jueves, 25 de agosto de 2016

MEDITACIONES FUNDAMENTALES por San Alfonso Maria de Ligorio, Doctor de la Iglesia

La muerte de los justos


Expone SAN BERNARDO que la muerte de los justos se llama preciosa «porque es el fin del dolor y la puerta de la vida». La muerte para los Santos es un premio, porque acaba con sus sufrimientos, con sus pasiones, con sus luchas y con el temor de perder a Dios.  Aquel parte ya, que tanto atormenta a los mundanos, no atormenta a los Santos, porque para ellos no es ningún dolor tener que dejar los bienes de la tierra, puesto que Dios fue siempre su única riqueza; ni dejar los honores, que siempre despreciaron; ni despedirse de los parientes, porque los amaron en Dios; y así como en la vida decían: ¡Dios mío y todas mis cosas!, con mucha mayor alegría lo repetirán en la hora de la muerte. No les afligen los dolores de la muerte; más bien les alegra el poder ofrecer a Dios aquellos últimos retazos de vida como prenda de amor, uniendo su sacrificio al sacrificio de sí mismo que hizo JESÚS muriendo por su amor.

¡Oh, qué alegría causa a los Santos el pensamiento de que se acaba el tiempo de poder pecar y perder a Dios! ¡Qué gozo poder decir, abrazando el crucifijo: En paz dormiré y descansaré en El (Sal. 4,9). Trabajará entonces el enemigo por perturbarlos con la vista de los pecados pasados; pero si los lloraron durante la vida y amaron ya desde entonces a Jesucristo, servirá todo para su consuelo. Más le apura a Dios nuestra salvación que al demonio nuestra ruina. La muerte es puerta de la vida. Dios, que es fiel, sabe consolar en aquella hora a las almas que le han amado. En medio de los mismos dolores les hará pregustar delicias de cielo. Los actos de confianza y de amor de Dios, y los deseos de gozar de su visión, les darán ya a probar aquella paz de que gozarán por toda la eternidad.

¡Qué alegría dará, sobre todo, el santo viático a los que puedan exclamar entonces, como San Felipe Neri: «¡Aquí entra mi Amor; aquí entra mi Amor!». Lo que debemos, pues, temer no es la muerte, sino el pecado, que hace la muerte terrible; según aquel gran siervo de Dios, el santo LA COLOMBIÉRE, «es moralmente imposible que muera mal el que durante su vida fue fiel a Dios.» El que ama a Dios desea la muerte, que realiza la unión eterna del alma con Dios; es señal de poco amor a Dios no desear verle, pronto. Aceptemos ya desde ahora la muerte con el expolio de todo lo terreno. Ahora, con mérito; entonces, a la fuerza y con peligro de perdernos. Vivamos como si cada día fuera el último de nuestra vida.


¡Qué santamente vive el que tiene siempre la muerte a la vista! ¡Oh Dios mío! ¿Cuándo llegará el día en que pueda amaros y veros cara a cara? Yo no lo merezco; pero vuestras llagas, Redentor mío, son mi esperanza. «Tus llagas son mis méritos», repetiré con SAN BERNARDO, y por eso tengo la confianza de poderos decir con SAN AGUSTÍN: «Muera yo, Señor, para que pueda ir a verte», para que te pueda abrazar sin miedo de sepárame de Ti. ¡Oh María, Madre mía! En la sangre de JESÚS y en vuestra intercesión se apoya la es esperanza de mi salvación y de mi entrada en el cielo para alabaros, daros gracias y amaros eternamente.

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