CAPITULO XXXIV
RECONSTRUIR LA CIUDAD CATOLICA
“Liberalismo,
por tu culpa me estoy muriendo”, dice hoy la Iglesia en su agonía. Ella puede
decir como Jesús a aquellos que venían a apresarlo: “Es vuestra hora y la potestad
de las tinieblas” (Luc. 22, 53). La Iglesia está en Getsemaní, pero no morirá.
Da la impresión de una ciudad ocupada por el enemigo, pero la resistencia a la
secta liberal se organiza y se fortifica. Vimos
surgir esta secta en el siglo XVI de la rebelión protestante y luego transformarse
en la instigadora de la Revolución. Los Papas, durante un siglo y medio de
lucha sin tregua, han condenado los principios y los puntos de aplicación del
liberalismo. A pesar de ello, la secta continuó su camino. Hemos asistido a su
penetración en la Iglesia, bajo apariencia de un liberalismo aceptable, con la
idea de conciliar a Jesucristo con la Revolución. Después, contemplamos
estupefactos la intriga de la secta liberal por penetrar en la jerarquía
católica. Vimos sus progresos hasta los más altos puestos y su triunfo en el
Concilio Vaticano II. Hemos tenido Papas liberales... El primer Papa liberal,
aquel que se reía de los “profetas de desgracia”, convocó al primer concilio
liberal de la historia de la Iglesia. Las puertas del redil fueron abiertas y
los lobos penetraron hasta la majada y degollaron las ovejas. Vino el segundo
Papa liberal, el Papa de la doble faz, el Papa humanista; derribó el altar,
abolió el Sacrificio, profanó el santuario. Llegó finalmente el tercer Papa
liberal, el Papa de los derechos del hombre, el Papa ecumenista, el Papa de las
Religiones Unidas y se lavó las manos y cubrió sus ojos ante tantas ruinas,
para no ver las llagas sangrientas de la Hija de Sión, las heridas mortales de
la Esposa inmaculada de Jesucristo.
Por
mi parte, no me resignaré; no asistiré a la agonía de mi Madre, la Santa
Iglesia, con los brazos caídos. Ciertamente no comparto el optimismo beato de
algunos sermones: “Vivimos una época magnifica. El Concilio ha sido una
renovación extraordinaria. ¡Viva esta época de transformación cultural! Nuestra
sociedad se caracteriza por el pluralismo religioso y la libre competencia
ideológica. Sin duda, este ‘avance’ de la historia va acompañado de algunas
pérdidas: práctica religiosa nula, contestación de toda autoridad, los cristianos
nuevamente en minoría. ¡Pero mirad cuántos beneficios! Los cristianos son la
levadura escondida en la masa, el alma de la Ciudad pluralista, en gestación,
vitalmente cristiana, son el motor de los ideales de un mundo nuevo que va
surgiendo ¡más fraterno, más pacífico, más libre!”
Tal
ceguera solo se explica como el cumplimiento de la profecía de San Pablo que
habla de los apostatas de los últimos tiempos. Dios mismo, dice San Pablo, “les
enviará poderes de engaño a fin de que ellos crean la mentira” (II Tes. 2,
10-11). ¿Qué castigo más terrible puede haber que una jerarquía desorientada?
Si damos crédito a Sor Lucia, eso es precisamente lo que Nuestra Señora ha
anunciado en la tercera parte del Secreto de Fátima:
"la Iglesia y su jerarquía
sufrirán una “desorientación diabólica” y, siempre según Sor Lucia,
esta crisis corresponde a lo que el Apocalipsis nos dice sobre el combate de la
Mujer contra el Dragón. Ahora bien, la Santísima Virgen nos asegura que al
final de esta lucha “su Corazón Inmaculado triunfará”.
Comprenderéis
entonces, por qué a pesar de todo no soy pesimista. La Santísima Virgen saldrá
victoriosa. Ella vencerá la gran apostasía, fruto del liberalismo. ¡Una razón
para no quedarnos de brazos cruzados! Debemos luchar más que nunca por el Reino
Social de Nuestro Señor Jesucristo. En este combate, no estamos solos; tenemos
con nosotros a todos los Papas hasta Pío XII inclusive. Todos ellos combatieron
el liberalismo para res-guardar la Iglesia. Dios no ha permitido que lo
lograran, ¡pero eso no es una razón para rendir las armas! Es necesario
resistir. Es necesario construir mientras otros destruyen. Es necesario reedificar
las ciudadelas derrumbadas, reconstruir los bastiones de la fe. Primero el
santo Sacrificio de la Misa de siempre, forjador de santos. Luego nuestras
capillas que son verdaderamente nuestras parroquias, los monasterios, las
familias numerosas, las escuelas católicas, las empresas fieles a la doctrina
social de la Iglesia, los hombres políticos decididos a hacer la política de
Jesucristo. Debemos restaurar un conjunto de costumbres, vida social y reflejos
cristianos, con la amplitud y duración que Dios disponga. ¡Lo único que sé, la
fe nos la enseña, es que Nuestro Señor Jesucristo debe reinar en este mundo,
ahora y no solamente al fin del mundo, tal como quisieron los liberales!.
Mientras
ellos destruyen, nosotros tenemos la felicidad de construir. Felicidad mayor
aún, porque generaciones de jóvenes sacerdotes participan con celo en esta
tarea de reconstrucción de la Iglesia para la salvación de las almas.
¡Padre
Nuestro, venga a nosotros Tu Reino!
¡Viva
Cristo Rey!
¡Espíritu
Santo llena los corazones de tus fieles!
¡Oh
Maria, te pertenecemos, reina pues en nosotros!
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