lunes, 13 de junio de 2016

"CARTAS PASTORALES Y ESCRITOS por S.E. MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE"

Carta Pastoral Nº 32
EL SACERDOTE Y NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
EN EL DECRETO CONCILIAR
“PRESBYTERORUM ORDINIS”


Si hay una nota constante, un pensamiento que sintetiza el Decreto conciliar sobre los sacerdotes, es el del vínculo entre el sacerdote y Nuestro Señor:

“Los sacerdotes, por la unción del Espíritu Santo, están marcados con un carácter especial que los une a Cristo Sacerdote de manera tal que obran verdaderamente en la persona misma de Cristo Jefe”.

Hay que subrayar que el Decreto insiste más que en lo precedente sobre la misión del sacerdote, que es por excelencia el enviado a continuación del apóstol. Así, el ministerio de la palabra, de la predicación, se remarca más. Pero, sin embargo, ese ministerio no es un fin en sí mismo, sino que prepara o conduce a otro ministerio más esencial, que es el fin particular del sacerdocio.

Dicho fin está admirablemente expresado en los términos siguientes: 

“Por el ministerio de los sacerdotes el sacrificio espiritual de los fieles es inmolado en unión con el Sacrificio de Jesucristo único Mediador, que por sus manos, en nombre de toda la Iglesia, es ofrecido sacramentalmente y de una manera incruenta en la Eucaristía, hasta que venga el Señor. A eso tiende y en eso se perfecciona el ministerio de los sacerdotes” (nº 2).

Este acto del Sacrificio eucarístico, así como toda la vida del sacerdote y todo su ministerio, tienen por fin último la gloria de Dios: “Finis igitur quem ministerio atque vita persequuntur Presbyteri es gloria Dei Patris in Christo procurando” (nº 2). Estas importantes afirmaciones ayudan al sacerdote a tomar más conciencia del sentido profundo de su vocación. Le muestran la orientación final de su vida, tanto interior como exterior. Le hacen entender mejor las consecuencias que derivarán, tanto de su vida privada, como de su vida apostólica. A imitación de Nuestro Señor, el sacerdote vive en medio de los hombres siendo el testigo de otra vida que no es la de aquí abajo.

Propagador de la Buena Nueva por todas las iniciativas de su celo, tendrá siempre en vista el llevar a los hombres a participar de la Eucaristía. Aquí, de nuevo, el Decreto trae una afirmación lapidaria: “Est ergo Eucharistia Synaxis centrum Congregationis fidelium cui Presbyter præest”. Llevar las almas a Jesucristo, hacerlas participar de su sacrificio y así conducirlas al espíritu de oración “ad spiritum orationis semper perfectiorem per totam vitam exercendum”. ¡Qué magnífico programa!

Más aún, el Decreto insiste nuevamente sobre el cuidado que se debe prodigar a la Iglesia: “Domus orationis in qua Sanctissima Eucharistia celebratur et servatur”, a fin de que los fieles encuentren en ella ayuda y consolación.

También en la celebración de la Eucaristía el sacerdote encontrará la unión con su Obispo, se expresará más concretamente en la celebración con el Obispo, en algunas ocasiones.

Esta insistencia del Concilio sobre el sacerdote y el Sacrificio eucarístico, centro de su sacerdocio, es reconfortante. Cualquiera que fuese el éxito o el fracaso de su apostolado, sabe que por el Santo Sacrificio eucarístico cumple el acto esencial de su sacerdocio, por el cual las bendiciones de Dios descienden sobre el mundo y en particular sobre quienes lo rodean. Los pecados son perdonados, según las disposiciones y las gracias recibidas, la alabanza y la acción de gracias son dirigidas hacia Dios.

Ojalá podamos convencernos de esta salutífera doctrina, a fin de fortalecer nuestro ánimo y unirnos cada vez más a Jesús Sacramentado.

Mons. Marcel Lefebvre

(“Avisos del mes”, marzo-abril de 1966)

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