miércoles, 9 de noviembre de 2016

La Santísima Eucaristía combatida por el Satanismo - Por el Beato Clemente Marchisio


La lucha en la tierra

«El dragón persiguió al hijo varón que dio a luz la mujer...
Por lo tanto el duelo que inició con él en el cielo
lo continúa perennemente en la tierra»
(CORNELIO A LAPIDE, sobre Ap 12,50)


[El castigo de los ángeles malos]

Expulsados del cielo los ángeles rebeldes, la lucha contra el Hombre-Dios comenzó enseguida sobre la tierra. Hablando de la caída de Lucifer y de sus cómplices, San Pedro dice que Dios los ha precipitado en el infierno donde son atormentados y encerrados hasta el día del juicio. En otro lugar nos exhorta a la vigilancia, advirtiéndonos que el demonio es semejante a un león rugiente, que ronda a nuestro alrededor para devorarnos. Y el apóstol San Pablo llama a Satanás el príncipe de las potencias del aire, e invita al género humano a revestirse con las armas de Dios, para poder resistir los asaltos del demonio. Para nosotros, dice él, la lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los príncipes, contra los gobernantes del mundo de las tinieblas, los espíritus malignos que habitan en la atmósfera (Ef. 6,10-12). De esta manera, los dos Príncipes de los Apóstoles dan concordemente por habitación a los ángeles caídos, el infierno y la atmósfera que nos rodea. Eusebio en el siglo cuarto escribía: «Con el fin de ejercitar a los atletas en la virtud y de enriquecerlos de méritos, una parte de estos espíritus malignos ha recibido de Dios el permiso de habitar en torno de la tierra en las regiones inferiores de la atmósfera». Y en el siglo octavo San Beda el Venerable escribía: «Sea que los demonios sobrevuelen en la atmósfera, sea que recorran la tierra, es decir, que discurran por el centro del globo terrestre o estén como encadenados, por todas partes donde estén, siempre y sin interrupción llevan consigo las llamas que los atormentan: como el afiebrado que estando en un lecho de marfil o expuesto a los rayos del sol no puede dejar de sentir el calor o el frío propios de su enfermedad, así también los demonios, aunque sean honrados en magníficos templos, o que recorran los espacios inmensos de la atmósfera, no cesan por esto de arder con el fuego del infierno». Lucifer y sus satélites no habiendo podido oponerse al decreto de la unión hipostática de la naturaleza divina con la humana, expulsados a esta tierra, están constante y únicamente ocupados a estorbarlo en sus efectos e impedir la fe en el dogma de la encarnación; tal es la última palabra de todos sus esfuerzos. Abramos la historia.

[En los pueblos paganos]

Por culpa del demonio, el hombre, que más que ningún otro debía aprovechar con la encarnación, comienza por hacerse prevaricador. Satanás, para retenerlo eternamente lejos del Verbo su libertador, sujeta a su noble esclavo con una triple cadena. Hasta la llegada del Mesías, tres grandes errores dominan a las naciones: el panteísmo, el materialismo y el racionalismo. Estos tres grandes errores se resumen en uno solo, que es su principio y fin: el Satanismo. Estas monstruosas herejías, madres de todas las demás, tienden, como es fácil observarlo, a hacer radicalmente imposible la fe en el dogma de la encamación. El panteísmo: si todo es Dios, la encarnación es inútil. El materialismo: si todo es materia, la encarnación es absurda. El racionalismo: si la suprema sabiduría es creer solamente a la razón, la encarnación es quimérica.

[En el pueblo hebreo]

Esto por lo que respecta a las naciones paganas. En cuanto al pueblo Hebreo, encargado de conservar la promesa del gran misterio, todos los esfuerzos de Satanás tienen por finalidad arrastrarlo a la idolatría. Muchas veces, al menos en parte, lo consiguió. Israel, postrado ante los ídolos, olvida hasta el recuerdo del Verbo Encarnado, futuro liberador del mundo. Entonces Satanás reina en paz sobre el género humano vencido; y la historia de la antigüedad no es otra cosa que la historia de su insolente triunfo.

[En las herejías]

¿Qué cosa encontramos cuando llega la plenitud de los tiempos? De todas partes se enrojecen las potencias infernales. La guerra contra el dogma de la encarnación se renueva continuamente con una saña indecible. Para impedir que se establezca, Satanás, desata las persecuciones; y para arruinarlo en el espíritu de los que lo han aceptado, desata las herejías. Durante ocho siglos, desde el tiempo de los Apóstoles, hasta Elipando y Félix de Urgel, pasando por Arrio, el esfuerzo del infierno se lanza directamente contra el dogma de la Encarnación. El mismo ataque, más o menos encubierto, continúa en los siglos siguientes. Por una coincidencia muy significativa, la divinidad de nuestro Señor, o el misterio de la encarnación, clave de bóveda del mundo sobrenatural, ha vuelto a ser ante nuestros ojos lo que fue al principio: el fin declarado, el punto capital, la última palabra del eterno combate. ¿No está Arrio resucitado y hermoseado en Strauss, en Renán y en los actuales dramas impíos del «Cristo» de Govean y del «Cristo en la fiesta de Purim» de Bovio? Satanás, esperando la ruina casi total de la fe en el dogma reparador –funesta victoria que le es anunciada para los últimos días del mundo-, multiplica sus esfuerzos para tornar inútil la fe en aquellos que todavía la conservan. Él empuja hoy a los Cristianos como antiguamente a los Hebreos, a toda clase de iniquidad: que es lo que san Pablo llama la idolatría espiritual, cuyo efecto inmediato es el de aniquilar totalmente, o en parte, la salvadora influencia del augusto misterio.

[El odio al Verbo Encarnado]

El objeto eterno del odio de Satanás es, por lo tanto, el Verbo encarnado; he aquí la última palabra de las persecuciones, de los cismas, de las herejías, de los escándalos, de las tentaciones y de las revoluciones sociales: en otros términos, he aquí la explicación de la gran batalla que, comenzada en el cielo, se perpetúa en la tierra, para concluir en la eternidad de la felicidad o en la eternidad de la infelicidad. Pero, ¿por qué el Verbo Encarnado fue y es todavía invariablemente el único objeto del odio y de la lucha del Satanismo? En primer lugar, como responde santo Tomás en la primera parte de la Suma, porque el conocimiento y el consentimiento de las cosas en los ángeles no es como en nosotros, que aprehendemos las cosas de un modo variable yendo de un punto a otro, teniendo incluso la posibilidad de pasar del sí al no de tal suerte que nuestra voluntad se adhiere a una cosa de modo mudable, conservando ella la facultad de separarse y de adherirse a la cosa contraria. Los ángeles, en cambio, comprenden y aferran con su entendimiento inmutablemente y también con la voluntad se adhieren inmutablemente [a la cosa], de modo que están y estarán siempre en el mismo estado de odio y de lucha en que estaban en el cielo en el momento que no quisieron someterse a adorar el misterio de la Encarnación. En segundo lugar, el Verbo encarnado es siempre el objeto del odio de Satanás en cuanto que, como ya dije, él quería la unión hipostática con el Verbo. Y finalmente el Verbo encarnado es la base del cristianismo y la clave de bóveda para la justificación de los elegidos que irán a ocupar el lugar de los ángeles rebeldes. Saquemos, por lo tanto, como conclusión de nuestro razonamiento, que el odio, la guerra del Satanismo y de Lucifer y de todos sus ángeles rebeldes, está, aunque de mil modos diversos, también en esta tierra dirigida contra Nuestro Señor Jesucristo, Verbo Encarnado, verdadero Dios y verdadero Hombre.

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