lunes, 22 de agosto de 2016

LOS MARTIRES MEXICANOS

Las dos últimas rosas de la corona
(Continuación)


María de la Luz se alistó inmediatamente en las filas gloriosas de esta Acción, al ser fundada en Coyoacán a principios de 1930. Quiere ser miembro activo y estudia con seriedad los problemas que es preciso resolver. Su carácter se revela en esta ocasión como en tantas otras de su vida. Su espíritu de vanguardia la pone al frente llevándola a ocupar los primeros puestos. No se ha improvisado para el combate, es veterana en el arte de dominar situaciones y personas. Se instruye sin cesar, escribe, corrige y pule cuidadosamente sus discursos que logran siempre su objetivo. A los 23 años es dueña de su auditorio y está capacitada para desarrollar temas que interesen a los miembros de su sección.

Su ideal juvenil está forjado, sólo falta llevarlo a feliz término. Se da cuenta de que el entusiasmo es la palanca omnipotente y la alegría el ambiente de la acción, y esconde la amargura de sus fracasos bajo el manto apacible de la sonrisa para ahorrar sufrimientos a los demás. "Cuando puede sufrir uno solo dice ¿para qué han de sufrir dos?".Antes de un año, después de la fundación del centro de Coyoacán, María de la Luz escala el importante puesto de tesorera que desempeña con la solicitud y el espíritu sobrenatural con que llevaba a cabo sus acciones. Sin embargo, la prueba estaba cercana. Ella misma, en uno de sus discursos, decía: "Estamos sujetos a infinitos peligros y tropiezos que tienden a estorbar nuestro camino: mas, si estamos preparadas, pero preparadas de una manera sólida, siempre sabremos vencer con el auxilio divino todos los obstáculos que se interpongan y siempre lograremos salir avante". Pronto demostró que no eran sólo palabras.

La murmuración carcoma de las buenas acciones- empezó bien pronto a minar el terreno en que pisaba María de la Luz. Se le acusó, como siempre, de querer sobresalir, y de andar en busca de honras y dignidades. Se criticaron sus discursos y sus hechos. A partir de 1932 la persecución dejó otra vez sentir su látigo como se temía y fue menester trabajar con sigilo. La contradicción contra María de la Luz sube también de punto, y llega la hora en que debe dejar los primeros puestos. Siente el desvío aún de sus más íntimas compañeras, probando su corazón el más amargo de todos los desengaños.

Con todo, no se desanima. Su firmeza de carácter es puntal de hierro que la sostiene con ayuda de la gracia. Con la mayor naturalidad le cuenta todo a su confesor, y termina ante el Sagrario con aquellas palabras que encierran un mundo de resignación y de energía: "Hágase, Señor, tu voluntad, así en la tierra, como en el Cielo ". Al mismo tiempo, como nueva fuente de gracias y virtud sobrenaturales, es admitida a la Tercera Orden de San Francisco. De esta suerte, no descuidará la propia perfección por entregarse a procurar la de sus hermanos. Su director de espíritu ha dado elocuente testimonio de su puntualidad y fervor en el cumplimiento de sus deberes de terciaria. La Eucaristía le daba fuerzas diariamente para continuar el sacrificio. Para María de la Luz fue, pues, la juventud, un horizonte sin límites, el amor al peligro y a las altas empresas, con los ojos puestos en el sol que todo lo alumbra y vivifica: en Jesucristo.

Por eso fue digna de vestir el manto de púrpura y empuñar la palma cumpliendo a la letra su triple ideal de juventud: "Eucaristía Apostolado Heroísmo".

Al emprender el camino hacia el ideal de la Acción Católica no iba María de la Luz deslumbrada por ciertos tintes románticos que suelen atraer a la juventud a las grandes empresas y que, aun sirviendo de resortes poderosos para la acción, claudican casi siempre por la falta de fundamento sólido, ante el choque duro y escueto de la realidad. María de la Luz vio la vida tal cual ella es en sí, principalmente en los últimos años de su vida. Nunca pensó en casarse, quizá porque ya bullía en su corazón el plan que fue madurando y que sólo la muerte pudo deshacer. Ello es que, como lo confesó repetidas veces, el camino del matrimonio no era el suyo. Así lo dijo a una señora hablando sobre el asunto: "Yo me imagino que las que quieren casarse se han de sentir fuertemente llamadas para eso; y yo compadezco a las que se casan sin darse cuenta de sus grandes responsabilidades... Llámeme usted, cotorra cuando quiera, o nada, acumule todos los epítetos que le plazca, pero, a menos que Dios no disponga otra cosa, yo no quiero por mí misma exponerme a una vida en la que no sería feliz... Y es que meditaba el plan de entrar religiosa en un convento de capuchinas, como lo comunicó a su padre en una hermosa carta, por la cual no atreviéndose a hacerlo de palabra le ponía al tanto de sus propósitos. Ciertamente hubiera ido bien preparada al convento, estudiando, como estudiaba sin interrupción, cuanto podía instruirla en las verdades de la fe y en la práctica plena de la vida católica. Cuando llegó a ocupar el puesto de jefa de su grupo en la Acción Católica, tomó aún con más empeño el estudio de la apologética y sociología. Procuraba organizar reuniones con sus compañeras e infundir vida a los círculos de estudios cuya principal cooperadora era ella.

El año de 1934 dejó en los corazones de los habitantes de la capital una pesadilla de fiebre que atravesó regando sangre y fuego para hundirse pronto en el abismo de sus propias monstruosidades. Los "Camisas Rojas" habían sido traídos a México por su protector y jefe Garrido Canabal entonces Ministro de Agricultura. Se entabló entonces la lucha cuerpo a cuerpo contra la Iglesia Católica. Ya no se atacaba a tal o cual católico, era el odio formal contra Jesucristo el que serpeaba y se retorcía por entre las intenciones siniestras de los nuevos Nerones. Era preciso borrar del mundo el nombre de cristiano; había que inocular en las almas puras de los niños el odio a Dios y a sus padres apoderándose de sus conciencias para "crear una nueva alma nacional". Se querían repetir en la capital y sus alrededores las experiencias de Tabasco, donde habían sido incendiadas y destruidas las iglesias, pervertidos los niños y proscrito cuanto sonara a cristiano.


Homero Margalli incondicional de Garrido tenía a sus órdenes la policía de Coyoacán. Tiene el propósito de dar una lección de civismo y cultura incendiando la parroquia. Un domingo de diciembre despejado y frío. Los transeúntes recorren las calles con vestidos domingueros. La Iglesia está llena de niños y personas mayores que cumplen con el precepto de la misa. Son las nueve de la mañana y en la plazoleta empieza a reunirse un grupo desvergonzado de "Camisas Rojas", jóvenes, casi niños de 14 a 18 años de edad, escandalizan con sus palabras y su actitud irreverente a los pacíficos moradores de Coyoacán. Bien pronto, el calor de las copas bebidas momentos antes en compañía de Margalli caldean los ánimos y mueven las lenguas que se agitan insultantes y amenazadoras. Es preciso derribar las trincheras clericales donde se oculta Jesucristo, es preciso derrocar al Galileo que llena con su nombre el mundo que ellos, los rojos, quisieran tener en el puño. 

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