martes, 31 de enero de 2017

Crisis en la FSSPX

¿NO PASA NADA?


(vean en el final del texto la opinion de Mons. Lefebvre)

"En este momento estamos trabajando en la mejora de algunos aspectos de la figura canónica, que será la prelatura personal". El arzobispo Guido Pozzo, secretario de la Comisión " Ecclesia Dei ", a cargo del diálogo con la Sociedad de San Pío X, también confirma a Vatican Insider que la etapa de plena comunión con los lefebvristas se acerca. La meta del acuerdo está a la vista, aunque será necesario cierto tiempo.

El superior de la Sociedad de San Pío X, el obispo Bernard Fellay participó, el 29 de enero de 2017, como invitado en la transmisión "Tierras de Misión" de TV Libertés. Durante la entrevista, Fellay confirmó que el acuerdo está en marcha y que para llegar a la solución canónica no se tendrá que esperar hasta que la situación en la Iglesia se haya vuelto "totalmente satisfactoria" a los ojos de la Fraternidad San Pío X, y que, además, en todos estos años nunca ha dejado de mencionar el nombre del Papa, y orar por él en la celebración de las misas. Fellay ha enmarcado la actitud de Francisco hacia la Fraternidad como parte de la atención a las "periferias" y explicó la importancia de poner fin a la separación con Roma.  

El acercamiento, después del mini-cisma causado por las cuatro ordenaciones episcopales ilegítimas celebradas por el arzobispo Marcel Lefebvre en 1988, comenzó en 2000, cuando los lefebvristas vinieron en peregrinación a Roma para el Jubileo. Juan Pablo II dio su consentimiento para el inicio de nuevas conversaciones. Los contactos se intensificaron con Benedicto XVI, incluso con el examen de las cuestiones doctrinales abiertas. El Papa Ratzinger había liberado, en primer lugar, el uso del misal preconciliar y luego levantó las excomuniones de los cuatro obispos de la Fraternidad. Con Francisco, además de la continuación de los contactos, se dio también el paso de autorizar a los sacerdotes lefebvristas para confesar no sólo válida sino también lícitamente a los fieles durante el Jubileo de la misericordia. Esta concesión luego se extendió sin límite de tiempo en la carta "Misericordia et mísera". 

En cuanto a los problemas doctrinales, lo esencial parece superado en vista al acuerdo. A los miembros de la Fraternidad de San Pío X les sería exigido lo que se necesita para ser católicos, a saber, la "Profesión de fe", la creencia en la validez de los sacramentos celebrados según el Novus Ordo (la liturgia resultante de la reforma postconciliar), la obediencia al Papa. Hubo un diálogo y un debate sobre la relación entre el Magisterio y la Tradición, mientras todavía siguen siendo objeto de profundización -e incluso de desacuerdos que podrían continuar- temas relacionados con el ecumenismo, la libertad religiosa y la relación Iglesia-mundo. 

En la entrevista televisiva de Fellay, además de recordar la concesión de Francisco relativa a los sacramentos de la reconciliación y la unción de los enfermos, también citó las ordenaciones sacerdotales de la Fraternidad, indicando que se llevan a cabo con el permiso de la Santa Sede y sin la necesidad del consentimiento del obispo local. El estado de cosas, precisa Pozzo, es más complejo y se remonta a una decisión tomada por Benedicto XVI y la Congregación para la Doctrina de la Fe hace unos años. “La Santa Sede - explica el secretario de Ecclesia Dei - permite y tolera las ordenaciones sacerdotales de la FSSPX previa comunicación de los nombres de los recién ordenados al obispo del lugar, considerándolas válidas pero ilícitas. Francisco ha concedido solamente la legitimidad de la administración de los sacramentos de la penitencia y la unción de los enfermos. Precisamente para que todos los demás actos sacramentales, además de válidos sean legítimos, es necesario llegar a una solución canónica que configure la Fraternidad". 


La ruta elegida para la solución canónica, por supuesto, es el de la prelatura personal, figura inédita introducida en el nuevo Código de Derecho Canónico de 1983, y que hasta ahora sólo se aplicaba al Opus Dei. Durante estos últimos años se han incrementado las voces de los que se oponen al acuerdo. Uno de los cuatro obispos a los que el Papa Ratzinger había quitado la excomunión, Richard Williamson, ha dejado la fraternidad fundando un grupo más extremista, y ha efectuado nuevas ordenaciones episcopales. La posición de Fellay parece bastante más en línea con la de su fundador, el Arzobispo Lefebvre, quien en 1988 había casi llegado a un acuerdo con el entonces cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que fue cancelado a último momento.






Lo que realmente pensaba Mons. Lefebvre

EL PURGATORIO - La última de las misericordias de Dios - R.P Dolindo Ruotolo

DEBER DE SUFRAGAR
LAS ALMAS PURGANTES


Por la misma Comunión de los Santos, nosotros tenemos deberes hacia las almas purgantes, deberes de justicia y deberes de caridad. Pero, también aquella de caridad puede llamarse de justicia porque la caridad es un deber.

Deber de justicia

En cuanto a los sufragios que les debemos, en estricta justicia, a los difuntos que dejaron ofrendas para celebración de misas para su propia alma, es necesario reconocer que en el mundo poco se los toma en cuenta. Familias que heredan un patrimonio muchas veces riquísimo, olvidan vergonzosamente los sufragios a favor del difunto. Estos son los más abominables robos, que están castigados por Dios con severísimos castigos. Innumerables son los casos de casas destruidas o que se volvieron inhabitadas, con graves pérdidas para sus propietarios, de terrenos desolados por el granizo, animales muertos por contagio, y desventuras que caen sobre familias acomodadas que no cumplieron con las obligaciones que tenían para con las almas del Purgatorio. Dios en casos análogos permite estas calamidades porque sacuden a los aprovechadores y los hace meditar sobre la injusticia que ellos cometen dañando al prójimo y a su propia alma. Es deber de justicia no sólo seguir la voluntad de los difuntos, sino cumplirla enseguida, como sería injusticia y crueldad la de tener en custodia un dinero de un enfermo gravísimo, dejando pasar el tiempo para aliviar sus sufrimientos. Hay veces en que los legados que los difuntos destinaban para sus propios sufragios son deberes que ellos tenían por daños hechos a otras personas y que querían satisfacer de esta manera, no queriendo dar a conocer su propia culpa. El suprimir o demorar estos sufragios no sólo es un acto de injusticia hacia los difuntos, sino, también hacia las personas por ellos dañadas. Es estricto deber de justicia de parte de los hijos sufragar por sus padres no solo con plegarias, penitencias y misas, sino también con una vida ejemplarmente cristiana, porque los hijos son como las flores y los frutos de sus padres y la vida santa que lleven es una reparación de su irresponsabilidad al educarlos. Un hijo con una vida desordenada, irreligiosa y alejada de los sacramentos es una tormentosa espina para las almas que le han dado la vida corporal. Es también deber de justicia para los padres rezar por los hijos fallecidos. Si el dolor de haberlos perdido es digno de compasión no por eso el llanto alegra a los difuntos, e incluso les puede perjudicar si es un llanto que aleja a quien llora, de la plena unión a la voluntad de Dios.

Se cuenta que una abuelita habiendo perdido a un hijo en el que tenía grandes esperanzas, lloraba día y noche desconsoladamente, sin pensar en rezar por el alma que sufría en el Purgatorio, pero Dios, teniendo piedad de él, un día hizo aparecer ante la desolada madre, una estela de jóvenes que se dirigían procesionalmente y alegres hacia una magnifica ciudad. Ella miró atentamente si entre ellos se encontraba su hijo, pero, lo ve muy lejos, solo, cansado, con los vestidos empapados de agua. Le preguntó porqué no tomaba parte en la fiesta de los otros, él respondió: “Tus lágrimas, oh madre mía, son las que retardan mi camino y manchan así mis vestidos. Si de verdad me amas, termina tu dolor estéril y alivia mi alma con plegarias, con limosnas y sacrificios. Lo mismo debe decirse de las inconsolables lágrimas de los hijos por los padres difuntos cuando no son acompañadas por plegarias y por obras de sufragios. Así como es deber de los hijos rogar por los padres es también un deber de justicia rogar por los sacerdotes difuntos, y más aún por aquellos que han guiado nuestra alma. Ellos tienen con nosotros una verdadera paternidad espiritual porque nos dan la vida del espíritu, mil veces más preciosa que la vida corporal. Si se piensa que los sacerdotes son a menudo los más olvidados de parte de los fieles, se acrecienta mayormente nuestro deber de sufragio.

Deberes de caridad

Finalmente, tenemos el deber de sufragar por todas las almas, también por aquellas por las cuales no tenemos un estricto deber de justicia, sino por un deber de caridad, que como hemos dicho, puede considerarse un deber de justicia. En virtud de la Comunión de los Santos, las almas purgantes forman parte nosotros, de la gran familia de Jesucristo y son nuestros sus intereses y sus penas. La necesidad que tienen de nosotros es inmensa dada la inmensidad de sus sufrimientos y las llamadas a nuestra caridad son continuas, aunque nosotros no las sintamos. El hecho mismo que cada día mueren millones de personas debe ser para nosotros un llamado a socorrer las almas que diariamente caen al Purgatorio. Nosotros las podemos ayudar, y el no hacerlo, es una falta de caridad. Si es un deber socorrer a quien sufre en el cuerpo y si en el día del Juicio, Jesús nos examinará justamente sobre los deberes de caridad hechos por su amor ¿no es para nosotros materia de riguroso examen la caridad del alivio que debemos dar a las almas purgantes? Ellas están hambrientas de felicidad, sedientas de Dios, carentes de méritos, enfermas por los dolores que las oprimen, presas en el Purgatorio, peregrinas buscando la hospitalidad del cielo, y son miembros del cuerpo místico de Jesús que también en ellos sufre y gime, como sufre y gime en nosotros que somos peregrinos en la tierra, ¿ahora, podemos nosotros descuidarlas sin merecer reprobación y en el Juicio una severa condena? Debemos agregar que a diferencia de los peregrinos en la tierra, tantas veces pecadores e ingratos, y por lo tanto, imágenes deformadas de Jesucristo, las almas purgantes son santas, confirmadas en la gracia, predestinadas a la gloria, predilectas de Dios, que las purifica por amor y desea tenerlas en el Paraíso para llenarlas de Él, para hacerlas semejantes a Él y mostrarse a ellas cara a cara en una eterna unión de amor, y que por lo tanto, el sufragar por ellas acelerando su unión con Dios, es un acto de caridad divina, más grande que el alivio que podemos dar a un pobrecillo de la tierra. Los santos que vivían intensamente la ley de la caridad han sido siempre solícitos hacia las almas purgantes y muchas veces se han ofrecido como víctimas para ellas, para abreviar sus penas.

Esterilidad de las vistosas manifestaciones de dolor

Muchos, creen manifestar su dolor y su amor por los difuntos con vistosas manifestaciones externas. Coronas de flores carísimas y numerosas filas de gente, de carrozas y de automóviles interminables, discursos tradicionales, apretones de mano, lágrimas improvisadas, más o menos sentidas en la conmoción del momento causada por el llanto de los otros. A veces y no raramente, gritos y gestos desesperados. Todas estas manifestaciones externas de duelo son inútiles y hasta dañinas para las almas en el más allá. Un funeral decente, un homenaje limitado con flores puede ser un acto decoroso de recuerdo y de afecto, pero, si no es acompañado de la oración, con el propósito de vivir cristianamente, es una cosa perfectamente inútil frente a la realidad de la muerte y de la eternidad. El cristiano no puede y no debe ignorar que estamos aquí para alcanzar la vida eterna, se sabe o debe saber que la muerte no es un sello puesto sobre la vida, como si ella cayera en la nada, sino que es un sueño que espera al despertar en la resurrección final. Es por tanto, criticable cualquier profanación del cuerpo destinado a resucitar. Con respecto a la cremación del cadáver, es de lamentar el uso del nicho que no permite al cuerpo descomponerse en la misma tierra. La sepultura cristiana debería hacerse en la humildad de la tierra donde el hombre se vuelve polvo y espera la voz de la trompeta final que lo llamará a la vida inmortal (así ha querido ser sepultado Pablo VI). Nosotros vemos en los cementerios monumentos fúnebres y lápidas de recuerdo, con inscripciones de alabanzas o de recuerdos que muchas veces son una falsedad. Si abrieran estas tumbas encontrarían solo huesos descarnados, reposando a menudo entre gusanos. ¡Qué pena! El mejor recuerdo de un difunto es lo que no murió con él, y que lo acompaña en la vida eterna, es decir, su virtud y su vida cristiana. Por esto, el más grande monumento que se puede elevar sobre la desolación de la muerte es la vida santa, es la vida de los santos cuyos restos mortales se guardan en relicarios preciosos. Sería necesario inspirarse en las inscripciones de las Catacumbas, simples y concisas que dan un sentido de fe, esperanza y paz. Por ejemplo: N. reposa en la Paz de Cristo. Qué decir de las tumbas de los llamados ilustres, privadas de cruz y de cualquier otra señal de fe. Las inscripciones elogiosas no son garantía de salvación, todo lo contrario.

Ite Missa est

31 DE ENERO

SAN JUAN BOSCO

Epístola – Filip; IV, 4-9
Evangelio – San Mateo; XVIII, 1-5

Al final del mes dedicado a honrar la infancia del Salvador, San Juan Bosco, conduce ante Jesús Niño, ante Jesús Obrero, a la multitud del niño y de obreros a quienes consagró su vida. Para salvar a los hombres, el Hijo de Dios se dignó hacerse hombre y experimentar todas las miserias de nuestra naturaleza menos el pecado. Nació pobre en un establo, trabajó para ganarse el pan; luego, antes de morir predicó el Evangelio a los pobres, y si en este mundo tuvo preferencias, fueron estas para los niños: "Dejad que los niños se acerquen a mí: de ellos y de los que se les asemejan es el reino de los cielos." San Juan Bosco no hizo más que reproducir estos aspectos de la vida de Jesús. Pobre también él de nacimiento, tuvo que trabajar para ganarse el pan y poder hacer sus estudios. Sacerdote ya, quiso predicar la buena nueva a los pobres, a los niños, a los obreros abandonados, a todos aquellos a quienes la pereza o el vicio arrastraban al mal. Creó para ellos patronatos, orfanatos, escuelas primarias, escuelas profesionales: "Amo tanto a estos pobres pequeños, que a gusto partiría con ellos también mi corazón." En su santificación personal y en su ministerio se propuso como modelo y maestro a San Francisco de Sales. El Obispo de Ginebra le había enseñado que "no hay más que un medio de ser un buen educador, y es ser santo; y que si pretendía hacer una obra buena y duradera, debía darse a Dios y dar a Dios. Diose, pues, sin reservas: su tiempo, sus energías, sus talentos, su fama, su salud, su vida, su madre, todo fue para los niños recogidos en las calles. Les dio pan, trabajo y asilo; sobre todo les comunicó la alegría que habita en una conciencia pura, en un alma unida a Dios. Por medio de sus instrucciones familiares, de los sacramentos, de la Penitencia y de la Eucaristía, hizo de ellos cristianos fervorosos, y pacíficos ciudadanos. Manifestóse así al siglo XIX como un maestro en cuestiones sociales, y como uno de los mayores Apóstoles de la Acción Católica, tan recomendada por los últimos Papas. Lo mismo que el Señor, despertó en torno suyo, numerosos seguidores, discípulos que vinieron a ponerse bajo su dirección, y a compartir sus cuidados y trabajos en la salvación del mundo y su conversión a Dios. Pronto formóse la Asociación Salesiana, luego la Congregación de Hijas de María Auxiliadora, y, finalmente, la Unión de Cooperadores, Salesianos, inmenso ejército que lanzó a la conquista de las almas y que está ya difundido por el mundo entero. "El éxito de esta obra, decía Pío X, sólo puede explicarse por la vida sobrenatural y santidad de su Fundador." El en cambio, pretendía no haber sido sino un simple instrumento: "Es Nuestra Señora Auxiliadora quien lo ha hecho todo." Pero Pío XI que le había conocido y que le elevó a los altares, ha podido decir con razón, "que su nombre es uno de los que bendecirán los siglos eternamente."

VIDA.Juan Bosco nació el 16 de agosto de 1815 en Castelnuovo de Asti. Desde muy joven se distinguió por su piedad, su pureza, su alegría y su penetrante inteligencia. En 1835 entró en el Seminario Mayor de Turín y el 5 de junio de 1841 fué ordenado sacerdote. Desde entonces, consagró su vida a la salvación y educación de los niños pobres y de los obreros, fundó la Asociación de Salesianos, luego una Congregación de religiosas bajo el patrocinio de María Auxiliadora, y, por fin, otra de Cooperadores. Murió el 31 de enero de 1888. Pío X I le beatificó en 1929, y cinco años más tarde le canonizó. También nosotros acudimos en pos de tantos otros para aclamarte con la Iglesia, para implorar tu ayuda, para pedir tus consejos. Agrádanos escuchar tus fervorosas exhortaciones: "¡Oh vosotros, que trabajáis y estáis cargados de sudores y fatigas! si queréis hallar una fuente inagotable de consuelos, si queréis ser felices, haceros santos. Para ser santos no necesitáis más que una cosa: quererlo. Los santos se santificaron cada cual en su propio estado. ¿De qué manera? Haciendo bien lo que tenían que hacer." Pide al Señor para nosotros, que lleguemos a comprender una lección tan sencilla y verdadera y que la pongamos en práctica para llegar a ser santos. ¡Apóstol infatigable, y devorado por el celo protege a los sacerdotes y misioneros. "Lo primero que te aconsejo para llegar a ser santo, decías en cierta ocasión a Domingo Savio, el afortunado niño a quien condujiste a la santidad, es que ganes almas para Dios. Porque no hay nada tan santo en el mundo, como cooperar al bien de las almas. Por ellas derramó Jesucristo hasta la última gota de su sangre." Haz que abrase ese celo a todos los fieles, ya que todos están llamados de una u otra manera a cooperar en la obra de la Redención. Enséñanos, no sólo a los jóvenes, sino a todos nosotros, a frecuentar los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía, para guardar nuestras almas libres de pecados. Enséñanos a acudir con frecuencia a María Auxiliadora, con intercesión omnipotente operaste tantos prodigios y multiplicaste tantos milagros. Ella nos ayudará a seguir tus ejemplos, a permanecer fieles a las lecciones de Belén y de Nazaret, a guardar como tú una confianza de niño en la divina Providencia, y a no vivir más que para alabar la gloria de Dios, en constante acción de gracias. Ella, finalmente, nos presentará con su Hijo al Padre celestial en el cielo, donde a la hora de la muerte "nos darás cita a todos."

lunes, 30 de enero de 2017

TRATADO DEL AMOR A DIOS - San Francisco de Sales

Tercera señal de la inspiración:
que es la santa obediencia, a la Iglesia y a los superiores.

A la paz y a la, dulzura del corazón está inseparablemente unida la santa virtud de la humildad. Mas no llamo humildad al ceremonioso conjunto de palabras, ademanes, besar el suelo, reverencias, inclinaciones, cuando se hacen, come ocurre con frecuencia, sin ningún sentimiento interior de la propia abyección y del justo aprecio del prójimo. Todo esto no es más que un vano pasatiempo de los espíritus débiles, y más bien se ha de llamar fantasma de humildad que humildad verdadera.  Hablo de una humildad noble, real, jugosa, sólida, que nos haga suaves en la corrección, manejables y prontos en la obediencia. Cuando el incomparable Simeón Estilita era todavía novicio en Thelede, se hizo inflexible al parecer de los superiores, que querían impedirle la práctica de sus extraños rigores, con los que se ensañaba desordenadamente en sí mismo; y llegó la cosa al punto de ser despedido del monasterio, como poco asequible a la mortificación del corazón y excesivamente dado a la del cuerpo.

Pero habiendo sido después llamado de nuevo y hecho más devoto y prudente en la vida espiritual, se portó de otra manera, como lo prueba el siguiente hecho. Porque, cuando los eremitas de los desiertos vecinos a Antioquia tuvieron noticia de la vida extraordinaria que llevaba sobre su columna, en la cual parecía un ángel terreno o un hombre celestial, le enviaron un mensajero, escogido entre ellos, al cual dieron la orden de que le dijese en nombre de todos: "¿Por qué, Simeón, dejas el camino real de la vida devota trillado por tantos y tan grandes santos, que en él nos han precedido, y sigues otro desconocido de los hombres y tan alejada de todo cuanto se ha visto y oído hasta ahora? Deja esta columna y confórmate, como todos los demás, con la manera de vivir y con el método de servir a Dios empleado por los buenos padres, predecesores nuestros." Dieron también al mensajero la orden de que, si Simeón se sujetaba a su parecer y, para condescender con sus deseos, se mostraba dispuesto a bajar de la columna, le dejase en libertad para perseverar en aquel género de vida, que ya había comenzado, pues, por su obediencia  decían aquellos buenos padres se podrá conocer que ha emprendido esta manera de vida por inspiración divina; pero que, si, al contrario, resistía y, despreciando sus exhortaciones, quería seguir su propia voluntad, que lo sacase de allí por la fuerza y le obligase a dejar la columna.

Habiendo llegado el mensajero a la columna, no había aún puesto fin a su embajada, cuando el gran Simeón, sin demora, sin reservas, sin réplica alguna, se dispuso a bajar con una obediencia y una humildad dignas de su rara santidad. Al verlo el mensajero, "detente -le dijo - permanece aquí, persevera en este lugar constantemente, ten buen ánimo y prosigue con valor en tu empresa: tu vida en esta columna es cosa de Dios". Ved como aquellos antiguos y santos anacoretas, reunidos en asamblea general, no encontraron señal más segura de la inspiración celestial, en una cosa tan extraordinaria como lo fue la vida de aquel gran Estilita, que el verle sencillo, dulce y amable, bajo las leyes de la santa obediencia. Dios, por su parte, bendiciendo la sumisión de aquel gran hombre, le concedió la gracia de perseverar durante treinta años enteros sobre una columna de treinta y seis codos de altura, después de haber estado siete años sobre otras columnas de seis, de doce y de veinte pies, y diez sobre la punta de una roca, en el lugar llamado Mandra. De esta manera, esta ave del Paraíso, viviendo en el aire, sin tocar el suelo, dio un espectáculo de amor a los ángeles y de admiración a los hombres. Todo es seguro en la obediencia, y todo es sospechoso fuera de ella.

Cuando Dios envía sus inspiraciones a un corazón, la primera que deja sentir es la de la obediencia. El que dice que está inspirado y se niega a obedecer a los superiores y a seguir su parecer, es un impostor. Todos los profetas y todos los predicadores que han sido inspirados por Dios, han amado siempre a la Iglesia, se han sujetado a su doctrina, siempre han recibido su aprobación, y nada han anunciado con tanta energía como esta verdad: En los labios del sacerdote ha de estar el depósito de la ciencia, y de su boca se ha de aprender la ley. De suerte que las misiones extraordinarias son ilusiones diabólicas, y no inspiraciones celestiales, si no están reconocidas y aprobadas por los pastores, cuya misión es ordinaria, porque así se ponen de acuerdo Moisés y los profetas. Santo Domingo, San Francisco, y los demás padres de las órdenes religiosas, se consagraron al servicio de las almas por una inspiración extraordinaria, pero vivieron humilde y cordialmente sumisos a la sagrada jerarquía de la Iglesia, resumiendo, las tres mejores y más seguras señales de las legítimas inspiraciones, son la perseverancia, contra la inconstancia y la ligereza, la paz y la dulzura del corazón, contra las inquietudes y las prisas. y la humilde obediencia, contra la terquedad y la arrogancia.

Breve método para conocer la voluntad de Díos

San Basilio dice que la voluntad de Dios se nos manifiesta por sus preceptos o mandamientos, y que entonces no hay que deliberar, porque es menester hacer simplemente lo que está mandado; pero que, en cuanto lo demás, queda a nuestra libertad el escoger, a nuestro arbitrio lo que mejor nos pareciere... aunque no es necesario hacer todo lo que es posible, sino tan sólo lo que es conveniente. Y, finalmente, que para discernir bien lo que conviene, hay que escuchar el parecer de un prudente padre espiritual. La elección de estado, el plan de un negocio de graves consecuencias, de alguna empresa de grandes alientos o de algún dispendio de mucha monta, el cambio de residencia, el tema de una entrevista y otras cosas parecidas, merecen que se considere seriamente qué es más conforme con la voluntad divina; pero, en las obras menudas de cada día, las cuales tienen tan poca importancia, que aun el dejarlas de hacer no es cosa irreparable ni que acarree consecuencias, ¿qué necesidad hay de andar atareado, solícito y embarazado en consultas importunas? ¿A qué viene fatigarse en averiguar si Dios prefiere que rece el rosario o el oficio de Nuestra Señora cuando es tan poca la diferencia que se echa de ver entre el uno y el otro, que ni Siquiera es menester examinarlo; o si gusta más de que vaya al hospital, a visitar a los enfermos, que a vísperas, o a sermón, o a una iglesia donde se ganan indulgencias? Por lo regular, ninguna de estas cosas aventaja tanto a las otras, que se requiera una larga deliberación acerca de ellas.


En estos trances, es menester proceder con buena fe y no andar con sutilezas, hacer con libertad lo que bien nos parezca, para no dar lugar a que nuestro espíritu pierda el tiempo y se ponga en peligro de inquietud, escrúpulo y superstición. Ahora bien, lo dicho siempre se ha. de entender de los casos en que no hay gran desproporción entre una obra y la otra y no aparecen circunstancias notables en favor de Una de las partes. En las cosas de importancia, hemos de ser muy humildes y no hemos de pensar que hallaremos la voluntad de Dios a fuerza de examen y de discursos sutiles. Después de haber pedido luz al Espíritu Santo, de haber aplicado nuestra consideración al conocimiento de su beneplácito, tomado consejo de nuestro director y, si el caso se ofreciere, de otras dos o tres personas espirituales, hay que resolverse y decidirse, en nombre de Dios, sin que convenga poner, después, en duda nuestra elección, sino que es menester cultivarla y sostenerla con devoción, apacibilidad y constancia. Y, aunque las dificultades, tentaciones y diversidad de acontecimientos, que encontremos en la ejecución de nuestros designios, puedan infundirnos cierta desconfianza acerca de la buena elección, debemos, empero, permanecer firmes y no poner la atención en esto, sino que hemos de considerar que, si hubiésemos hecho otra elección, tal vez estaríamos cien veces peor; aparte de que no sabemos si quiere Dios que seamos ejercitados en la consolación o en la tribulación, en la paz o en la guerra. Una vez tomada santamente la resolución, no hemos de dudar de la santidad de la ejecución, porque, si por nosotros no queda, no puede ella faltar. Obrar de otra manera, es señal de mucho amor propio o de puerilidad, de flaqueza o necedad de espíritu.

RUSIA Y LA IGLESIA UNIVERSAL

UNA PROFECÍA CUMPLIDA.
CRÍTICA DEL CÉSARÓPAPISMO.


Un amigo de Ansakof, miembro eminente como él del partido o círculo eslavófilo, Jorge Samarine (1), escribía en una carta particular, a propósito del concilio Vaticano: «El absolutismo papal no ha extinguido la vitalidad del clero católico; esto debe hacernos meditar, porque un día u otro se proclamará entre nosotros la infalibilidad del zar, o sea la del procurador del Santo Sínodo, porque el zar no entrará para nada en la cosa... ¿Habrá ese día uno sólo de nuestros obispos, un solo monje, un solo sacerdote que proteste? Lo dudo. Si alguno protesta será un laico, vuestro servidor, e Iván Sergievitch (Aksakof), si todavía somos de este mundo. En cuanto a nuestro lamentable clero, a quien vos consideráis más desgraciado que culpable (y acaso tengáis razón), permanecerá mudo.» Me complace recoger estas palabras, porque conozco pocas profecías de este género que se hayan realizado tan exactamente. La proclamación del absolutismo césaropapista en Rusia, el silencio profundo y la completa sumisión del clero, finalmente la protesta aislada de un laico, todo ha sucedido como lo previera Samarine. En 1885, un documento oficial emanado del gobierno ruso (2) declaraba que la Iglesia oriental había renunciado a su potestad entregándola en manos del zar. Pocos advirtieron esa manifestación. Samarine había muerto hacía varios años. Aksakof tenía ya pocos meses de vida, pero publicó en su diario, La Russ, la protesta de un escritor laico que no pertenecía, por lo demás, al grupo eslavófilo. Esa única protesta, no autorizada ni sostenida por representante alguno de la Iglesia, hacía resaltar mejor, en su aislamiento, el deplorable estado de la religión en Rusia (3). El manifiesto césaropapista de los burócratas petersburgueses era, por otra parte, tan sólo la confesión formal de un hecho consumado.

No puede negarse que la Iglesia oriental no haya abdicado efectivamente su poder en favor del poder secular; nos preguntamos únicamente si tenía derecho de hacerlo y si, después de haberlo hecho, podía representar todavía a Aquel a quien toda potestad ha sido dada en los cielos y sobre la tierra. Por más que se estrujen los textos evangélicos relativos a los poderes eternos que Jesucristo legó a su Iglesia, no se encontrará jamás el derecho de entregar esos poderes en manos de un gobierno temporal. El poder que pretendiera reemplazar a la Iglesia en su misión terrestre debería haber recibido, por lo menos, iguales promesas de estabilidad. No creemos que nuestros jerarcas hayan renunciado voluntariamente y de propósito deliberado a su poder eclesiástico. Pero si la Iglesia oriental ha perdido, a causa de los acontecimientos, lo que le pertenecía de derecho divino, es evidente que las puertas del infierno han prevalecido contra ella y que, por consiguiente, ella no es la Iglesia inconmovible fundada por Cristo. Tampoco queremos hacer responsable al gobierno secular de la anormal situación de la Iglesia frente al Estado. Este último ha tenido razón de mantener su independencia y supremacía respecto a un poder espiritual que sólo representaba una Iglesia particular y nacional separada de la gran comunidad cristiana. Al afirmar que el Estado debe someterse a la Iglesia debe entenderse que es a la Iglesia establecida por Dios, una, indivisible y universal.

El gobierno de una Iglesia nacional separada no es más que una institución histórica y puramente humana. Pero el jefe del Estado es representante legítimo de la nación como tal, y si el clero quiere ser nacional y sólo nacional, debe, de buen o mal grado, reconocer la absoluta soberanía del gobierno secular. La esfera de la existencia nacional no admite en si mismo sino un centro único: el jefe del Estado. El episcopado de una Iglesia particular no puede, relativamente al Estado, pretender la soberanía del poder apostólico más que uniendo realmente la nación al Reino Universal o internacional de Cristo. Cuando una Iglesia nacional no quiere someterse al absolutismo del Estado, o sea dejar de ser Iglesia para convertirse en departamento de la administración civil, debe contar necesariamente con un apoyo real fuera del Estado y la nación; unida a éstos por lazos naturales e históricos, debe al mismo tiempo pertenecer, en su calidad de Iglesia, a un círculo social más vasto, con centro independiente y organización universal del que la Iglesia local no puede ser más que un órgano particular. Para resistir al absolutismo absorbente del Estado, los jefes de la Iglesia rusa no podían apoyarse en su metrópoli religiosa, que era, a su vez, una Iglesia nacional sujeta desde mucho antes al poder secular. No fue la libertad eclesiástica, sino el césaropapismo lo que recibimos de Bizancio, donde este principio anticristiano se desenvolvió sin obstáculos desde el siglo IX. La jerarquía griega, al rechazar el potente apoyo con que antes contaba en el centro independiente de la Iglesia Universal, se vio por completo a merced del Estado y de su autócrata. Antes del cisma, cada vez que los emperadores griegos invadían el dominio espiritual y amenazaban la libertad de la Iglesia, los representantes de ésta, San Juan Crisóstomo, San Flaviano, San Máximo Confesor, San Teodoro Estudita o el patriarca San Ignacio, se volvían al centro internacional de la cristiandad, recurrían al arbitraje del Soberano Pontífice, y si llegaban a sucumbir, víctimas de la fuerza bruta, su causa, la causa de la verdad, de la justicia y de la libertad, nunca dejaba de encontrar en Roma el inquebrantable sostén que le aseguraba un triunfo definitivo.

En aquellos tiempos la Iglesia griega era y se sentía parte viviente de la Iglesia Universal, ligada íntimamente al gran todo por el centro común de la unidad: la cátedra apostólica de San Pedro. Tales relaciones de dependencia saludable con el sucesor de los supremos apóstoles, con el Pontífice de Dios, tales relaciones puramente espirituales, legítimas y llenas de, dignidad, fueron reemplazadas por la sumisión profana, ilegal y humillante, al poder de simples laicos e infieles. Y no se trata aquí de un accidente histórico, sino de la lógica de las cosas, que quita por fuerza a toda Iglesia puramente nacional su independencia y dignidad y la somete al yugo, más o menos pesado, pero siempre deshonroso, del poder temporal. En todo país reducido a contar con Iglesia nacional, el gobierno secular (sea autocrático o constitucional) goza de la plenitud absoluta de toda autoridad y la institución eclesiástica sólo figura como ministerio especial dependiente de la administración general del Estado. (Véase la a la Iglesia católica de México en tiempos de la guerra cristera como se sometió vilmente al estado gobernado por un tirano llamado Plutarco Elías Calles n. del corrector) El Estado nacional es un cuerpo real y completo, que existe por y para sí, y la Iglesia nacional es una parte, o mejor dicho cierto aspecto de ese organismo social del todo político, y existe para sí sólo en abstracto.

Esta servidumbre de la Iglesia es incompatible con su dignidad espiritual, con su origen divino, con su misión universal. Además, el raciocinio demuestra, y la Historia lo confirma, que la coexistencia prolongada de dos poderes v dos gobiernos igualmente independientes v soberanos, limitados a la misma región territorial, en el dominio de un solo Estado nacional, es absolutamente imposible. Semejante diarquía acarrea fatalmente un antagonismo que debe terminar con el completo triunfo del gobierno secular, porque es él quien representa realmente a la nación, en tanto que la Iglesia, por su misma naturaleza, no es institución nacional ni puede llegar a serlo sino perdiendo su verdadera razón de ser. Nos dicen que el Emperador de Rusia es hijo de la Iglesia. Eso es lo que debería ser como jefe de un Estado cristiano. Pero para serlo efectivamente corresponde que la Iglesia ejerza sobre él alguna autoridad, que tenga un poder independiente y superior al del Estado. Con la mejor voluntad del mundo el monarca secular no podría ser de verdad hijo de una Iglesia de la que es jefe al mismo tiempo y a la cual gobierna por medio de sus empleados. La Iglesia en Rusia, privada de todo punto de apoyo, de todo centro de unidad exterior al Estado nacional, ha concluido necesariamente por quedar sometida al poder secular; y este último, por no tener nada sobre sí en la tierra, ni nadie de quien pudiera recibir una sanción religiosa, una delegación parcial de la autoridad de Cristo, ha concluido, no menos necesariamente, en el absolutismo anticristiano. Si el Estado nacional se presenta como cuerpo social completo, capaz de bastarse a sí mismo, no puede pertenecer como miembro vivo al cuerpo universal de Cristo. Y si está fuera de este cuerpo ya no es Estado cristiano y no hace más que renovar el antiguo cesarismo que el cristianismo suprimiera.

Dios se hizo hombre en la persona del Mesías judío en el momento en que el hombre se hacía dios en la persona del César romano. Jesucristo no atacó a César ni le disputó el poder, pero declaró la verdad a su respecto. Dijo que César no era Dios y que el poder cesáreo estaba fuera del reino de Dios. Dar a César la moneda que ha hecho acuñar y a Dios el resto, era lo que hoy llaman separación de la Iglesia y el Estado, separación necesaria mientras César fue pagano, imposible desde que se hizo cristiano. Un cristiano, sea rey o emperador, no puede quedar fuera del Reino de Dios y oponer su poder al de Dios. El mandamiento supremo, «dad a Dios lo que es de Dios», es necesariamente obligatorio para el mismo César si quiere ser cristiano. El debe también dar a Dios lo que es de Dios, es decir, ante todo, el poder soberano y absoluto sobre la tierra. Porque para comprender bien la palabra sobre César que el Señor dirigió a sus enemigos antes de su pasión, debe completársela con aquella otra más solemne que, después de resucitar, dijo a sus discípulos, a los representantes de su Iglesia: «Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra (Math., XXVIII, 8). He aquí un texto formal y decisivo que no puede, en conciencia, interpretarse de dos maneras. Los que creen de veras en la palabra de Cristo jamás admitirán al Estado separado del Reino de" Dios, al poder temporal independiente y soberano en absoluto. Hay un solo poder en la tierra, y éste no pertenece a César, sino a Jesucristo. Si la palabra relativa a la moneda quitó a César la divinidad, esta otra palabra le quita la autocracia.  

Si quiere reinar en la tierra ya no puede hacerlo de por sí, debe juzgarse delegado de Aquel a quien toda potestad ha sido dada en la tierra. Más, ¿cómo podría lograr esa delegación? Al revelar a la Humanidad el Reino de Dios, que no es de este mundo, Jesucristo proveyó todo lo necesario para realizar el Reino en el mundo. Habiendo anunciado en la oración pontifical que el fin de su obra era la unidad perfecta de todos, el Señor quiso dar base real y orgánica a esa obra fundando su Iglesia visible y proponiéndole, como salvaguarda de su unidad, un jefe único en la persona de San Pedro. Si hay alguna delegación de poder en los Evangelios es ésta. Ninguna potencia temporal ha recibido de Jesucristo sanción ni promesa alguna. Jesucristo sólo fundó su Iglesia y la fundó sobre el poder monárquico de Pedro: « Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.» En consecuencia, el Estado cristiano debe depender de la Iglesia fundada por Cristo y la Iglesia misma depende del jefe que Cristo le dio. El César cristiano debe, en definitiva, participar de la realeza de Cristo por intermedio de Pedro. No puede poseer poder alguno sin aquel que recibió la plenitud de todos los poderes, ni puede reinar sin aquel que tiene las llaves del Reino. Para ser cristiano el Estado debe estar sometido a la Iglesia de Cristo; pero a fin de que tal sumisión no sea ficticia la Iglesia debe ser independiente del Estado, debe tener un centro de unidad exterior al Estado y superior a él, debe ser de veras la Iglesia Universal.


En estos últimos tiempos ha empezado a comprenderse en Rusia que una Iglesia puramente nacional, abandonada a sus propias fuerzas, llega a ser fatalmente instrumento pasivo e inútil del Estado y que la independencia eclesiástica debe ser asegurada por un centro de poder espiritual internacional. Pero, bien que admitiendo la necesidad de un centro así, se querría crearlo sin salir de los límites de la cristiandad oriental. La creación futura de un casi-papa. Oriental es la última pretensión anticatólica que nos queda por examinar.

(1) Discípulo ferviente de Khomiakof, sin la3 brillante! cualidades de éste pero superior a él por la ciencia y el espíritu crítico. Yury (Jorge) Fedorovitch Samarine (t 1876) ha sido benemérito de Rusia tomando parte activa en la emancipación de los siervos en I86Í, Aparte de esto su inteligencia cultivada y IU notable talento han sido (como ocurre a menudo en Rusia) cas! estériles. No ha dejado obras considerables; se ha hecho notar como escritor particularmente por sus polémicas tendenciosas contra los Jesuitas y los alemanes de las provincias bálticas. La carta que citamos estaba dirigida a una dama rusa, la señora O. Smirnof, y fechada el 10/22 Dbre. de 1871.

(2) Reglas de examen del Estado para la Facultad de los derechos.

(3) Nota para los lectores rasos. Yo no firmé el artículo en cuestión («La filosofía de Estado en los programas de la Universidad », Russ, septiembre, 1885), porque creía expresar el sentimiento general de la sociedad rusa. Era una ilusión y hoy puedo reivindicar el derecho exclusivo de esa vox clamantis in deserto. Por lo demás no hay que olvidar que fuera de lo que se llama la sociedad, existen en Rusia de doce a quince millones de disidentes que no han esperado al año 1885 para protestar contra el cesaropapismo moscovita y petersburgués.

Ite Missa Est

30 de enero
Santa Martina,
virgen y mártir.
(†230?)

Nació esta nobilísima virgen en la ciudad de Roma: su padre había sido elevado tres veces a la dignidad de cónsul. Informada desde su niñez en las sagradas letras y en las costumbres cristianas, en el imperio de Alejandro Severo fue delatada ante los magistrados; los cuales le preguntaron por qué siendo doncella romana había de reconocer por Dios a un judío condenado por sus crímenes a muerte de cruz y no había de ofrecer incienso al grande Apolo. Respondió ella: Llevadme al templo de Apolo y veréis cómo en nombre de Jesús reduzco a polvo ese demonio que tanto veneráis. Condujéronla, pues, al templo de aquel ídolo, y apenas lo divisó, alzó los ojos y las manos al cielo diciendo: Jesucristo, Señor mío, muestra que eres omnipotente Dios a la vista de este pueblo ciego. Y en diciendo estas palabras, sintióse un espantoso terremoto que llenó a todos de horror, desplomóse una parte del templo y cayó hecha pedazos la estatua de Apolo. Pero los ministros del emperador, así como el populacho gentil, atribuyeron el suceso a una poderosa fuerza mágica de la cristiana virgen y la condenaron a los más atroces suplicios. Azotáronla primero con palos nudosos, rasgaron su rostro con uñas de hierro; y entonces fue cuando la vieron cercada de un resplandor celestial que desarmó a los mismos verdugos, los cuales echándose a sus pies, confesaron en alta voz que también eran cristianos. El fiero presidente ordenó que allí mismo les cortasen la cabeza, y arrastraron a la santa virgen al templo de Diana: mas lo mismo fue entrar en el templo, que salir de él con espantoso ruido el espíritu infernal que residía en la estatua de la diosa y caerse ésta reducida a polvo. Mandó el juez raer la cabeza de santa Martina, diciendo que tenía en ella sus encantamientos; y habiendo sido conducida después al anfiteatro, soltáronle un león muy grande, para que la despedazase y la devorase: pero en viéndola el terrible león, comenzó a bramar, sin querer arrojarse sobre 1ª santa virgen, antes llegándose a ella, se echó a sus pies y comenzó a besárselos y lamérselos blandamente, sin hacerle ningún daño. Entonces levantó su voz santa Martina, y dijo: ¡Maravillosas son, oh Señor, tus obras! Y a los presentes añadió: ¿No veis cómo los ángeles de Dios refrenan la crueldad de las fieras? Viendo el presidente semejante prodigio, mandó tornar al león a la jaula; y cuando iba a ella, arrebató a Limeneo, pariente del emperador, y lo despedazó. Probó todavía el bárbaro tirano otros suplicios, atormentando a la santa Virgen con el hierro y con el fuego; hasta que rugiendo de coraje, al ver que de todos salía victoriosa, mandó sacarla fuera de la ciudad, y cortarle la cabeza.

Reflexión:
El martirio de santa Martina está lleno de espantosos prodigios. Milagro fue el sufrir una doncella noble y delicada tan horrendos suplicios, milagro el arruinar el templo de los falsos dioses y hacer pedazos las estatuas de Apolo y de Diana, milagro el resplandecer con soberana luz en el rigor de los tormentos, milagro el convertirse los sayones de verdugo de la santa en compañeros de su martirio. Así glorificaba el Señor el martirio de los santos. No es maravilla, pues, que la sangre de los mártires fuese semilla de nuevos cristianos; lo que debe espantarnos es que haya tantos cristianos ahora que se deshonren de profesar la fe sellada con tanta sangre y con tantos prodigios.

Oración:
Oh Dios, que entre las maravillas de tu poder hiciste victorioso aun al sexo frágil en los tormentos del martirio, concédenos benignamente la gracia da que honrando el nacimiento para el cielo, de la bienaventurada Martina, tu virgen y mártir, nos sirvan de guía sus ejemplos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


domingo, 29 de enero de 2017

Ite Missa Est

29 de enero.


San francisco 
de Sales,

Obispo
confesor
y doctor.
 
(
1622)


San Francisco de Sales nació en el castillo de Sales en el ducado de Saboya. Siendo niño, repartía a los pobres lo que le daba para su entretenimiento la condesa, su madre; y llegado a la edad competente, aprendió las letras humanas y divinas en el • colegio que tenían en París los Padres Jesuítas, y tuvo por maestro de teología al sapientísimo Padre Maldonado, y por maestro de las lenguas hebrea y griega al famoso Genebrardo. Comulgaba cada ocho días, ceñíase el cilicio tres días a la semana; y siendo prefecto de la Congregación de María Santísima, hizo voto de perpetua virginidad. De París pasó a la universidad de Padua para estudiar Jurisprudencia, y escogió por confesor al insigne Padre Posevino de la Compañía de Jesús. Allí fue donde algunos malignos escolares le llevaron a la casa de una dama ruin, de cuya tentación hubo de librarse el castísimo mancebo tirándole a la cara un tizón que halló a mano. Habiéndose ordenado de sacerdote, le confiaron el ministerio de la palabra, y en su primer sermón convirtió trescientos pecadores. Andaba de aldea en aldea y de choza en choza, padeciendo fríos, lluvias, hielos, insultos y persecuciones de muerte por ganar almas a Cristo. Siempre iba entre lobos aquel cordero mansísimo, pero con su caridad mudó los lobos en corderos. Cuando entró en Tonón no había más que siete católicos en toda la ciudad; y poco después pasaban ya de seis mil: y no paró hasta reducir a la verdadera fe los protestantes de Ger, de Ternier, de Gaíllac y del Chablais. El mismo heresiarca Teodoro Beza se convenció y lloró; aunque por haber diferido su conversión, murió apóstata en Ginebra. El rey de Francia Enrique IV ofreció al santo el obispado de París, y el capelo cardenalicio; mas rehusó él estas dignidades: y si admitió la mitra de Ginebra, fue porque el sumo Pontífice se lo mandó con riguroso precepto. Visitó a pie todas las parroquias poniéndose mil veces en peligro de muerte, predicó muchas Cuaresmas, fue como el oráculo de su tiempo, y escribió muchos libros de piedad y entre ellos la introducción a la vida devota, del cual se dice, que son más las almas que ha convertido que las letras que tiene; y el Tratado del amor de Dios, suficiente para encender en el amor divino los corazones más fríos y helados. Fundó además la Orden de, la Visitación, inspirando a sus religiosas un espíritu de suavidad y caridad de Cristo, que jamás ha padecido menoscabo. Finalmente, después de increíbles trabajos y méritos, a la edad de 56 años, murió el santo en el humilde aposento del hortelano de la Visitación. Su corazón precioso y conforme al de Cristo se conserva, en una urna de oro que mandó labrar el rey Luis XIII por haber recobrado la salud en el mismo instante que se le mostró aquella sagrada reliquia.

Reflexión:
La mansedumbre, hija de la caridad de Cristo, fué la virtud en que más se señaló el suavísimo y apostólico varón san Francisco de Sales; porque el Señor se propuso como ejemplar de ella, diciendo: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. (MATTH. XI.). Imitémosle también nosotros, recordando que así como el desabrimiento, la altanería y la cólera suelen ser pruebas de una conciencia lastimada; así a la dulzura, la humildad y suavidad siempre han sido el propio carácter de la santidad verdadera.

Oración:
¡Oh Dios! que ordenaste que el bienaventurado Francisco, tu confesor y pontífice, se hiciese todo para todos por la salud de las almas, concédenos benignamente, que llenos de la dulzura de tu caridad, por los consejos y méritos de este gran santo, consigamos los eternos gozos de la gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 

Ite Missa Est


¿Por qué teméis, hombres de poca fe?


CUARTO DOMINGO DESPUES DE EPIFANIA


 



MISA

INTROITO
Adorad a Dios, todos sus Ángeles: lo oyó y se alegró Sión: y se gozaron las hijas de Judá. Salmo: El Señor reinó, regocíjese la tierra: alégrense todas las Islas. — J. Gloria al Padre.

ORACION
Oh Dios, que sabes que, a causa de la flaqueza humana, no podemos subsistir entre tantos peligros como nos rodean: danos la salud del alma y del cuerpo; para que, con tu ayuda, venzamos lo que padecemos por nuestros pecados. Por el Señor.

EPISTOLA
Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo, a los Romanos. (XIII, 8 10.)
 

Hermanos: No debáis nada a nadie, sino es el amaros mutuamente; pues, el que ama al prójimo, cumple la Ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no robarás, no levantarás falso testimonio, no codiciarás, y todo otro cualquier mandamiento se encierra en esta sola palabra: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor del prójimo no obra el mal. Por eso, la plenitud de la Ley es el amor. No deja la Santa Iglesia de exhortar a los fieles, por boca del Apóstol a la práctica de la caridad mutua, en este tiempo en que el mismo Hijo de Dios ha dado tan manifiestas pruebas de su amor para con los hombres, tomando su propia naturaleza. El Emmanuel viene a nosotros como Legislador; ahora bien, toda su ley la h a resumido en el amor; ha venido a unir lo que el pecado habla desunido. Sintamos como El, y cumplamos de corazón la ley que nos impone.

GRADUAL
Señor, las gentes temerán tu nombre, y todos los reyes de la tierra tu gloria. — J. Porque el Señor ha edificado a Sión: y será visto en su majestad.

ALELUYA
Aleluya, aleluya. — J. El Señor reinó, regocíjese la tierra: alégrense todas las Islas. Aleluya.

EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Mateo. (VIII, 23-27.)

En aquel tiempo, subiendo Jesús a la barca, le siguieron sus discípulos. Y he aquí que un gran movimiento se apoderó del mar; tanto, que la barquilla era cubierta por las olas. El, sin embargo, dormía. Y se acercaron a El sus discípulos, y le despertaron, diciendo: Señor, sálvanos, que perecemos. Y les dijo Jesús: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Levantándose entonces, imperó a los vientos y al mar, y se hizo una gran tranquilidad. Y los hombres se admiraron diciendo: ¿Quién es este que hasta los vientos y el mar le obedecen? Adoremos el poder del Emmanuel que ha venido a calmar la tempestad en la que iba a perecer el género humano. Todas las generaciones habían clamado a él en su angustia, gritando: ¡Sálvanos, Señor; que perecemos! Cuando llegó la plenitud de los tiempos, salió El de su quietud, y no tuvo más que mandar, para aniquilar la fuerza de nuestros enemigos. La malicia de los demonios, las tinieblas de la idolatría, la corrupción pagana, todo cedió ante su presencia. Unos tras otros se fueron convirtiendo a El todos los pueblos: desde el fondo de su ceguera y de sus miserias, dijeron: ¿Quién es ese ante quien ninguna fuerza resiste? Y abrazaron su ley. Con frecuencia aparece en los Anales de la Iglesia, esa fortaleza del Emmanuel que hace desaparecer los obstáculos, aun en momentos en que los hombres se alarman por su aparente tranquilidad. ¡Cuántas voces escogió, para salvarlo todo, el momento en que los hombres lo creían todo perdido! Lo mismo ocurre en la vida del cristiano. A veces no perturban las tentaciones, se diría que quieren anegarnos las olas y a pesar de todo, nuestra voluntad permanece unida fuertemente a Dios. Es que Jesús duerme en el fondo de nuestra barquilla, y nos protege con su sueño. Cuando le despiertan nuestras súplicas, es ya para proclamar su triunfo y el nuestro, porque para entonces ha vencido y nosotros con El.

OFERTORIO
La diestra del Señor ejerció su poder: la diestra del Señor me ha exaltado: no moriré, antes viviré, y contaré las obras del Señor.

SECRETA
Suplicamoste, oh Dios omnipotente, hagas que el don ofrecido de este Sacrificio, purifique siempre y defienda de todo mal a nuestra fragilidad. Por el Señor.

COMUNION
Se admiraban todos de las palabras que salían de la boca de Dios.

POSCOMUNION
Haz, Señor, que tus dones nos liberten de los deleites terrenos, y nos restauren siempre con alimentos celestiales. Por el Señor.