1.° DE NOVIEMBRE
LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS
LA FIESTA DE LA IGLESIA TRIUNFANTE. —
Vi una gran muchedumbre, que nadie podía contar, de todas las naciones y
tribus y pueblos y lenguas, que estaban de pie delante del trono y del Cordero,
vestidos de túnicas blancas y con palmas en sus manos y clamaban con voz
poderosa: ¡Salud a nuestro Dios. Ha
pasado el tiempo; es todo el linaje humano ya redimido el que se presenta ante
los ojos del profeta de Patmos. La vida militante y miserable de este mundo tendrá
su fin un día. Nuestra raza tanto tiempo perdida reforzará los coros de los
espíritus puros que disminuyó antaño la rebelión de Satanás; los ángeles fieles,
uniéndose al agradecimiento de los rescatados por el Cordero, exclamarán con
nosotros: La acción de gracias, el honor, el poderlo y la fuerza a nuestro Dios por los
siglos de los
siglo . Y esto será el fin, como dice el Apóstol: el fin de la muerte y
del sufrimiento; el fin de la historia y de sus revoluciones, que en lo sucesivo
comprenderemos. El antiguo enemigo, arrojado al abismo con sus partidarios,
sólo existirá para ser testigo de su eterna derrota. El Hijo del Hombre,
libertador del mundo, habrá entregado el mando a Dios, su Padre, término
supremo de' toda la creación y de toda redención: Dios
será todo en todas las cosas. Mucho antes que San Juan, cantaba Isaías: He
visto al Señor sentado sobre un trono elevado y sublime; las franjas de su vestido llenaban el templo y los Serafines clamaban uno
a otro: Santo, Santo, Santo el Señor de
los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Las franjas del vestido divino significan aquí los
elegidos, convertidos en ornamento del Verbo, esplendor del Padre, pues, siendo
cabeza de todo el género humano desde el momento en que se desposó con nuestra
naturaleza, esta esposa es su gloria, como El es la de Dios. Las virtudes de
los santos son el único adorno de nuestra naturaleza; ornato maravilloso que,
cuando reciba la última mano, será indicio de que llega el fin de los siglos.
Esta fiesta es el anuncio más apremiante de las bodas de la eternidad; cada año
celebramos en ella el progreso que en sus preparativos hace la esposa.
CONFIANZA. — /Dichosos los invitados a las bodas del Cordero Y ¡felices también nosotros, que recibimos en el bautismo la veste nupcial
de la santa caridad como un título
para el banquete de los
cielos! Preparémonos, con nuestra Madre la Iglesia, al destino inefable que nos reserva el amor. A este fin tienden nuestros
afanes de este mundo:
trabajos, luchas, padecimientos sufridos por amor de Dios realzan con franjas inestimables el vestido de la gracia
que hace a los elegidos. ¡Bienaventurados
los que lloran! Lloraban aquellos a
quienes el salmista nos presenta
abriendo antes que nosotros el surco de su carrera mortal; su alegría triunfante llega ahora hasta nosotros, lanzando como un
rayo de gloria anticipada sobre
este valle de lágrimas. Sin
esperar a la muerte, la solemnidad que hemos comenzado nos da entrada por medio de una santa esperanza en la mansión de la
luz, a donde siguieron a
Jesús nuestros padres. ¡Qué pruebas no nos parecerán livianas ante el espectáculo de la eterna felicidad en que terminan
las espinas de un día! Lágrimas
derramadas sobre los
sepulcros recién abiertos, ¿cómo es posible que la felicidad de los seres queridos que
desaparecieron no mezcle con
vuestra tristeza un
placer celestial? Escuchemos los cantos de liberación de aquellos cuya separación
momentánea nos hace
llorar; pequeños o grandes ésta es su fiesta, como pronto lo será nuestra. En
esta estación en que
abundan las escarchas y las noches son más largas, la naturaleza, deshaciéndose de sus últimas galas, se diría que prepara
al mundo para su éxodo hacia la
patria eterna. Cantemos,
pues, nosotros también con el salmo: "Me he alegrado de lo que se me ha dicho: iremos a la casa del Señor. Nuestros pies
sólo pisan aún en tus
atrios, pero vemos que no cesas en tu crecimiento, Jerusalén, ciudad de paz, que te edificas en la concordia y en el amor. La
subida hacia ti de las
tribus santas se continúa en la alabanza; los tronos tuyos que aún están vacíos, se llenan. Sean todos los bienes, oh
Jerusalén, para los que
te aman; el poder y la abundancia reinen en tu afortunado recinto. A causa de mis amigos y de mis hermanos que ya son
habitantes tuyos, puse en ti mis
complacencias; por el
Señor nuestro Dios, cuya mansión eres, coloqué en ti todo mi deseo".
HISTORIA DE LA FIESTA. —
En Oriente encontramos los primeros vestigios de una
fiesta en honor de los Mártires. San Juan Crisóstomo pronunció una homilía en
honra suya en el siglo IV y, en el anterior, celebraba San Gregorio Niseno
solemnidades junto a sus sepulcros. En 411, el calendario siríaco nos señala la
Conmemoración de los Confesores el sexto día de la semana de Pascua, y en 359, el 13
de mayo, en Edesa, se hace "memoria de los mártires de todo el
mundo". En Occidente, los Sacramentarios de los siglos V y VI contienen
muchas misas en honor de los santos mártires que se celebran sin día fijo. El 13
de mayo de 610, el Papa Bonifacio IV dedicó el templo pagano del Panteón,
trasladó a él muchas reliquias y quiso se llamase en lo sucesivo Sancta
Maria ad Martyres. El aniversario de
esta dedicación continuó festejándose con la intención de honrar en él a todos
los mártires en general. Gregorio III consagraría en el siglo siguiente un
oratorio "al Salvador, a su santa Madre, a todos los apóstoles, mártires,
confesores y demás justos fenecidos en el mundo". En 835 Gregorio IV,
deseando que la fiesta romana del 13 de mayo se extendiese a toda la Iglesia,
pidió al emperador Ludovico Pío que promulgase un edicto con ese fin y la
fijase en el día primero de noviembre. Pronto tuvo su vigilia y Sixto IV, en el
siglo xv, la daba también una Octava para toda la Iglesia.
M I S A
"En
las calendas de noviembre hay el mismo fervor que en Navidad para asistir al
Sacrificio en honor de los Santos", dicen los antiguos documentos
relativos a este día Por general que fuese la fiesta y aun por razón de su
universalidad, ¿no era ésta motivo de especial alegría para todos y también un
honor para las familias cristianas? Santamente orgullosas de aquellos cuyas
virtudes se iban transmitiendo de generación en generación, la gloria que estos
antepasados, desconocidos del mundo, tenían en el cielo, las daba a su parecer
más nobleza que cualquier honra mundana. Pero la fe viva de aquellos tiempos
veía además en esta fiesta una ocasión para reparar las negligencias voluntarias
o forzosas que se habían tenido durante el año en el culto de los
bienaventurados inscritos en el calendario público.
La antífona del Introito canta el triunfo de los
Santos y nos invita a la alegría. ¡Alegría, pues, en la tierra, que sigue dando
tan magníficamente su fruto! ¡Alegría entre los Ángeles, que ven llenarse los
vacíos de sus coros! ¡Alegría, dice el versículo, a todos los bienaventurados, a
quienes dirigen sus cantos la tierra y el cielo!
INTROITO
Alegrémonos todos en el
Señor, al celebrar esta fiesta en honor de todos los Santos: de cuya solemnidad
se alegran los Angeles, y alaban juntos al Hijo de Dios. — Salmo: alegraos,
justos, en el Señor: a los rectos conviene la alabanza. J. Gloria al Padre.
Los
pecadores, los que estamos siempre en el destierro debemos ante todo, en
cualquier circunstancia y en todas las fiestas, ser solícitos de la
misericordia de Dios. Tengamos hoy una firme esperanza, ya que hoy la piden por
nosotros tantos intercesores. Si la oración de un habitante del cielo es
poderosa, ¿qué no alcanzará todo el cielo?
COLECTA
Omnipotente y sempiterno
Dios, que nos has concedido venerar los méritos de todos tus Santos en una misma
festividad: suplicamoste que, multiplicados los intercesores, nos concedas la
ansiada abundancia de tu propiciación. Por Nuestro Señor Jesucristo.
EPISTOLA
Lección del
Libro del Apocalipsis del Ap. San Juan (Apoc., VII, 2-12).
En
aquellos días he aquí que yo, Juan, vi subir del nacimiento del sol a otro Ángel,
que tenía el sello del Dios vivo: y clamó con gran voz a los cuatro Ángeles a quienes
se había ordenado dañar a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la
tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que señalemos a los siervos de Dios en
sus frentes. Y oí el número de los señalados: ciento cuarenta y cuatro mil
señalados de todas las tribus de los hijos de Israel. De la tribu de Judá, doce
mil señalados. De la tribu de Rubén, doce mil señalados. De la tribu de Gad,
doce mil señalados, De la tribu de Aser, doce mil señalados. De la tribu
Neftalí, doce mil señalados. De la tribu de Manasés, doce mil señalados. De la
tribu de Simeón, doce mil señalados, "e la tribu de Leví, doce mil
señalados. De la tribu de Isacar, doce mil señalados. De la tribu de Zabutón, doce
mil señalados. De la tribu de José, doce mil señalados. De la tribu de
Benjamín, doce mil señalados. Después de éstos, vi una gran muchedumbre, que
nadie podía contar, de todas las gentes y tribus y pueblos y lenguas, que
estaban ante el trono y en presencia del Cordero, vestidos con blancas ropas, y
con palmas en sus manos: y clamaban con gran voz, diciendo: Salud a nuestro
Dios, que se sienta sobre el trono, y al Cordero. Y todos los Angeles estaban
en torno del trono y de los ancianos y de los cuatro animales: y cayeron
delante del trono sobre sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Amén.
Bendición y claridad y sabiduría y acción de gracias y poder y fortaleza a
nuestro Dios por los siglos de los siglos. j Amén.
LOS DOS EMPADRONAMIENTOS.—El Hombre-Dios, sirviéndose para ello de César
Augusto, empadronó al mundo una vez por los días de su primera venida; era
conveniente que al principio de la redención se hiciese de modo oficial un recuento
del estado del mundo. Ahora ha llegado el tiempo de otro recuento que tiene que
hacer constar en el libro de la vida el resultado de las obras ordenadas a la
salvación. San Gregorio se pregunta en una de las homilías de Navidad: ¿Para
qué se hace este empadronamiento del mundo cuando nace el Señor, sino para
hacernos comprender que venía vestido de la carne el que tenía que empadronar en
la eternidad a los elegidos? Pero, al quedar por su culpa muchos fuera del
beneficio del primer empadronamiento, que se extendía a todos los hombres por
la redención del Salvador, se necesitaba otro definitivo, que separase de la universalidad
del precedente a los culpables. Sean borrados del libro de
los vivos; su lugar no
está entre los justos; así habla el
rey profeta y lo recuerda en el mismo lugar el santo papa. Aunque entregada
completamente a la alegría, la Iglesia en este día sólo piensa en los escogidos;
y únicamente de ellos se trata en el recuento solemne en el que, según acabamos
de ver, irán a parar los anales del linaje humano. De hecho, ante Dios, ellos
solos cuentan; los réprobos no son más que el deshecho de un mundo en el que
sólo la santidad responde a los designios del Creador, al precio del amor infinito.
Aprendamos a adaptar nuestras almas al molde divino que las
tiene que hacer conformes a la
imagen
del Unigénito y sellarnos para
el tesoro de Dios. Ninguno que esquive la impronta sagrada, evitará la de la
bestia; el día que los Ángeles cierren las cuentas eternas, cualquier moneda que
no pueda ponerse en el activo divino, irá por sí misma a la hornaza, donde
arderán eternamente las escorias.
Vivamos,
por consiguiente, en el temor que nos recomienda el Gradual: no el del esclavo que
sólo teme el castigo, sino el temor filial que nada teme tanto como desagradar
a Aquel de., quien nos vienen todos los bienes y que merece por su bondad todo
nuestro amor. Sin perder nada de su felicidad, sin menguar su amor, las potestades
angélicas y todos los bienaventurados se postran en el cielo con un santo
temblor, delante de la augusta y tremenda Majestad.
GRADUAL
Temed al Señor, todos sus
Santos: porque nada falta a los que le temen. J. Y a los que busquen al
Señor no les faltará ningún bien. Aleluya, aleluya. J. Venid a
mí, todos los que trabajáis y estáis cargados: y yo os aliviaré. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación
del santo Evangelio según S.
Mateo
(Mt„ V,
1-12).
En
aquel tiempo, viendo Jesús a las turbas, subió a un monte y, habiéndose
sentado, se acercaron a El sus discípulos, y, abriendo su boca, les enseñó,
diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu: porque de ellos es el reino
de los cielos. Bienaventurados los mansos: porque ellos poseerán la tierra.
Bienaventurados los que lloran: porque ellos serán consolados. Bienaventurados
los que han hambre y sed de justicia: porqueellos serán hartos. Bienaventurados
los misericordiosos: porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los
limpios de corazón: porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos:
porque serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución
por la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados
seréis vosotros, cuando os maldijeren, y os persiguieren, y dijeren contra vosotros
todo mal, mintiendo, por mí: alegraos y gozaos, porque vuestra recompensa será
muy grande en los cielos.
LAS BIENAVENTURANZAS.—Hoy está tan cerca la tierra del cielo, que un mismo
pensamiento de felicidad llena los corazones. El Amigo, el Esposo, viene a
sentarse en medio de los suyos y a hablar de su dicha. Venid,
a mi todos cuantos andáis
fatigados y agobiados, cantaba hace
un momento el versículo del Aleluya, eco feliz de la patria, si bien nos
recordaba nuestro destierro. E inmediatamente en el Evangelio se muestra la
gracia y la benignidad de nuestro Dios y Salvador. Escuchémosle cómo nos enseña
los caminos de la santa esperanza, las delicias dignas, garantía y anticipo de la
dicha total de los cielos. Dios, en el Sinaí, manteniendo al judío a distancia,
sólo tenía para él preceptos y amenazas de muerte. ¡De qué modo tan distinto se
promulga la ley de amor en la cumbre de esa otra montaña, donde se sentó el
Hijo de Dios! Las ocho Bienaventuranzas han ocupado al principio del Nuevo
Testamento el lugar que ocupaba, como prólogo del Antiguo, el Decálogo grabado
en piedra. No es que las Bienaventuranzas supriman los mandamientos; pero su
justicia superabundante va más allá que todas las prescripciones. Las hizo
Jesús de su Corazón para imprimirlas en el corazón de su pueblo y no en la
roca. Son todo un retrato del Hijo del Hombre, el resumen de su vida redentora. Mira,
pues, y obra conforme al
modelo que se te ha puesto delante en el monte. La pobreza fué ciertamente la primera nota del Dios de Belén; y
¿quién se presentó más' manso que el Hijo de María? ¿Quién lloró por causas más
nobles en el pesebre donde ya expiaba nuestros pecados y aplacaba a su Padre? Los
que tienen hambre de la justicia, los misericordiosos, los puros de corazón,
los pacíficos ¿dónde
encontrarán, sino en El, el ejemplar incomparable, nunca logrado, siempre
imitable? Aun la muerte, que hace de El el augusto capitán de los perseguidos
por la justicia es en este mundo
la bienaventuranza suprema; en ella se' complace la Sabiduría encarnada más que
en otra ninguna, de ella habla con insistencia, la describe con pormenores,
hasta terminar hoy con ella como en un canto de éxtasis: La Iglesia no tuvo otro ideal; siguiendo al Esposo,
su historia en las diversas épocas no fué más que el eco prolongado de las
Bienaventuranzas. Entendámoslo también nosotros; para la felicidad de nuestra
vida en la tierra esperando la del cielo, sigamos al Señor y a la Iglesia. Las
Bienaventuranzas evangélicas logran que el hombre supere los tormentos y hasta
la misma muerte, que no quita la paz a los justos, antes la consuma. Esto
precisamente es lo que canta el Ofertorio, sacado del libro de la Sabiduría.
OFERTORIO
Las almas de los justos
están en la mano de Dios, y no los tocará el tormento de la malicia: a los ojos
de los necios pareció que morían: pero ellos están en la paz, aleluya.
El
Sacrificio al que tenemos la dicha de asistir, dice la Secreta que da gloria a
Dios, honra a los Santos y nos granjea a nosotros el favor divino.
SECRETA
Ofrecemoste, Señor, estos dones
de nuestra devoción: los cuales te sean gratos a ti en honor de todos los
Justos y, por tu misericordia, sean saludables a nosotros. Por Nuestro Señor
Jesucristo.
La
Antífona de la Comunión es un eco de la lección evangélica, pero, no pudiendo
enumerar otra vez la serie completa de las Bienaventuranzas, recuerda las tres
últimas y justamente relaciona a todas con el Sacramento divino de que se
nutren.
COMUNION
Bienaventurados los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios: bienaventurados los pacíficos,
porque serán llamados hijos de Dios: bienaventurados los que padecen
persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
La
Iglesia pide en la Poscomunión que esta fiesta de todos los Santos tenga por
resultado hacer que sus hijos los honren asiduamente, para beneficiarse también
siempre de su poder cerca de Dios.
POSCOMUNION
Suplicamoste, Señor,
concedas a tus pueblos fieles la gracia de alegrarse siempre con la veneración
de todos los Santos: y la de ser protegidos con su perpetua intercesión. Por
Nuestro Señor Jesucristo.
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