viernes, 16 de septiembre de 2016

Memorias de de un mártir Cristero o “Entre las patas de los caballos”

Santa Misa en los altos de Jalisco
XXVII

Como la pinten brinco, y al son que me toquen bailo
(dijo un cristero de escasos dieciséis años.)

COINCIDIENDO CON LAS GESTIONES DIPLOMÁTICAS del embajador Morrow y la actividad política del presidente Portes Gil para poner término al conflicto religioso, que se alza cada vez más amenazador, el gobierno arroja a la contienda toda su fuerza militar y pone en juego su astucia, en un intento desesperado para vencer.  A mediados de mayo entró a Colima el general Eulogio Ortiz al frente de una enorme columna abundantemente provista de armas y equipos yankis. Aparatosamente desfilaron durante varias horas, atronando el aire con sus bandas de guerra y el ruido de los escapes de sus vehículos. Implantaron la ley marcial, y se hicieron necesarios salvoconductos para entrar a las principales poblaciones del Estado y para transitar por sus caminos.


El general Saturnino Cedillo, con sus tropas y las defensas agrarias, tiene a su cargo el cuidado de las comunicaciones ferroviarias de Irapuato a Manzanillo y ordenó el fusilamiento inmediato, sin previa causa, de todo individuo que se encuentre en las inmediaciones de las vías.  En plataformas de ferrocarril llegaron a Guadalajara aviones militares, cuya misión es localizar a los grupos libertadores y bombardear sus posiciones. A los Altos de Jalisco mandaron oficiales especializados en los Estados Unidos del Norte en Artillería de montaña.  

El general Ortiz trajo en rehenes un sacerdote, al que envió al campamento eristero de Palmita para proponernos la amnistía.
Este describió al detalle los elementos con que cuenta el enemigo para iniciar el ataque: dispone de cientos de cañones de diversos tipos, ametralladoras, aviones y varios miles de soldados bien equipados y con sobrada dotación de parque.

-Como la pinten brinco, y al son que me toquen bailo -dijo un cristero de escasos dieciséis años.

-¿Y usté qué dijo? ¡Ya se rindieron!, ¿no? -¡ A ver de cuál pellejo salen más correas!

-Se me figura que éste no es Cura -comentó otro.

Los libertadores lo acusaron de ser espía del enemigo y no faltó quien propusiera que lo fusilaran como tal. Afortunadamente la disciplina era rigurosa y esperaron la decisión del general Salazar, quien ordenó dejarlo libre.  Después los aviones arrojaron avisos ofreciendo dinero a quienes se rindieran. Mayor prima era para los de más categoría.  Algunos jefes callistas ofrecieron reconocer los grados y dar de alta en el ejército de la Federación a los libertadores que lo solicitaran. Esta maniobra también fracasó, pues los que luchan en nuestras filas lo hacen por convicción, con absoluta confianza en Cristo Rey. En regiones próximas movilizan sus contingentes los generales Manuel Ávila Camacho, Lázaro Cárdenas y otros. Los aeroplanos vuelan constantemente sobre nuestras posiciones y en ocasiones tan bajo que podemos distinguir sus tripulantes.

El 24 de mayo celebramos ferviente ceremonia religiosa en honor de María Auxilio de los Cristianos. Todo el día estuvo expuesto el Santísimo Sacramento, mientras llegaban correos con la noticia de que la movilización del ejército de Eulogio Ortiz se había iniciado. El Trisagio, cantado y coreado por cientos de pechos varoniles que ardían de fe, nos llenó de emoción en aquella víspera de combate.   ¡Señor Dios! En dulce canto Te alaban los Querubines.  y Ángeles y Serafines Dicen: Santo, Santo, Santo.  El monte retumbó cuando la gente careaba: Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos.  Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal... Al día siguiente tomamos posiciones en espera del enemigo y empezó el bombardeo de los aviones militares. Las bombas abrían enormes cráteres y hacían estremecer la montaña entera; pero desde los primeros impactos nos dimos cuenta de que carecen de puntería. Después, volando bajo, dirigieron sobre nosotros el fuego de sus ametralladoras, con la misma falta de precisión. Al primer vuelo nos tomaron desprevenidos, pero después los recibimos con tiros de fusil y tocamos a varios, por lo que desistieron de volar bajo  y sus descargas fueron aún menos peligrosas.

Durante tres días sólo tuvimos esos ataques aéreos, que llegaron a constituir una diversión para nuestros soldados, que se burlaban alegremente de los aeroplanos, saltando en campo despejado y haciendo señas a los pilotos.  Los guachos tomaron contacto con los nuestros el día 28. El general Andrés Salazar fue el primero en resistirlos en su campamento de Cerro Grande. Tácticamente fue retrocediendo y en Camo Cuatro presentó combate y les hizo gran mortandad. No obstante, tuvieron los nuestros que retirarse debido a la enorme superioridad del enemigo. Se dirigieron por la antigua vía del ferrocarril y ganaron la cima del cerro y se parapetaron en un alto corte desde donde les infligieron tremendo castigo con bombas, granadas de mano y fusilería. Por tres días resistieron, al cabo de los cuales se  dispersaron, con la consigna de reunirse en el municipio de Coquimatlán.

Con rapidez movilizó el general Ortiz sus tropas contra los libertadores del campo de El Borbollón, donde los esperaba temerariamente un destacamento de cincuenta cristeros, mientras los atacantes eran más de cuatro mil. Estaban bien parapetados en fortines construidos exprofeso y su estado de ánimo era excelente. Avanzaron los guachos por una carretera pedregosa, donde su equipo pesado iba dando tumbos. Efrén nos comisionó a treinta de sus hombres para salirles al encuentro y hostilizarlos. Al aproximarnos a ellos nos dividimos en dos columnas para conservar ambos lados del camino. Atacamos alternativamente, cambiando de posición a lo largo de la carretera. Los callistas se lanzaron precipitadamente entre los matorrales y bosquecillo s que cubrían el terreno, y nos batían a un lado y otro con una intrepidez que rayaba en la imprudencia y que nosotros aprovechamos para hacerles muchas bajas.  Agotadas las municiones suspendimos la lucha y nos retiramos sierra adentro a tomar un descanso. Los federales continuaron por varias horas buscándonos, entre las matas y con frecuencia se oían los disparos que hacían quién sabe contra quién; posiblemente entre ellos mismos, pues la forma temeraria como procedían se prestaba a confusiones que deben haberles costado más bajas.

Después nos dirigimos al Borbollón en busca de pertrechos, pero este campamento había caído también en poder de la gente de Eulogio Ortiz. Pudimos ver el estrago que la batalla produjo en el terreno. Del bosque que lo rodeaba sólo quedaban troncos desgarrados por la metralla. La tropa enterraba a sus muertos y las ambulancias retiraban los heridos. Los muertos eran más de cien. Los libertadores desalojados estaban en un lugar llamado La Delgada, separado del Borbollón sólo por una barranquilla. En su nueva posición provocaban a los guachos con intencionados toques de corneta y gritos; pero allí no fueron atacados.  Regresamos al cuartel general, el cual se encontraba en una cuchilla próxima a M esa de los Mártires, en lugar muy defendible, con más de una salida segura y oculta hacia el cono del Volcán de Colima, conocida sólo por los rancheros de la región.

El ataque de los callistas fue feroz. Cañones de diversos calibres golpearon incesantemente nuestras fortificaciones y las hicieron saltar a pedazos. Los aviones hacían varios vuelos afilia descargando su carga explosiva. Retumbaba él volcán entero, pero ninguna bomba hizo daño a los nuestros. -Después de tres días  de ataque agrupó el enemigo un contingente formidable y lo lanzó a la carga en forma irresistible. Una hora duró aquella desigual batalla, en la que murieron cientos de callistas, sin que nosotros tuviéramos pérdidas que lamentar. Cuando estaban a punto de alcanzar nuestras líneas defensivas, ordenó el general Anguiano abandonar las posiciones, lo que hicimos en perfecto orden. Nosotros mismos quemamos los jacales que nos albergaron y la querida capillita del Cuartel General. De ahí nos trasladamos a un lugar situado más arriba. Construimos defensas con gruesos troncos de árboles y lodo en espera del enemigo, pero éste no avanzó.  Un fuerte grupo de los nuestros subió hacia la cumbre del volcán y bajó a la región de Tonila y San Jerónimo, donde tuvieron varios encuentros ventajosos con el enemigo y se hicieron de armas y parque en cantidad. Aun cuando sufrimos muchas penalidades, de hecho la campaña gobiernista había fracasado, pues, a costa de grandes pérdidas, los federales sólo consiguieron un nuevo cambio de posición de nuestros campamentos y no se atrevieron a continuar la persecución. Pero lo que no obtuvieron con su gigantesca ofensiva lo lograron casualmente. El dos de junio dieron de manos a boca con el Jefe Supremo de la Guardia Nacional y lo mataron en forma por demás inesperada.

El general Gorostieta reorganizó a sus elementos en Jalisco y Michoacán para darles mayor unidad y fuerza, con miras a posesionarse de Guadalajara y el Bajío. Se reservó para sí el mando directo de los libertadores de Los Altos, encomendó al general Jesús Degollado la jefatura de los del Sur de Jalisco y nombró al general Carrillo Galindo, compañero suyo del Colegio Militar, comandante de los cristeros de Michoacán.  Iba con este último para darle posesión de su comandancia. La comitiva la formaban unos dieciséis hombres, los cuales pernoctaron en el casco abandonado de la hacienda de El Valle. No era de temerse un ataque de los callistas, pues éstos actúan ahora en grandes concentraciones, y los que operaban en la región acababan de ser batidos en San Julián.  La madrugada del día dos llegaron a la misma hacienda tropas de Cedillo, al mando del general Pablo Rodríguez, en los momentos que comenzaban a salir los de la Guardia Nacional. El encuentro fue de sorpresas para los nuestros. Los gobiernistas creyeron que eran de los suyos y dieron lugar a que se alejaran. Heriberto Navarrete, Rodolfo Loza Márquez y algunos más que ya habían salido con la impedimenta. Pero al identificarlos atacaron los guachos cuando el general Gorostieta cruzaba el patio. 

Le mataron su caballo y tuvo que defenderse parapetándose con el cuerpo del animal. Desde el interior de la casa dispararon sus compañeros para protegerlo, pero al poco tiempo, después de probar por  Última vez su certera puntería, cayó muerto el Jefe Supremo de la Guardia Nacional.

el cadáver del General Gorostieta 


Rodeados y muerto su querido jefe, se rindieron. Cuando los callistas se enteraron de que habían matado al general Gorostieta su júbilo fue enorme. El general Cedillo ordenó trasladaran el cadáver a Atotonilco el Alto, donde fue exhibido públicamente a la hora de la serenata, Entre los miembros del Estado Mayor de Gorostieta detenidos estaba Ildefonso Loza Márquez, quien se ganó la simpatía de Cedillo por su viril actitud. Ya en Atotonilco, donde eran conocidos por haber ocupado la población durante varios días, fue requerido por el jefe callista para que se dirigiera a la gente anunciando la muerte del general Gorostieta. A cambio de esto le ofreció su libertad, y él, al hablar al pueblo, dijo que Cedillo perdonaba a todos los detenidos, con lo cual provocó un aplauso que comprometió al general. Ante la gravedad de tales noticias se me ordenó marchar a Guadalajara para recabar instrucciones del Delegado de la Liga Nacional Defensora de la Libertad. Las carreteras estaban estrechamente vigiladas y para entrar a la mayor parte de las poblaciones exigían salvoconductos de las autoridades militares callistas, por lo que tuve que hacer una larga caminata a pie.

A la puesta del sol me puse en camino. Conocía bien aquellos lugares y seguí atajos y veredas escondidos. A ratos descansaba. Me costaba mucho esfuerzo vencer el sueño; cuando temía dormirme reanudaba la marcha. Al amanecer busqué un escondrijo y me instalé en él para pasar el día.  Volví a caminar durante la noche siguiente. Mis botas se descosieron y me dificultaron enormemente la marcha. Al llegar a un pastal opté por continuar descalzo, pero hube de volverme a calzar los zapatos rotos al llegar al milpar.  Al aproximarme a la vía del ferrocarril vi un cuadro terrible: en una gran extensión pendían de los postes telegráficos cadáveres de cristeros, con los ojos saltados, sus carnes hinchadas. Venciendo mi horror me aproximé. Una idea me asaltó y aunque me repugnaba venció al fin: quité a uno sus huaraches y me los calcé. Recordé la indignación con que leí alguna vez que unos indígenas, a quienes la prensa llamó buitres humanos r habían despojado los cadáveres de unos accidentados; pero entonces, j qué sabía yo de miseria y de necesidades supremas!  

Entré a Sayula y allí me facilitaron la forma de llegar a Guadalajara, a la Tequilera de Ontiveros. Pedí de beber y di el santo y seña. Me llevaron con Raúl Basurto, que resultó ser un viejo compañero del Grupo Daniel O'Connell. El me enteró de la situación: A la muerte de Gorostieta el Comité Directivo de la Liga encomendó la Jefatura Suprema de la Guardia Nacional al general Jesús Degollado Ochoa., El nuevo general en jefe lanzó un Manifiesto a la Nación del cual Basurto me dio varios ejemplares para nuestra gente. En su parte medular dice:

... al ser nombrado para sustituir a nuestro Jefe, recojo la Bandera de Cristo Rey y juro por El, ante el cadáver del General Gorostieta, continuar en la lucha hasta ver reconquistadas nuestras libertades esenciales o perecer en ella. Mexicanos: Si los opresores de México creyeron que la muerte del héroe significaba la victoria de la tiranía sobre la justicia y la libertad, se han equivocado: agrupados todos en derredor de nuestra bandera, con el pensamiento puesto en Dios y en Santa María de Guadalupe, hemos de demostrar al mundo que lo que nos tiene unidos es el bendito lema de Dios, Patria y Libertad. ...la victoria final es de Dios y otra vez, en la cumbre del Cubilete, destacándose sobre el cielo azul de nuestra Patria, volverá a levantarse, nítida y serena, la imagen de Cristo Rey: la primera y más grande Bandera de la Libertad, i símbolo eterno de todas las redenciones!. .. Guadalajara, Jalisco, a 7 de junio de 1929. General de División JESÚS DEGOLLADO, Jefe Supremo de la Guardia Nacional.

También me dio copias de la proclama que el Padre Aristeo Pedroza dirigió a los generales, jefes, oficiales y tropa de la Brigada de Los Altos. (Véase Memorias de Jesús Degollado Guisar, último general en jefe del Ejército cristero. 278 pp. México, 1957. Editorial Jus (Nota del Editor).  Transcribo algunas partes que Juzgo de mayor interés:

En mi calidad de Jefe de esta Brigada creo de mi deber dirigirme a vosotros, con motivo de los acontecimientos que tuvieron lugar en la Hacienda de El Valle el día 2 de los corrientes y que dieron como principal resultado la muerte del C. General Enrique Gorostieta Jr., que en vida ocupó el puesto de General en Jefe de la Guardia Nacional. . . debemos de estar muy lejos de pensar que con la muerte de nuestro querido Jefe la causa de la libertad ha perdido en nuestro país todo su haber. No. No era el General Gorostieta el único que luchaba por libertar a nuestra Patria; era y sigue siendo el pueblo el que anhela y el que lucha por conquistar esa libertad. N o es tampoco el primero ni el más rudo golpe que en los últimos dos años hemos sufrido. Recordad a González Flores y a Gómez Loza. Como Gorostieta, eran ellos de los mejores entre los valientes y de los más grandes entre los virtuosos; cayeron como ahora este nuevo mártir de la Libertad; al golpe inconsciente y torpe del asesino a sueldo que no sabe a quién sacrifica; como él sucumbieron en la brecha y como a él los sentimos en el alma. Y si entonces vosotros pensasteis que vuestro deber estaba en seguir con más bríos la lucha por la libertad, si entonces no desmayaron ni vuestro corazón ni vuestro brazo, ahora como entonces vuestro deber es el mismo: seguir esta pelea con más entusiasmo; no desamparar ni por un momento el puesto que habéis aceptado de defensores del Derecho y la Justicia. La Brigada de Los Altos tiene para la memoria del General una muy grande deuda de gratitud. Fue aquí donde dejó con su apostolado en esta campaña una honda huella en. todos los espíritus. Los soldados de Los Altos lamentan hoy más que la muerte de un superior, la de un padre. Interpretando los sentimientos de todo el elemento armado y aun de quienes sin empuñar las armas recibieron de él sus sabias enseñanzas y sus prudentes consejos, he tenido a bien disponer que desde esta fecha la Brigada de los Altos se designe siempre con el nombre Brigada Enrique Gorostieta. A nosotros nos toca, soldados de Los Altos, ser los primeros en seguir la ruta que señaló el General para salvar a México; recordad siempre que desde que vino a ser nuestro Jefe y compañero, hasta en los momentos supremos en que cayó exánime atravesado por las balas asesinas, no dejó un solo momento, de darnos ejemplos de valor, de fe en Dios y de caridad cristiana. Dios, Patria y Libertad. Región de Los Altos, Jal., 6 de junio de 1929. General en Jefe de la Brigada Enrique Gorostieta, ARISTEO PEDROZA.


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