El Presidente del Sindicato
Si se lee o escucha a los propagandistas y fautores de
la conspiración anticristiana, no sólo en nuestra patria sino en todas las sociedades de
nuestro tiempo, oiremos o leeremos la audaz afirmación de que el sindicalismo de nuestros días es una de las conquistas de la revolución, para solucionar la cuestión social. Tal afirmación tiene el gravísimo defecto de ser absolutamente falsa, en
cuanto a que sea una conquista nueva, porque los que llamamos sindicatos o sea
sociedades de obreros para defender los derechos de éstos en contra de los que, valiéndose de la necesidad de trabajar para que puedan vivir
ellos y sus familias, abusaban del poder que da la riqueza para explotarlos sin
justicia ni caridad; o para velar por la buena formación y educación de dichos obreros, no son cosa nueva en el mundo. Los que hayan leído la historia ya encontrarían que desde los tiempos del Imperio Romano existían esas agrupaciones; pero sobre todo desde que la
Iglesia Católica, con su doctrina de justicia y caridad,
civilizó a Europa, con esta civilización de cuyos frutos gozamos aún ahora, dichas agrupaciones llamadas entonces gremios
o corporaciones fueron no sólo restauradas sino
fomentadas y dignificadas con el espíritu cristiano; y por medio de ellas la Iglesia procuró esa paz social de la Edad Media, que precisamente
vino a destruir la Revolución Francesa, acabando con
los gremios obreros, no por otro motivo sino para exacerbar la mala situación del pueblo humilde y las clases menesterosas y llevarlas
a la violencia contra el orden cristiano de las sociedades.
Ramsay Mac Donald, el célebre socialista inglés, ha escrito con mucha razón, que "el sindicalismo es una rebelión contra el socialismo". Y en efecto el
sindicalismo, bien entendido y constituido, se opone radicalmente a esa concepción de los
socialistas de que se ha de abolir la propiedad privada de los individuos, para
hacer un único propietario de todos los bienes de una nación, el estado, que será el amo y
señor único de los productos globales del trabajador, dizque para repartirlos
equitativamente entre todos por igual, y que es, como sabemos, a lo que han
llegado los socialistas hoy conocidos con el nombre de comunistas. Lo sucedido
en la Rusia comunista no me dejará mentir.
Pero he dicho: el sindicalismo bien entendido, esto es imbuido del espíritu de caridad y justicia del cristianismo, o sea tal como lo
entendieron las corporaciones y gremios de la Edad Media. Estas ideas que nunca
dejó de predicar y enseñar la Iglesia Católica, comenzaban
a germinar con buen fruto en nuestra patria, enseñadas y
defendidas por sacerdotes y católicos seglares conscientes de la situación deplorable a que habían reducido a nuestros trabajadores de la
industria y la agricultura, nuestras continuas revoluciones, desde la independencia
de la nación y especialmente desde la dominación del
partido liberal y revolucionario. En León de
Guanajuato ya se había fundado un vigoroso "Sindicato Católico" en favor de los obreros del ramo de zapatería, la industria más importante de aquella ciudad. Naturalmente, tal
cosa no convenía a los socialistas, comunistas y comunistoides,
que también a favor de la enseñanza laica y de las leyes liberales impías vigentes entre nosotros, pululaban ya en nuestra sociedad.
En contacto estrecho con la A.C.J.M., los obreros de esta benemérita Asociación habían recibido las mejores enseñanzas para su obra social y el año de 1927
Florentino Álvarez era al mismo tiempo presidente del grupo acejotaemero y del
"Sindicato Católico". Porque Florentino era uno de esos apóstoles de la clase obrera, perteneciente a ella, y conocedor, por
propia experiencia, de las necesidades temporales y espirituales de los de su clase.
Y su afán principal era infundir en su sindicato el espíritu verdaderamente cristiano, porque sabía que de
ello vendría toda su eficacia para el bien del trabajador. Seis meses hacía que León había sido el teatro de aquella tragedia que ya he
relatado, en que perecieron a manos de los verdugos callistas los valientes muchachos
acejotaemeros, compañeros de Valencia Gallardo. La sociedad leonesa 'no
los olvidaba y su antagonismo contra los perseguidores se hacia atente en múltiples ocasiones, con lo que los verdugos estaban desesperados y
furiosos, por no haber logrado su intento de atemorizar a los católicos.
El 7 de agosto de ese año de 1927, quisieron dar otro golpe, inspirado Florentino
Álvarez por su rencor, y pusieron sus ojos en el Sindicato Católico de Zapateros. El general Daniel Sánchez,
acompañado de varios militares, se presentó de
improviso en las oficinas de aquel sindicato, en el momento en que Florentino daba
una conferencia de carácter social, a sus compañeros.
— ¿Quién es usted? —preguntó arrogante el militar.
—Florentino
Álvarez.
—Pues a
usted busco. ¿Todos ustedes son una punta de sinvergüenzas de esos que gritan Viva Cristo Rey?
—Sí, señor, gritamos Viva Cristo Rey, pero no somos ningunos sinvergüenzas sino unos trabajadores honrados, que no hemos merecido nunca tan
gratuita injuria. La sociedad entera de León nos
conoce. . .
—Pues su
Cristo no es Rey. . . y lo que pasa es que se reúnen aquí para conspirar contra el Gobierno de la República. .
.
—Miente
usted —respondió indignado Florentino—. Todos
nosotros, y usted mismo sabemos que Cristo es Rey, y cómo es Rey. . . y aquí nos reunimos, no para conspirar contra nadie sino
para procurar nuestro bienestar moral y económico. . .
Ardiendo en ira el general Sánchez, por la serena afirmación de Florentino, se lanzó sobre él.
— ¿Miento yo? ¡Desgraciado! —y le dio
una terrible bofetada que le hizo sangrar inmediatamente.
Los obreros se levantaron como movidos por un resorte para defender a
su compañero y presidente; pero Florentino, más rápido, los contuvo con un ademán
imperioso, y gritó:
— ¡Viva Cristo Rey! —exclamación generosa
que corearon a una todos los obreros.
El general desenfundó su pistola, y sólo porque
un coronel, de sus acompañantes, le detuvo rápidamente,
no disparó sobre el valiente e inerme campeón de
Cristo Rey. Pero los militares dieron la orden: "Todos ustedes quedan
detenidos. . .Pronto, prontito en filas y a la cárcel".
Y los habitantes de León vieron aquella mañana con
asombro inaudito una caravana de obreros, altivos y serenos, que marchaban
encuadrados por unos pocos soldados, e iban gritando por las calles con un
entusiasmo indescriptible y contagioso ¡Viva
Cristo Rey! Hubieran podido fácilmente aquellos robustos jóvenes desarmar a sus custodios y hacerlos polvo, pero a ejemplo de
Florentino, que iba atadas las manos delante del grupo, prefirieron asemejarse
a Cristo cuando lo llevaban aquella noche del jueves, atado ante los
sanhedritas.
Llegados a la cárcel, sin proceso, sin forma legal alguna, ni aun
para guardar las apariencias, por tres días
permanecen aglomerados en los infectos calabozos. Las personas pudientes de León, algunos abogados tratan de gestionar su libertad, pidiendo al menos
un proceso... Nada consiguen. Los verdugos deliberan. ¿Qué haremos con estos obreros? Imposible matarlos a todos. . . El pueblo
entero se nos echaría encima. . . y ¿cómo nos iría?... Los diezmaremos, propone alguno, y
fusilaremos a tres... Pero ¿por qué?. . . pregunta alguno más sereno.
—Por católicos —le responden.
—Si eso es
un delito, habrá que fusilar a todos los habitantes de esta ciudad.
—Basta un escarmiento
—dicen otros.
—En fin,
veremos más tarde. . .Mientras tanto alguno ha ido a la cárcel y ha comunicado a los presos que piensan los verdugos fusilar a
tres de ellos.
Apenas lo pueden creer. Pero Florentino les habla y los exhorta a todos
al martirio. ¿Qué fin mejor de nuestra vida que ofrecerla en
holocausto a Cristo Rey? ¿Qué gloria mayor podría haber
para nosotros y los nuestros?... Y convencidos, tratan de prepararse al
martirio, con la oración. . . Toda la noche del 9 de agosto la pasan en oración como en la velación de la Adoración
Nocturna a que tantas veces había muchos de ellos asistido.
En la madrugada del día 10, un soldado grita en la prisión: —El llamado Florentino Álvarez que venga.
— ¡Presente!
Sus compañeros se le acercan presurosos. . .
— ¿Qué pasa, Florentino?
—Nada. . .;
¡que llegó mi hora!. . . Adiós, oren
por mí, y no olviden lo que hemos tratado juntos, en las sesiones. . . Yo
pediré por ustedes.
Los soldados le atan las manos por atrás y le
conducen a pie a las afueras de la ciudad. . . El mártir ora
en voz alta. . . A veces, canta: ¡Corazón Santo... Tú reinarás!... Los soldados le pegan en la boca para que calle; pero él continúa cantando: ¡Tú reinarás!... Llegados al lugar del suplicio, Florentino
lo saluda con un estentóreo:
-¡Viva Cristo Rey! Un soldado, furioso, le abofetea y le dice:
— ¿Quién vive?
— ¡Viva Cristo Rey y Viva la Virgen de Guadalupe!
Una descarga lo abate al fin y le abre las puertas de la gloria.
Al día siguiente circulaba por León esta esquela mortuoria: Viva Cristo Rey! El señor D. Florentino Álvarez, originario de León, Gto.,
murió Confesando a Jesucristo, a la edad de 37 años, el día 10 de agosto de 1927.
Su madre, esposa, parientes y amigos, con inmenso regocijo, lo
participan a usted, para que pida por el Triunfo de la Religión en México, poniendo por valioso intercesor el alma de Florentino.
León, agosto de 1927.
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