martes, 23 de agosto de 2016

Memorias de de un mártir Cristero o “Entre las patas de los caballos”

Somos gente del Charrín.


-¡Descálcense enteros, hasta arriba! -les ordenó Adalberto. El botín era demasiado para llevarlo como impedimenta; habíamos requisado un guayín con dos magníficos caballos y lo cargamos a su máximo, y cubrimos todo con una capa de rastrojo. Cirilo lo guiaba y yo me ofrecí para acompañarlo. Me hice de dos pistolas, nos encomendamos a Dios y partimos. Por estrechas veredas o a campo abierto llevó hábilmente el carro, que en ocasiones daba tumbos como si fuera a voltearse; pero Cirilo era carrero de oficio y gozaba en correr. Al anochecer ocultamos el carro y reposamos. A la madrugada reanudamos la marcha. Soplaba un viento cortante. Me levanté el cuello de la chamarra y metí las manos en las bolsas. Cirilo iba poco protegido y le propuse un gabán de los que conducíamos.

-¡Pa luego es tarde! -me contestó-o Pa las cuestas p'arriba quiero mi burro, que las cuestas abajo yo me las subo.

Llegamos al cauce de un arroyo y lo seguimos en busca de un vado para cruzarlo, pues, aun cuando llevaba poca agua, había formado profunda garganta. Avistamos un puente y en él a cinco hombres sentados en el pretil.

Ordené a Cirilo pasara de frente sin detenerse. Me aseguré en mi asiento y coloqué mis escuadras a la mano. Al entrar al puente vimos le faltaban algunas vigas y hubimos de detenemos.

-¿De dónde vienen? -nos preguntó uno de los hombres.

-De Atenquique -respondí.

-¿y qué llevan aquí? -dijo otro, apartando simultáneamente el rastrojo que cubría el botín del convoy.

-Te lo voy a enseñar -le grité, y saltando del carro les apunté con mis pistolas, mientras Cirilo hacía otro tanto con la suya.

-Sus trazas me parecen bastante sospechosas -dijo uno de ellos sin inmutarse, y dirigiéndose a Cirilo agregó: mire, compañero cuando se usa gabán del ejército no se llevan huaraches y calzón blanco.

-¿y tú quién eres para decir cómo debemos andar? -le respondí.

-Hace meses usted estuvo en nuestro campamento, con el mayor Tejeda. Somos gente del Charrín. ¿Lo recuerda?

-¡Cómo no! -le contesté. Guardamos nuestras armas y departimos amistosamente con ellos. Dimos botas y frazadas a cada uno. Nos colocaron las vigas del puente que habían quitado, y seguimos adelante nuestro camino.

Al llegar al campamento nos encontramos con una triste nueva: la traición del mayor Rosas quien meses antes llegó al cuartel con documentos que lo acreditaban como libertario de los Altos de Jalisco. Con él se presentaron otros dos que se decían sus asistentes y nunca se le separaban. El fingido mayor procuró captarse nuestra simpatía. Platicaba constantemente de los triunfos obtenidos en los Altos, de las maravillas que obraba la Providencia en favor de los cristeros y de grandes proyectos que pintaba con los colores más vivos y halagüeños.

Se le dio el mando de un grupo, al que pronto llevó a combate. Al frente de su tropa, montado en magnífico caballo blanco y gritando vivas a Cristo Rey se lanzó a la carga, animando con su ejemplo y sus gritos. Los nuestros le siguieron entusiasmados y llegaron hasta las líneas callistas y padecieron mortandad excepcional. A todos causó admiración el valor temerario de Rosas, y más aún el que hubiera salido ileso de tanto peligro, lo que él atribuía a la protección de la Divina Providencia. Desgraciadamente, entonces no se supo que el caballo blanco que montaba era traidora contraseña que le protegía.

Después de que partimos para el asalto al convoy llegó Rosas con su gente al campamento y trató de averiguar qué misión nos llevaba, pues le extrañó la salida imprevista de la casi totalidad de nuestras fuerzas. Habló con Gutiérrez y le dijo que para seguridad del general pero sin que él lo fuera a saber, era necesario que siempre que éste saliera le informara a dónde se dirigía. Gutiérrez sospechó los perversos fines de Rosas, pero aparentó aceptar lo propuesto. Confirmó su sospecha al saber que había ofrecido recompensas a quien le proporcionara datos de los movimientos del ejército Libertador. Alarmado despachó un correo en busca del general para informarle lo anterior; pero Rosas lo interceptó y al verse descubierto consumó su última felonía.

Se presentó en el campo enarbolando una imagen de la Virgen de Guadalupe. Reunió a los soldados que allí había y les dijo que providencialmente había interceptado el correo de Gutiérrez, y les mostró una orden en que se urgía la entrega o muerte del general.  Logró excitar a una veintena de atolondrados, quienes no reflexionaron en lo absurdo de la acusación, puesto que el correo salía del campamento con un mensaje de Gutiérrez y lo que Rosas exhibía era una supuesta orden para él. Se dirigieron todos en busca de Gutiérrez, a quien encontraron con tres leales compañeros. Rosas ordenó los desarmaran, y como intentaron resistir disparó sobre ellos y los abatió al momento.

La temeridad de Rosas lo llevó demasiado lejos. Esperó al general y quiso hacerse pasar por su salvador; pero éste, que tenía confianza en Gutiérrez, investigó y pronto los indicios en contra de Rosas se convirtieron en pruebas abrumadoras. Se le sujetó a juicio sumario de guerra y fue pasado por las armas.

XXVI

LOS PRIMEROS MESES DE 1929 han sido de triunfos para el movimiento libertador. Los periódicos, a pesar de las consignas recibidas, publican diariamente noticias de combates y trastornos, aun cuando con el estribillo siempre repetido de que las partidas rebeldes van a ser batidas inmediatamente con toda energía por fuertes contingentes de la Federación, hasta lograr su exterminio total.

El General Enrique Gorostieta, ex-alumno del glorioso Colegio Militar de ChapuItepec, asumió la dirección de los cristeros, nombrado por la Liga Nacional Defensora de la Libertad. El 28 de octubre de 1928, día de Cristo Rey, lanzó su Manifiesto a la Nación, con los puntos esenciales del programa político del movimiento libertador. En partes dice: Se confirma el desconocimiento que los Libertadores han hecho de todos los poderes usurpados, así de la Federación como de los Estados.

La Constitución podrá ser reformada por plebiscito, para que todos los ciudadanos manifiesten sus deseos y así el pueblo mexicano tenga, por fin, una Constitución verdaderamente suya. Se tendrán como válidas cuantas disposiciones hayan sido expedidas hasta la fecha, que tengan por objeto reconocer el derecho de los hombres para sindicalizarse, defender sus derechos y mejorar sus condiciones...se continuará, donde sea necesario y útil para el bien común, la distribución de propiedades rurales, en forma equitativa y previa indemnización... Las Fuerzas Libertadoras se constituyen en Guardia Nacional, nombre que usarán oficialmente en lo sucesivo y su lema será: Dios, Patria y Libertad.

La organización militar trajo como resultado el auge del ejército libertador, que domina ahora la región de los Altos, y gran parte del Sur de Jalisco, y extensas porciones de los Estados de Colima, Michoacán, Guanajuato, Zacatecas y Aguascalientes; en otros Estados de país el movimiento cristero mantiene en constante alarma a las autoridades civiles y militares callistas, las que ya manifiestan a voz en cuello sus temores.

El senador Lauro G. Caloca, refiriéndose a los cristeros, dijo al Senado:

Caso muy curioso: hay siete o más Jefaturas de Operaciones Militares que se dice están dedicadas a terminar con los rebeldes; no sé si esos rebeldes son treinta o cuarenta mil, pero una de dos, o nuestros soldados no sirven para batir a los cristeros, o no se quiere que la rebelión termine. Al señor Presidente hay que hablarle con franqueza, en vez de venir a echar más leña al fuego, pues con otros tres Estados que se declaren en rebelión puede peligrar el Poder Público.
El senador Juan Robledo dijo a su vez:


Creo que antes de exterminar a los cristeros hay que llevar a cabo una labor de convencimiento; no vamos a matar a treinta mil jaliscienses, sino a convencerlos de que la Revolución trata de mejorar material y moralmente al pueblo.

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