabajaba, diría mas tarde, y el trabajo lo dominaba todo. A las cinco y media de la mañana las fabricas se ponían en marcha; el obrero llegaba a las seis y se quedaba en el trabajo hasta que tocaba la campana y eso era asi seis de cada siete días. Esa vida monótona transcurría bajo un cielo gris que no daban ganas de distraerse ni de trabajar. La gente amaba el trabajo y se habría quedado triste si no acudía al trabajo, era su vida.
Durante mucho tiempo el patrón y su familia vivieron en el mismo lugar de trabajo, como el abuelo Floris Lorthiois (1793-1972). La vivienda solía estar unida a la fabrica, y eran muchos los patrones que llegaban antes al trabajo que los obreros, hacían una breve pausa a medio día junto a sus esposas y volvían de nuevo al trabajo hasta las nueve o diez de la noche.
René Lefebvre, formado por su padre en esa severa escuela, amaba su trabajo, pero ante todo sabia santificar el día con la santa Misa y la comunión matutina, luego tras tomar una taza de café negro, recorría a pie los diez minutos que lo separaban de su domicilio y la hilandería paterna. Allí continuaba con la tradición hilandera de la familia, produciendo hilo para madeja de la famosa marca Sphinx.
Justicia y caridad social. Las corporaciones.
René Lefebvre con sus obreros era bondadoso y bueno, pero, obligado por las penurias económicas, le era difícil abdicar de su autoridad. En el siglo XIX, el liberalismo reinante tenía una idea inexacta del salario justo, consideraban como un simple componente del costo. Para compensar la insuficiencia de los salarios, los patrones del norte crearon algunas obras de beneficencia, pero lo hacían no obligados por el deber de justicia a cuyo deber no se sentían obligados sino que lo daban por caridad. De esta opinión no era partidario René de La Tour du Pin quien sostenía que el salario debía se dado en justicia porque tenía en cuenta las necesidades del obrero y de su familia, la encíclica Rerum Novarum de Leon XIII (15 de mayo de 1891) vino a darle parcialmente la razón. Pero los patrones no limitaban su ayuda a las obras de caridad, tales como alojamientos gratuitos o mutuales de seguros sino que, también crearon verdaderas obras de justicia social, como las cajas de ahorros, pero sobre todo auténticos cuerpos intermedios. A iniciativa de Camile Fron Vrau, en Lille, del Padre Fichaux, en Turcing, treinta y seis patrones fundaron en 1884 la Asociación Católica de Patrones del Norte (ACPN). Ésta creo corporaciones o sindicatos mixtos que agrupaban a patrones y obreros en el ámbito de la empresa y de la profesión, para evitar enfrentarlos entre si con el famoso slogan de las “clases sociales”.
Con casi cincuenta años de anticipación, los patrones del norte aplicaron eficazmente los principios que Pio XI enunciaría en “Quadragesimo anno” (1931): “La justicia social nunca será tan perfecta como para que la caridad no deba atenuar sus defectos y, aunque fuera lo bastante perfecta como para eliminar todas las causas de injusticia, sería capaz de producir la unión de los corazones que solo opera la caridad” (AAS.23. 1931, 223: ccep. 1, 1326-1327 n° 56).

Paralelamente a las corporaciones, la ACPN fundo algunas cofradías de Nuestra Señora de las Fabricas, que sumaban cuatro mil socios y se basaban en el principio del apostolado de obrero a obrero por medio de los trabajadores ejemplares designados por los patrones: los “decenarios”. Los miembros tenían sus ceremonias y procesiones públicas. Gracias al binomio corporación-cofradía refloreció todo un orden social cristiano. René Lefebvre, aferrado a los principios de orden y jerarquía, fue un ardiente defensor del sistema de las corporaciones, porque, por su misma naturaleza, son contrarrevolucionarias, refractarias a las luchas de clases y promotoras en cambio de la caridad que las une.

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