miércoles, 21 de septiembre de 2016

Ite Missa Est

21 DE SEPTIEMBRE


SAN MATEO, APOSTOL Y EVANGELISTA

II Clase – Ornamentos rojos
Epístola – Ez; I, 10-14
Evangelio – San Mateo; IX, 9-13


LA LLAMADA DEL SEÑOR. — Nos dice San Ambrosio, que "la vocación del publicano a quien Jesús llama e invita a seguirle, es todo un misterio". La escena de la vocación de algunos de los Apóstoles la vimos descrita en su fiesta respectiva. Hoy vemos a Jesús que llama a un publicano, uno de esos hombres odiados por el pueblo porque tenía por oficio el de recaudar, en provecho de Herodes Antipas, los impuestos diversos que percibía la aduana, la administración o el portazgo. San Ambrosio nos le presenta "duro y avaro y aprovechándose del salario de los mercenarios, del trabajo y del peligro de los marineros"; tal vez se muestre demasiado severo con San Mateo y le atribuya los vicios de sus colegas. Sea de ello lo que quiera, Jesús pasó cerca de su mesa de recaudador en Cafarnaúm y, después de observarle atentamente, le dijo sin más: "Sígueme."

LA RESPUESTA DE SAN MATEO. — En esta palabra había autoridad y cariño; Mateo tenía un alma recta; e, iluminada por Dios, lo dejó todo, cedió a otro su oficio y siguió a Jesús. Desde entonces mereció con razón ser llamado Mateo: el donado; pero ¡cuánto mayor era el don que Dios le hacía que el que Mateo hacía a Dios! El Maestro vino a escoger lo que en el mundo había de más bajo, lo más despreciado en el orden social para convertirlo en príncipe de su pueblo y elevarlo a la dignidad más alta que existe en la tierra después de la dignidad de la Maternidad divina: la dignidad de Apóstol.

EL AGRADECIMIENTO. — Mateo quiso también festejar su vocación con una gran comida y convidó no sólo al Señor y a los discípulos, sino a todos sus amigos, publícanos como él. Muchos de éstos acudieron -al banquete. Jesús se prestó con gusto a una reunión que le permitía proseguir su predicación sobre el pecado y el poder que tenía de perdonarle. Para la justicia desdeñosa y sin entrañas de los fariseos, que trataban de "pecadores" a todos los que no vivían como ellos, aquello fué un gran escándalo: no pudieron disimular su asombro y su reprobación.

LA RESPUESTA DE JESÚS.—El Señor respondió con la sencillez y bondad que procura consolar a los que son mal juzgados e ilustrar a la vez a los que se han mostrado demasiado severos: "No son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos: no vine a llamar a los justos sino a los pecadores." De modo que el Señor es médico, médico de los cuerpos y sobre todo médico de las almas. Si los que se sienten enfermos, voluntariamente recurren a él: ¿quién puede reprochárselo? El médico se ofrece a aquellos para quienes vino; ¿qué cosa más natural? Jesús vino a este mundo a curar y dar vida, a curar a los que tienen conciencia de que necesitan curación. Los que están sanos o, al menos, lo creen, no necesita de médico: el Señor no vino para ellos. Los que se creen justos no necesitan de sus misericordias; él se debe a los pecadores, a quienes vino a invitar a hacer penitencia. ¡Ay de los que por sí solos se bastan!

EL APÓSTOL. — Mateo siguió, pues, a su Maestro y durante tres años permaneció en su intimidad, atento a sus enseñanzas, testigo de sus milagros y testigo sobre todo de su resurrección. Después de Pentecostés, como los demás Apóstoles, salió a evangelizar el mundo. San Ambrosio y San Paulino de Ñola hablan de su predicación en Persia. Murió en Etiopía, de donde su cuerpo fué llevado a Salerno; la iglesia catedral de esta ciudad le está dedicada. Clemente de Alejandría dice que San Mateo era de grandísima austeridad de vida y la tradición cuenta que murió mártir por haber defendido los derechos de la virginidad que se ofrece a Dios.

EL EVANGELISTA. — La Iglesia le quedará siempre particularmente agradecida por haber sido el primero que puso por escrito, antes del año 70, las enseñanzas que oyó de boca del Salvador y que, después de la Ascensión, se propagaban de modo oral. Escribió en arameo para los judíos ya convertidos, pero también para los que no reconocieron en Jesucristo al Mesías prometido a sus padres. Por eso tuvo interés en demostrar que el Crucificado del Calvario era en realidad el heredero de las promesas hechas a David, el Mesías predicho por los Profetas, el que había venido a fundar el verdadero reino de Dios. Pero también se dirige a todos los cristianos, a nosotros mismos, que consideramos el Evangelio como "la buena nueva por excelencia, la única, hablando con todo rigor, que existe en el mundo, la que nos anuncia que el hombre, llamado primitivamente a la amistad y a la vida de Dios y luego caído de este primera grandeza, es de nuevo repuesto en ella por el Hijo de Dios".

LA HUMILDAD. — ¡Cuánto agradó tu humildad al Señor! A ella debes hoy el ser tan grande en el reino de los cielos; ella te hizo el confidente de la eterna Sabiduría encarnada. Esta Sabiduría del Padre, que se aparta de los prudentes y se revela a los pequeños, renovó a tu alma en su divina intimidad y la llenó del vino nuevo de su celestial doctrina. Comprendiste de modo tan pleno su amor, que te escogió para primer historiador de su vida terrestre y mortal. Por ti, el Hombre-Dios se daba a conocer al mundo. Magníficas enseñanzas las tuyas, dice la Iglesia en la Misa, donde ella recoge la herencia de la que no supo comprender al Maestro ni a los Profetas que le anunciaron.


PLEGARIA. — Evangelista y mártir de la virginidad, vela por la porción escogida del Señor. Pero no olvides tampoco a ninguno de aquellos por cuyo medio nos enseñas que el Emmanuel recibió el nombre de Salvador». Todos los rescatados te veneran y te rezan. Guíanos, por el camino que tenemos trazado gracias a ti en el admirable Sermón de la Montaña, a ese reino de los cielos, cuya mención repite continuamente tu pluma inspirada.

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