jueves, 22 de septiembre de 2016

Memorias de de un mártir Cristero o “Entre las patas de los caballos”


"¡Pos quién les manda!
¡Pa qué se meten entre las patas de
los caballos!"
(fin de la obra)


La solución definitiva se conseguirá sin duda alguna, pero sin apresuramientos indebidos, porque los males de un siglo no se han de curar en un día. Esta carta establece con claridad que el conflicto religioso no  está resuelto: se ha encontrado un modus vivendi basado en bue-  nas voluntades, el cual puede llevar con el tiempo a una separación amistosa entre la Iglesia y el Estado, fundada en el mutuo respeto de sus derechos.  Los arreglos plantean un problema extremadamente difícil para la Guardia Nacionol y la Liga. Hay cientos de huérfanos, de lisiados y heridos que dependen económicamente de estas instituciones. Son miles los hombres que, abandonando todo, se entregaron en cuerpo y alma a la defensa de los derechos de la Iglesia y de los suyos propios de hombres libres. En la lucha se han cubierto de gloria en muchas ocasiones; esperaban razonablemente el triunfo de sus armas. Treinta meses hace que combaten y no han podido con ellos las tropas de la Federación y los agraristas al mando de sus mejores jefes. La última, la más feroz y organizada de las batidas acaba de fracasar. Los callistas están paralizados y los libertadores conservamos la ofensiva con golpes certeros e imprevistos. Pero luchamos por Cristo, peleamos para obtener la libertad de Su Iglesia, y ésta, según el Delegado Apostólico, se ha logrado, cuando menos en la parte que juzgan indispensable. La Liga expuso la situación en un manifiesto en que dice: No animan, ni nunca han animado a los miembros de la Guardia Nacional ni a los de la Liga, ambiciones personales ni bastardas, ni son presa de la necia impaciencia de pretender consumar de un golpe la reivindicación de todos los derechos ...

. . . En esta áspera y cruenta lucha se ha logrado infundir en el alma nacional una formidable y honda pasión por llevar a cabo la reconquista, de hecho y de derecho, de nuestras libertades esenciales, y no habrá poder humano que pueda arrancársela; y porque como católicos tenemos plena confianza en el Soberano Pontífice y su firmeza, la Liga estima que ha llegado el momento decisivo de cesar en la lucha bélica, para ir a consagrarse a otra clase de actividades normales, que redunden siempre en bien de la Patria y de nuestra fe. Ni se pretende, ni se ha pretendido valerse de la Religión para obtener, por su medio, transformaciones de carácter temporal de la cosa pública. Muy dolorosa ha sido la prueba sufrida, pero en ella y con ella ha quedado demostrado que, cuando se tocan con mano despiadada los más sagrados derechos que el católico tiene en lo profundo de su alma, se desencadenan borrascas deplorables para todos ... La contienda ha formado caracteres: damas de todas clases sociales, niños, jóvenes, hombres en la plenitud de la edad  y en la edad provecta, han adquirido el hábito de la lucha desinteresada y noble, curtidos en todos los dolores y en todos los desamparos. Ese rico patrimonio constituido en este largo período de suprema angustia, no debe ser despilfarrado, sino que debe emplearse ahora para hacerle fructificar en la tarea colosal de la reconstrucción patria. La resolución de la Liga fue obedecida por los libertadores. Se nos ordenó suspender las hostilidades y depusimos las armas. En unos cuantos días se logró la pacificación de grandes regiones don- de alentaba un movimiento insurgente que no pudo ser dominado por la fuerza, y el cual, en esos momentos, abrigaba mayores esperanzas que nunca. Se me designó oficial de enlace entre los nuestros y los callistas para el efecto del licenciamiento. Parte el alma ver la pena con que los libertadores entregan sus armas, heroicamente conquistadas. A cambio reciben el salvoconducto y unos cuantos pesos para su traslado. Tengo miedo de volver a un medio tan distinto de este en que he vivido tantos meses. Ofrecí mi vida por una causa justa y estoy aligerado de las preocupaciones que agobian a los que ansían vivir; pero no me siento derrotado, sé que esto no es el fin. Ofrendamos vida, tranquilidad y bienes; pero alentábamos esperanzas de victoria sobre el bolchevismo. Ahora ya nada esperamos, se consumó el sacrificio; pero Dios triunfará, a su modo, como triunfó cuando murió en la Cruz, vituperado y escarnecido. Se suceden las despedidas de los hombres que vivimos como hermanos tantos momentos trágicos, y otros de triunfo. Partió Adalberto con la ilusión de conocer a su hijo. El no se conformará sólo con que éste sea bueno y honrado. Formará un hombre que trabaje por hacer a México más libre y más humano. Será la generación de ese niño la que vea los resultados. Regresan los cruzados de Cristo con las cicatrices de sus heridas, y en el alma mortal tristeza, como nunca se padeció durante los largos años de brega. Son los entusiastas de ayer, los que no regatearon al hacer las cosas que creyeron dan sentido a la vida. Otros duermen bajo tierra, o se calcinan sus huesos al sol. Los que viven volverían a lanzarse; son idealistas a quienes no vence el sufrimiento, ni entienden de modus vivendi.


EPILOGO

LAS ÚLTIMAS HOJAS DE ESTE DIARIO están destrozadas por las balas que dieron muerte a su autor manchadas con la sangre que tenía ofrendada. Paseaba por el andén de la estación en espera del tren que  habría de llevarlo de vuelta a su casa. Con él estaban dos de sus compañeros; todos con salvoconductos en regla. Hombres armados ocultos tras los carros caja estacionados hicieron fuego sobre ellos y huyeron. Los cadáveres permanecieron horas en el andén sin que la autoridad se diera por enterada. Gente piadosa les cerró los ojos y los cubrió con sarapes. El pueblo se conmovió al enterarse de que eran cristeros amnistiados, y un grupo de vecinos ocurrió al jefe de la guarnición de la plaza en demanda de justicia y garantías; pero éste con altanería  desprecio respondió:

- ¡Pos quién les manda! iPa qué se meten entre las patas de los caballos! 

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