miércoles, 14 de septiembre de 2016

El Calvario y la Misa Por Mons. Fulton J. Sheen

PARTE CUARTA
LA CONSAGRACI
ÓN



"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (MAT.27,46.)

La cuarta Palabra es la Consagración de la Misa del Calvario, Las tres primeras fueron dirigidas a los hombres, pero las cuatro últimas fueron dirigidas a Dios. Nos hallamos ahora en los momentos finales de la Pasión. Al pronunciar la Cuarta Palabra en todo el Universo no hay más que Dios y el mismo. Es la hora de las tinieblas. De repente de entre su negrura rompe el silencio un grito tan terrible, tan inolvidable, que aun aquellos que no entendieron el dialecto recordaban su extraño acento: "Eli, Eli, Lamma sabacthani*'. Lo recordaban así como una ruda interpretación del Hebreo, porque no pudieron jamás apartar de sus oídos el sonido de aquellos acentos durante todos los días de su vida. Las tinieblas que cubrían la tierra en aquel momento, fueron solamente un símbolo externo de la oscura noche del interior de su alma. Bien puede por cierto el sol ocultar su rostro ante el terrible crimen del deicidio. La verdadera razón por la cual se hizo la tierra fue para que en ella se erigiese una cruz. Y ahora que la cruz se alzó, la creación siente el dolor y entra en tinieblas. Pero, ¿por qué el grito de las tinieblas? ¿Por qué el grito de abandono: "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado? Fue el grito de la expiación por el pecado. El pecado es la separación, el divorcio, el original divorcio de la unidad con Dios, del cual se han derivado los demás divorcios. Desde el momento en que Ei vino a la tierra a redimir a los hombres del pecado, era muy lógico que sintiera este abandono, esta separación, este divorcio. Lo sintió primeramente dentro, en su alma; como la base de la montaña, si fuera consciente, podría sentir el abandono del sol si una nube ciñe todo alrededor, aun cuando sus picos más altos brillen radiantes de luz.

No había pecado en su alma, pero desde que El quiso sentir en sí el efecto del pecado una terrible sensación de abandono y soledad se apoderó de El La soledad de vivir sin Dios. Renunciando a la divina consolación, que podría haber tenido, se sumergió en un terrible desamparo humano para pagar por la soledad del alma que ha perdido a Dios por el pecado; por la soledad del ateo que dice que no hay Dios; por la desolación del hombre que traiciona su fe cegado por las cosas visibles; y por la angustia de los corazones de todos los pecadores que tienen nostalgia de Dios. El llegó hasta redimir a aquellos que no confiarían, que en sus penas y miserias increparían y abandonarían a Dios gritando: "¿Por qué esta muerte? ¿Por qué tenía yo que perder mi hacienda? ¿Por qué tengo yo que sufrir?" El satisfacía por todos esos que exigen a Dios un por qué... Y para mejor revelar la intensidad del sentimiento de abandono, lo manifestó con una señal externa.

Puesto que el hombre se había separado a sí mismo de Dios por el pecado, El en satisfacción, permitía que su sangre fuera separada de su cuerpo. El pecado había entrado en la sangre del hombre; y como si todos los pecados del mundo hubiesen entrado en él, drenó del cáliz de su. cuerpo su sangre sagrada. Casi le podemos oír exclamar: "Padre, este es mi cuerpo; esta es mi sangra Están siendo separados uno de otro, como la humanidad se ha separado de Ti, Esta es la Consagración de mi Cruz.. Lo que sucedió aquel día en la cruz, está sucediendo ahora en la Misa, con esta diferencia: En la cruz estaba solo; en la Misa está con nosotros. El ahora está en el cielo a la diestra del Padre intercediendo por nosotros. Por tanto no puede ya sufrir en su naturaleza humana, ¿Cómo puede entonces la misa ser la repetición del Calvario? ¿Cómo puede Cristo renovar la cruz? No puede sufrir de nuevo en su naturaleza humana propia, que en el cielo está gozando la felicidad; pero puede sufrir de nuevo en nuestras naturalezas humanas. No puede renovar el Calvario en su cuerpo físico, pero le puede renovar en su Cuerpo místico, la Iglesia.


El sacrificio de la Cruz puede renovarse, supuesto que nosotros le demos nuestro cuerpo y nuestra sangre, y que se lo demos tan completamente como si fuera su yo propio, y como tal puede ofrecerse a sí mismo de nuevo a su Padre Celestial por la salvación de su cuerpo místico, de la Iglesia. Y así Cristo va por el mundo recogiendo otras naturalezas humanas que quieran ser Cristos. Para que nuestros sacrificios, nuestras penas, nuestros Gólgotas, nuestras crucifixiones no queden aisladas, dislocadas, inconexas, la Iglesia las reúne, las amontona, las unifica, las amasa, y esta masa de todos nuestros sacrificios, de todos y cada. uno de nosotros, se une con el gran Sacrificio de Cristo en la Cruz, en la Misa Cuando asistimos a la Misa no somos individuos de la tierra o unidades solitarias, sino partes vivas de un gran orden espiritual en el cual el Infinito penetra y envuelve lo finito, el Eterno irrumpe en lo temporal, y el Espíritu se viste de las ropas de la materialidad. Nada más solemne existe en la faz de la tierra de Dios que el tremendo momento de la Consagración; porque la Misa no es una plegaria, ni un himno, ni algo que se dice: Es un Acto Divino con el cual nosotros entramos en contacto en un momento dado del tiempo. Podemos ilustrar imperfectamente el pensamiento con el ejemplo de la radio. El aire está lleno de música y palabras No las hemos puesto nosotros en él; pero, si queremos, podemos establecer contacto con ellas sintonizándolas con. nuestro aparato. Así en la Misa. Es un singular, único Acto Divino; pero con él podemos ponernos en contacto cada vez que es representado y repetido en la Santa Misa. Cuando se hace el troquel de una medalla o una moneda, la medalla es lo material; la representación visible de la idea espiritual que existió en la mente del artista. Pueden hacerse innumerables reproducciones de este original cada vez, que una nueva pieza de metal se coloca en contacto con él, y se vacía en él. No obstante la multiplicidad de las medallas hechas, el molde es siempre el mismo.


De igual manera en la Misa. El molde —el Sacrificio de Cristo en el Calvario— es repetido en nuestros altares cuando cada ser humano es puesto en contacto con él en el momento de la Consagración. Pero el sacrificio es uno y el mismo, a pesar de la multiplicidad de las misas. La Misa es, pues, la comunicación del Sacrificio del Calvario con nosotros, bajo las especies del pan y del vino. Nosotros estamos en el altar bajo las apariencias de pan y de vino, porque ambas son el sostén de la vida. Y por eso, dando lo que nos da la vida, estamos simbólicamente dándonos a nosotros mismos. Además el trigo debe ser molido para convertirse en pan, y la uva debe ser prensada para convertirse en vino. Y por eso ambos son representativos de los cristianos que están llamados a sufrir con Cristo, para que puedan también reinar con El. Al acercarse la Consagración de la Misa nuestro Señor está diciéndonos equivalentemente: "Tú, María; tú, Pedro... vosotros, todos... Dadme vuestro cuerpo, dadme vuestra sangre. Dadme vuestro ser entero.. . Yo ya no puedo sufrir,.. Yo pasé por mi cruz y llené hasta el tope ios¡ sufrimientos de mi cuerpo físico... pero no llené los que pertenecían a mi Cuerpo místico, en el cual estás tú... La Misa es el momento en que cada uno de vosotros podéis cumplir literalmente mi mandato.,. Toma tu cruz y sígueme..." 

En la Cruz nuestro Divino Señor te estuvo mirando a ti con la esperanza de que un día quisieras entregarte a El en el momento de la Consagración. Hoy en la Misa esta esperanza, acariciada sobre ti por Nuestro Señor, se ve cumplida. Cuando asistes a la Misa espera que le hagas a El la entrega de tu ser. Así, cuando el momento de la Consagración llega, el sacerdote, obediente a la voz del Señor "haced esto en memoria mía*', toma el pan en sus manos y dice: Esto es mi cuerpo", y luego sobre el cáliz del vino dice: "Este es el cáliz de mi sangre del nuevo y eterno testamento. No ha consagrado el pan y el vino a la vez, sino por separado. La consagración separada del pan y del vino es una simbólica representación de la separación del cuerpo y la sangre, y como la Crucifixión entraña precisamente este misterio, el Calvario es renovado en el altar. Pero Cristo, como se ha dicho, no está solo en el altar. Estamos con El. Y por eso las palabras de la consagración tienen un doble sentido; el primero es: "Este es el cuerpo de Cristo", "Esta es la sangre de Cristo"; pero su significación secundaria es "Este es mi cuerpo, esta es mi sangre". ¡Tal es la finalidad de la vida! Redimirnos a nosotros en unión con Cristo; aplicarnos sus méritos a nuestras almas, siendo como El en todas las cosas, hasta en su muerte de Cruz. El pasó por su consagración en la Cruz para que nosotros ahora pasemos por la nuestra en la Misa...

No hay nada más trágico en todo el mundo que el dolor malgastado Piensa cuánto se sufre en los hospitales, cuánto sufren los pobres, los desamparados. Piensa también cuántos de esos sufrimientos se pierden. ¿Cuántas de esas almas solitarias, adoloridas, abandonadas, crucificadas, están diciendo con nuestro Señor en el momento de la Consagración "Esto es mi cuerpo, tómalo"? ¡Y sin embargo, esto es lo que todos nosotros deberíamos hacer en ese instante! "Yo me entrego a ti, Señor, aquí está mi cuerpo: tómalo. Aquí está mi sangre: tómala. Aquí está mi alma, mi voluntad, mi fuerza, mi propiedad, mi salud, todo cuanto tengo. Es tuyo, Señor. Tómalo, conságralo, ofrécelo... Ofrécelo, contigo a tu Padre Celestial para que, echando una mirada a este gran sacrificio vea solamente a ti, su Hijo amado, en quien tiene todas sus complacencias. Trasmuta el pobre pan de mi vida en tu divina vida,,, Enciende el vino de mi gastada vida en tu divino espíritu. Une mi roto corazón con tu corazón. Cambia mi cruz en tu crucifijo. Que mis abandonos y mis pruebas y mis dolores no se pierdan... Recoge sus fragmentos. Y como la gota de agua es absorbida por el vino en el Ofertorio de la Misa, sea mi vida absorbida por la tuya; sea mi pequeña cruz engastada en tu gran cruz para que pueda yo gozar los gozos de la vida eternal en unión con vos,..  Consagrad estas pruebas de mi vida, que  darían sin valor de no unirlas con vos. Transustanciadme, de tal manera que, como el pan que es ahora vuestro cuerpo y el vino que es ahora vuestra sangre, yo también sea todo vuestro,.. No me preocupa si las especies permanecen, o que, como el pan y el vino, yo aparezca a los ojos humanos el mismo de antes... mi puesto en la vida, mis deberes diarios, mi trabajo, mi familia... Todo eso no son sino las apariencias o especies de mi vida, que pueden quedar in~ tartas; pero la sustancia de mi vida, mi alma, mi entendimiento:, mi voluntad, mi corazón, cámbialos, Señor, transfórmalos todos para tu servicio, de modo que, a través de mí, todos puedan comprender

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