MIERCOLES
de las cuatro témporas de adviento
de las cuatro témporas de adviento
Epístola – Is; VII, 10-15
Evangelio – San Lucas; I, 26-38.
En este día, la Iglesia comienza a
practicar el ayuno llamado de las Cuatro
Témporas, que comprende
también el Viernes y Sábado siguientes. Esta práctica no pertenece propiamente
a la economía litúrgica del Adviento: es más bien una de las instituciones
generales del Año eclesiástico. Se la puede catalogar en el número de los usos
que la Iglesia ha tomado de la Sinagoga; porque el profeta Zacarías habla del
ayuno del cuarto, quinto, séptimo y décimo mes. La introducción de esta costumbre
en la Iglesia cristiana parece remontarse a los tiempos apostólicos; tal es, al
menos, el parecer de San León, de San Isidoro de Sevilla, de Rabano Mauro y de
otros muchos escritores de la antigüedad cristiana: no obstante eso, hay que
notar que los orientales no observan este ayuno. En la Iglesia Romana, las
Cuatro Témporas quedaron fijas en los tiempos que se celebran ahora, desde los
primeros siglos; y si se hallan numerosos testimonios de los tiempo^ antiguos
en los que se mencionan Tres
Témporas en vez de Cuatro, es porque las Témporas de
primavera, como caen siempre dentro de la primera semana de Cuaresma, no añaden
nada a las prácticas de los cuarenta días, dedicados ya a un ayuno más riguroso
que los practicados en el resto del año. La finalidad del ayuno de las Cuatro
Témporas es en la Iglesia la misma que lo fue en la Sinagoga; es a saber,
santificar por medio de la penitencia cada una de las estaciones del año. Las
Témporas de Adviento son conocidas en la antigüedad eclesiástica con el nombre
de Ayuno del décimo mes; y San León, en uno de los sermones
que nos ha dejado sobre este ayuno, y del que la Iglesia ha puesto un fragmento
en el segundo Nocturno del tercer domingo de Adviento, nos enseña que fue
elegido este tiempo para una demostración especial de penitencia cristiana,
porque estando entonces terminada la recolección de los frutos de la tierrales
conveniente que los cristianos demuestren al Señor su agradecimiento por medio
de un sacrificio de abstinencia, haciéndose tanto más dignos de acercarse a
Dios, cuanto mejor saben vencer el atractivo de las criaturas; "porque,
añade el santo Doctor, el ayuno ha sido siempre alimento de la virtud. Es la
fuente de los castos pensamientos, de las resoluciones prudentes, de los
saludables consejos. Por la mortificación voluntaria, muere la carne a los
deseos de la concupiscencia, el espíritu se renueva en la virtud. Mas, como el
ayuno no es suficiente para lograr la salud de nuestras almas, suplamos lo que
falte, con obras de misericordia hacia los pobres. Concedamos a la virtud lo
que quitamos al placer; para que la abstinencia del que ayuna, sirva al pobre de
alimento." Tomemos nota de estos avisos, puesto que somos hijos de la
Santa Iglesia, y ya que vivimos en una época en que el ayuno del Adviento no
existe, observemos el precepto de las Cuatro Témporas con tanto más fervor,
cuanto que días, con la Vigilia de Navidad, son los únicos en que
la Iglesia nos obliga actualmente, de una manera precisa, a guardar el ayuno.
Avivemos en nosotros, con ayuda de estas prácticas, el celo de los tiempos
antiguos, teniendo siempre presente que, si la preparación interior es ante
todo necesaria para el Advenimiento de Jesucristo a nuestras almas, esta
preparación no sería en nosotros verdadera, si no se manifestase externamente
en prácticas de religión y penitencia. El ayuno de las Cuatro Témporas tiene
otra finalidad además de la de santificar, por un acto de piedad, las diversas
estaciones del año; tiene intima relación con la Ordenación de los Ministros de
la Iglesia, que son consagrados el sábado y cuya proclamación ante el pueblo
tenía lugar antiguamente en la Misa del Miércoles. Las Ordenaciones del mes de
Diciembre fueron durante mucho tiempo célebres en la Iglesia Romana; el décimo mes fue, según aparece por las
antiguas Crónicas de los Papas, el único tiempo en que se conferían Órdenes
sagradas en Roma, salvo raras excepciones. Los fieles debían unirse a las
intenciones de la Iglesia y presentar a Dios la ofrenda de sus ayunos y
abstinencias, con el fin de obtener dignos Ministros de la Palabra divina y de
los Sacramentos, y verdaderos Pastores del pueblo cristiano. La Iglesia no lee
hoy en el Oficio de Maitines nada del Profeta Isaías; contentase con recordar
el paso del Evangelio de San Lucas, en que se cuenta la Anunciación de la
Santísima Virgen, leyendo luego un trozo del comentario de San Ambrosio sobre
ese mismo paso. La elección de este Evangelio, que según costumbre de todo el
año, es el mismo que el de la misa, ha dado una especial celebridad a este
Miércoles de la tercera semana de Adviento. Antiguamente se trasladaban las
fiestas que caían en este Miércoles, como se puede ver por antiguos Ordinarios
usados en varias insignes Iglesias, tanto Catedrales como Abaciales; tampoco se
decían de rodillas en este día las oraciones feriales; en Maitines, el
celebrante revestido de capa blanca, con la cruz, ciriales e incienso, y al son
de la gran espadaña cantaba el Evangelio Missus
est, o sea el de Anunciación;
en las Abadías, el Abad debía hacer a los monjes una homilía como en las
fiestas solemnes. Gracias a esta práctica gozamos ahora de los cuatro
magníficos Sermones de San Bernardo en loor de la Santísima Virgen, titulados: Super Missus est. La Estación es en Santa María la
Mayor, por motivo del Evangelio de la Anunciación, que como acabamos de ver ha
hecho de este día una verdadera fiesta de la Santísima Virgen.
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