23 DE ENERO
SAN RAIMUNDO
DE
PEÑAFORT,
CONFESOR
Epístola – Ecles; XXXI, 8-11
Evangelio – San Lucas; XII, 35-40
Después
de Hilario, Pablo, Mauro y Antonio, brilla hoy Raimundo de Peñafort, una de las
glorias de la Orden de Santo Domingo y de la Iglesia en el siglo XIII. Según los Profetas, el Mesías vino para ser nuestro
Legislador; más aún, es El la misma Ley. Su palabra ha de ser norma de los
hombres, y El mismo ha de dejar a su Iglesia el poder de legislar, para que
conduzca a los pueblos por la santidad y la justicia, hasta los umbrales de la
eternidad. La sabiduría del Emmanuel se manifiesta en la disciplina canónica,
como su verdad en la enseñanza de su doctrina. Pero al hacer sus leyes, la Iglesia
se ayuda de los hombres que le parecen poseer en más alto grado la ciencia del
Derecho y la integridad de la moral. San Raimundo de Peñafort tuvo el honor de manejar
su pluma para la redacción del Código canónico. Por orden de Gregorio IX, fué
él quien compiló en 1234 los cinco libros de las Decretales Discípulo de Aquel
que descendió del cielo al seno de una virgen para salvar a los pecadores, convidándoles
con el perdón, mereció Raimundo ser llamado por la Iglesia, insigne Ministro
del Sacramento de la Penitencia. Fué el primero que reunió en un
cuerpo de doctrina, las máximas de la moral cristiana que sirven para
determinar los deberes del confesor en relación con los pecadores que acuden a
él a declarar sus pecados. La Suma de Casos penitenciales abrió la serie
de esos importantes trabajos, por medio de los cuales algunos peritos y virtuosos
doctores trataron de establecer los derechos de la ley y las obligaciones del
hombre, con el fin de enseñar al sacerdote el arte de discernir, como dice
la sagrada Escritura, lepra de lepra. (Deut., XVII, 8.) Finalmente, cuando la gloriosa
Madre de Dios, Madre también de los hombres, suscitó para la obra de la Redención
de los cautivos al generoso Pedro Nolasco, a quien dentro de pocos días veremos
llegar ante la cuna del Redentor, Raimundo fué el poderoso instrumento de esta
gran obra de misericordia; no sin motivo le considera la Orden de la Merced como
uno de sus fundadores, y no en vano le han honrado millares de cautivos, libertados
de la esclavitud de los musulmanes, como a uno de los principales autores de su
libertad.
VIDA — Nació San Raimundo en Barcelona, de
la noble familia de Peñafort. Enseñó allí las
Humanidades, y fué después a estudiar Derecho a Bolonia. Volvió luego a su
ciudad natal, donde brilló por sus eminentes virtudes, sobre todo por su
veneración hacia la Santísima
Virgen María. A los 45 años profesó en la Orden de Santo Domingo. Fundó con San Pedro Nolasco la Orden de Nuestra
Señora de la Merced para la
Redención de los cautivos. Llamado
a Roma por Gregorio IX, fué allí su Capellán y Confesor, y redactó las
Decretales. Se hizo célebre por
sus milagros y murió casi centenario, el 7 de enero de 1275. Su sepulcro está en Barcelona. Canonizóle Clemente VIII.
Fiel dispensador del Sacramento de la Penitencia, supiste extraer del corazón
de Dios encarnado, aquella caridad que hizo del tuyo un asilo de pecadores.
Amaste a los hombres, y te preocupaste
tanto de las necesidades de sus cuerpos como de las de sus almas. Ilustrado por
los rayos del Sol de justicia, nos ayudaste a discernir el bien del mal,
dándonos reglas para apreciar las llagas de nuestras almas. Roma admiró tu
conocimiento de las leyes; y se gloría de haber recibido de tus manos el
sagrado Código que gobernó durante mucho tiempo a las distintas Iglesias. Despierta
en nuestros corazones, oh Raimundo, la compunción sincera que es una de las
condiciones para el perdón en el sacramento de la Penitencia. Haznos comprender
la gravedad del pecado mortal que separa de Dios para siempre, y los peligros
del pecado venial que dispone al alma tibia para el pecado mortal. Concédenos
hombres llenos de caridad y ciencia, para ejercer ese sublime ministerio que
cura a las almas. Protégelos contra el doble escollo de un desesperanzador
rigorismo, o de una excesiva blandura. Reaviva en nosotros la verdadera ciencia
del Derecho canónico, sin la cual la casa del Señor se convertiría en seguida
en morada de desorden y anarquía. Consuela a todos los que languidecen en las
prisiones o en el destierro, tú que tuviste un corazón tan compasivo para los
cautivos; prepara su libertad; líbranos también a todos, de las cadenas del
pecado que con tanta frecuencia sujetan a las almas de aquellos, cuyo cuerpo
goza de la libertad. Fuiste tú, oh Raimundo, el confidente del corazón de
nuestra misericordiosa Reina María, y ella te asoció a su obra para el rescate
de los cautivos. Eres, pues, poderoso ante el Corazón, que después del de Jesús
es nuestra mayor esperanza. Preséntala nuestros homenajes. Pídela para nosotros
a esa incomparable Madre de Dios la gracia de que amemos siempre al Niño
celestial que tiene en sus brazos. Dígnese también ella, por tus oraciones, ser
nuestra estrella en el mar de éste mundo, más tempestuoso que aquel cuyas olas desafiaste sobre tu milagroso manto. Acuérdate también de
España, tu patria, en cuyo seno obraste tantas maravillas. Ampara a la Orden de
Predicadores, cuyo hábito y regla honraste. La gobernaste sabiamente en la
tierra; ámala siempre como Padre desde el cielo, para que vuelva a florecer en
toda la Iglesia, y produzcan, como en los tiempos antiguos, aquellos frutos de
santidad y de ciencia que hicieron de ella una de las principales glorias de la
Iglesia de Cristo.
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