Carta
Pastoral n° 33
EL
SACERDOTE Y LOS DEMÁS
En una primera visión del
sacerdote, el Decreto lo ubica en relación a Nuestro Señor, el sacerdote por
excelencia y la causa de su gracia sacerdotal, que se ejerce sobre todo por
medio del sacrificio eucarístico y la predicación. Luego, en una segunda
mirada, el sacerdote es considerado en su relación con los demás. “Habitudo ad alios”. Es evidente que
aquel que está más cerca del sacerdote es su Obispo. El Decreto manifiesta con
insistencia la unión del Obispo y el sacerdote, que aparece particularmente en
la concelebración del sacrificio eucarístico.
El Concilio invita al Obispo
a estar próximo a sus sacerdotes, a encontrarlos, y a reunir a quienes le
podrán ser útiles, ayudándolo con sabios avisos en la conducción de la
diócesis. Que los sacerdotes, por su parte, guarden respeto y obediencia para
con los Obispos. Los sacerdotes unidos alrededor de su Obispo forman una
familia, y entonces deben evitar el aislamiento, que le sería perjudicial al
conjunto. Éste es también el caso de los religiosos enviados a algunas
diócesis: deben unirse íntimamente a la familia diocesana, en la medida en que
forman parte de ella.
Pero el sacerdote además
tiene por prójimos a sus compañeros sacerdotes. La unidad querida por Nuestro
Señor se manifestará en la colaboración fraterna y unánime, in vinculo caritatis, orationis, ex omnimodæ
cooperationis: unión y caridad entre los mayores y los más jóvenes, una
unión que se ejerce en medio de la vida fraterna y común, en las reuniones
periódicas, en la caridad hacia los más débiles.
Recordemos que esta caridad
fraterna edifica profundamente a los fieles, a quienes les gusta ver cómo sus
sacerdotes se encuentran en la oración, el estudio, la alegría. Ésta es una
manifestación de la caridad y la santidad que es propia de la Iglesia católica.
Qué reconfortante será para ellos: es la mejor de las predicaciones.
Sin embargo, el sacerdote es
tal para edificar el Cuerpo de Cristo; debe considerarse como un padre y un
maestro para el pueblo de Dios, pero también como un discípulo y un hermano
entre los bautizados. Ha venido para servir y servirse de quienes lo
precedieron no para sí mismo, non quærens
quæ sua sed quæ Jesu Christi. La actitud hacia los laicos debe estar teñida
de respeto, de libertad, de apertura para escucharlos, para que lo ayuden, para
aprobar sus buenas iniciativas y no descuidar a los non pauci que están
llamados a una profunda vida espiritual. El sacerdote debe ser el hombre de
todos, nemo in fidelium communitate
extraneum se sentiat. ¡Qué admirable sentencia! Así como la que le sigue:
deben ser los defensores del bien común atque
simul veritatis strenni assertores ne fideles omni vento doctrinæ
circumferantur.
Deben tener cuidado de todos,
de los no practicantes, de los hermanos separados, de los infieles. En pocas frases, el Concilio
expone la manera de ser del sacerdote en medio del mundo. Aprovechemos esta
enseñanza. Antes de terminar el segundo
capítulo dedicado al sacerdote, el Concilio considera la distribución de los
sacerdotes y las vocaciones sacerdotales.
Debemos notar ese deseo de
mejor distribución, al cual nuestra Congregación colabora por su misma
finalidad, pero que podríamos favorecer aún más con un celo mayor ante las
vocaciones y por nuevas disposiciones en nuestra organización. “Ad hoc ergo quædam seminaria
internationalia, peculiares dioceses vel prelaturæ personales et alia
huiusmodi utiliter constitui possunt, quibus… Presbyteri addici vel incardinaci
queant in bonum commune totius Ecclesiæ”.
Nuestros organismos
destinados a suscitar las vocaciones se inspirarán en este párrafo nº 11, que
nos da tan felices y admirables directivas.
Mons. Marcel Lefebvre
(“Avisos del mes”, mayo-junio de 1966)
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