TRATADO
DEL AMOR
A
DIOS.
LIBRO PRIMERO
En
cuanto a los escritores espirituales es San Francisco de Sales uno de los más
recomendados dentro de los círculos católicos, por su sencillez y simplicidad
en juntar dos elementos en sus escritos espirituales; el teológico y el
espiritual propiamente hablando. Creo que no hay lector que no se haya nutrido
del solido alimento espiritual de sus obras, ellas han merecido, con todo
derecho, su traducción a muchos idiomas y a pesar de los años sigue siendo
siempre tan actual para las generaciones presentes habidas de saciar su sed de
esta fuente de agua límpida y cristalina que mana del costado de Nuestro Señor
Jesucristo.
En
lo particular a quien esto escribe, me ha servido de mucho en una etapa muy
especial de mi vida. Cuando los hombres actuales no tienen respuesta a ciertas
inquietudes espirituales que se sucinta en nuestro corazón, las respuestas las
encontré en esta maravillosa obra de San Francisco de sales como lo es el
TRATADO DEL AMOR A DIOS con tal claridad y simplicidad que tranquilizo mi alma
y no quedaron ganas de buscar más respuestas en otros autores espirituales.
Es,
pues, mi fin al subir al blog los escritos del santo, que también ustedes
queridos lectores encuentre el descanso de sus almas en el remanso de esta
obra,
Vuestro
servidor:
Padre Arturo Vargas Meza
Que contiene una preparación de toda la obra
Que para la hermosura de la humana naturaleza Dios entregó a la
voluntad el gobierno de todas las facultades del alma," La unión establecida
en la variedad engendra el orden; el orden produce la conveniencia y la
proporción, y la conveniencia, en las cosas acabadas y perfectas, produce la
belleza. La bondad y la belleza, aunque ambas estriben en cierta conveniencia,
no son, empero, una misma cosa: el bien es aquello cuyo goce nos deleita lo bello,
aquello cuyo conocimiento nos agrada. Habiendo, pues, lo bello recibido este
nombre, porque su conocimiento produce deleite, es menester que, además de la
unión, de la variedad del orden y de la conveniencia, posea un resplandor Y una
claridad tales, que lo pongan al alcance de nuestra visión y de nuestro conocimiento.
Pero en los seres animados y vivientes, su belleza no existe sin la
buena gracia, la cual, además de la conveniencia perfecta de las partes, exige
la conveniencia de los movimientos, de los ademanes y de las acciones, que son
como el alma y la vida de la hermosura de las cosas vivas. Así, en la soberana
belleza de nuestro Dios, no reconocemos la unión, sino la unidad de la esencia
en la distinción de las personas, con una infinita claridad, unida a la
conveniencia incomprensible de todos los movimientos, de las acciones y de las
perfecciones, soberanamente comprendidas, o, por decirlo así, juntas y excelentemente
acumuladas en la única y simplicísima perfección del puro acto divino, que es
el mismo Dios, inmutable e invariable, como lo diremos en otro lugar.
Dios, pues, al querer que todas las cosas fuesen buenas Y bellas,
redujo la multitud y la diversidad de las mismas a una perfecta unidad, y, por
decirlo así, las dispuso según un orden monárquico, haciendo que todas se
relacionasen entre sí, y, en último término, con Él, que es el rey soberano.
Redujo todos los miembros a un cuerpo, bajo una cabeza; con varias personas,
formó una familia; con varias familias, una ciudad; con varias ciudades, una
provincia; con varias provincias, un reino, Y sometió todo el reino a un solo
rey. De la misma manera, entre la innumerable multitud y variedad de acciones,
movimientos, sentimientos, inclinaciones, hábitos, pasiones, facultades y
potencias que encontramos en el hombre, Dios ha establecido una natural
monarquía en la voluntad, la cual manda y domina sobre todo lo que hay en este
pequeño, mundo, y parece que Dios haya dicho a la voluntad lo que Faraón dijo a
José: "Tú tendrás el gobierno de mi casa y, al imperio de tu voz, obedecerá
el pueblo todo; sin que tú lo mandes, nadie se moverá". Pero este dominio
de la voluntad se ejercita con grandes diferencias.
Cómo la voluntad gobierna de muy diversas maneras las potencias del
alma.
La voluntad gobierna la facultad de nuestro movimiento exterior, como a
un siervo o a un esclavo porque, si no hay fuera alguna cosa que lo impida, jamás
deja de obedecer. Abrimos "Si cerramos la boca, movemos la lengua, las
manos, los pies, los ojos y todas las partes del cuerpo que poseen la facultad
de moverse, sin resistencia, a nuestro arbitrio y según nuestro querer.
Más, en cuanto a nuestros sentidos y a la facultad de nutrirnos, de
crecer y de producir, no podemos gobernarlos tan fácilmente, sino que es menester
que empleemos, en ella, la industria y el arte. No es menester mandar a los
ojos que no miren, ni a los oídos que no escuchen, ni a las manos que no
toquen, ni al estómago que no digiera, ni al cuerpo que no crezca, porque todas
estas facultades carecen de inteligencia, y, por lo tanto, son incapaces de
obedecer. Nadie puede añadir un codo a su estatura. Es necesario apartar los
ojos, abrirlos con su natural cortina o cerrarlos, si se quiere que no vean, y,
con estos artificios, serán reducidos al punto que la voluntad dese. Es en este
sentido, Teótimo que Nuestro Señor dice que hay eunucos que son tales para el
reino de los cielos, es decir, que no son eunucos por impotencia natural, sino
por industria de la voluntad, para conservarse en la santa continencia. Es
locura mandar a un caballo que no engorde, que no crezca, que no dé coces; si
se quiere esto de él, es menester disminuirle la comida; no hay que darle
órdenes; para dominarle, hay que refrenarle.
La voluntad tiene dominio sobre el entendimiento y sobre la memoria,
porque, entre las muchas cosas que el entendimiento puede entender o que la
memoria puede recordar, es la voluntad la que determina aquellas a las cuales
quiere que se apliquen estas facultades o de las cuales quiere que se distraigan.
Es cierto que no puede manejarlas ni gobernarlas de una manera tan absoluta
como lo hace con las manos, los pies o la lengua, pues las facultades
sensitivas, y de un modo particular la fantasía, de las cuales necesitan la
memoria y el entendimiento para operar, no obedecen a la voluntad de una manera
tan pronta e infalible; puede, empero, la voluntad moverlas, emplearlas y
aplicarlas, según le plazca, aunque no de una manera tan firme e invariable,
que la fantasía, de suyo caprichosa y voluble, no las arrastre tras sí y las
distraiga hacia otra parte; de suerte que, como exclama el Apóstol, yo hago no
el bien que quiero, Sino el mal que aborrezco. Así muchas veces los sentimos
forzados a quejarnos de lo que pensamos, pues no es el bien que amamos sino el
mal que aborrecemos.
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