CONTINUACION AL PROLOGO DEL LIBRO DE LOS MARTIRES CRISTEROS
Antes de seguir adelante creo
pertinentes algunas observaciones. Y la primera es acerca del mismo nombre de
Mártires, con que frecuentemente calificaré a los que sucumbieron en la
tragedia. No es mi ánimo, ni mucho menos, prevenir el juicio de la Iglesia
Católica docente, la única autorizada para declarar, e infaliblemente, la
realidad de un verdadero martirio. Uso ese nombre en el sentido vulgar que le
damos, no como ya digno de los honores del culto cristiano; en el mismo sentido
que le daba nada menos que S. S. el Papa Pío XI de feliz memoria.
En efecto, el 31 de enero de 1927, Su Santidad el Papa recibía en
audiencia especial a un grupo de jóvenes mexicanos, y les dirigió este saludo,
que debemos todos guardar en el fondo de nuestro corazón, burilado por el
agradecimiento, como el buril de acero graba las frases inmortales en los
bronces de las lápidas: "¡salve, flores de mártires ¡Honor a vosotros y a
vuestro país, a vuestros Obispos y a todos vuestros Pastores, a vuestros
sacerdotes, a todos los vuestros que sostienen un combate tan glorioso, por el
honor de Dios, por el reino de Cristo, por el honor de la Iglesia, por la
dignidad y la salvación de las almas! ¡Salve, hijos y hermanos de mártires"
Sí; fueron mártires, no lo dudo, y todos, aún los que murieron con las armas en
la mano en la lucha llamada cristera, pero en el sentido de mártires coram Deo,
de que hablé al principio. Ninguno hasta ahora, ni los nuestros, ni los de los
otros pueblos, es mártir en el sentido también explicado de coram Ecclesia,
porque ninguno hasta ahora ha sido elevado al honor de los altares. Es aún muy
pronto, para esa declaración infalible, que la Iglesia prepara con suma
prudencia, muchas oraciones, y mucha investigación. ¡Oh!, esta declaración
llegará, tampoco lo dudo, al menos para algunos, pero ahora es muy temprano
todavía. He dicho que fueron mártires coram Deo, aún los que murieron en los
campos de batalla de la lucha cristera, y esto acredita una segunda observación.
Nunca se puede usar un medio en sí ilícito, para obtener un fin bueno.
Ese principio de que el fin justifica los medios, es precisamente la
norma capital del comunismo, como desde el principio de la conspiración contra
el orden cristiano, han venido propalándolo hasta Lenin y Stalin en sus
escritos y proclamas; principio absolutamente reprobable e inmoral. Si, pues la
campaña cristera hubiera sido ilícita; aun por el noble fin de defender los
derechos de Jesucristo y su reino sobre la tierra, ilícita se hubiera quedado;
y tal fin nunca le hubiera lavado de tal reprobación. Ahora bien, el que emplea
un medio ilícito para obtener un fin, aunque sea bueno, peca y ofende a Dios, y
si en el desarrollo de su ilícita empresa muere, muere en pecado y mucho menos
puede ser considerado como mártir, ni aún en el sentido de martirio coram Deo.
Por otra parte, toda rebelión armada contra una autoridad legítima o
contra sus leyes que tengan el carácter de verdaderas leyes, es decir, dadas en
bien de la sociedad, aunque sea penoso su cumplimiento por parte de los
súbditos, es ilícita y condenada por la Iglesia de Jesucristo. Esta clase de
empresas es la que se llama rebelión propiamente, o una revolución. Hay casos,
sin embargo, en que una autoridad, aún legítima, abusando del poder de la
fuerza que tiene en sus manos, da disposiciones contrarias al bien de la
sociedad, de sus derechos más sagrados, por ejemplo en contra de su religión, y
que de suyo tienden no digo al bien común, sino a la destrucción misma de la
sociedad. En este caso se encuentra la conspiración contra el orden cristiano,
entronizada en el poder civil, y poseedora de toda su fuerza bruta, y su obra
debe considerarse como una verdadera agresión injusta.
En nuestros mismos días, todos los hombres de juicio, aún no católicos,
sabemos, que han condenado y condenan la agresión injusta, y no sólo permiten
resistir a ella, sino que juzgan obligatoria esa resistencia en ciertos casos,
de parte de los ciudadanos de un pueblo. Pero todavía, para que sea lícita esa
resistencia, tiene absolutamente que ser primero pasiva y por medios legales y
pacíficos; y sólo en el caso de que se hayan intentado en vano todos esos
medios, es lícito, y en casos obligatorio, el acudir a las armas, lo que no
será agresión, ni rebelión, sino defensa contra una agresión injusta, perfectamente
aprobada, aun por el simple derecho natural.
Este fue el caso de la resistencia armada cristera. El mismo general
Calles, instrumento de la conspiración anticristiana, en célebre entrevista con
dos señores obispos mexicanos, quienes después de la resistencia pasiva de todo
el pueblo por el famoso "boycot", se dirigieron a él pidiéndole
cortésmente la revocación, de las disposiciones impías, les dijo que "él
tenía que cumplir la ley y hacerla cumplir (esto es, las consignas de la
conspiración) y que a los Obispos y católicos mexicanos, no les quedaba más que
dos medios a su disposición: acudir al Congreso (medio legal), o tomar las
armas". Los católicos en un memorial firmado por dos millones de personas
se dirigieron al Congreso, y éste bajo las mismas consignas de la conspiración,
se negó aún a leer el memorial. Entonces no hubo más remedio que acudir al otro
medio indicado por el Gral. Calles.
Pero realmente, ¿la situación de los católicos, es decir, del noventa
por ciento de los habitantes de México, era tan terrible allá por los años de
1925 y 1926, que acreditara una resistencia a las consignas de la conspiración
contra el orden cristiano, traducidas en forma de leyes y disposiciones gubernativas,
y que se pudiera llegar lícitamente a la resistencia armada, en defensa
legítima contra una agresión injusta? Muchos de mis lectores lo vieron así, y
yo mismo fui testigo de aquella situación intolerable, pero como parte
agraviada, no me parece conveniente alegar mi testimonio, que pudiera parecer
parcial. Voy, pues, a traducir algunos párrafos de un célebre artículo que
publicó en París el Periódico La Croix el 12 de octubre de 1927, debido a la
pluma del escritor americano, Mr. Francis Mac-Cullagh, bien conocido como
exacto y fidelísimo en los hechos que narra.
"Acabo de pasar seis semanas en México, escribe, absolutamente
dueño de mis movimientos, usando el mismo método que usé cuando recorrí en 1919
y 1920 la Rusia Soviética.
"El cuadro que descubrí detrás del velo espeso de una censura
severa, es sin duda, más terrorífico, que el espectáculo que he visto en Rusia.
"Los aspectos internacionales y económicos del cuadro mexicano,
vuélveme insignificantes, ante el martirio de millones de mexicanos. Nadie
sabrá jamás el número de las víctimas, que han pagado con su vida la
resistencia a un régimen que hace imposibles esas mismas vidas. Aquí el cuadro
toma un matiz de sangre, pues ésta es la más cruel persecución que los
cristianos han tenido que sufrir desde los días de Nerón.
"Yo he visto con mis propios ojos esos métodos. No he aceptado de
nadie una comisión de propaganda: y esto lo puedo probar. "En la calle resuena de repente un estruendo 'sordo de pisadas… Personas
rodeadas de policías y soldados... parece una cuadrilla de prisioneros,que
llega (a la Inspección de Policía)... noto que esa muchedumbre está
compuesta de elementos sumamente heterogéneos. Hay dos muchachas con sus velos
blancos y sus ramos del día de su primera Comunión: pero los velos ya están
desgarrados y sus flores marchitas: tienen los ojos enrojecidos por el llanto,
y las mejillas por el rubor. Cerca de estas niñas puras, va la hez de los
sitios nefandos; algunas malas mujeres, ebrias aún, que blasfeman... Codo con
codo de las hijas de las familias decentes... marchan algunos criminales de
orden común..."¿Cómo se ha podido reunir un grupo tan heterogéneo? Me
informo con un civil y él me lo explica amablemente. Los domingos por la mañana
tiene la costumbre el Inspector de Policía a esta hora y aún desde el alba, de
enviar sus esbirros con orden de detener a los católicos que van a misa... Sus
policías invaden las casas particulares, donde se celebra la Misa, y traen a
todos los asistentes, a la Inspección General, mezclados, para mayor escarnio
con los escandalosos, rateros y borrachines que han arrestado durante la noche…"Las
víctimas de la persecución religiosa, no son solamente mujeres jóvenes y
mujeres en la plenitud de la edad y aún personas ancianas: hay varones jóvenes
con sus ojos profundos y brillantes, con sus mejillas bronceadas, pintada en
sus labios y en su barba la expresión de la nobleza v el valor; hay también
ancianos de silueta fina, que respira la singular dignidad castellana pintada
por Velázquez en sus cuadros... La persecución religiosa es sobre todo un modo
de rapiña. Se imponen ¿legalmente grandes multas a las personas que van a misa...,
etc., etc.".
Y todavía mis lectores recordarán, que hubo situaciones mucho más
terribles, que la descrita en estas líneas por el escritor americano. Sí; sin
duda, la situación de los mexicanos, católicos en su inmensa mayoría,
acreditaba la resistencia contra esas agresiones injustas. Se recurrió primero,
como sabemos, a la resistencia pasiva del "boycot"; luego a los
medios legales de petición a las Cámaras legislativas. Nada dio resultado. No
quedaba otro recurso que la resistencia armada, y por todo ello, perfectamente
lícito.
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