13
de junio
San
Antonio de Padua, confesor.
(†
1231)
III
Clase – Paramentos Blancos
Epístola
– II Timoteo IV, 1-8
Evangelio
– San Mateo V, 13-19
El maravilloso predicador de
Cristo, san Antonio de Padua, nació en Lisboa, cabeza del reino de Portugal, y
fué hijo de muy nobles y virtuosos padres. Bebió con la leche de su madre la
devoción a la Virgen santísima; y a la edad de quince años tomó el hábito en el
monasterio de canónigos reglares de san Agustín, donde hizo su profesión: mas
once años después, pasó con la venia de sus superiores a la religión seráfica,
llevado del deseo de convertir a los moros y derramar su sangre por Jesucristo.
Pero el Señor que le destinaba a otro apostolado, le envió en África una grave
enfermedad; y para cobrar salud se embarcó con rumbo a España, mas por vientos contrarios
fué llevada la nave a Italia. Mandó le su seráfico padre san Francisco, que
leyese teología en las ciudades de Montpellier en Francia, y de Bolonia y Padua
en Italia, y le encomendó después el oficio de predicar. Eran sus palabras como
unas llamas de fuego que abrasaban los corazones, y como Dios las confirmaba
con grandes prodigios, fueron innumerables los herejes y pecadores que
convirtió así en Francia como en Italia. Una vez, disputando con un hereje llamado
Bonibillo que negaba la presencia de Cristo en la Eucaristía, hizo que la mula
del hereje, a pesar de haber estado tres días sin comer, dejase la cebada que
le ponían delante, para arrodillarse delante del santísimo Sacramento; con este
milagro se convirtió aquel principal maestro de los herejes. Otra vez estando
en la ciudad de Armiño, para confundir a los herejes que no querían oírle, se
llegó a la ribera del mar, a predicar a los peces, a los cuales, asomando del
agua les echó su bendición. Convidaron le un día unos herejes a comer y le
pusieron ponzoña en el plato; y el santo les afeó aquella maldad, pero haciendo
la señal de la cruz sobre el manjar, comió le sin recibir del veneno lesión alguna.
Aconteció muchas veces que predicando en una lengua le entendían los oyentes de
diferentes naciones y lenguas, como si predicara en la de cada uno, y aun fué
oído dos millas lejos de donde predicaba. Era tanta la gente que acudía a sus
sermones, que no cabiendo en los templos se salían a los campos. Acechó una
noche al santo el huésped que le había recibido en su casa, y vió en su
aposento una gran claridad, y el Niño Dios hermosísimo y sobremanera gracioso
encima de un libro, y después en los brazos de san Antonio, y que el santo se
regalaba con él sin apartar los ojos de su divino rostro. Finalmente a los diez
años de sus apostólicos ministerios, acabó su vida llena di virtudes, y
en la ciudad de Padua entregó su alma bienaventurada al Señor.
Reflexión: Entre los milagros con que Dios
ilustró a este santo gloriosísimo, es muy digno de mención el que aconteció treinta
y dos años después de su muerte, en la traslación de su sagrado cuerpo. Porque
se halló entre los huesos de la boca la lengua tan entera y fresca como si
estuviera viva: y tomándola en las manos san Buenaventura, que era a la sazón
Ministro general de la orden de san Francisco, bañado en lágrimas exclamó: «¡Oh
lengua bendita! que siempre alabaste a Dios, y fuiste causa de que tantos le
alabasen: bien se ve ahora de cuánto merecimiento eres delante del Criador, que
para tan alto oficio te había formado!» Empleemos también la nuestra en alabar
al Señor; ya que es éste el mejor uso que podemos hacer de ella.
Oración: Haz,
Señor Dios mío, que la solemne festividad de tu confesor Antonio regocije toda
la Iglesia, para que fortificada con los socorros espirituales, merezca
disfrutar los gozos eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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