lunes, 21 de noviembre de 2016

Ite Missa Est

21 DE NOVIEMBRE
LA PRESENTACION DE LA SANTISIMA
VIRGEN MARIA

Epístola – Eccli; XXIV, 14-15.
Evangelio – San Lucas; XI, 27-28.



ORIGEN Y CARÁCTER DE LA FIESTA. — La Presentación es, en solemnidad, inferior a las otras fiestas de Nuestra Señora; fué introducida en el Calendario tardíamente, y es la última fiesta mariana del año litúrgico, pero también de las más queridas del clero y de las almas consagradas a Dios. En el Oriente nació el culto de Nuestra Señora, y de Oriente asimismo nos viene la fiesta de hoy, donde ya existía al fin del siglo VII. En Occidente, la primera en celebrarla fue Francia, en la Corte romana de Avignon en 1372, y un año después introducía la fiesta de la Presentación en la capilla del palacio el rey Carlos V. En cartas fechadas el 10 de noviembre de 1374 y dirigidas a maestros y estudiantes del colegio de Navarra, expresaba su deseo de que se celebrase en todo el reino. Carlos, por la gracia de Dios rey de los francos, a nuestros muy amados: salud en el que no deja un momento de honrar a su Madre en el mundo. Entre los varios objetos de nuestra solicitud, quehacer diario y diligente meditación, el primero que ocupa con justa razón nuestros pensamientos es que la bienaventurada Virgen y Santísima Emperatriz sea por nosotros honrada con un amor muy grande y reciba las alabanzas como conviene a la veneración que se la debe. Pues es una obligación nuestra darla gloria; y nosotros, que levantamos hacia ellas los ojos de nuestra alma, sabemos qué incomparable protectora es para todos, qué poderosa mediadora cerca de su bendito Hijo para los que la honran con un corazón puro... Por tanto, queriendo animar a nuestro pueblo fiel a solemnizar la dicha fiesta como nos proponemos nosotros hacerlo, con la ayuda de Dios, todos los años de nuestra vida, dirigimos su oficio a vuestra devoción con el fin de aumentar vuestras alegrías". Así hablaban los príncipes de aquellos tiempos. Ahora bien, sabido es cómo por esos mismos años el discreto y piadoso rey, prosiguiendo la obra que en Brétigny comenzó la Virgen de Chartres, salvaba por primera vez de los ingleses a Francia, derrotada y desunida. En el Estado, pues, de igual modo que en la Iglesia, en esta hora tan decisiva para ambos, la sonrisa de María niña regalaba a su reino el gran beneficio de la paz. La fiesta de este día tiene por objeto celebrar el acontecimiento más notable, y el único sin duda, de la primera infancia de la Santísima Virgen: su Presentación en el Templo por sus padres San Joaquín y Santa Ana y su consagración a Dios. El hecho nos lo refieren los evangelios apócrifos y sobre todo el Protoevangelio de Santiago, cuya primera parte data del siglo II. Los escritos posteriores adornaron el relato, añadiendo en él mil circunstancias tan graciosas como fantásticas de que se adueñaron pintores, poetas y hagiógrafos. La Iglesia sólo conservó el hecho de la Presentación de María en el Templo.

LA CONSAGRACIÓN DE MARÍA. — Cuando lo creyeron oportuno, San Joaquín y Santa Ana llevaron efectivamente al Templo a su hija, y en él, como muchos Santos lo han creído, la consagraron al Señor que se la había concedido en su vejez. María, por su parte, confirmó la consagración que sus padres hacían de ella, la consagración que ella había hecho en el instante de su concepción inmaculada: se entregó sin regateos para ser toda su vida la esclava del Señor: "Nuestra Señora, decía San Francisco de Sales, hace hoy una ofrenda como Dios la deseaba, pues, aparte de la dignidad de su persona que excede a todas las demás, excepción hecha de su Hijo, ofrece todo lo que es y todo lo que tiene; y eso es lo que pide Dios".

LOS SENTIMIENTOS DE MARÍA. — Santiago Olier advierte también que "la ofrenda que María hizo a Dios en el primer momento de su Concepción Inmaculada, fué secreta, pero como la virtud de religión, además de los deberes interiores y secretos, comprende los exteriores y públicos: quiso Dios que renovase la Virgen su ofrenda en el templo de Jerusalén, el único santuario de toda la religión verdadera que por entonces había en el mundo y, por esto, la inspiró él mismo el pensamiento de ir a ofrecerse, en dicho santo lugar. Esta santa niña, santificada en su carne, y totalmente penetrada y llena de la divinidad en su alma, cuyas potencias naturales parecían estar muertas, en todo era dirigida por el Espíritu Santo. Usando siempre de su razón y no quedando en ella entrada alguna a la sabiduría humana, sólo podía obrar según Dios, en Dios, para Dios y por la dirección misma de Dios... Poseída del Espíritu de Dios, que es todopoderoso, todo ardor y todo amor, es conducida al templo por este divino Espíritu que la levanta por encima de su edad y de las fuerzas naturales. Aunque sólo contaba tres años, sola sube las gradas del templo..., para demostrarnos que únicamente la dirigía el espíritu divino y también para enseñarnos que, cuando obra en nuestras almas con su poder, él es el que verdaderamente suple nuestras deficiencias... "Entonces renueva sus votos de hostia y de esclava, con mayor amor aún, más puro, de más subidos quilates, más admirable que el que hizo en el templo sagrado de las entrañas de Santa Ana: este amor iba continuamente en aumento de instante en instante y en él no conocía ni interrupción ni descanso: y esto le hacía inconmensurable. Consumida enteramente por este amor, no quiere tener vida, ni movimiento, ni libertad, ni espíritu, ni cuerpo, nada absolutamente sino en Dios. La donación que de sí misma hace es tan viva, tan ardiente y tan apremiante, que su alma se halla en la disposición actual y perpetua de entregarse de continuo a Dios, y ser siempre de él más y más creyendo, por decirlo así, no serlo nunca bastante y queriendo serlo más todavía, si fuese posible. Finalmente, ofreciéndose como una hostia viva y consagrada a Dios en todo su ser y en todo lo que sería un día, renueva la consagración que había ya hecho a Dios de toda la Iglesia, en el momento de su concepción; y de modo particular la de las almas que a imitación suya se consagrarían a su divino servicio en tantas comunidades santas. En este día, la antigua Ley que se cumple algo de lo que ella figuraba: el templo de Jerusalén ve que se realiza una de sus esperanzas; acoge en su seno a uno de los templos de que es imagen, a la Santísima Virgen María, templo vivo de Jesucristo, que, como Jesucristo, tenía que ser el templo perfecto y verdadero de la divinidad...

DESPUÉS DE LA PRESENTACIÓN. —María no se quedó en el templo; nadie más calificada que Santa Ana y San Joaquín para educar a la futura Madre de Dios. Pero ella volvía a él a menudo para iniciarse en la religión mosaica, unirse a los sacrificios que todos los días se ofrecían a Dios y rogarle que enviase pronto al Mesías prometido y tan esperado. "Como recibió con plenitud la ciencia de los misterios del Hijo de Dios..., María contemplaba y adoraba a Jesucristo en todas las figuras de la Liturgia mosaica. En el templo estaba como rodeada de Jesucristo; le veía en todas partes; y en cierto sentido, ella era la plenitud de la Ley, haciendo al terminar esta Ley, lo que no se había hecho todavía con perfección desde su institución primitiva... María, al ver las víctimas del templo, suspiraba por la muerte de la víctima que anunciaron los Profetas, por la muerte del que tenía que salvar al mundo entero, y que iba a ser a la vez el sacerdote, la víctima, y el templo de su propio sacrificio. Entonces cumplía ya, sin saberlo, las funciones santas del sacerdocio que tendría que ejercer en el Calvario... Era el sacerdote universal; el sumo sacerdote de la Ley, el Pontífice magnífico que con anticipación tendría que inmolar en espíritu a Jesucristo para gloria de su Padre... Y como ofrecía a Dios todo lo que era y lo que iba a ser perpetuamente, ofrecía consigo a toda la Iglesia. "Finalmente, la Ley reclamaba al Mesías... Eso fué precisamente lo que hizo la Santísima Virgen y con mucho más empeño y eficacia que lo hicieron los Patriarcas y los Profetas, debido a su santidad incomparable, a sus cualidades augustas, al fuego de su candad en favor de los hombres y, finalmente, por su amor ardentísimo y muy vehemente hacia el Verbo encarnado, cuyas admirables bellezas estaba contemplando ya en las comunicaciones de este mismo Verbo con que el Padre se complacía en regalarla...". Y por eso, la fiesta de la Presentación nos es una preparación muy providencial para el período litúrgico del Adviento que va a comenzar dentro de unos días, durante el cual, unidos a la oración de todos los Santos del Antiguo Testamento y sobre todo a la oración de María, pediremos para nuestras almas y para todo el mundo el beneficio del nuevo nacimiento.


SÚPLICA. — Regocijaos conmigo todos los que amáis al Señor, porque desde pequeña, agradé al Señor". Es la invitación que nos diriges, oh María, en los Oficios que se cantan en tu honor. ¿Y qué otra fiesta puede demostrarlo mejor que ésta? Siendo muy pequeña, más por la humildad que por la edad, subiste las gradas ¿el templo tan Cándida y tan pura, que el cielo hubo de reconocer era de justicia que en lo sucesivo las más gratas complacencias del Altísimo estuviesen en la tierra. Con una plenitud de luz que no había lucido antes para ellos, los Ángeles comprendieron, a la vez que tus incomparables grandezas, la majestad del Templo en el que Dios recibía un homenaje superior en dignidad al de los nueve coros, la augusta prerrogativa de ese Testamento antiguo de que tú fuiste hija y cuyas enseñanzas iban a completar en ti la formación de la Madre de Dios. Mas la Santa Madre Iglesia te declara imitable para nosotros, oh María, en este misterio de tu Presentación como en todos los demás. Dígnate bendecir de un modo especial a los privilegiados que por la gracia de su vocación son ya desde ahora habitantes de la casa del Señor: sean ellos también el olivo fecundo, cultivado por el Espíritu Santo, al cual te compara hoy San Juan Damasceno. Pero ¿no es todo cristiano, por razón de su bautismo, habitante y miembro de la Iglesia, verdadero templo de Dios, del cual era sólo una figura el de Jerusalén? Haz que por tu intercesión logremos seguir tus pasos de cerca en tu santa Presentación, para merecer también ser presentados al Altísimo en pos de ti en el templo de su gloria.

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