miércoles, 10 de agosto de 2016

TRATADO DEL AMOR A DIOS - San Francisco de Sales

Que naturalmente no está en nuestras manos el poder
amar a Dios sobre todas las cosas 


Nuestra infeliz naturaleza, lastimada por el pecado, hace como las palmeras que acá tenemos, cuyas producciones son imperfectas y como unos ensayos de sus frutos, pero el dar dátiles enteros maduros y sazonados, está reservado a las regiones más cálidas. Así nuestro corazón humano produce ciertos comienzos de amor de Dios, pero al llegar a amar a Dios sobre todas las cosas, en lo cual consiste la verdadera madurez del amor que se debe a esta suprema bondad, sólo es patrimonio de los corazones animados y asistidos de la gracia celestial y que viven en santa caridad; y este pequeño: e imperfecto amor, cuyos movimientos siente en sí misma la naturaleza, no es sino un cierto querer sin querer, un querer que quisiera, pero que no quiere, un querer estéril, Que no produce verdaderos efectos, un querer paralitico la que ve la saludable piscina del santo amor, pero que no tiene fuerza para arrojarse a ella; querer del cual el Apóstol, hablando en la persona del pecador, exclama: Aunque hallo en mi la voluntad para hacer el bien, no hallo como cumplirla

Que la inclinación natural que tenemos a amar a Dios no es inútil.

Mas, si no podemos naturalmente amar a Dios sobre todas las cosas, ¿por qué tenemos esta natural inclinación a ello? ¿No es una cosa vana el que la naturaleza nos incline a un amor que no nos puede dar? ¿Por qué nos da la sed de un agua tan preciosa, si no puede darnos a beber de ella? t Ah, Teótimo, qué bueno ha sido Dios para con nosotros! Nuestra perfidia en ofenderle merecía, ciertamente, que nos privase de todas las señales de su benevolencia y del favor de que había usado con nuestra naturaleza, al imprimir en ella la luz de su divino rostro y al comunicar a nuestros corazones el gozo de sentirse inclinados al amor de la divina bondad; para que los ángeles, al ver a este miserable hombre, tuviesen ocasión de decir: ¿Es ésta la criatura de perfecta belleza, y honor de toda la tierra?  Pero esta infinita mansedumbre nunca supo Ser tan rigurosa con la obra, de sus manos; vio que estábamos rodeados de carne, la cual es' un viento que se disipa, un soplo que sale y no vuelve. Por esta causa, según las entrañas de su misericordia, no quiso arruinarnos del todo ni quitarnos la señal de su gracia perdida, para que mirándole y sintiendo en nosotros esta, inclinación a amarle, nos esforzásemos en hacerlo, y para que nadie pudiese decir con razón: ¿Quién nos mostrará el bien?. Porque, aunque por la sola inclinación natural no podamos llegar a la d:icha de amar a Dios cual conviene, con todo, si la aprovechamos fielmente, la dulzura de la divina bondad nos dará algún socorro, merced al cual podremos pasar más adelante, y, si secundamos este primer auxilio, la bondad paternal de Dios nos favorecerá con otro mayor y nos conducirá de bien en mejor, con toda suavidad, hasta el soberano amor, al que nuestra inclinación natural nos impele, porque es cosa cierta que al que es fiel en lo poco y hace lo que está en su mano, la divina bondad jamás le niega su asistencia para que avance más y más. Luego, la inclinación a amar a Dios sobre todas las cosas, que naturalmente poseemos, no en balde permanece en nuestros corazones, porque, en cuanto a Dios, se sirve de ello como de una asa para mejor cogernos y atraernos; por este medio' l~ divina bondad tiene, en alguna manera, prendidos nuestros corazones como pajarillas, con una cuerda para tirar de ella, cuando le plazca a su misericordia apiadarse de nosotros; y, en cuanto a nosotros, es como un signo y memorial de nuestro primer principia y Creador, a cuyo amor nos incita, advirtiéndonos secretamente que pertenecemos a su divina bondad. Es lo que ocurre a los ciervos, a los cuales los grandes personajes mandan poner collares con sus escudos de armas, y después los sueltan y dejan libres por los bosques, Quienquiera que los encuentre no deja de reconocer, no sólo que fueron cazados una vez por el príncipe, cuyas armas llevan, sino que se los reservó para sí De esta manera, según cuentan algunos historiadores, se pudo conocer la extrema vejez de un ciervo que, trescientos años después de la muerte de César, fue encontrado con un collar con la divisa de éste y esta inscripción: César me ha soltado, Ciertamente, la noble tendencia que Dios ha infundido en nuestras almas, da a conocer a nuestros amigos y a nuestros enemigos, no sólo que hemos sido de nuestro. Creador, sino, además, que, si bien nos ha soltado y dejado a merced de nuestro libre albedrío, sin embargo le pertenecemos y se ha reservado el derecho de atraemos de nuevo a sí, para salvamos, según la disposición de su santa y suave providencia.
  
 LIBRO SEGUNDO
Historia de la generación y nacimiento celestial
del amor divino


Que las perfecciones divinas son una sola, pero
infinita perfección


Nosotros hablamos de Dios no según lo que Él es en si mismo, sino según sus obras, al través de las cuales le contemplamos; porque, según las diversas maneras de considerarlo, le nombramos diversamente, como si tuviese una gran multitud de diferentes excelencias y perfecciones. Si le miramos en cuanto castiga a los malos, le llamamos justo; le llamamos misericordioso en cuanto libra. al pecador de su miseria; le proclamamos omnipotente, en cuanto ha creado todas las cosas y hace muchos milagros; decimos que es veraz, en cuanto cumple exactamente sus promesas; le lamamos sabio, en cuanto ha hecho todas las cosas con un orden tan admirable, y así sucesivamente, le atribuimos una gran diversidad de perfecciones, según" la variedad de sus obras. Mas, a pesar de ello, en Dios no hay ni variedad' ni diferencia alguna de perfecciones, porque Él mismo es una sola, simplicísima y absolutamente única perfección. Ahora bien, nombrar perfectamente a esta suprema excelencia, la cual en su singularísima unidad contiene y sobrepuja a todas las excelencias, no está al alcance de la criatura, ni humana ni angélica, porque, como se dice en el Apocalipsis, nuestro Señor tiene un nombre que nadie conoce fuera de Él mismo  ya que sólo Él conoce perfectamente su infinita perfección y, por lo mismo. Él puede expresarlo por medio de un nombre que guarde proporción con ella. Nuestro espíritu es demasiado débil para poder producir un pensamiento capaz de representar una excelencia tan inmensa. Para hablar en alguna manera, de Dios, nos vemos forzados a emplear una gran cantidad de nombres, y así decimos que es bueno, sabio, omnipotente, veraz, justo, santo, infinito, inmortal, invisible, y hablamos bien cuando decimos que Dios es todo esto a la vez, porque es más que todo esto, es decir, lo es de una manera tan pura, tan excelente y tan elevada, que una simplicísima perfección tiene la virtud, la fuerza, y la excelencia de todas las perfecciones.

Por mucho que digamos leemos en la Escritura nos quedará mucho que decir; mas la suma de cuanto se puede decir es que el mismo está en todas las cosas. Para darle gloria, ¿qué es lo que valemos nosotros? Pues siendo Él todopoderoso, es superior a todas sus obras, Bendecid al Señor; ensalzadle cuanto pidáis porque es superior a toda alabanza, Para ensalzar le, recoged todas vuestras fuerzas, y no os canséis, que jamás llegaremos a comprenderlo, pues, como dice más llegaréis a comprenderle”. No, Teótimo, San Juan, es más grande que nuestro corazón.


Sin embargo, que todo espíritu alabe al Señor nombrándole con todos los nombres más eminentes que se puedan encontrar, y, como la mayor de las alabanzas que podemos tributarle, confesemos que nunca puede ser bastante alabado, y asimismo, como nombre el más excelente que podemos darle, protestemos que su nombre es sobre todo nombre, y que es cosa imposible para nosotros el nombrarle dignamente.

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