29 DE DICIEMBRE
SANTO TOMAS,
ARZOBISPO DE
CANTORBERY Y MARTIR
CANTORBERY Y MARTIR
MÁRTIR DE LA LIBERTAD DE LA IGLESIA. —
Un nuevo Mártir viene a reclamar su puesto junto a la cuna del Niño Dios. No
pertenece a los primeros tiempos de la Iglesia; su nombre no figura en los libros
del Nuevo Testamento, como los de Esteban, Juan y los Niños de Belén. No
obstante eso, ocupa uno de los primeros puestos en esa legión de Mártires que
no cesa de crecer en todos los siglos, y que prueba la fecundidad de la Iglesia
y la inmortal pujanza que la ha comunicado su divino autor. Este glorioso Mártir
no dio su sangre por la fe; no fué llevado ante los paganos o los herejes, para
confesar los dogmas revelados por Jesucristo y proclamados por la Iglesia. Le
sacrificaron manos cristianas; su sentencia de muerte la dictó un rey católico;
fue abandonado y maldecido por muchos de sus hermanos en su propia tierra.
Pues, entonces, ¿cómo fué mártir? ¿Cómo mereció la palma de Esteban? Es Mártir de
la libertad de la Iglesia.
SU VOCACIÓN AL MARTIRIO. —
En realidad, todos los fieles son llamados a la honra del martirio, y a
confesar los dogmas cuya iniciación recibieron en el bautismo. Hasta ahí se
extienden los derechos de Cristo que los adoptó. Cierto que, este testimonio no
a todos se les exige; pero todos deben estar dispuestos a darlo, bajo pena de
la misma muerte eterna de que Cristo los redimió. Con mayor razón se les impone
este deber a los pastores de la Iglesia; es la garantía de la enseñanza que
predican a su grey: y así los anales de la Iglesia están llenos en todas sus páginas
de los nombres heroicos de innumerables santos Obispos, que abnegadamente
regaron con su sangre el campo que sus manos habían fecundado, dando de este
modo el mayor grado de autoridad posible a su palabra. Pero, aunque los simples
fieles estén obligados a pagar esta gran deuda de la fe, hasta con el
derramamiento de su sangre; aunque deban confesar, aun a costa de toda clase de
peligros, los lazos sagrados que los unen a la Iglesia, y por ella a Jesucristo,
los pastores tienen además otro deber que cumplir, el de defender
la libertad de la Iglesia. Esta frase Libertad de la Iglesia suena mal a
los oídos de los políticos. Inmediatamente ven en ella el anuncio de una
conspiración; el mundo, por su parte, encuentra ahí un motivo de escándalo, y
repite esas enfáticas palabras: ambición sacerdotal; las personas
tímidas comienzan, a temblar, y os dicen que mientras no se ataque a la fe, no hay
nada en peligro. A pesar de todo eso, la Iglesia coloca en los altares, y pone en
compañía de San Esteban, de San Juan, y de los santos Inocentes, a este
Arzobispo inglés del siglo XII, degollado en su Catedral por haber defendido los derechos públicos
del sacerdocio. La Iglesia se complace en esa bella frase de San Anselmo, uno
de los predecesores de Santo Tomás; Dios no ama nada tanto en este mundo
como la libertad de su santa
iglesia y la Santa Sede, en el siglo XIX lo mismo que en el siglo xn, exclama por
boca de Pío VIII como lo hacía por la de San Gregorio VII: "La Iglesia,
Esposa sin mancha del Cordero inmaculado es LIBRE por intuición divina, y
no está sometida a ningún poder terreno'".
LA LIBERTAD DE LA IGLESIA. — Ahora bien, esta
sagrada libertad consiste en la completa independencia de la Iglesia frente
a todo poder secular, en el ministerio de la palabra divina, que debe poder
predicar, como dice el Apóstol, a tiempo y a destiempo, y a toda clase
de persona, sin distinción de naciones, de razas, de edad, ni de sexo; libertad
en la administración de los Sacramentos, a los que debe llamar a todos los hombres
sin excepción alguna, para salvarlos a todos: libertad en la práctica de los
preceptos y también de los consejos evangélicos sin intervención alguna
extraña; en sus relaciones, exentas de toda traba, con los diversos grados de
su divina jerarquía; en la publicación y aplicación de sus normas disciplinares;
en la conservación y desarrollo de sus instituciones; en la propiedad y administración
de su patrimonio temporal; libertad, Analmente, en la defensa de los
privilegios que la misma autoridad civil la ha reconocido como medio de
garantizar su bienestar y el respeto debido a su ministerio de paz y de caridad
entre los hombres. Esa es la libertad de la Iglesia: y ¿quién no ve que es
baluarte del mismo santuario; y que todo ataque dirigido a ella puede poner en
peligro a la jerarquía y hasta al mismo dogma? El Pastor, debe, pues,
por oficio, defender esta santa Libertad: no debe huir, como el mercenario:
ni callarse, como esos canes mudos que no saben ladrar, de los cuales habla
Isaías. (LVI, 10). Es el centinela de Israel; no debe esperar a que el enemigo
se introduzca en la plaza, para lanzar el grito de alarma, y para ofrecer sus
manos a las cadenas y su cabeza a la espada. La obligación de dar la vida por
sus ovejas comienza para él en el momento en que el enemigo asedia aquellas
posiciones avanzadas de cuya seguridad depende la tranquilidad de toda la
ciudad. Y si esta tenacidad lleva consigo graves consecuencias, entonces puede
acordarse de aquellas bellas palabras de Bossuet, en su sublime Panegírico de
Santo Tomás de Cantorbery, que quisiéramos poder trasladar aquí todo entero: "Es
una ley establecida, dice, que la Iglesia no puede gozar de ningún privilegio
que no la cueste la muerte de sus hijos, y que, para mantener sus derechos, ha
de derramar su sangre. Su Esposo la conquistó con la sangre que derramó por
ella, y quiere que ella compre a un precio semejante las gracias que la
concede. Merced a la sangre de los Mártires extendió sus conquistas más allá de
los límites del imperio romano; su sangre la alcanzó la paz de que gozó bajo
los emperadores cristianos, y la victoria que logró sobre los emperadores
paganos. Es, pues, evidente que necesitaba sangre para el afianzamiento de su
autoridad como la había necesitado para establecer su doctrina: era necesario que
la disciplina eclesiástica, lo mismo que la fe, tuviera sus Mártires".
LO ESENCIAL EN EL MARTIRIO. — En el caso presente de
Santo Tomás, como en el de otros muchos Mártires de la Libertad de la Iglesia,
no se trata de considerar la flaqueza de los medios de que se sirvieron para
rechazar los atropellos de los derechos eclesiásticos. Lo esencial en el martirio
está en la sencillez unida a la fortaleza; por eso pudieron recoger tan
bellas palmas simples fieles, jóvenes doncellas y niños. Dios ha puesto en el corazón del cristiano un elemento de resistencia humilde sí, pero inflexible,
que vence siempre a cualquier otra fuerza. ¡Qué inviolable fidelidad infunde el
Espíritu Santo en el alma de sus pastores, cuando los consagra por Esposos de
su Iglesia, haciéndolos muros inexpugnables de su amada Jerusalén! "Tomás,
dice aún el obispo de Meaux, no cede ante la maldad, so pretexto de que está
bajo el amparo de un brazo real; al contrario, viendo que sale de un lugar tan
prominente, desde el cual puede desarrollarse con más fuerza, se cree más
obligado a enfrentarse con ella, como un dique que se eleva tanto más, cuanto
más se encrespan las olas." Mas ¿es posible que perezca el Pastor en esta lucha?
Sin duda, puede alcanzar este insigne honor. En su lucha contra el mundo, en
esa victoria que Cristo alcanzó para nosotros, derramó su sangre y murió sobre
una cruz; los Mártires también murieron; y la Iglesia, regada con la sangre de
Jesucristo, consolidada con la sangre de los Mártires, no puede prescindir
tampoco de ese saludable baño que reanima su vigor y constituye su real púrpura.
Así lo comprendió Tomás; y ese hombre, que supo mortificar sus sentidos con una
continua penitencia y crucificar sus afectos en este mundo por medio de toda
clase de privaciones y adversidades, tuvo en su corazón ese valor sereno, y esa
extraordinaria paciencia, que disponen al martirio. En una palabra, recibió el
Espíritu de fortaleza y permaneció fiel a él.
LA FORTALEZA. — "En el lenguaje eclesiástico, continúa
Bossuet, la fortaleza tiene otro sentido que en el lenguaje del mundo.
La fortaleza, según el mundo, llega hasta el ataque; la fortaleza, según la
Iglesia, se contenta con sufrirlo todo: ahí están sus límites. Oíd al Apóstol
San Pablo: Nondum usque ad sanguinem restitistis; como si dijera: No
habéis sufrido hasta el extremo, porque no habéis llegado a derramar vuestra
sangre. No dice hasta el ataque, ni hasta derramar la sangre de vuestros
enemigos, sino la vuestra propia. "Por lo demás, Santo Tomás no abusa de
estas enérgicas máximas. No echa mano de esas apostólicas armas, por orgullo,
para sobresalir en el mundo: las emplea como un escudo necesario en una extrema
necesidad de la Iglesia. La fortaleza del santo Obispo no depende, por tanto, de
la ayuda de sus amigos, ni de intrigas diplomáticas. No pretende hacer gala
ante el mundo de su paciencia, para hacer a su perseguidor más odioso, ni
emplea recursos secretos para soliviantar los ánimos. Solamente cuenta con las oraciones
de los pobres y los suspiros de los huérfanos y viudas. He ahí decía San
Ambrosio, los defensores de los Obispos; he ahí su guardia, he ahí
sus ejércitos. Es fuerte, porque tiene un alma que no sabe temer ni murmurar.
Puede decir con verdad a Enrique de Inglaterra, lo que Tertuliano decía, en
nombre de toda la Iglesia a un magistrado del Imperio, gran perseguidor de los
cristianos: Non te terremus, qui nec timemus. Aprende a conocernos y
mira qué clase de hombre es el cristiano: No tratamos de intimidarte, pero
somos incapaces de temerte. No somos ni temibles ni cobardes: no somos temibles,
porque no sabemos conspirar; no somos cobardes porque sabemos morir."
MARTIRIO DE SANTO TOMÁS Y SUS CONSECUENCIAS. —
Pero dejemos aún la palabra al elocuente sacerdote de la Iglesia francesa,
llamado él también a la dignidad del episcopado al año siguiente de haber
pronunciado este discurso; oigamos cómo nos relata la victoria de la Iglesia, en
la persona de Santo Tomás de Cantorbery: "Prestad atención, oh cristianos:
si hubo alguna vez un martirio semejante en todo a un. sacrificio, fué el que
os voy a presentar. Mirad los preparativos: el Obispo se halla en la iglesia con
su clero; están ya revestidos. No hay que buscar muy lejos la víctima: el santo Pontífice está preparado y él es la víctima
elegida por Dios. De manera que todo está dispuesto para el sacrificio; ya veo
entrar en la iglesia a los que han de dar el golpe. El santo varón se dirige a
su encuentro, imitando a Jesucristo, y para asemejarse más a este divino
modelo, prohíbe a su clero toda resistencia, contentándose con pedir seguridad
para los suyos. Si a mí me buscáis, dijo Jesús, dejad a estos en paz.
Después de estos preámbulos y llegada la hora del sacrificio, mirad cómo
comienza Santo Tomás la ceremonia. Víctima y Pontífice al mismo tiempo,
presenta su cabeza y ora. He aquí los solemnes votos y las místicas palabras de
este sacrificio: Et ego pro Deo mori paratus sum, et pro assertione
justitiae, et pro Ecclesiae libértate dummodo effusione sanguinis mei pacem et libertatem
consequatur. Estoy dispuesto a morir, dice, por la causa de Dios y de su
Iglesia; y lo único que deseo, es que mi sangre logre para ella la paz y la libertad
que se pretende arrebatarla. Se arrodilla ante Dios; y, así como en el solemne
sacrificio invocamos a nuestros santos intercesores, tampoco él omite una parte
tan importante de esta sagrada ceremonia: y así; invoca a los santos Mártires y
a la santísima Virgen en amparo de la Iglesia oprimida; no habla más que de la Iglesia,
la lleva en el corazón y en los labios; y derribado en el suelo por el golpe
del verdugo su lengua yerta e inanimada parece todavía repetir el nombre de la
Iglesia." Así consumó su sacrificio este gran Mártir, este modelo de
Pastores de la Iglesia; así consiguió la victoria que habrá de lograr la
completa supresión de las malignas leyes con que se ponían trabas a la Iglesia
y se la humillaba a los ojos de los pueblos. El sepulcro de Tomás llegará a ser
un altar, y al pie de este altar podremos ver pronto a un rey penitente
pidiéndole humildemente perdón. ¿Qué ha ocurrido? La muerte de Tomás ¿ha revolucionado
a los pueblos? ¿Ha encontrado el santo vengador? Nada de eso. Ha bastado su
sangre. Entiéndase bien: los fieles no contemplarán nunca fríamente la muerte
de un pastor inmolado en aras de su deber, y los gobiernos que se atreven a
hacer Mártires, sufrirán siempre las consecuencias. Por haberlo comprendido
instintivamente, las artimañas de la política se han refugiado en sistemas de
opresión administrativa, con el fin de lograr hábilmente el secreto de la
guerra emprendida contra la libertad de la Iglesia. De ahí que hayan inventado
esas cadenas, flojas al parecer pero inaguantables, que oprimen hoy día a
tantas Iglesias. Ahora bien, es propio de la naturaleza de esas cadenas el no
desatarse nunca; es necesario romperlas, y quien las rompiere tendrá una gran
gloria en la tierra y en el cielo, porque su gloria será la del martirio. No será
cuestión de pelear por medio del hierro, ni de parlamentar con la política,
sino cuestión de resistir de frente y sufrir con paciencia hasta el final. Escuchemos
por última vez a nuestro gran orador, que pone de relieve ese sublime elemento que
aseguró el triunfo a la causa de Santo Tomás: "Mirad, hermanos míos, qué
defensores encuentra la Iglesia en medio de su debilidad, y cuánta razón tiene
en exclamar con el Apóstol: Cum infirmor, tune potens sum. Precisamente,
esa su afortunada debilidad es la que la procura esa ayuda invencible, y la que
arma a favor suyo a los más esforzados soldados y a los más poderosos
conquistadores del mundo, quiero decir, a los santos Mártires. Quien no acate
la autoridad de la Iglesia, tema esta sangre preciosa de los Mártires, que la
consagra y la defiende." Pues bien, toda esa fortaleza, todos esos triunfos,
tienen su origen en la cuna del Niño Dios; por eso se encuentra ahí Santo Tomás
al lado de San Esteban. Era necesario que apareciese un Dios anonadado, una tan
excelsa manifestación de humildad, de constancia y de flaqueza a lo humano,
para abrir los ojos de los hombres sobre la esencia de la verdadera fortaleza.
Hasta entonces no se había imaginado otra fuerza que la de los conquistadores
por la espada, otra grandeza que la del oro, otra honra que la del triunfo;
ahora, todo ha cambiado de aspecto, al aparecer Dios en este mundo, pobre, perseguido
y sin armas. Se han dado corazones ansiosos de amar antes que nada las
humillaciones del pesebre; y allí se han abrevado en el secreto de una grandeza
de alma, que el mundo, a pesar de lo que es, no ha podido menos de sentir y
admirar. Es pues justo, que la corona de Tomás y la de Esteban entrelazadas,
aparezcan como doble trofeo, al lado de la cuna del Niño de Belén; y en cuanto
al santo Arzobispo, la divina Providencia le señaló muy bien su lugar en el
calendario, permitiendo que fuera inmolado al día siguiente de la fiesta de los
santos Inocentes, para que la Santa Iglesia no tuviese duda alguna acerca del
día en que convenía celebrar su memoria. Guarde, pues, ese puesto tan glorioso
y tan querido de toda la Iglesia de Jesucristo; y sea su nombre, hasta el fin de
los tiempos, el terror de los enemigos de la libertad de la Iglesia y la
esperanza y el consuelo de los amantes de esa libertad, que Cristo alcanzó con
su sangre.
VIDA: Santo
Tomás Becket nació en Londres el 21 de diciembre de 1117. Archidiácono de Cantorbery,
y luego canciller de Inglaterra en 1154,
sucedió en 1162 al arzobispo Thibaut. Se opuso con energía a
las pretensiones de Enrique II que quería legislar contra los intereses
y la dignidad de la Iglesia; tuvo que huir de su país en 1164. Después de su estancia en
Pontigny donde recibió el hábito cisterciense y en Sens, pudo volver
a entrar en Inglaterra en 1170, gracias
a la intervención del Papa Alejandro III; pero fue para recibir allí la palma
del martirio en su iglesia catedral, el 29 de diciembre de 1170.
Alejandro III le canonizó el 21 de febrero de 1173.
El siglo XVI vino a
aumentar la gloria de Santo Tomás, cuando el enemigo de Dios y de los hombres,
Enrique VIII de Inglaterra, se atrevió a perseguir con su tiranía al Mártir de
la Libertad de la Iglesia hasta en la misma magnífica urna donde desde hace
cuatro siglos recibía los homenajes de veneración del mundo cristiano. Las
sagradas reliquias del Pontífice degollado por la justicia, fueron retiradas
del altar; se incoó un monstruoso proceso contra el Padre de la patria, y una
impía sentencia declaró a Tomás reo de lesa majestad. Sus preciosos restos
fueron puestos sobre una pira, y en este segundo martirio, el fuego devoró los gloriosos
despojos del hombre sencillo y valiente, cuya intercesión atraía sobre
Inglaterra las miradas y la protección del cielo. Era justo que el país habría
de perder la fe por asoladora apostasía, no guardara consigo un tesoro cuyo
valor no era ya apreciado; además la sede de Cantorbery había sido profanada.
Crammer se sentaba en la cátedra de Agustín, de Dunstano, de Lanfraneo, de
Anselmo y de Tomás; y el santo Mártir, mirando a su alrededor no encontró entre
sus hermanos más que a Juan Fischer, quien consintió en seguirle hasta el martirio.
Pero este último sacrificio, por muy glorioso que fuese no salvó nada. Hacía mucho
tiempo que la libertad de la Iglesia había fenecido en Inglaterra, la fe debía también extinguirse.
¡Oh glorioso Mártir Tomás,
defensor invicto de la Iglesia de tu Señor! A ti acudimos en este día de tu fiesta,
para honrar los dones maravillosos que el Señor depositó en tu persona. Hijos de
la Iglesia, nos complacemos contemplando al que tanto la amó y que tuvo en
tanta estima el honor de la Esposa de Cristo, que no temió dar su vida para
asegurar su independencia. Por haber amado así a la Iglesia, aun a costa de tu tranquilidad,
de tu felicidad^ personal, de tu misma vida; por haber sido tu sublime
sacrificio el más desinteresado de todos, la lengua de los malvados y de los
cobardes se desató contra ti y tu nombre fué con frecuencia blasfemado y calumniado.
¡Oh verdadero Mártir, digno de absoluto crédito en su testimonio pues sólo
habla y resiste en contra de sus propios intereses terrenos! ¡Oh Pastor
asociado a Cristo en el derramamiento de la sangre y en la liberación de la
grey!, queremos resarcirte del menosprecio que te prodigaban los enemigos de la
Iglesia; queremos amarte más que lo que ellos, en su impotencia, te odiaron. Te
pedimos perdón por los que se avergonzaron de tu nombre, mirando tu martirio
como un escándalo en los Anales de la Iglesia. ¡Cuán grande es tu gloria, oh
fiel Pontífice, al ser escogido con Esteban, Juan y los Inocentes para acompañar
a Cristo en el momento de su entrada en este mundo! Bajado a la arena
sangrienta a la hora undécima, no perdiste el galardón que recibieron tus
hermanos de la primera hora; antes bien, eres grande entre los Mártires. Eres,
pues, poderoso sobre el corazón del divino Niño que nace en estos mismos días
para ser Rey de los Mártires. Haz que, con tu asistencia, podamos llegar hasta
él. Como tú, nosotros también queremos amar a su Iglesia, a esa su querida
Iglesia, cuyo amor le ha obligado a bajar del cielo, a esa Iglesia que tan
dulces consuelos nos depara en la celebración de los excelsos misterios a los
que se halla tan gloriosamente ligada tu memoria. Consíguenos la fortaleza
necesaria para que no nos asustemos ante ningún sacrificio, cuando se trate de
honrar nuestro glorioso título de Católicos. Prométele de nuestra parte al Niño
que nos ha nacido, a Aquel que ha de llevar sobre sus hombros la Cruz en señal
de realeza, que, con la ayuda de su gracia, no nos escandalizaremos nunca de su
causa, ni de sus campeones; que, dentro de la sencillez de nuestra devoción a
la Santa Iglesia a quien nos h a dado por Madre, pondremos siempre sus intereses
sobre todos los demás; porque sólo ella tiene palabras de vida eterna, sólo
ella tiene el secreto y la autoridad para llevar a los hombres hasta ese mundo
mejor que es nuestro único fin, el único que no pasa, mientras que todos los
intereses terrenos no son más que vanidad, ilusión, y frecuentemente obstáculos
al verdadero fin del hombre y de la humanidad. Pero, para que esta Santa
Iglesia pueda realizar su misión y salir triunfante de tantos lazos como se la
tienden por todos los caminos de su peregrinación, tiene ante todo necesidad de
Pastores que se parezcan a ti, ¡oh Mártir de Cristo! Ruega, pues, para que el
Señor de la viña envíe obreros capaces no sólo de cultivar y de regar, sino
también de defenderla de las raposas y del jabalí, que según las Sagradas
Escrituras, no cesan de introducirse en ella para devastarla. Vuélvase cada día más potente la voz de tu sangre en estos tiempos de anarquía,
en los cuales la Iglesia de Cristo se halla esclavizada en muchos lugares de la
tierra, a los que pretendía libertar. Acuérdate de la Iglesia de Inglaterra, que
tan lamentablemente naufragó, hace tres siglos, con la apostasía de tantos
prelados, víctimas de aquellas mismas ideas que tú combatiste hasta la muerte.
Tiéndela la mano, ahora que parece levantarse de sus ruinas, olvida las injurias
hechas a tu memoria, al caer la Isla de los Santos en el abismo de la herejía.
Finalmente acude en ayuda de la Esposa de Jesucristo, allí donde de cualquier
modo se halle comprometida su libertad, asegurándola con tus oraciones y ejemplos
un triunfo completo.
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