domingo, 18 de septiembre de 2016

Ite Missa Est

18 DE SEPTIEMBRE
SAN JOSE DE CUPERTINO, CONFESOR

LA SANTIDAD NO CONSISTE EN LOS FENÓMENOS MÍSTICOS. — "Existe una opinión generalmente bastante extendida y acaso autorizada por los tratados místicos de los tiempos modernos y el modo de escribir la vida de los santos. Se ha acostumbrado uno ya a no reconocer la santidad más que en ciertas manifestaciones extraordinarias con que a veces se adorna, o bien en los medios de que se sirve el Señor para prepararla, engrandecerla o darla a conocer cuando le place... medios que no son ni la santidad ni manifestación esencial de ella...:"Aun cuando su causa es divina, no hay lugar a darlo gran importancia, puesto que no nos revelarían la profundidad y el valor real de la acción divina que, en general, cuanto más intensa es, menos se exterioriza. > "Al leer las vidas de los Padres y de los grandes contemplativos antiguos, nos admira el silencio casi absoluto que guardan sobre los efectos exteriores de la contemplación sobrenatural... Para estos maestros la unión con Dios, la verdadera santidad, consiste en la práctica heroica de las virtudes teologales y cardinales... "Los Santos son hombres como los demás; sólo que han tomado en serio las condiciones de su creación y el fln que Dios se propuso al crearlos.

FIN DE LOS PRIVILEGIOS. — Sucede que Dios da a algunos servidores suyos privilegios que no son necesariamente señal de santidad, sino que pueden ser su recompensa y sobre todo que se ordenen a la utilidad de la Iglesia, a la salvación, conversión y santificación de las almas que son testigos de esos maravillosos fenómenos. Dios los concede cuando le place y los retira también cuando quiere, y la señal de que son obra suya la encontramos en la humildad de la que nunca se apartan los que son así favorecidos por la liberalidad divina.


PRIVILEGIOS DE SAN JOSÉ. — Dos privilegios se le concedieron a San José de Cupertino: le dieron mucha fama, pero le ganaron aún más padecimientos y humillaciones: el don de estar levantado en el aire como por una explosión de amor de Dios, y el de leer en las almas como si fuesen libros abiertos ante su vista. Mucho le costó a este pobre e ignorante religioso que le admitiesen los Frailes Menores, pues parecía que no valdría para nada; si recibió las órdenes, se debió a que el Obispo confiado no le examinó. Pero Dios quería manifestar en este ignorante, que tanto había mortificado su carne y sufrido tantas humillaciones y oprobios, los privilegios de que gozarán nuestros cuerpos y nuestras almas después de la Resurrección. En efecto, los cuerpos resucitados podrán entonces trasladarse de un lugar a otro con gran rapidez y elevarse hacia Dios sin que su pesadez sea obstáculo; y nuestras almas podrán leer en las otras todo lo que la gracia de Dios puso en ellas desde su bautismo hasta su gloriñcación. ,

VIDA. — José nació el 17 de junio en Cupertino, reino de Ñapóles. Era de familia tan pobre, que su madre le dió a luz en un establo. La misma madre le educó muy piadosa y severamente. Desde su infancia, su oración era tan fervorosa y constante, que parecía no entender nada y que sólo le interesaba Dios. A los 17 años ingresó en los Menores Conventuales: hubo que despedirle, pues, aunque sus virtudes y arrobamientos eran notorios, era también un inútil para cualquier clase de trabajo y siempre estaba fuera de regla. Los Conventuales, con todo, mudaron de parecer, entró en el noviciado y hasta pudo ser ordenado de sacerdote, a pesar, de la ignorancia de la escolástica. Le confiaron sus Superiores la predicación: su lenguaje directo y lleno de ardor convirtió a muchos pecadores. Sus éxtasis, su vida entre el cielo y la tierra, su don de leer en las almas, le granjearon mucha celebridad, pero también persecuciones: fué denunciado a la Inquisición. Reconoció ésta su virtud, pero por prudencia dispuso que se le recluyese en un convento de su Orden. Contentísimo de esta determinación, José pasó los últimos años de su vida en la oración y el silencio. Murió en Osimo, cerca de Loreto, en 1663 y fué beatificado én 1753 por Benedicto XIV y luego canonizado por Clemente XIII en 1767.


PLEGARIA. — Damos gracias a Dios por los prodigiosos dones que se dignó concederte; pero tus virtudes son maravillas mayores. Sin éstas, los primeros serían dudosos para la Iglesia, para la Iglesia que aún desconfía las más de las veces, cuando ha corrido ya mucho tiempo y el mundo aplaude y admira. La obediencia, la paciencia, la caridad que siempre iba en aumento con las pruebas, grabaron en ti su sello de la incontestable autenticidad divina de esos hechos extraordinarios, cuya falsificación artificiosa no excede el poder natural del enemigo. El diablo puede levantar a Simón por los aires; pero le es imposible hacer humilde a un hombre. Digno hijo del Serafín de Asís, ojalá logremos nosotros también volar en pos de ti, no por los aires, sino por las regiones de la luz verdadera, donde, lejos del mundo y de sus pasiones, nuestra vida, a semejanza de la tuya, quede escondida con Cristo en Dios.

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