20 DE OCTUBRE
SAN JUAN CANCIO,
CONFESOR
Epístola – I Cor. IV, 9-14
Evangelio – San Lucas; XII, 32-34
SAN
JUAN Y POLONIA. — Kenty, la humilde aldea de Silesia donde
nació el Santo de hoy, le debe a él el ser conocida en todas partes para siempre.
Retrasada por mil dificultades, la canonización de este bienaventurado sacerdote,
que por su ciencia y virtud ilustró en el siglo XV a la Universidad de
Cracovia, fué la última alegría, la postrera esperanza de la Polonia agonizante.
Ocurrió en el año 1767. Dos años antes, a instancias de aquella nación heroica,
Clemente XIII dió el primer decreto que autorizaba la celebración de la fiesta
del Sagrado Corazón. Al inscribir entre los santos a Juan Cancio, el magnánimo
Pontífice expresaba en términos conmovedores el agradecimiento de la Iglesia
para aquel desventurado pueblo y le rendía un supremo homenaje ante Europa,
que lo olvidaba por odio. Cinco años más tarde se hacía la división y el
repartimiento de Polonia.
LAS
DESGRACIAS DE POLONIA. — Habían de pasar muchos años antes
de que esta nación desdichada recobrase su independencia. Pero no la duró
mucho. En 1939 el enemigo invadía a Polonia otra vez, la vencía y dividía. Tuvo
siquiera el consuelo de recibir palabras de aliento y la bendición del Papa Pío
XII, quien, en su primera encíclica "Summi Pontificatus" del 20 de
octubre de 1939, se condolía de la tribulación de esta "amadísima nación,
que por su inquebrantable fidelidad a la Iglesia, por sus méritos en la defensa
de la civilización cristiana, inscritos con caracteres indelebles en los fastos
de la historia, tenía derecho a la amistad humana y fraterna del mundo, y debía
esperar, confiada en la poderosa intercesión de María, la hora de un resurgimiento,
de acuerdo con los principios de la justicia y de la verdadera paz". Al
terminar la guerra, Polonia no recobró más que u n simulacro de independencia y
una parte tan sólo de su territorio. Cuando escribimos esto, la persecución se
ensaña contra la Iglesia. Con pretextos fútiles y en formas sumamente falaces,
un gobierno sectario encarcela, juzga y condena a los sacerdotes y obispos,
suprime la prensa y la Acción Católica, cierra las escuelas cristianas y pone trabas
a la enseñanza que la jerarquía tiene el derecho y la obligación de dar al
pueblo fiel, sobre todo a los niños. Felizmente "Dios lo puede todo: en
sus manos están no sólo la felicidad y la suerte de los pueblos, sino también
los designios humanos; suavemente nos inclina al lado que quiere; los mismos
obstáculos son para su omnipotencia medios de que se sirve para moderar las
cosas y los acontecimientos, para guiar los espíritus y las voluntades a sus
fines altísimos”. Pidámosle por intercesión del santo sacerdote que dió a
Polonia, que una vez más salve a este desgraciado país, y que haga que los
sufrimientos y la sangre de los mártires sean siempre para la Iglesia una
prenda de resurrección y de paz.
VIDA. —
Juan nació hacia el año 1390 en Kenty, diócesis de Cracovia. Ya desde niño
tenía una piedad angelical y una inteligencia tan notable, que se le envió a
estudiar a la Universidad de Cracovia. Después de haber conquistado los
diplomas más lisonjeros, llegó a ser maestro, pero quiso ilustrar a las almas
tanto como . a las inteligencias y conducirlas al bien. Ya sacerdote, ejerció
algún tiempo el ministerio, pero volvió nuevamente a la enseñanza. Su deseo de
ser mártir le hizo emprender un viaje a Jerusalén; tenía oración altísima; su
caridad para con los pobres le hizo dar todo lo que tenía; era tal su
mortificación, que dormía en el suelo, llevaba cilicio y comía lo justo para no
morir de hambre. Murió el 24 de diciembre de 1473. Su valimiento ante Dios
quedó claro con numerosos milagros, y en 1767, Clemente XIII le canonizaba,
pero ya en 1680 Inocencio XI había reconocido su santidad al permitir su fiesta
en todo el reino de Polonia.
PLEGARIA. —
La Iglesia no cesa de decirte, y nosotros te lo decimos con la misma inquebrantable
esperanza: "Tu, que nunca te negaste a" prestar ayuda a nadie, toma
por tu cuenta la" causa del país donde naciste: ésta es la petición que te
hacen tus conciudadanos de Polonia, y es también el ruego de los que no lo son”.
La traición de que fué víctima tu desgraciada patria, pesa continua y
trabajosamente sobre la Europa desequilibrada. ¡Cuántos pesos aplastantes, por
desgracia, han venido después a acumularse en la balanza de la justicia del
Señor! Oh Juan, enséñanos a aliviarla al menos del peso de nuestras faltas
personales; siguiendo tus huellas por el camino de las virtudes, mereceremos el
perdón del cielo y adelantaremos la hora de las grandes reparaciones.
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