¿QUIÉNES SON LOS QUE
SIGUEN
EL CAMINO DEL INFIERNO?
EL CAMINO DEL INFIERNO?
Son en primer lugar los
hombres que abusan de la autoridad, en cualquier orden, para arrastrar al mal a
sus subordinados, ya por la violencia, ya por la seducción. Les aguarda “un
juicio muy duro”. Verdaderos Batanases de la tierra, a ellos van dirigidas en
la persona de su padre las terribles palabras de la Escritura: “Oh, Lucifer,
¿cómo has caído de las alturas del cielo?”.
Son todos aquéllos que
abusan de los dones de la inteligencia para apartar del servicio de Dios a las
pobres gentes y para arrancarles la fe. Estos corruptores públicos son los
herederos de los fariseos del Evangelio, y caen bajo este anatema del Hijo de
Dios: “¡Desgraciados de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! porque
cerráis a los hombres el reino de los cielos, donde no entráis vosotros e impedís
que los otros entren (…). ¡Desgraciados de vosotros, escribas y fariseos
hipócritas! porque recorréis tierra y mares para hacer un prosélito, y cuando
lo habéis ganado hacéis de él un hijo del infierno, doblemente peor que
vosotros”. A esta categoría pertenecen los publicistas impíos, los profesores
de ateísmo y de herejía, y la turba de escritores sin fe y sin conciencia, que
cada día mienten, calumnian, blasfeman a sabiendas, y de quienes se vale el
demonio, padre de la mentira, para perder las almas e insultar a Jesucristo.
Son los orgullosos que,
llenos de sí mismos, desprecian a los demás y les arrojan inhumanamente la
piedra; hombres duros y sin corazón, encontrarán, si a la hora de su muerte no
se convierten, un Juez también inexorable.
Son los egoístas, los
ricos depravados, que sumergidos en las cenagosas aguas del lujo y de la sensualidad,
no piensan más que en sí mismos y olvidan a los pobres. Testigo el mal rico del
Evangelio, de quien Dios mismo ha dicho: "Fue sepultado en el infierno”.
Son los avaros, que no
piensan sino en amontonar el oro, que olvidan a Jesucristo y la eternidad. Son
esos hombres metalizados, que por medio de negocios más que dudosos y por me dio
de injusticias sórdidamente acumuladas, y de comercios indecorosos, por medio
de compras de bienes de la Iglesia, hacen o han hecho su fortuna, grande o
pequeña, sobre bases que la ley de Dios reprueba. De ellos está escrito
"que no poseerán el reino de los cielos".
Son los voluptuosos que
viven tranquilamente, sin remordimientos, en sus hábitos impúdicos, que se
abandonan a todas sus pasiones, no tienen más Dios que su vientre, y acaban por
no conocer otra felicidad que los goces animales y los groseros placeres de los
sentidos.
Son las almas mundanas,
frívolas, que no piensan más que en divertirse, en pasar locamente el tiempo,
gentes honradas según el mundo, que olvidan la oración, el servicio de Dios,
los sacramentos de salvación. No tienen cuidado alguno de la vida cristiana, no
piensan en su alma, viven en estado de pecado mortal y tienen apagada la
lámpara de su conciencia, sin por esto inquietarse. Si el Señor viene de improviso,
como les ha predicho, oirán la terrible respuesta que dirige en el Evangelio a
las vírgenes necias: "No os conozco”. ¡Desgraciado del hombre que no está
vestido con el traje nupcial! El Soberano Juez mandará a sus Ángeles que tomen, al
instante de la muerte, “al siervo inútil” para echarlo, atado de pies y manos, en el
abismo de las tinieblas exteriores, esto es, ¡en el infierno!
Van al infierno las
conciencias falsas y torcidas que pisotean, por sus malas confesiones y comuniones
sacrílegas, el Cuerpo y la Sangre del Señor, “comiendo y bebiendo así su propia
condenación” s, según terrible expresión de San Pablo. Van las gentes que
abusan de las gracias de Dios, y encuentran modo de ser malos en los más
santificantes medios; van los corazones rencorosos que rehúsan el perdón. Van,
finalmente, los sectarios de la Francmasonería y las víctimas insensatas de las
Sociedades secretas, que se consagran, por decirlo así, al demonio, jurándole
vivir fuera de la Iglesia, sin sacramentos, sin Jesucristo, y por consiguiente
contra Jesucristo. No diré que todas ésas pobres gentes irán ciertamente al
infierno. Digo sí que van, es decir, que siguen su camino. Felizmente para ellos,
no han llegado todavía al fin, y espero que antes de terminar su viaje
preferirán convertirse humildemente a arder por toda la eternidad. ¡Ay! ¡El camino
que conduce al infierno es tan ancho, tan cómodo! Va siempre descendiendo, y
basta dejarse ir por él. Nuestro Salvador nos dice literalmente: "El
camino que conduce a la perdición es ancho, y son muchos los que lo emprenden”.
Examínate, lector amigo, y si por desgracia tienes necesidad de retroceder, por
favor no vaciles, y abandona valeroso el camino del infierno mientras es tiempo.
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