domingo, 28 de agosto de 2016

Ite Missa Est



"Joven, yo te lo mando: levántate"

DECIMOQUINTO DOMINGO
DESPUES DE PENTECOSTES


MISA
El episodio conmovedor de la viuda de Naim da hoy nombre al decimoquinto Domingo después de Pentecostés. El Introito nos ofrece un modelo de las oraciones que debemos dirigir al Señor en todas nuestras necesidades. El Hombre-Dios prometió (Domingo anterior), socorrernos en todas ellas, a condición de que le sirvamos fielmente buscando antes que nada su reino. Al dirigirle nuestras súplicas, mostrémonos confiados en su palabra como es justo que lo seamos, y así oirá nuestros ruegos.

INTROITO
Inclina, Señor, tu oído hacia mí; y óyeme: salva, oh Dios mío, a tu siervo, que espera en ti: ten piedad de mí, Señor, pues clamo a ti todo el día. — Salmo: Alegra el alma de tu siervo: ya que a ti, Señor, elevo mi alma. J. Gloria al Padre.

La humildad de la Iglesia en las súplicas que dirige al Señor es un ejemplo para nosotros. Si la Esposa obra así con Dios, ¿qué disposiciones de humillación deben ser las nuestras al comparecer ante la soberana Majestad? Con razón podemos decir a esta tierna Madre, como los discípulos al Salvador: ¡Enséñanos a orar! En la Colecta, unámonos a ella.

COLECTA
Haz, Señor, que tu continua misericordia purifique y proteja a tu Iglesia: y, ya que sin ti no puede mantenerse salva, sea siempre gobernada por tu gracia. Por Nuestro Señor Jesucristo.


EPISTOLA

Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Gálatas
(Gal., V, 25-26; VI, 1 10).

Hermanos: Si vivimos del espíritu, caminemos también en el espíritu. No  codiciemos la gloria vana, provocándonos mutuamente, envidiándonos unos a otros. Hermanos, si alguno cayere en alguna falta, vosotros, que sois espirituales, instruid a ese tal con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, para que no seas tentado tú también. Llevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo. Porque, si alguien cree ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo. Examine, pues, cada cual sus obras, y así sólo tendrá gloria en sí mismo y no en otro. Porque cada cual llevará su carga. Y, el que es catequizado de palabra, comunique todos sus bienes al que le catequiza. No os engañéis: de Dios nadie se burla. Porque, lo que sembrare el hombre, eso recogerá. Por tanto, el que sembrare en su carne, cosechará de la carne corrupción: mas, el que sembrare en el espíritu, cosechará del espíritu vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer el bien: porque, si no nos cansáremos, segaremos a su tiempo. Así que, mientras tenemos tiempo, obremos el bien con todos, pero principalmente con los hermanos en la fe.

PERSEVERANCIA EN LA LUCHA. — La Santa Madre Iglesia vuelve a tomar la lectura de San Pablo donde la dejó hace ocho días. Sigue siendo objeto de las instrucciones apostólicas la vida espiritual, la vida engendrada por el Espíritu Santo en nuestras almas para suceder a la de la carne. Aunque hayamos domado la carne, no debemos por eso creer que está terminado el edificio de nuestra perfección; y es que la lucha debe continuar después de la victoria si no queremos ver comprometidos los resultados; pero además se precisa vigilancia para que una u otra de las tres concupiscencias no aproveche el momento para retoñar ni causar heridas, tanto más peligrosas cuanto menos se pensaba en preservarse de ellas, mientras el alma dirige su esfuerzo a otra cosa. La vanagloria, principalmente, exige al hombre que quiere servir a Dios un continuo vivir alerta, porque siempre está presta a infectar con su veneno sutil hasta los actos de la humildad y de la penitencia.

HUIR DE LA VANAGLORIA. — ¿Qué insensatez sería la de un condenado a quien la flagelación le ha salvado de la pena capital que había merecido, si se gloriase de los azotes con que se castiga a los esclavos y que él lleva impresos en su carne? ¡No tengamos jamás semejante locura! Y, sin embargo de ello, se diría que podíamos tenerla, ya que el Apóstol, a continuación de sus avisos sobre la mortificación de las pasiones, nos hace la recomendación de evitar la vanagloria. En efecto, nunca estaremos totalmente seguros en esta parte mientras la humillación física que inflijamos al cuerpo no tenga en nosotros como principio la humillación consciente del alma ante su miseria. También los antiguos filósofos tenían sus máximas acerca del dominio de los sentidos; y la práctica de estas célebres máximas era escalón de que se valía su orgullo para alzarse hasta los cielos. Es que, en esto, estaban muy lejos de los sentimientos de nuestros padres en la fe, los cuales, en cilicio y postrados en tierra clamaban en lo íntimo de su corazón: "Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran misericordia; porque fui concebido en la iniquidad y mi pecado está siempre ante mí".

LAS OBRAS DE LA CARNE. — Castigar por vanidad el cuerpo, ¿qué otra cosa es sino lo que San Pablo llama hoy "sembrar en la carne" para recoger en lo porvenir, es decir, en el día de la manifestación de los pensamientos de los corazones no la gloria y la vida, mas la confusión y la vergüenza eterna? Entre las obras de la carne enumeradas en la Epístola precedente se encuentra, en efecto, no sólo los actos impuros, sino también las disputas, las disensiones, las envidias, pero ordinariamente nacen de esta vanagloria, en la que quiere el Apóstol que reparemos en este momento. La reproducción de estos actos detestables sería una señal bastante segura de que la savia de la gracia había cedido el lugar a la fermentación del pecado en nuestras almas, y en este caso, otra vez esclavos, caeríamos debajo de la ley y sus terribles sanciones. De Dios no se mofa nadie; la confianza que da justamente la fidelidad' sobreabundante del amor a todo el que vive del Espíritu, no pasaría de ser, en estas condiciones, una falsificación hipócrita de la santa libertad de los hijos del Altísimo. Sólo son hijos suyos los que son guiados del Espíritu Santo en la caridad; los demás son hijos de la carne y no pueden agradar a Dios.

LA CARIDAD FRATERNA. — Por el contrario, si queremos una señal cierta de que estamos unidos a Dios, seamos indulgentes con nuestros hermanos considerando nuestra propia miseria, en vez de tomar ocasión de sus defectos y faltas para envanecernos; si caen, tendámosles una mano caritativa y discreta; llevemos mutuamente nuestras cargas en el camino de la vida, y entonces, habiendo cumplido la ley de Cristo, sabremos que estamos en él y él en nosotros. Estas inefables palabras, que usó Jesús para indicar su futura intimidad con todo el que comiese la carne del Hijo del Hombre y bebiese su sangre en el banquete divino 5, San Juan, que las refiere, las cita palabra por palabra en sus Epístolas para aplicarlas a los que observan en el Espíritu Santo el mandamiento del amor de los hermanos ¡Ojalá resuene siempre en nuestros oídos esta palabra del Apóstol: Mientras tenemos tiempo, hagamos el bien a todos! Porque llegará el día, y no está lejos, en que el ángel del libro misterioso dejará oír su voz en el espacio y, con la mano levantada al cielo, jurará por Aquel que vive en los siglos sin fin que el tiempo ha terminado \ Y entonces el hombre recogerá con alegría lo que había sembrado con lágrimas-como no se cansó de obrar el bien en las regiones oscuras del destierro, menos se cansará todavía de cosechar sin fin en la clara luz del día de la eternidad. Al cantar el Gradual, pensemos que, si la alabanza agrada al Señor, es a condición de que salga de un alma donde reine la armonía de las virtudes. La vida cristiana, ajustada a los diez mandamientos, es el salterio de diez cuerdas 3, de donde el Espíritu Santo, que es el dedo de Dios, hace subir hacia el Esposo acordes que arroban su corazón.



GRADUAL
Es bueno alabar al Señor: y salmodiar a tu nombre, oh Altísimo. J. Para aclamar por la mañana tu misericordia, y tu verdad por la noche. Aleluya, aleluya. J. Porque el Señor es un Dios grande, es el Rey de toda la tierra. Aleluya.

EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Lucas (Luc., VII, 11-16).


En aquel tiempo iba Jesús a una ciudad, que se llama Naím: e iban con El sus discípulos y mucho gentío. Y, al acercarse a la puerta de la ciudad, he aquí que sacaban a un difunto, hijo único de su madre: y ésta era viuda: y venía con ella mucha gente de la ciudad. Cuando la vió el Señor, movido de piedad hacia ella, la dijo: No llores. Y se acercó, y tocó el féretro. (Y se detuvieron los que lo llevaban.) Y dijo: Joven, yo te lo mando: levántate. Y se incorporó el que estaba muerto, y comenzó a hablar. Y se lo dió a su madre. Y se apoderó de todos el temor: y alabaron a Dios, diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros: y Dios ha visitado a su pueblo.

LA MUERTE ESPIRITUAL. — Comentando este Evangelio, nos dice San Agustín en la homilía que se lee esta misma noche en Maitines: "Si la resurrección de este joven colma de alegría a la viuda, su madre, nuestra Madre la Santa Iglesia se regocija también todos los días al ver resucitar espiritualmente a los hombres. El hijo de la viuda había muerto de muerte corporal; éstos habían muerto en el alma. Visiblemente, empero, se lloraba la muerte visible del primero, mientras que ni siquiera se advertía la muerte invisible de estos últimos. "Nuestro Señor Jesucristo quería que los milagros que obraba en los cuerpos se interpretasen en un sentido espiritual. No hacía milagros por sólo hacer milagros, sino que deseaba que, al excitar la admiración de los que los veían, a la vez estuviesen llenos de verdad para los que comprendían el sentido. Los que fueron testigos oculares de los milagros de Jesucristo, sin comprender su significado, sin penetrar  que ellos dicen a las almas ilustradas, estos tales sólo han admirado el hecho material del milagro; pero otros han admirado a la vez los hechos y han comprendido su significado. De éstos debemos ser nosotros en la escuela de Jesucristo... "Escuchémosle, pues, y el fruto sea éste: en los que viven, conservar solícitamente la vida, y en los que están muertos, recobrarla lo más pronto posible".

EL BUEN CELO. — Cristianos preservados de la defección por la misericordia del Señor, a nosotros nos toca tomar parte en las angustias de la Iglesia y ayudar en todo las diligencias de su celo para salvar a nuestros hermanos. No basta no ser de los hijos insensatos que son el dolor de su madre y deshonran el seno que los llevó. Aunque no supiésemos por el Espíritu Santo que honrar a su madre es atesorar el solo recuerdo de lo que la costó nuestro nacimiento, nos induciría a no perder ocasión de enjugar sus lágrimas. La Iglesia es la Esposa del Verbo, a cuyas bodas aspiran también nuestras almas; si es cierto que esa unión es la nuestra igualmente, lo debemos probar, como la Iglesia, manifestando en nuestras obras el único pensamiento, el único amor que comunica el Esposo en sus intimidades, porque no tiene otro en su corazón: el pensamiento de restaurar en el mundo la gloria de su Padre, el amor de salvar a los pecadores.

En el Ofertorio cantamos con la Iglesia sus esperanzas cumplidas; no quede nunca muda nuestra boca ante los beneficios del Señor.

OFERTORIO
Esperé con paciencia al Señor, y me miró: y oyó mi súplica: y puso en mi boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios.

En la Secreta nos ponemos al amparo omnipotente de los divinos misterios.

SECRETA
Guárdennos, Señor, tus misterios; y nos defiendan siempre contra las incursiones diabólicas. Por Nuestro Señor Jesucristo.

En Jesús todo es vida y fuente de vida. Su palabra hizo volver de la muerte al hijo de la viuda de Naím; su carne es la vida del mundo en el pan consagrado, como canta la Antífona de la Comunión.

COMUNION
El pan que yo daré, es mi carne por la vida del mundo.

No será perfecta en nosotros la unión divina mientras el misterio de amor no domine de tal forma nuestras almas y nuestros cuerpos, que sean plena posesión suya y no encuentren ya su dirección más que en El y no en la naturaleza. Esto lo explica y lo pide la Poscomunión.


POSCOMUNION
Suplicamoste, Señor, hagas que la virtud de este don celestial posea nuestras almas y nuestros cuerpos: para que no domine en nosotros nuestro sentido, sino que siempre nos prevenga su efecto. Por Nuestro Señor Jesucristo.

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